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HUGUET.— Allá voy... Por mí no quedará. (Vase por el comedor.)
CRUZ, DOÑA EULALIA
EULALIA.— ¿A qué vienen esos alardes de fiereza, señor gigante Goliat?...
También me ha disgustado, en las manifestaciones de usted, que no mostrara más cariño a esta casa, donde corrió inocente y plácida su infancia...
CRUZ.— ¡Mi infancia! Señora mía, ¿cree usted que es muy grata esa memoria?...
¡Si yo era en esta casa poco menos que un animal doméstico!... Tratábame mi padre con rigor excesivo. Recuerdo que teníamos un burro, al cual yo quería como si fuera mi hermano. Mi padre le trataba con más cariño que a mí; desigualdad que no me lastimaba. Los palos que al animal correspondían hubiéralos yo recibido en mi cuerpo por aliviarle a él.
EULALIA.— ¡Gracias a Dios que veo en usted un rasgo de amor al prójimo... digo...
de...! CRUZ.— Cosas de la niñez... Acuérdome bien de las dos niñas, y aún me parece que las estoy viendo, tan monas, tan lindas... frescas, tiernecitas, como los tallos nuevos de las plantas cuando retoñan en primavera. Las miraba yo como a seres de raza superior, a los cuales no podía tocar, y me creía indigno hasta de fijar en ellas mis ojos. Bien grabadas conservo en mi memoria algunas impresiones de aquel tiempo.
120 págs. / 3 horas, 31 minutos.
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Publicado el 1 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.
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