El autor cuenta con maestría la difícil combinación de la pobreza más extrema y el orgullo más avasallador. Las paupérrimas protagonistas sufren más por lo que dicen de ellas que por sus duras condiciones de vida, en un retrato social de los antiguos "conventillos" contado con un cierto humor.
Esta exposición del bienestar general, obrando por contraste, acentuó
en el grupo los sentimientos de benevolencia que comenzaban a
invadirlo.
Y conociéndolo así, la lavandera volvió a decir:
—Es cierto que son antipáticas y pesadas de sangre, pero también
debemos considerar que están cargadas de años y no tienen amparo
ninguno. Hay que tener caridad y disculparles algo siquiera su mal
carácter.
Sólo una de las presentes se mostró recalcitrante:
—Yo —dijo— no creo que estén necesitadas. Si así fuese no serían tan
soberbias. Desde luego la debilidad no la tienen en la lengua. En cuanto
a favorecerlas, les declaro que ni un vaso de agua recibirían de mi
mano.
Cambiáronse entre las circunstantes algunas sonrisas. Adivinaban la
causa de esa actitud tan poco caritativa. Antes del arribo de las
“Niñas”, la rencorosa era la más temible camorrista que había en el
conventillo. Nadie podía medirse con ella. En todas las refriegas que
provocaba salía siempre victoriosa. Envanecida por tantos triunfos y
segura del éxito, embistió un día contra la recién llegada, pero el
resultado de su acometida fue una derrota espantosa.
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Publicado el 27 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.
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