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Novela.
260 págs. / 7 horas, 35 minutos / 512 KB.
5 de octubre de 2016.
Menor de edad el Infante D. Alfonso, que luego fue el VIII de su nombre, vencedor en las Navas, anduvo de mano en mano, cogido y soltado, entre guerras y alteraciones sangrientas, por los señores feudales que se disputaban su tutela. Ya le tenía D. Gutierre de Castro, a quien el Rey Don Sancho había designado para la regencia, ya los Laras y otros tales, hasta que su tío Don Fernando, Rey de León, entró por Castilla, y apoderándose del chiquillo Rey, consiguió que las Cortes de Soria confirmaran a su favor la entrega de Alfonsito y de las rentas reales. Hecho esto, recluye al niño en el castillo de San Esteban de Gormaz y se va para su reino. No contentos los señores de Castilla, o ricos—omes, que venían a ser algo semejantes, por el poder y la audacia, a nuestros hombres públicos, sacaron al reyecito de donde estaba y lo depositaron en el castillo de Atienza, que se tenía entonces por de los más seguros del reino... Pero luego vino otro bando de ricos—omes, y no conformes con el encierro del Rey niño, idearon robarlo y llevárselo a Ávila, empresa no fácil, porque el Rey de León, sabedor de aquellas feudales discordias, avanzaba con su aguerrido ejército, y ya venía tan cerca que casi se sentían los pasos de los honderos de su vanguardia. ¿Qué hicieron los ricos—omes? Pues confabularse con los arrieros de la villa, recueros, o conductores de recuas, afamados por su robustez, ligereza y osadía, y organizar una caravana, en la cual, clandestinamente, vestido de arrierito, fue bravamente conducido y salvado, pasando ante las barbas de las tropas leonesas, el niño que andando los años había de ser Don Alfonso VIII, el de las Navas de Tolosa.