No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


Al pescador le faltaba un dedo y al perro, el rabo. El rabo que le cortaron para mejor cazar cuando era un cachorro, mucho antes de que se descubriera su incapacidad para el rastreo.

El perro era de un viejo predio, y todo el mundo sabe que en esos lugares no se alimenta a los inútiles, de modo que, al año de su nacimiento, se encontró siguiendo una carretera y bebiendo en los charcos de la cuneta. Seguramente no acababa de comprender su postura y caminaba perplejo, entre dolido y triste.

Antes de esto, sus amos le llevaron, en un coche, muy lejos; kilómetros y kilómetros tomando curvas y salvando baches; y él, infeliz, ladraba con su hocico pegado al parabrisas, convencido de que se aproximaba una gran cacería.

Así quedó abandonado la primera vez, pero achacó a un descuido de sus queridos "humanos", madre y padre en una misma persona que le alimentaba y le acariciaba y, también (ay) le golpeaba.

Y volvió. Cruzó la fronda, se rasgó la piel en los aulagares, esquivó automóviles, pero volvió.

Se lo llevaron. Volvió.

La tercera vez hubo una pequeña discusión en la casa: el perro era un problema y ellos no podían perder el tiempo alejándolo y alejándolo.

El payés dijo que le iba a pegar un tiro. Madona se encogió filosóficamente de hombros pensando, quizá, en la cosecha de pimientos, y él, ajeno, movía el rabo satisfecho de estar de nuevo en su hogar, y hurgaba con el hocico entre los desperdicios de la cocina.

Luego, el hijo, un muchacho torpón y sucio, sintió algo parecido a la piedad y la ejecución quedó aplazada. "Si regresa la próxima vez" —dijeron, y se lo llevaron al mar, a la distancia más larga. Allí se quedó. Allí estaba, caminando por la carretera y bebiendo el agua de sus charcos, preguntándonos lo que sucedía.

El pescador sin dedo era ya viejo, y toda la vida había trabajado con su barca y con sus redes y sus palangres, echando al mundo dos hijos que le crecieron robustos y se le fueron a la ciudad a buscar un pan que no oliese a pescado.

Después, un mal bicho le envenenó el dedo y se lo cortaron. Más después aún, la mujer se le enfermó y muy pronto la cuenta del banco tocó fondo. Aun entonces, sin dinero, la mujer seguía necesitando medicinas, y el médico, algo más que las gracias. Una hipoteca sobre la casa solucionó momentáneamente la situación, pero el dinero no era eterno.

—¿Ves? Si hubieras hecho el seguro... —le decían.

Si, claro, el seguro, pero él nunca pensó que las cosas se pudieran volver de un color tan sucio y, en todo caso, confiaba en sus hijos, que no le correspondieron. El mayor estaba en Alemania y nadie sabía su dirección. El menor, pescando bacalao en Terranova, en otro mar, muy lejos, cerca de los hielos y el frío.

Otro día, el médico, que era una buena persona, meneó la cabeza y le tocó el hombro:

—Esto va mal: hay que hacerle una operación.

—¿Vivirá?

El doctor no sabía eso: solo que había que operar.

—¿Y dónde?

—En un hospital de Valencia.

—¿Y cuánto?

Tampoco había una cifra segura pero, desde luego, mucho dinero haría falta.

El pescador vendió la barca y los aparejos. Cuando el comprador la cambió de nombre, él tuvo que sonarse para encubrir la tristeza. En fin. ¡Ya estaba hecho! Ahora la mujer se pondría buena y quién sabe si...

Pero murió. La operación en sí fue un éxito, un prodigio de técnica y habilidad (se lo explicaron detalladamente), pero había muerto porque no supo comprender ni la técnica ni la habilidad con la que la trataron.

Apenas si quedaban cosas por hacer. Llorar, tal vez, pero era demasiado viejo para esos asuntos. Volver al pueblo, quizá, pero el pueblo entero olía a cementerio, y el mar... Aún así fue allí y vendió por cuatro cuartos la casa.

De salida, buscando la parada del autobús en la carretera, los dos se encontraron: el perro abandonado y el pescador solitario, y se comprendieron sin decir palabra. Los dos, inútiles. Los dos, silenciosos.

El pescador guiñó un ojo. El perro levantó una oreja; y juntos tomaron el autobús sin saber adónde, pero para ellos algo quedó bien claro desde el primer momento:

Pasase lo que pasase, no era amistad aquello.


17 de octubre de 1972


Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.
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