La Vulgata de Don Javier

Arturo Robsy


Cuento


(Prohombre)


La apariencia de don Javier

Don Javier es una gran alma remetida, también en un gran cuerpo. Tiene la estructura del atleta y el talento del científico. Sus manos, donde sólo brilla el anillo de boda (oro vulgar y en círculo), son manos agudas de hombre que piensa, son los dedos teñidos de nicotina. Son unas bellas manos que él utiliza para hablar, para meditar, para acercarse a sus semejantes y demostrarse afecto e indiferencia. El pelo, bien peinado, es rojo y la boca, carnosa, amiga de la sonrisa y llena de voluntad: ancha, saliente como su barbilla. don Javier va al gimnasio dos veces por semana. Dice sobre esto: "es un crimen perder el humor y el talento a causa de un dolor reumático". Tiene razón.


Las frases de don Javier

Don Javier es un hombre de frases. La genialidad es natural en él y jamás, al hablar, trata de influir en las opiniones del otro; dice, simplemente, sus cosas mientras fuma o mientras sonríe. Nada más. En una ocasión me explicó: "hablar de la muerte produce silencio", y, en otra: "Cuando un hombre está solo, también puede ser solo, de forma que la soledad pasa a ser un modelo más de vida que es imposible desechar". Sin embargo don Javier no es un solitario: vive en una casita cómoda con su mujer y sus cuatro hijos.


La familia de don Javier

Don Javier llega a su casa. En la fábrica hay no sé qué problemas que se le llevan la atención: cosas de máximos y mínimos, y algo de un ingeniero que se equivocó en la elección de niveles para el último producto. Un niño, en un rincón, hace pucheros con los labios contraídos. "El pero es m'ha escapao" —dice. don Javier toma un tebeo para leérselo, lo piensa mejor y llama a su mujer:

—Juega un poco con ellas —le dice.

Pero la mujer acaba de bañar al más pequeño y no tiene ganas.

Luego, a la hora de la comida, le dice:

—Creo que hay otro en camino.

Y don Javier suspira y, en broma, murmura:

—¿No te cansarás de hacer siempre las mismas cosas?

Lo que hace su mujer, claro, son los niños, y no conoce otra forma de ponerlos en el mundo. A don Javier también le gusta así.


En la fábrica

Don Javier lee el informe del ingeniero sobre los niveles de producción equivocados. Después, fumando, escucha al hombre marketing: resulta que almacenar un nuevo artículo antes de ponerlo en mercado masivamente no es una ventaja:

—Se pierde dinero —afirma.

Y don Javier, inteligente, comprende lo que quiere decir: los stocks, capital inmovilizado que no tiene interés.

—¿Entonces? —pregunta.

El hombre marketing, tímido, sugiere que tal vez, si se redujese el almacén y se hicieran más flexibles los canales... Quizá así pudieran introducir el producto desde el principio del proceso, claro que las ventas serían, al principio, más moderadas, pero lo compensaría el rendimiento del capital.

—¿Y las amortizaciones? —el hombre marketing no sabe qué decir entonces, pero, desde luego, amortizar sería más sencillo si el capital estuviese libre, trabajando.

Don Javier, pues, da las órdenes y se fuma otro cigarrillo. Por el dictáfono habla con la secretaria:

—Señorita —dice— tráigame sales de fruta.

Hoy nota cierta pesadez en su cuerpo de atleta.


Don Javier en el campo

En otoño, cuando los bosques alcanzan la plenitud de su color y su arena, don Javier va al campo. Lleva a su familia porque él es un buen padre y le gusta ver como los niños corren por el borrajo y lo hacen crujir con sus menudos pies. don Javier ama la naturaleza y se siente bien con ella: a menudo se cuelga de una rama baja y se levanta a pulso varias veces. Su mujer recoge florecillas blancas: una, otra, más. Y, también, hojas de madroño para hacer una guirnalda y colgarla de la chimenea, y ramas de romero: "el que va al campo y no coge romero, dicen que no siente el amor verdadero".

Antes, al principio de los negocios, se llevaban una cesta con comida, y, sentados en las piedras grises, ella y él la tomaban riendo. Ahora, claro, a la hora del almuerzo van a cualquier restaurante cercano. Dice don Javier: "si no se gasta el dinero, ¿qué diablos se puede hacer con él?".


Surgen conflictos laborales

Uno de los departamentos de montaje tiene problemas y los enlaces sindicales hablan con don Javier. Él está preocupado: su tercer niño tiene la tosferina y pasa por malos momentos: pobrecito. Los enlaces no lo saben y hablan y hablan: el trabajo no es duro, pero la seguridad... les gustaría, en suma, que les diese guantes de otro modelo, más espesos si cabe... don Javier lo comprende: no hay porqué dejarse los dedos en beneficio de su bolsillo. Dice que lo pensará, que hablará con el capataz. Hay algo más a propósito del capataz: a veces contrata a hombres sin asegurar, gente eventual... si no les asegura se embolsa él un tanto... eso es hacer una sucia competencia al obrero honrado. don Javier se enfada y llama al capataz:

—¿Es cierto eso?

—No.

Y así se están un buen rato: sí, no; sí, no. don Javier le deja ir y mientras piensa en su hijito enfermo. Se promete vigilar más atentamente al personal. Por un momento ha olvidado ya los guantes que le piden.


Don Javier va a Barcelona

En el puerto hay mucha gente mirando los barcos: él prefiere, claro, el barco: el avión le da miedo aunque a veces, a causa del tiempo, tiene que tomarlo. En las Ramblas hay más gente todavía. Algunos jóvenes y algunos viejos, silenciosos, se miran la punta de los pies. "Pobre gente" —piensa don Javier y, luego, no sabe por qué lo ha hecho.

En la sucursal habla con unos y con otros; quiere, precisamente, aumentar la red de distribuidores. Tagliacarnne dice en su libro: "vale más dominar un mercado que disponer de una fábrica". Y don Javier sabe que Tagliacarne tiene razón: por eso necesita nuevos agentes y, a ser posible, transportes mejores: los canales son los canales.

Después, con su secretario, ve soplar el vidrio en el pueblo español y compra chucherías a la mujer y los niños. Para rematar la jornada, por la tarde ya, va al Tibidabo a disfrutar con las atracciones. El planetarios, o como se llame esa cosa que da vueltas subiendo y bajando, le causa muy buena impresión.


Un amigo pide a don Javier un favor

—Se trata —dice el amigo— de un aval: los tiempos no me van bien y necesitaría algo de maquinaria: tengo el fondo de maniobra muy mal.

La verdad —don Javier lo sabe— es que no tiene fondo de maniobra alguno. Mientras el mercado era fácil vendió y todo lo consideró como beneficio: esto le recuerda el cuento de la cigarra y la hormiga. Él, claro, es la hormiga y su amigo, la cigarra.

Don Javier sabe que será peligroso ceder: su amigo ya no tiene nada sólido bajo los pies, pero él es un hombre con un gran respeto por la amistad y se ponen a hablar sobre las medidas necesarias.

—¿Qué te parece —dice— si yo aporto el capital que necesitas (en lugar de un simple aval) y tú me das parte del control de la empresa?

El amigo lo piensa un poco y sonríe tristemente:

—De acuerdo. Tú ganas —dice.

Y don Javier no lo entiende bien porque quien sale ganando es su amigo.


Con la juventud

Don Javier se entiende con la juventud: los jóvenes que trabajan son sanos, emprendedores, llenos de ideas aprovechables. ¿Qué importa que se dejen el pelo largo? Lo esencial es que se entreguen. Él, por ejemplo, no soporta la indiferencia. ¡Eso es! Además, los jóvenes tienen otras ventajas: no suelen cobrar puntos y son menos exigentes que los que tienen hijos y mujer.

A don Javier le gusta la juventud; saben entregarse y también, le admiran: ellos quisieran ser algún día como él y no piensa desanimarles: qué maravillosa es la ilusión y la esperanza de los adolescente.


Don Javier en la iglesia

Entra lentamente en la penumbra y se santigua. Desde pequeño sintió un enorme respeto por aquel templo oscuro donde la penumbra huele a incienso y óleos. Por aquel orden de los bancos, por la profundidad del techo, por la luz lenta que se desliza a través de las cristaleras. Ama, además, la belleza de las columnas salomónicas del altar mayor, y la refulgencia de los dorados.

Allí, en la iglesia, olvida muchas cosas y se siente mejor. Durante la misa mira a las jóvenes madres que acunan a sus niños, a los adolescentes de mirada herida que dudan y no saben todavía si creer y por qué hacerlo; a las mocitas engalanadas y de piernas excitantes, a sus propios hijos, llenos de candor, que juntan las manos para rezar mejor.

Don Javier es religioso. don Javier ni ha matado, ni ha robado, ni se le han podido probar asuntos de adulterio. don Javier es bueno y se siente aún mejor entre las oscuras paredes del templo donde la penumbra huele a óleos y la luz se deja caer blandamente por las cristaleras rojas y azules.


Don Javier comenta un libro de Shakespeare

Don Javier, cuando lee, acepta al escritor y vive con él la historia del protagonista. "Shakespeare —se dice— es un genio. Hamlet, como protagonista, es flojo: ahí está su genialidad: conseguir que un ser vacilante y débil polarice la acción y la atención. Opino que Hamlet es un fenómeno forjado por la soledad y el abandono. Imagino que no tuvo una infancia feliz en manos de sus ayos y, por lo tanto, los resentimientos hacia su madre serían tan grandes como su complejo de Edipo. Hamlet no entendía la vida ni el amor, por eso, sólo por eso, mata y muere por incomprensión hacia sus semejantes".

"A veces —añade— yo también me siento en esa situación, como si todas las cosas y todas las verdades estuviesen vacías y me fuesen ajenas. Estoy lejos entonces e infinitamente solo. Por eso me pongo a fumar y pienso en mi infancia".

Luego, don Javier se ríe y me mira, directamente: "¿verdad que todos estamos un poco locos?".

Y yo no le quiero dar la razón.

Don Javier y el amor

"El amor —opina— es algo secundario en el hombre (casi antinatural) y, sin embargo, esencial en la mujer: por eso existe todavía; por eso y por las hermanas que segregan las bellas muchachas".

Su postura, pese a todo, no es tan fisiológica como parece a primera vista. don Javier ama a su mujer. don Javier ama a sus hijos. Lo único que afirma (como antes) es que la esfera del amor lo ocupa casi todo en la mujer, mientras que el hombre tiene una proyección más social: los negocios, el casino, los deportes, el trabajo...

"Claro que también la mujer puede hacerlo —avisa—. Creo en los movimientos femeninos. Pero, si se dedica más tiempo a los negocios, al club, al arte... lógicamente dispondrá de menos para su marido y sus hijos y, por lo tanto, perderá feminidad. Si esto sucede, el amor se terminará como se ha terminado ya en buena parte".

Añade sonriendo: "ya no se ama como antes: casos como Romeo y Julieta, Calixto y Melibea, o Abelardo y Eloísa no suceden en nuestra época. ¿Por qué? Es a causa de que cada vez nos queda menos tiempo para amar".

Y luego: "y, de esto, no diga nada a mi esposa. Las mujeres opinan que no creer en el amor significa no amarlas, y esto es falso. Las mujeres quieren ser lo más importante de sus maridos y esto también es absurdo porque hoy en día lo único importante es llevarles dinero y mantenerlas en una cómoda cada. Si yo dejara de vivir bien y de ganar dinero, y amase continuamente a mi mujer, ¿qué cree usted que pasaría? Se cansaría muy pronto y se iría con otro que la diese lujos y dinero y seguridad: el amor, amigo, no lo puede todo; es más: no puede nada".

Pero cuando don Javier habla así es que está triste.


Don Javier está desengañado

Don Javier creía en muchas cosas. Él no ha abandonado su fe; es la fe quien le ha dejado solo, a merced de sus agudos sentidos; a merced de los hombres a quienes juzgamos y de quienes, tarde o temprano, aprendemos los defectos.

Las ilusiones de don Javier ya casi no existen: desde la infancia las ha ido perdiendo, le han huido entre los dedos y ahora... ¿Por qué no se emociona como antes? ¿Por qué no siente las cosas tan cercanas como antes? ¿Por qué ya le cuesta trabajo reír o enfadarse? Es la indiferencia que le está venciendo. Una indiferencia que él combate con voluntad, trabajando más cada día, maniobrando mejor sus recursos cada día, anclándose en las satisfacciones de los triunfos y dejándose llevar por la dulce monotonía del hogar: los niños al colegio menos el pequeñín. La mujer, lavándole el rabel al niño y estudiando decoración para el próximo cambio de muebles. Las pacíficas comidas y las pacíficas cenas. El sueño, el despertador. Y, pese a la fábrica y los viajes a Barcelona, pese a la mujer y a los hijos, pese a su esfuerzo, algo le falta a don Javier, que ya no tiene aquellas ilusiones de su juventud, ni aquella fe en los hombres y en las cosas.


Don Javier no es feliz

Don Javier baja la escalinata amplia y sube al coche. Funciona. Salta por entre los kilómetros y, al entrar el aire por la ventanilla, le trae aromas de otro tiempo.

Hoy, por fin, han dado con los adecuados niveles de producción y rebajarán el coste total en un 1,23 por ciento. Esto es una buena noticia. El hombre marketing cree también tener un sistema modelo de almacenamiento. Si es así, el problema de los stocks se paliará en buena medida. Esto también es una buena noticia. Además, ya están en camino los nuevos guantes para el departamento de montaje y en administración se lleva un riguroso control del personal contratado: no quiere don Javier líos con el sindicato.

Pero, de repente, ha sentido la necesidad de conducir, de abrir una válvula a no sé qué malestar que lleva en el cuerpo. Va hacia un bosque. Detiene el coche. Quisiera pensar intensamente en su negocio que triunfa, en su mujer, en sus niños; tal vez en el que todavía vendrá. Y no puede. No puede pensar en nada.

Y, de repente, le sobreviene un gran cansancio; un cansancio seco, sin aspavientos ni gans de llorar. "Es amargura —se dice—. Es amargura". Y se siente decepcionado. don Javier no es feliz.


Publicado en el Diario Menorca el 28 de noviembre de 1972.


Publicado el 1 de mayo de 2022 por Edu Robsy.
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