Pero sin faltar absolutamente á mis deberes escolares, hacía yo
frecuentes novillos, movido de un recóndito afán, que llamaré higiene ó
meteorización del espíritu. Ello es que no podía resistir la tentación
de lanzarme á las calles en busca de una cátedra y enseñanza más amplias
que las universitarias; las aulas de la vida urbana, el estudio y
reconocimiento visual delas calles, callejuelas, angosturas,
costanillas, plazuelas y rincones de esta urbe madrileña, que á mi
parecer contenían copiosa materia filosófica, jurídica, canónica,
económico-política y, sobre todo, literaria. Como para preparar el
entendimiento á estas tareas, con un regocijo musical, empezaba mis
andanzas callejeras asistiendo con gravedad ceremoniosa al relevo de la
guardia de Palacio, donde se me iba el tiempo embelesado con el militar
estruendo de las charangas, tambores y clarines, el rociar de la
artillería, el desfile de las tropas á pie y á caballo, y el gentío no
exclusivamente popular que presenciaba tan bello espectáculo, entre cuyo
bullicio descollaban las graves campanadas del reloj de Palacio. En
algunos momentos se me antojaba que veía pasar una ráfaga confusa y
vibrante de la historia de España.
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