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Conferencia.
15 págs. / 27 minutos / 171 KB.
10 de mayo de 2020.
Mis estudios del Rastro no hubieran sido completos sin añadir á la teoría la práctica. No una vez, sino muchas/visité, revolví y escudriñé el gran establecimiento de trapería que ocupa uno de los más amplios locales de la Ribera de Curtidores. Es sencillamente grandioso. Causa admiración y maravilla ver los enormes cargamentos de trapos que centenares de mujeres escogen y reparten en las cuatro categorías de lana, algodón, hilo y seda, para ser reexpedidos adonde otras manos labren con ellos nuevas industrias. Vierais en otra zona del Rastro ó Las Américas enormes carros de cuernos, que pasarán á ser botones, peines y diferentes objetos de celuloide. Además de estas industrias, cuya materia prima sale del Rastro, hay otras que allí mismo se desarrollan. En no sé qué república de las Américas vi grandes almacenes de puertas y ventanas procedentes de derribos, que se utilizan luego en nuevas construcciones. De esta república pasé á otra en que me vi sorprendido por un escuadrón de caballería, apestando á pintura reciente: era una fábrica de caballos de cartón, deleite de los chiquillos; también vi muchedumbre de «Peponas» en cueros, muy encarnadas y rollizas. No quiero llevaros conmigo á los talleres de curtidos, desagradables y malolientes, como toda industria que se elabora con los despojos del Matadero; pero sí me acompañaréis á la más peregrina industria que existe en aquellos lugares: la fábrica de cuerdas de guitarra y violín. Éstas se hacen, como sabéis, con tripas de cabra, y es de ver al jayán que corta las tripas en delgados hilos y luego los estira y los tuerce. Contemplando aquellos trabajos una y otra vez, me lancé á un estudio extravagante que arrancaba de la brutalidad del matarife y concluía en el taller de Stradivarius. ¡Extraña concomitancia de las tripas de un rumiante y el pentagrama donde Beethoven escribió el delicioso andante con variaciones de la Sonata de Kreutzer!