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— Es que ahora viaja en calidad de estatua, y como tal estatua no repugna el desnudo, ni se deja querer.
— Pues no es de mármol ni de talla, Don José mío, que ayer le pude echar un pellizco y... Por poco me pega... Cuando llegue a Madrid, si antes no la roban, tendrá que ver esa ninfa después de un buen lavatorio.
— Yo me la figuro lavada y bien vestida, y... me parece que pierde, quiero decir que estará menos bella.
—¡No, por Dios, D. José...! Yo me la imagino con ropa, y francamente...
— Vamos, le gustaría a usted ponerle ropa.
— Naturalmente, para quitársela».
No pudimos seguir porque mi mujer retrocedía con Rosarito, llamándome. Inquieto corrí hacia ella, entendiendo que se sentía mal. «¿De qué hablabais? — me dijo colgándose de mi brazo —. ¿Por qué se iban quedando atrás y a cada ratito se paraban? Alcalde, ¿podrá decirme qué cosas de tantísimo interés le contaba usted al marido mío?
— Señora — replicó Salado prontamente —, le hablaba de establecer en Atienza una fábrica de jabón.
260 págs. / 7 horas, 35 minutos.
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Publicado el 5 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
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