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Henchida de orgullo se desprendió de la estalactita y cayó dentro de la fuente.
Un leve roce de alas despertó de pronto los ecos silenciosos de la gruta, y la orgullosa gotita vio cómo algunas avecillas de plumaje negro y blanco se posaban con bulliciosa algarabía en torno de la fuente: era una bandada de golondrinas. Las más pequeñas avanzaron primero. Alargaban su tornasolado cuellecito y bebían con delicia, mientras las mayores, esperando pacientemente su turno, les decían:
—¡Bebed, hartaos, hoy cruzaremos el mar!
Y la peregrina de la montaña veía con asombro que las gotas de agua que la rodeaban, se ofrecían al parecer gozosas a los piquitos glotones que las absorbían unas tras otras, con un glu glu musical y rítmico.
—¡Cómo pueden ser así! —decía—. ¡Morir para que esos feos pajarracos apaguen la sed! ¡Qué necias son!
Y para huir de las sedientas, estrechó sus moléculas y se fue al fondo.
Cuando subió a la superficie, la bandada había ya levantado el vuelo y se destacaba como una mancha en el inmenso azul.
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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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