Una biblioteca en la palma de la mano
20 de abril de 2018 / Edu Robsy
Muchas personas me han preguntado por qué me decidí a poner en marcha un proyecto como textos.info. La pregunta tiene una cierta lógica: esta biblioteca virtual no es ni pretende ser un negocio, no genera ningún ingreso, sino que, por el contrario, supone una serie de gastos y una gran inversión de tiempo. En ocasiones, por distintos motivos, también yo tengo mis dudas: ¿por qué crear y mantener una biblioteca digital abierta y gratuita?
La respuesta directa es sencilla: porque me gusta hacerlo. El amor por las palabras fue lo que unió a mis padres, por lo que le debo hasta mi propia existencia: un amor que he heredado y comparto. La lectura es una de las actividades más importantes en mi vida. Gracias a que dispongo de conocimientos técnicos básicos, he podido crear textos.info sin ninguna otra ayuda que la paciencia que han demostrado mi familia y amigos.
No soy bibliotecario, ni editor ni gestor cultural. No pertenezco a ninguna fundación o asociación, ni me he dedicado nunca a la promoción de la lectura. Sin embargo, me siento en deuda hacia la palabra escrita, hacia los libros y todo lo que me han aportado. La idea de poder compartir ese amor y pagar en parte esa deuda de gratitud es lo que me motiva a hacer lo que hago: poner a disposición de todos y de una forma fácil y gratuita los mejores textos escritos.
La idea, en sí misma, no tiene nada de extraordinario ni es especialmente original. Hay otras muchas bibliotecas digitales e infinitas formas, legales o ilegales, de acceder a libros en formato electrónico de forma gratuita. Entonces, ¿es necesaria una biblioteca digital más como textos.info? Seguramente no, pero la he diseñado para responder a una problemática muy concreta, que a mi entender, no estaba suficientemente bien resuelta: hacer accesible el mayor número de obras literarias al máximo número de personas. Que sea accesible supone, por descontado, que sea gratuita y, además, disponible en todo momento y desde cualquier lugar de una forma sencilla y rápida.
A finales del año 2009, viajando por Perú, visité la isla de Amantaní, en el lago Titicaca, en pleno altiplano de los Andes. Allí, hospedado por una familia humilde, tuve la oportunidad de conocer a sus habitantes, una pequeña comunidad quechua. Cansado por el viaje, me eché a leer un rato en mi habitación. En aquella ocasión llevaba conmigo uno de los primeros lectores de libros digitales para evitarme la molestia de cargar en mi mochila con varios libros en papel. Uno de los niños de la casa, muy curioso y vivaz, me preguntó por lo que estaba haciendo y le respondí que estaba leyendo. Sonriente, me comentó que leer era lo que más le gustaba hacer. Dejándole que jugara con el aparato, le expliqué brevemente en qué consistía un libro digital y cómo un dispositivo así era capaz de almacenar una pequeña biblioteca. Cuando entendió que en aquel pequeño aparato había más de doscientos libros se quedó pasmado. Con una mirada muy triste, me hizo una confesión terrible: no le quedaban más libros por leer en toda la isla. El chico, de apenas diez años, había leído y releído literalmente todos los libros que había en aquella pequeña comunidad. No tenía nada más por leer: había devorado todas las palabras escritas de su mundo.
Me quedé desconcertado y pensativo. Algo tan fácil para nosotros como conseguir un libro, tan trivial que lo damos por hecho, no lo es tanto para otras muchas personas. No hay bibliotecas en los lugares donde otras necesidades son más inmediatas... Y, sin embargo, no puedo concebir la vida sin libros, sin lectura. El lenguaje escrito es lo que nos permite elevarnos por encima de lo que aprendieron nuestros antecesores y llevar el conocimiento humano un poco más allá. Gracias a la palabra, cada generación acumula nuevo conocimiento que sedimenta sobre el que atesoraron las anteriores. Este saber es el único patrimonio humano, nuestra auténtica herencia.
No pude hacer nada por ese chico en aquel momento. Mi viaje continuó, alejándome de Amantaní, pero conservé aquel recuerdo de una forma muy vívida, como algo más que una simple anécdota. Años después, con la evolución tecnológica de la última década en cuanto a conectividad y comunicaciones, y habiendo adquirido algunos conocimientos técnicos, me planteé crear una biblioteca digital para que a nadie más se le acabaran los libros. En su diseño, los principios fueron muy claros: que fuera accesible desde todo el mundo, permitiendo la lectura y la descarga gratuita y legal de textos de todo tipo, fácil de usar y que posibilitara la lectura desde cualquier medio electrónico, móvil, tablet, ordenador o ebook, incluso con velocidades de conexión precarias y consumiendo el mínimo de datos posibles. Una biblioteca abierta, totalmente independiente, sin anuncios, línea editorial o censura, en la que todos, además de leer, pudieran a su vez añadir sus propios textos. Una biblioteca, en definitiva, en la palma de la mano.
Estos días se cumplen dos años desde que se puso en marcha textos.info, la biblioteca digital abierta que trata de ser de verdad accesible. Durante este tiempo se han añadido casi 3.500 textos gratuitos de unos 350 autores, o lo que es lo mismo, 125 millones de palabras, el equivalente a más de 350.000 páginas de papel. Una persona que leyese una hora al día tardaría casi 30 años en leer toda la biblioteca, que crece día a día. Las grandes obras de la literatura universal están al alcance de todos de una forma sencilla y gratuita.
Durante este año 2018 unas 200.000 personas pasarán por textos.info para leer y descargar libros. Los lectores acuden desde todas partes: México, España, Argentina, Colombia, Chile, Perú, Nicaragua... Unas cifras, todavía modestas, que crecen a un ritmo sostenido, aunque quede todavía mucho trabajo por hacer. Es mi pequeña aportación, lo que he podido hacer con mis propias manos: no resuelve ninguno de los grandes problemas de nuestro tiempo, pero permite que todos, estén donde estén, accedan en pie de igualdad al conocimiento, al pensamiento, a las ideas y a las obras de las mentes más brillantes de la humanidad.
Quiero pensar que entre todos estos visitantes esté quizás aquel chico, hoy un hombre, al que no le faltarán nunca más libros que leer, viva donde viva.