Vida y Pensamientos Morales de Confucio

Confucio


Tratado, Filosofía, Ética



De la filosofía de los chinos

Todos los pueblos conocidos de la tierra, separados los unos de los otros por montañas inaccesibles, por la profundidad de los rios, por el abismo de las mares; mas divididos aun por las opiniones, por el culto religioso, por la industria, por las costumbres; pero reunidos por una comun ceguedad, parece hallarse convenidos entre ellos, en conceder el mas alto grado de gloria á los que les han hecho padecer el mayor número de males. Cenizas, ruinas, huesos descarnados, y una soledad horrible, testifican á la posteridad los altos hechos de los conquistadores, y les aseguran los elogios y la veneracion de los hijos á cuyos padres degollaron.

En este universal delirio, los Chinos solamente conservando ideas justas, y el amor de su bien estar, han preferido siempre los hombres que los ilustran, á los que los destruyen. El nombre de Fo-hí es tal vez menos harmonioso que los de Hermes y Orfeo; pero tambien es respetable. Este sabio Emperador, que reynaba, á lo menos, dos mil y quinientos años antes de nuestra era vulgar, supo preferir á toda otra especie de imperio, el de la razon, y se hizo el Preceptor de sus pueblos, que aun en el dia le llaman el Padre de la Ciencia.

Pero el arte de escribir aun no se habia inventado; y así ciertos nudos servian á los mercaderes para llevar cuenta de los pormenores de su comercio. Pero ¿cómo explicar la Filosofia con los nudos? El medio que Fo-hí empleó para asegurar á sus principios alguna duracion, no era menos insuficiente que aquel: trazó lineas, de las quales dió sin duda la correspondiente explicacion, pero ésta fué olvidada bien presto.

De este modo los conocimientos apenas trazados por Fo-hí, y que quiso transmitir á sus pueblos, habrian tenido una corta influencia sobre su prosperidad, si no se hubieran elevado de tiempo en tiempo Principes dignos de ocupar el trono de este grande hombre.

Entre estos Soberanos conserva la posteridad sobre todo con reconocimiento la memoria de Yao, de Chun y de Yu. Es necesario, quando se recorren las historias, acostumbrarse á respetar unos nombres que ofenden al oído.

El primero de estos Emperadores reynaba dos mil trescientos cincuenta y siete años antes de la era vulgar. Como amigo de la humanidad hizo consistir su grandeza en el exercicio de las virtudes. Como enemigo del orgullo de los Palacios, del luxo en los vestidos, de las delicias y regalos de la mesa, habitaba una humilde casa, vivia como un particular, y vestia como ellos. ¿Necesitaba, por ventura, el Príncipe del fausto imperial, quando el hombre era tan distinguido del resto de la nacion por los respetos que merecia?

Él arregló el Calendario: estableció siete Tribunales, que subsisten todavía; y sábio, como lo era, creyó ser obligacion suya el enseñar la sabiduría á sus pueblos. Pero lo que hizo mas distinguido sobre todo su reynado, fué la eleccion de succesor. Tenia hijos, pero destituídos de talentos y virtudes; mas, nacidos de un Soberano, creían no necesitar mas para gobernar los pueblos.

El Príncipe amaba á sus vasallos: habia procurado su felicidad, y por lo mismo quería que ésta fuese durable. Oyó hablar de un jóven labrador, distinguido por la pureza de sus costumbres, por la solidéz de su entendimiento, y por el talento que poseía para conciliar y suavizar los humores agrestes y brutales de sus hermanos, y arrancándole de la carreta, le confia algunas partes de la administracion, estudia sus talentos y sus gustos, y lo eleva á empleos mas importantes, y al fin lo señala y nombra por succesor suyo.

Este labrador coronado fué Chun; y la veneracion que tienen á su memoria, se ve resaltar aun hoy dia en la profesion de la agricultura. Él correspondió con sus virtudes á las esperanzas de Yao, y así como él, cultivó y enseñó la sabiduría. Tan desgraciado en sus hijos como Yao, retiró de los trabajos del campo á Yu para hacerle su sócio en el Trono: ¡Yu, que por sus beneficios, y no por sus conquistas, lágrimas y sangre de las naciones, mereció el sobrenombre de Grande!

Yao y Chun tienen el primer lugar entre los antiguos sabios. Confucio, cuya memoria y escritos son tan religiosamente respetados, anunció que él nada decia de suyo, y que lo que hacía era renovar solo la doctrina de aquellos Príncipes, y se gloriaba de ser unicamente el Rey de armas de la antigüedad.

El grande espectáculo de las rovoluciones del sistema celeste ocupó de una justa admiracion á los sabios de la China. Parece que las comparaban, así como Pitágoras á la harmonía musical; y quisieron establecer sobre la tierra esta concordia de los cuerpos celestes, de los quales hicieron el modelo de su moral, y de su política interior.

Estas dos ciencias, á las quales unieron la de la historia, fueron siempre el principal objeto de sus estudios. Ellos no tenian idea alguna de aquellas sutilezas metafísicas que hicieron perder á los Griegos un tiempo precioso, y cuyas fantásticas bellezas les hicieron tan freqüentemente desconocer las de la verdad.

Admiradores reflexîvos del órden sublime de las cosas criadas, elevaron su inteligencia hasta el Trono del Criador. Daban al Ser Supremo el nombre de Khang-ti, que interpretan Dominador Supremo. Reverenciaban tambien algunas Potestades inferiores, y algunos Seres espirituales ministros de la Divinidad; pero tenian el buen juicio de no intentar el querer conocer, ni definir la naturaleza del Dios que recibia sus homenages. Sus corazones adoraban, y sus entendimientos renunciaban comprehender.

Decian á los Príncipes: Estad bien ciertos de que vuestros vasallos son vuestros hijos; y á los vasallos: Reconoced á vuestro padre en vuestro Monarca: abrazad á vuestros conciudadanos, y á la humanidad con vuestra fraternal ternura. Este era el fundamento de su moral y de su política, y este principio tan simple era para ellos fecundo en conseqüencias útiles. El desenrollo de todo esto se encuentra en sus antiguos libros llamados Clásicos, los quales son mirados en cierto modo como sagrados.

Se dividen en dos clases. La primera está compuesta de cinco libros los mas antiguos, entre los quales se comprende el Y-king, obra ininteligible de Fo-hí, formada de líneas derechas, enteras ó cortadas. Llaman á esta coleccion el U-king.

El segundo que intitulan Su-chu, se compone de quatro obras de Confucio y de sus discípulos. Como esta segunda coleccion no tiene la augusta antigüedad que hace tan venerable al U-king, es colocada en una clase inferior: porque la razon, para obtener el respeto de los hombres, necesita hallarse cubierta del moho de la antigüedad.

Los letrados no pueden elevarse á los grados sin ser exâminados sobre uno de los volúmenes del U-king, que ellos elijan, y sobre los quatro libros del Su-chu. Pero como hay un cierto arte de torcer el sentido de los autores, y hacerles decir lo que jamás pensaron, antes bien todo lo contrario de lo que ellos discurrieron; los letrados Chinos, citando, explicando, aclarando, y desenvolviendo los libros antiguos, que de acuerdo reverencian, insensiblemente se han apartado de la antigua doctrina.

En el siglo décimo de nuestra era se levantó una nueva escuela de filósofos, que comentando siempre los libros de los antiguos sabios, se aparta siempre mucho mas de su felíz sencilléz. En el siglo décimo-quinto se formó otra escuela, á la qual acusan de ateismo. Sería temeridad que nosotros pronunciaramos acerca de los pareceres de estos letrados, cuyos escritos no tenemos: y puede ser tambien que lo fuera, si los tuviesemos.

Hemos visto que en la antigüedad mas remota, los Chinos daban á Dios el nombre de Khang-ti, Dominador Supremo.

Pero los letrados modernos en vez de Khang-ti, dicen que reconocen por primer principio el Tai-kie; el gran término, la razon universal del ser; y este Tai-kie, parece ser, segun ellos, material. Les es necesaria una autoridad, porque la razon ni el error no osan sostenerse ni caminar sin apoyo: y ellos saben encontrarla en un pasage obscuro de Confucio.

Nos hallamos distantes de querer defender aquí á los letrados modernos: ellos son ateistas, puede ser; pero los antiguos no lo eran, porque reverenciaban ciertamente á un Dios en el Khang-ti, é igualmente en el Tien, aunque esta palabra no significa propiamente otra cosa que el Cielo. No juzguemos á aquellos hombres venerables sobre una palabra, sino sobre su conducta, que la explica. ¿Hacian acaso por el Cielo material, ó por el material Tai-kié sus libaciones? ¿Era á un ser sin inteligencia á quien ofrecian sus sacrificios? ¿Era en honor de la nada el macerarse con sus ayunos? Supuesto que está probado que los ayunos, las libaciones, los sacrificios ordenados, aun hoy dia, estaban en uso en la mas remota antigüedad, no lo está menos que los antiguos eran Deicolas.

El materialismo de los letrados, si acaso exîste, ha nacido del abuso de la razon: diversas supersticiones recibidas en la China debieron su origen á la impostura. Tal es la de Lao-kium, que Confucio tuvo el sentimiento de ver elevarse en su patria. Este Lao-kium vivia en tiempo de este filósofo, y tenia mas edad él. Sus discípulos cuentan que su madre estuvo en cinta de él ochenta y un años, y que salió al mundo abriendo á aquella el lado izquierdo, con lo que la quitó la vida. Pero un Matricidio no anunciaba por cierto la venida de un Dios favorable.

Él dexó escritos que se crée haber sido falsificados por sus Sectarios. En ellos se hallan sanas máxîmas de moral: un Sectario que predicaba una moral impura y peligrosa, en vez de hacerse partidarios, excitaba un horror general.

Lao-kium es mirado como el autor de la Mágia. Lo cierto es, quando menos, que sus discípulos sedugeron tambien á varios Monarcas lisonjeandoles las dos grandes debilidades de la naturaleza humana, que son el querer sondar lo impenetrable de lo futuro, y sustraerse de la muerte. El Emperador Vu-ti, entregado mas que otro á su impostura, recibió de sus manos el brevage de la inmortalidad, y no conoció que aun era mortal hasta los últimos instantes de su vida.

La supersticion de Lao-kium nació en el seno mismo de la China: y fueron á buscar bien lejos la de Foë. Segun una tradicion generalmente recibida, Confucio habia repetido con freqüencia, que el verdadero sabio se hallaba en el Occidente. Siempre es un consuelo para el orgullo humano el creér que la sabiduría se halla en alguna parte; pero si por sabiduría se entiende la perfeccion, ésta se negó á la tierra.

Mas de cinco siglos despues de la muerte del Filósofo, y á los sesenta y cinco años de nuestra era, el Emperador Ming-ti, movido vivamente de la idea del sabio occidental, le veía á su parecer durante el sueño, y creía que estos sueños eran visiones enviadas del mismo Cielo. Hizo partir á dos de sus principales mandarines con órden de no volver hasta haber hallado el sabio que Tien le habia hecho conocer.

La comision era embarazosa; pero ellos encontraron en un Canton de la India el ídolo de Foë, se hicieron instruír por sus Sacerdotes, y creyendo haber encontrado lo que buscaban, traxeron á su Señor el pretendido Dios, y su doctrina.

La supersticion de Foë era ya antigua en las Indias. Véase aquí lo que cuentan del nacimiento de este supuesto Dios.

Un Rey Indiano, llamado Id-fang-vang, tuvo de Mo-yé su esposa un hijo nombrado Ché, ó Ché-kias, del qual los Japones han hecho á Chaka. Este hijo es el que debia con el tiempo ser un Dios. Cuentan que nació en el año de 1026, antes de nuestra era.

Su madre vió en sueños un Elefante blanco que se le entró en la boca, y se le colocó en su seno. Este milagroso Elefante pasó por el padre de Foë.

Lao-kium vino al mundo por el lado izquierdo de su madre: el divino Foë lo verificó por el derecho, y como aquel, dió tambien la muerte á la que le dió la vida.

A la edad de diez y siete años casó con tres mugeres, y no tuvo de ellas mas que un hijo. Bien pronto abandonó el hijo y las mugeres, se retiró á una soledad, y se puso báxo la conducta de quatro gimnosophistas ó filósofos.

Hasta entonces Ché-kia, que aun conservaba este nombre, nada tenia de divino; pero contemplando al sol, con exâctitud á los treinta años, fué penetrado de sus rayos, y se hizo Dios. Entonces fué quando tomó el nombre de Foë, y se hizo dar honores divinos. Sus discípulos no faltaban á atribuírle un gran número de milagros; y ligada su religion al antiguo dogma de la metempsicosis, se ha extendido en la mayor parte del Oriente. Este tal Dios no pudo dispensarse de pagar el último tributo á la naturaleza. Y no teniendo ya interés en sostener su impostura, declaró en su muerte á sus discípulos que le rodeaban, que los habia engañado por espacio de quarenta años; que todas las esperanzas de los hombres eran vanas, y que su principio no era otro que la nada.

De este modo se establecieron dos doctrinas de los discípulos de Foë: la una, que era pública, favorecia las supersticiones del pueblo, y lo que nosotros llamamos idolatría; y la otra, secreta, que puede creérse un puro ateismo, es mas bien un Quietismo de una especie muy singular, que tiene por objeto el acercar ó semejar al hombre á una roca insensible. Ha tenido partidarios esta opinion junto, y hasta en el mismo Trono. Los que quedan mas largo tiempo en una perfecta inmobilidad, en una enagenacion total de las funciones del cuerpo y del espíritu, son los que se acercan mas á la perfeccion.

Todo el báxo pueblo de la China está abandonado á las vanas supersticiones de Foë, y la mayor parte de los letrados se atienen mas ó menos á la una ú otra de estas doctrinas.

Pero antes que los sistémas de las nuevas escuelas, y las supersticiones de la idolatría hubieran degradado á los letrados, ha podido creérse por algun tiempo, que las letras ellas mismas iban á destruírse con los libros que sirven de cimiento á la doctrina.

Cerca de dos siglos antes de nuestra era reynó el Emperador Chi-hoang-ti. Este se hizo construír magníficos Palacios: los caminos que freqüentaba ensanchados á costa de la agricultura, fueron ceñidos de Cedros siempre verdes; y las Campiñas, antes cubiertas de ricas cosechas, se convirtieron en deliciosos jardines. Se hizo construír tambien un sepulcro, cuya magnificencia y riquezas sobrepujaban á las de los Templos. Por órden suya se fundieron, é hicieron de bronce las estátuas colosales de doce héroes, y cada una pesaba ciento veinte mil libras. Hizo asímismo construír contra los Tártaros aquella famosa muralla que ya se eleva sobre las montañas, y ya se abate hasta la profundidad de los precipicios. El Labrador agoviado báxo el peso de los impuestos, se vió arrancar de los trabajos campestres, y sometido a las mas duras cargas. En fin, Chi-hoang-tí reunió báxo su dominacion la China entera, haciendo morir á los Príncipes tributarios, y causando tantos males, que se hizo indigno de merecer un lugar entre aquellos Soberanos, que la desgracia de los pueblos ha hecho colocar en el número de los hombres grandes.

Este Monarca tan fiero se entregaba, no obstante, como un niño á las imposturas de los Sectarios de Lao-kium. Envió sus flotas hasta Bengala para que allí buscasen el brevage de la soñada inmortalidad: tan pequeño era este mortal soberbio, que abrumaba á sus vasallos á los ojos del sabio.

Él no debió aborrecer las letras: un sabio fué el encargado de su educacion, y otro tal era su Ministro. Pero los letrados indignados de su tiranía, citaban sin cesar contra él máxîmas y exemplos sacados de los libros clásicos, y parecia que la idea de apoyarse sobre estas autoridades, era la de excitar al pueblo á un levantamiento.

Este Príncipe habia mirado con desprecio la fuerza de un pueblo entero: algunos libros escritos desde varios siglos, y que censuraban indirectamente su conducta, le parecieron temibles, y en conseqüencia los condenó todos al fuego. Los de Confucio fueron buscados con mas severidad y diligencia que los otros; sea que su moral mas austéra ofendiese demasiado á este Príncipe corrompido, ó sea que la autoridad del escritor se los hacía mas odiosos. Los libros que trataban de medicina, de agricultura, de astrología judiciaria, fueron los solos respetados.

Las letras parecian proscritas para siempre; pero el Emperador murió; su hijo fué asesinado despues de un reynado bien corto, y con él se extinguió la dinastía de los Tienes. Los Soberanos de la siguiente dinastía hicieron juntar todos los libros que pudieron recogerse. Se hizo una coleccion de ellos: se recogieron con el mayor cuidado varios fragmentos medio quemados; se registraron los huecos de las paredes y los sepulcros, y se sacaron de ellos los escritos que recelaban, y que los sabios habian ocultado allí con peligro de su vida.

En fin, todos los retazos informes de la antigua literatura se juntaron religiosamente. Quedaron vacios irreparables, faltas que toda la inteligencia de los restauradores no pudo corregir, intercalaciones dificiles de descubrir, y sospechas acerca de los textos conservados, puede ser en toda su pureza. Todos estos escombros, por decirlo así, fueron consagrados por un respeto supersticioso; y se prohibió por una ley, añadir, quitar ó cambiar un solo carácter á los que se habian hallado y contado con el mayor esmero.

Tales son los primeros monumentos de las ciencias de la China. Quando los Misioneros de Europa quisieron tomar conocimiento de ellas, experimentaron dificultades que debieron parecerles insuperables. La lengua de los Chinos, por su forma, no se parece á ninguna de las nuestras. No tiene mas de trescientas palabras, y todas son monosílabos; pero cada uno de ellos puede recibir acentos diferentes, puede pronunciarse mas ó menos lentamente, puede aspirarse con mas ó menos fuerza, y cada una de estas ligeras diferencias en la pronunciacion, le da una significacion nueva.

Por exemplo, un monosílabo que recibe por las variedades de la pronunciacion once significaciones diferentes, cambia todavía de sentidos por la adicion de palabras con las quales puede componerse.

Los nombres no se declinan ni tienen artículos: los verbos no tienen sino la forma del infinitivo; nada designa los tiempos ni las personas. Los Chinos casi carecen de partículas; y en fin, la misma palabra con el mismo acento puede ser verbo, nombre sustántivo, adjetivo ó adverbio. Esto da á la lengua una concision sentenciosa, y la hace al mismo tiempo muy obscura. Sin embargo, estos Chinos que tienen tan pequeño número de palabras, tienen una cantidad innumerable de caractéres. Como carecen de acentos, les son indispensables diferentes caractéres para explicar las significaciones diversas del mismo monosílabo distintamente pronunciado. Tambien los tienen para explicar las palabras compuestas, y los tienen en gran número para expresar frases enteras.

Puede tambien decirse que los caractéres Chinos no pintan ni letras, ni sílabas, ni palabras, sino ideas. Pueden compararse á nuestras cifras, que cada nacion explica con diferentes palabras. La lengua de los Cochin-Chinos, y la de los Japones no se parecen á la de los Chinos; pero los unos y los otros emplean los mismos caractéres, y entienden mutuamente lo que escriben, aunque no se entenderían si se hablasen.

En la China, chicos de seis años se aplican á la lectura, continúan el mismo estúdio toda la vida, y envejecen, y mueren sin haber conocido todos los caractéres de su lengua. Se cuentan á lo menos, ochenta mil, dice el Padre Duhalde, y han hecho de ellos un Diccionario de noventa y cinco mil, al qual han aumentado despues quatro volúmenes de suplemento.

¿Es de admirar que los Chinos, que desde tanto tiempo cultivan las ciencias, hayan hecho en ellas menos progreso que los Européos? Ellos emplean en el estúdio de sus caractéres el tiempo que empleamos nosotros en el estúdio de las cosas. El arte de leer no ocupa sino los primeros años de nuestra infancia, y consume en ellos todo el tiempo de su vida. Agréguese á esto el gran trabajo que emplean en pintar perfectamente todos estos signos multiplicados, mientras que un sabio no es menos estimado entre nosotros, por no saber formar bien las veinte y quatro letras de nuestro alfabeto.

Pocos Doctores de la China llegan á conocer quarenta mil caractéres, y los letrados ordinarios apenas saben de quince á veinte mil. Pero siempre es cierto que entre los Chinos es la lectura una ciencia de inmensa extension, y que sus sabios, los mas estudiosos mueren muy viejos sin haber recorrido la mitad.

Sin embargo, algunos Misioneros que han llegado á la China en una edad bastante avanzada, se han dado al estúdio de los caractéres Chinos, y han dexado atrás rápidamente á los nacionales que se habian dedicado á él con tesón desde su primera infancia: nueva prueba de la superioridad de los Européos sobre los pueblos del Asia.

Solo nos resta el hablar de nuestro trabajo, y este artículo debe ser bien corto. Hemos extraído de los libros escritos por el Padre Cuplet y por sus cooperantes las máxîmas que pertenecen á Confucio, las quales estan mezcladas en el original con los pensamientos de sus comentadores. Tambien hemos sacado algunas máximas de la obra del mismo autor sobre el amor filial, publicada por el Padre Noël. No hemos excusado siempre el adoptar los pensamientos de sus discípulos quando nos han parecido necesarios para aclarar y desenvolver los del maestro.

Por no privar al lector de algunos bellos pensamientos que estaban en narracion, los habemos reducido á máxîmas.

Otra licencia nos hemos tomado. Sabiendo que la lengua China no tiene correspondencia alguna con las nuestras para que las traducciones latinas sean literalmente fieles; instruídos por otra parte de que los intérpretes habian parafraseado freqüentemente el texto, hemos estrechado nuestro estilo, quando hemos hallado el suyo floxo y difuso. Muchas veces hemos sido infieles á la palabra, y aun á la misma frase. No se trataba de presentar una version literal, sino de dar la moral de Confucio, y hacerla leer.

Puede ser que no hayamos acertado. "Pero, ó discípulo de la sabiduría, no descuides las raíces por aplicarte á las hojas" dice Tsuhia, discípulo de Confucio.

Vida de Confucio

Con-Fu-tsu, ú Con-futsée, que nosotros llamamos Confucio, nació 551 años antes de nuestra era, en un simple lugarillo del reyno de Lu; porque la China estába entonces dividida en varios reynos tributarios del Emperador. La soberanía de Lu forma hoy dia la provincia de Khang-tong, al sueste de Pekin.

El padre de Confucio instruído personalmente por las primeras magistraturas que habia exercido, descendia del penultimo Emperador de la dinastía de los Chang. A la edad de setenta años tuvo á su hijo Confucio, el qual le perdió á los tres. En este mismo tiempo vivia Solón; Thalés era muy anciano; Pitágoras florecia, y Sócrates iba á nacer.

Confucio se entregó enteramente al estúdio de los libros antiguos desde la edad de quince años: de ellos recogía con cuidado las máxîmas mas útiles para la conducta de la vida, y conformando á ellas sus costumbres, se preparaba, en una edad tan tierna, para ofrecerlas á los otros en lecciones.

Casaronle á los veinte años; pero repudió luego á su esposa, y no volvió á tener otra, aunque la Poligamia era permitida en la China. Tuvo un hijo llamado Pé-yu, el qual fué padre de Tsu-su, que comentó los libros de su abuelo, y los ilustró aun mas por su sabiduría, que por las dignidades á las quales fué elevado.

Confucio exerció la magistratura en varios reynados, buscando las dignidades, no tanto por las ventajas personales que le procuraban, quanto por trabajar en beneficio de los pueblos, y dar á su doctrina aquella autoridad que él mismo recibia de sus empleos. Pero al punto se separaba de ellos, si solo le procuraban vanos honores sin la satisfaccion de ser útil á los otros.

A los cincuenta y cinco años de su edad fué elevado al principal ministerio del reyno de Lu, su patria. Bien pudo la nacion conocer al instante que un sabio estaba á la cabeza del ministerio: las leyes se observaban, las costumbres se mejoraban, la concordia reynaba en las familias, la paz interior dulcificaba las penas del pueblo, y se habrian avergonzado si no hubieran reconocido que aquel imperio era el de la razon. Toda esta felicidad se esparcia sobre el reyno de Lu, y Confucio no habia mas que tres meses que tenia la direccion de los negocios.

Esta prosperidad fué mirada de un ojo zeloso por los Príncipes vecinos. Demasiado corrompidos estos para seguir el exemplo que se les presentaba, no supieron hacer otra cosa que temer á un estado, en el qual reynaban las buenas costumbres y las leyes. Habria sido un absurdo temerario el calumniar á Confucio; habria sido tambien lo mas odioso el haber conspirado contra su vida; pero encontraron un expediente mas criminal todavía, aunque dulce en la apariencia, y fué el de corromper al Soberano.

Un Príncipe, que por usurpacion llegó á ser Señor del reyno de Tsí, fingió buscar la amistad del Rey de Lu, y hacerselo afecto con sus presentes. Envióle cautivas jóvenes, cuyo talento hacía mas seductora su belleza: los acentos lisongeros de sus voces y sus danzas lascivas, excitaban a la concupiscencia, y la pérfida dulzura de sus miradas, el agrado peligroso de sus sonrisas, aseguraban una derrota, que sus cantos y sus gracias habian ya comenzado.

El Rey recibió con reconocimiento estos dones insidiosos, tanto mas expuesto á los golpes de su enemigo, quanto se hallaba sin desconfianza alguna. ¡Ah! ¿quién sabe temer á la vívora ponzoñosa, quando se oculta entre las rosas del placer? Atacado, pues, por todos sus sentidos, y deshecho antes de haber pensado en combatir, se arroja y sumerge en las delicias. Rodeado siempre de estas bellas enemigas, que lo encantan al mismo tiempo que lo pierden, no dexa á su Ministro acceso alguno á su persona. Confucio acostumbrado á dexar sus empleos si no puede hacer en ellos el bien, titubea esta vez. Sus intenciones fueron siempre hacer bien á su patria, y ésta es la que es preciso abandonar. Él desea, él espera, él combate: dexa en fin un estado, en donde la sabiduría que acaba de hacer nacer, se ve reemplazada por la molicie mas peligrosa.

Se aleja llorando sobre su desgraciado país; recorre los estados de Tsi, de Guei y de Tsu; pero los Soberanos de estos reynos reusan los servicios de aquel mismo sabio, cuya posesion envidiaron al Monarca de Lu. Reducido á las últimas extremidades de la miseria, va errante de un parage á otro, deshechado por todas partes, y freqüentemente amenazado de perder la vida. De este modo la virtud, desterrada y proscrita, sufria la suerte que debe ser el castigo del crimen.

Siempre igual en sí mismo, ya en la elevada fortuna, y ya en la humillacion, sufria con entereza el despego de los Grandes, los desprecios del pueblo, y las canciones y sátiras, de las quales llegó á ser el objeto. Como era superior á los hombres viles que osaban ultrajarle, apenas se apercibia de sus impotentes ataques, y no se dignaba, ni de ofenderse, ni quejarse de ellos.

Perseguido por los furiosos zelos de un mandarin, Xefe del Tribunal militar, vió ya levantada la cimitarra sobre su cabeza. La mayor parte de sus discípulos huyó; algunos otros, pálidos y temblando, se quedaron á su lado. "Si el cielo nos protege, les dixo con rostro sereno, ¿qué puede contra nosotros el aborrecimiento de un hombre poderoso?"

Murió á los setenta y tres años. "Los Reyes, decia, no observan lo que enseño: ninguno de ellos sigue mis principios, y así no me resta ya mas, que morir." Estas fueron las últimas palabras que pronunció. Su muerte fué viva, é intimamente sentida de sus discípulos, los quales llevaron por él un año de luto.

Confucio habia observado toda su vida una gravedad de costumbres, y un cierto porte que con su dulzura lo hacía amable. Poco le costaba el ser justo, siendo, como era, moderado y templado; porque la codicia es la que engendra la injusticia. Censor severo de sí mismo velaba continuamente sobre todos los afectos de su ánimo. Él despreciaba los honores y las riquezas, y parecia que todas sus acciones fuesen absorvidas por la de extender su doctrina. Y no era el amor de la gloria, sino el de la humanidad, el que le ataba á sus principios, y la modestia completaba todas sus virtudes.

Tuvo hasta tres mil discípulos, de los quales fueron elevados á la magistratura en diferentes estados los quinientos. Setenta y dos de entre ellos se señalaron y distinguieron de todos los otros, y se conservan con respeto sus nombres y apellidos, y la memoria de sus patrias.

Él los distribuía en quatro clases. Los de la primera aprendian á cultivar su entendimiento por la meditacion, y á formar sus corazones para la virtud: la segunda reunia la lógica á la retórica: la tercera la habia consagrado á la política; y en la quarta se exercitaban en escribir sobre la moral.

Confucio á menudo errante, desterrado, y que apenas habia encontrado en la vasta extension de la China un parage en que poder reposar su cabeza, recibió despues de su muerte los honores que jamás se hicieron á hombre alguno, á menos que la supersticion no le hubiera colocado entre los Dioses. Todos los sabios, todos los magistrados, todos los letrados se lisongeaban de ser discípulos de Confucio; y no obstante sus opiniones, todos pretenden seguir su verdadera doctrina. Las aulas erigidas en todos los pueblos tienen su nombre; y los mandarines de primera clase no osan pasar por delante de estos asilos de las ciencias, sin baxarse de sus Palanquines.

No es permitido el tomar el grado de Bachiller sin ir antes á rendir el debido homenage á este grande hombre en el Palacio que le ha sido consagrado, y tiene su nombre. Llámanle el gran Maestro, el Santo, y el Rey de las letras. Los soberanos Tártaros de la China no tienen en menor veneracion la memoria de Confucio, que los mismos nacionales.

Sin embargo, no debe creerse que estos le concedan honores divinos; pues hasta el levantarle estatuas está prohibido, temiendo que estos homenages que se le rinden no degeneren en un culto idólatra. Se le reverencia en las aulas, pero no en los templos: se prosternan delante de su nombre, grabado sobre tabletas; mas no le adoran.

Un diplóma del Emperador asegura á los Magistrados que se han distinguido por su integridad, el título de discípulos de Confucio, y este título de honor es una recompensa suficiente de sus servicios y de sus virtudes.

La posteridad de Confucio exîste todavía, y el Xefe de esta familia recibe los honores que no pueden darse ya al sabio que no exîste. Luego que los letrados llegan á doctorarse, le hacen los presentes que ellos quisieran ofrecer á su augusto ascendiente; el Emperador le recibe en su Corte con las mayores distinciones: goza él solo de la nobleza hereditaria, y lleva el titulo de Cung, que es la primera dignidad de la nobleza China.

"Yo reverencio á Confucio, decia el Emperador Yung, (en uno de sus edictos): los Emperadores son los maestros de los pueblos, y él es el maestro de los Emperadores."

Pensamientos morales de Confucio

I

El justo medio en donde reposa la virtud es siempre el blanco del sabio, y éste no se detiene hasta llegar á él; pero nunca se propone el pasar mas adelante.

Huír del mundo y los honores, no manifestarse á los hombres, no ser tampoco conocido de ellos, no experimentar no obstante algun sentimiento de tristeza de tan profunda obscuridad, no arrepentirse jamás de haberse condenado á ella; este esfuerzo, superior á la comun naturaleza, no se halla sino en las almas privilegiadas.

II

No faltan gentes que siguiendo siempre, yo no sé qué virtudes extraordinarias y secretas, traspasan los justos límites del bien. Enamorados de una vana celebridad intentan saber lo que la inteligencia humana no puede comprehender, y no quieren hacer sino cosas prodigiosas. Yo no ambiciono tan alta sabiduría, y me contento con conocer, y hacer lo que generalmente conviene hacer y conocer.

III

El hombre perfecto entra en el camino ordinario, y lo sigue constantemente. Estos pretendidos sabios, cuyo orgullo afecta todo lo que se aparta de los usos comunes, de las ideas ordinarias, abrazan freqüentemente con temeridad lo que es superior á sus fuerzas; ó si entran en el verdadero camino de la virtud, lo abandonan á la mitad, y se detienen vergonzosamente. Esto es lo que yo ni querria ni podria hacer, yo me esforzaré para acabar lo que he comenzado.

IV

Hay una regla que no se aparta de la naturaleza del hombre: esta es la de la misma razon, que establece la correlacion y conveniencia que hay entre el Príncipe y el vasallo, entre el padre y el hijo, el esposo y la esposa, el viejo y el jóven, y entre el amigo y su amigo. Todos estos principios extraordinarios que los hombres se fabrican, estos ímpetus pasageros que ellos no pueden sostener, estas máxîmas extrañas y dificiles, que no se avienen con las conveniencias de ninguna clase de la sociedad; todo esto no puede mirarse como una regla, y se opone á la razon.

V

El que sincéramente y de buena fé mide á los otros por sí mismo, obedece á esta ley de la naturaleza, impresa en su corazon, la qual le dicta el no hacer á los otros lo que no quisiera que le hicieran á él, y hacer á los otros lo que quisiera que le hiciesen á él

VI

El Cielo mismo ha impreso en el hombre la razon natural. Pueden llamarla la regla, porque la naturaleza se conforma con ella, y la sigue. En restableciendo esta regla en la práctica, en observándola nosotros mismos, en haciendola seguir á aquellos que dependen de nosotros, obedecemos las verdaderas leyes de la virtud.

VII

Supuesto que esta regla forma la esencia de la razon natural, el hombre no puede ni debe apartarse de ella jamás. Si se pudiera abandonar alguna vez impunemente, entonces no sería ya una regla impresa por el cielo á la naturaleza.

VIII

Por eso el hombre perfecto está siempre atento á sí mismo: vela diligente hasta sobre las cosas que los ojos no pueden percibir, como son los mas ligeros movimientos del alma. Él experimenta una sabia timidez sobre las cosas mismas que los oídos no pueden entender, y no se aleja jamás, en ninguna accion de su vida, de la ley innata de la recta razon.

IX

Profundamente escondidos en nuestro seno los movimientos del alma, no se hacen conocer sino á aquellos que los experimentan. Pero el hombre perfecto, siempre atento á las impresiones interiores, que él solo puede percibir, conoce los repliegues mas escondidos de su corazon; y los movimientos mas ligeros de su alma hácia el bien ó el mal no pueden escaparsele.

X

La semilla de las pasiones es natural en el hombre, ó mas bien, ella es la naturaleza misma. Sin cesar quiere producirse en las acciones; pero el sabio pone á sus pasiones aquel freno que tambien le presenta la naturaleza, como que ella es el principio de la razon.

XI

De este modo las pasiones del alma, como son la alegría en la prosperidad, la indignacion que inspira la desgracia, el dolor que hacen sufrir las pérdidas, el placer que causa el goce de lo que por largo tiempo se habia deseado; antes de tomar fuerzas, y manifestarse en las acciones, se hallan todavía en un justo equilibrio, y en un estado de indiferencia hácia el exceso, ó hácia la falta.

Pero luego que ellas llegan finalmente hasta el punto indicado por la recta razon, forman el felíz acuerdo de las pasiones entre ellas, y con la misma razon. En equilibrio, pues, ellas son el gran principio de todas las bellas acciones, y de concierto con la razon son la regla universal del mundo, y la primera ley del género humano.

XII

El justo medio es el punto mas cercano de la sabiduría, y es lo mismo no tocarle, que pasar sus límites.

XIII

El sabio conserva siempre su justo medio; y el prevaricador se separa de él, ya por excederle, o ya por no llegar á él.

XIV

¡Ah! ¡qué cosa tan bella y sublime es el justo medio! Pero entre el vulgo de los hombres, ¡quán pocos son los que saben observarlo! Este mal no es nuevo: es la antigua dolencia de la humanidad: es un antiguo motivo de queja, y así fué en otro tiempo el género humano.

XV

Yo sé muy bien por qué la mayor parte de los hombres se separa del verdadero camino de la virtud. Los prudentes del siglo se alejan por desprecio, persuadidos á que su inteligencia es capaz de elevarse aun mas alto, y por consiguiente le miran como indigno de ellos. Los hombres ordinarios no llegan á él porque no pueden conocerle, ó porque espantados con las dificultades, desesperan de conseguirlo. Esta es debilidad, y esta es ignorancia.

XVI

Todas las acciones inspiradas por la naturaleza serian conformes á sus leyes, si estas mismas leyes fueran bien conocidas. Todo hombre come y bebe cada dia; ¡pero quántos son los que saben distinguir los sabores dignos de alabarse! ¡Quán pocos juzgar sanamente los platos, y los brevages emponzoñados por la funesta multitud de condimentos!

XVII

Todo hombre dice hoy: Yo sé lo que es menester hacer, y de lo que se debe uno abstener. Los que hablan con tanto orgullo tienen bien á la vista las utilidades, las ventajas y los riesgos, y sin embargo se arrojan voluntariamente, y se enredan en mil lazos, de los quales no podrán jamás verse libres. Dices que eres bastante prudente. Bien veo que conoces en efecto el punto justo del bien, y te conformas desde luego con él; pero vencido por tu debilidad, y fatigado muy presto, apenas permaneces en él un mes entero. ¿De qué te sirve, pues, un conocimiento del qual sacas tan poco fruto?

XVIII

Mi discípulo Hoei era hombre de gran prudencia : él sabía hacer distincion de las cosas entre ellas, y descubrir el punto de su perfeccion. Quando habia adquirido una virtud, la abrazaba estrechamente, la apretaba contra su pecho, y jamás la abandonaba.

XIX

Se encontrarán hombres que sepan gobernar facilmente Imperios: se hallarán que tengan bastante firmeza para rehusar las riquezas y las dignidades; y se encontrarán, puede ser, que marchen impunemente sobre puntas aceradas; pero sin un trabajo contínuo, y sin contínuos combates, no podrán sostenerse en el justo medio de la virtud, aunque éste puede descubrirse al primer aspecto.

XX

¡Quán grande era la sabiduría del Emperador Chun! Él desconfiaba de su propio juicio y de su prudencia, y se apoyaba, para gobernar el Estado, en la sabiduría, y en las ideas de sus Ministros. Gustaba de tomar consejo, hasta sobre las cosas ordinarias, y se complacia en exâminar las respuestas de sus Consejeros. Si sus dictámenes le parecian alguna vez poco conformes á la razon, no los seguia; pero disimulaba lo que hallaba de vicioso, entreteniendo así la confianza de sus Ministros, y aquel candor con el qual les comunicaba sus pensamientos. Quando sus consejos eran sabios, no se contentaba con seguirlos; afectaba elogiarlos para animar así aun mas á los que los habian dado, y excitarlos á aclarar sus pareceres. Si estos se apartaban un poco del justo medio, que siempre ha de seguirse, cogia los dos extremos, los pesaba maduramente en la balanza de la razon, y descubria el punto justo que separaba con igualdad los dos terminos opuestos. Por semejantes cuidados llegó Chun á ser tan grande Emperador.

XXI

Reynar es dirigir. Príncipes: dad vosotros mismos el exemplo de la rectitud y de la hombría de bien, y nadie osará el dexar de imitaros.

XXII

La principal ciencia de los hombres destinados á mandar á los otros, es la de cultivar y pulir la razon que han recibido del Cielo; de suerte, que limpia de todas las manchas que la imprimen los apetitos depravados, se parezca á un cristal el mas puro, y recobre su primera claridad.

XXIII

Ella consiste ademas en corregir al pueblo, y renovarlo en algun modo por exemplos útiles, y por sabios consejos; en fin, en perseverar firmemente en el bien soberano, que no es otra cosa que la perfecta concordancia de todas nuestras acciones, y de toda nuestra conducta con la sana razon.

XXIV

Luego que hayas conocido bien el verdadero blanco, al qual debes dirigirte, te hallarás fuertemente determinado á no separarte jamás de él. Fixo ya constantemente en esta sábia determinacion, siempre firme en ella, y siempre tranquilo, los infortunios no te abatirán, ni las prosperidades te engreirán: y así podrás considerar sin pasion todos los objetos, formar de ellos un juicio sano, y fixar de este modo tu meditacion pesandolos en su justa balanza.

XXV

La equidad arregla las palabras de un Príncipe sabio, y la utilidad pública sus acciones. Sus virtudes son respetadas, imitan su conducta, su persona es amada, y su bondad se hace el exemplo general. Si aconseja, se le escucha; y si manda, es obedecido.

XXVI

El Monarca debe instruír á sus pueblos. ¿Pero irá á la casa de cada uno de ellos á darles leccion? No, sin duda; pero con su exemplo á todos habla y enseña.

XXVII

Príncipe: tú debes ser un sabio administrador de tu Imperio: ensayate en la interior de tu familia: en ella encontrarás el modelo que debes seguir para la buena institucion de todo un pueblo.

XXVIII

Para arreglar bien una familia es menester desde luego arreglarse uno á sí mismo: es preciso hallar en su propia persona el modelo que debe proponerse en el régimen de una familia entera.

XXIX

Empieza, pues, por rectificar tu alma, por domar, y moderar los afectos que la apartan de su primera rectitud, y la abaten hácia el vicio.

XXX

No puede llegar á este grado sin penetrar al entendimiento de la verdad, y despojarle de todo error, de toda falsedad, y de toda preocupacion. La voluntad entonces queda pura, y recta la intencion, y no se desea otra cosa, que lo que es justo y honesto, sin apartarse, sino de lo injusto y peligroso.

XXXI

Pero tú no llegarás á rectificar tu voluntad, sino purificando y extendiendo tu inteligencia, y penetrandola, tanto quanto puedan y sean capaces de ello las fuerzas humanas, de la razon, y de la esencia de las cosas.

XXXII

Quatro reglas dirigen al hombre perfecto, ¡y yo no puedo observar exâctamente ni una sola! Yo no tengo á mi padre la misma obediencia que prescribo á mis hijos: yo no sirvo al Príncipe con la misma fidelidad que exîjo de mis subditos: yo no tengo el mismo respeto á mi hermano mayor, que el que pretendo del mas chico: yo no puedo volver á mi amigo los deberes que querria suponerle de adivinar sus ideas, y manifestarle en todo mi deferencia.

Pero el hombre perfecto practíca estas virtudes, y cada dia renueva su exercicio. Es circunspecto en sus mínimas palabras: y si cae en alguna falta, y no cumple con todas las obligaciones que se ha prescrito, se hace violencia á sí mismo para conseguir su desempeño. Si le viene á la boca una demasiada afluencia de palabras, sabe contener una parte de ellas; y severo censor de sí mismo, quiere que sus discursos correspondan á sus obras, y que sus obras correspondan á sus discursos. Con semejantes virtudes, ¿cómo dexaría de ser estable y constante? Yo me esfuerzo para imitarlo, sigo sus huellas, desde lejos, es verdad; pero al fin, yo le sigo.

XXXIII

La union de talento y virtud entre el Monarca y sus vasallos, hace pronta y facil la administracion del Estado. Del mismo modo que la virtud de una tierra acelera el acrecentamiento de las plantas. Un buen gobierno puede compararse á las cañas de los rios, que nacidas sobre las orillas de la corriente, crecen antes, y mejor que los demas vegetales.

XXXIV

La buena administracion depende de los hombres á quienes el Príncipe la confia; y como él mismo sirve de exemplo á los otros, su eleccion se funda siempre sobre su carácter: por conseqüencia debe modelarse sobre la regla universal de la razon. Por ella sola puede el Principe discernir el bien del mal, desechar éste, escoger aquel, y dar á cada uno lo que le pertenece, sin separarse jamás de la justicia. Esta regla se perfecciona por el mas felíz sentimiento del alma, y por aquel amor virtuoso que une el hombre á todos los hombres.

XXXV

Este amor, que llamarémos universal, no nos es una qualidad extrangera; es el mismo hombre, ó si se quiere, es una qualidad esencial del hombre, é innata en él, que le inspira amar á sus semejantes.

XXXVI

La propiedad del hombre es amar; pero el amor de sus parientes es su primer deber, y sirve de escalon por amar á los otros.

XXXVII

De este amor general nace la justicia distributiva, que da á cada uno lo que le es debido; pero el primer acto de esta justicia es el de preferir á todos los otros, á los sabios y á los hombres honrados, elevándolos á las dignidades, y condecorándolos con los cargos públicos.

XXXVIII

Esta gradacion del amor que debemos á nuestros parientes mas ó menos cercanos, á los hombres mas ó menos sabios, mas ó menos honrados, nace del órden harmonioso de las obligaciones. Por esta harmonía, que conviene con la del Cielo mismo, se dirige todo lo que existe.

XXXIX

Este amor, esta caridad pura, que yo recomiendo, es un afecto constante de nuestra alma, un movimiento conforme á la razon, que nos desprende de nuestros propios intereses, nos hace abrazar la humanidad entera, mirar todos los hombres como si solo hicieran un cuerpo con nosotros, y no tener con nuestros semejantes sino un mismo sentimiento en la desgracia y en la prosperidad.

Aquel á quien esta piedad aníma puede trabajar en su propia elevacion, y buscar el brillo de las grandezas; pero al mismo tiempo procurará con sus consejos y socorros levantar al desgraciado, á quien su flaqueza, ó la obscuridad de su nacimiento, tienen aislado en la tierra, ó que los reveses de la fortuna han trastornado.

Si es penetrante en el conocimiento de las cosas, no sufre que los otros yerren ciegamente, vencidos por los trabajos y las dificultades. Él los ayuda y sostiene, allana el camino delante de ellos, los arranca de las tinieblas de la ignorancia y del error, y los conduce al santuario de las ciencias.

Luego que esta piedad habrá establecido firmemente su imperio en todos los corazones, el universo entero no compondrá sino una sola familia; los hombres todos no serán ya sino como un solo hombre; y por el lazo felíz, y el admirable acuerdo de los grandes, de los hombres de una condicion mediana, y de aquellos de las últimas clases, la humanidad entera no parecerá ser sino una sola substancia.

XL

Amemos, pues, á los otros como á nosotros mismos, midamos á los otros por nosotros, y estimemos sus penas y sus gozos por los nuestros. Quando comparemos con nosotros á los demas, quando les deseémos lo que deseamos para nosotros, quando temamos por ellos lo que tememos por nosotros; entonces seguirémos las leyes de la verdadera caridad.

XLI

La abundancia de amor y de beneficencia, por la qual el sabio abraza á todos los hombres, le hace gozar de todo el universo entero. El alma baxa y despreciable del malo se encierra en sí misma: no se conduce sino por afectos particulares: hace en algun modo una usura de la amistad; y entregada continuamente al interés, no hace el bien, sino lo vende.

XLII

Hay cinco reglas generales que rigen al mundo. Estas son: la justicia que liga al Príncipe y al vasallo: el amor entre los padres y los hijos: el vínculo que une á los esposos: la subordinacion entre los hermanos mayores y menores; y aquella dulce harmonía, y aquellos deberes mútuos que unen á los amigos.

XLIII

Tres virtudes conducen al cumplimiento de estas reglas: la prudencia que hace discernir el bien del mal: el amor universal que une todos los hombres entre ellos; y la firmeza que nos da la fuerza de seguir el bien, y huír y detestar el mal.

XLIV

Quando conozcas estas tres virtudes, entonces sabrás lo que debe formar tu carácter personal, y sacarás facilmente del mismo principio los medios de regir los reynos de la tierra. Porque la misma razon, la ley misma manda á todos, y á uno solo; y la perfeccion de la persona real, es la regla y fundamento de la perfeccion de los pueblos.

XLV

Aunque sean débiles las disposiciones que un hombre haya traido al mundo, si desea ardientemente el instruirse, si no desdeña el estúdio de la virtud, llegará bien cerca de la prudencia. Si ocupado aun del amor de sí mismo se esfuerza sin embargo á hacer bien, no irá lejos del amor universal hácia sus semejantes. Si constantemente se avergüenza de la mas pequeña proposicion ilícita y vergonzosa, y la desecha con pudor, estará bien cerca de adquirir la verdadera fortaleza.

XLVI

Quieren saber mi opinion acerca del valor. ¿Se trata del valor de los pueblos que habitan el mediodia, de aquellos que ocupan las regiones boreales? ó mas bien, ¿se trata del valor que os conviene á vosotros que cultivais la sabiduría?

Tratar con indulgencia á los que os están subordinados; y no corregir jamás demasiado severamente su pereza ó su lentitud; no someter ligeramente á los rebeldes á los castigos, sino soportar con paciencia sus faltas, y ofrecerles el medio de repararlas; tal es el valor de los pueblos meridionales; y así es como reprimiendo en ellos mismos la pasion de la cólera, llevan insensiblemente sus animos á la razon.

Acostarse intrepidamente sobre corazas y manojos de lanzas: ser insensibles al temor, y pasar la vida sin gemir en los trabajos y peligros: ved ahí el valor de las naciones boreales: ved ahí lo que pueden hacer hombres bravos y valientes. Pero su valor está mezclado de mucha temeridad; y no se contiene ni con el freno de la justicia; y éste no es, mis caros discípulos, el valor que yo espero de vosotros.

Atento siempre el sabio á vencerse á sí mismo, se presta y acomoda á las costumbres, y al genio de los otros; pero dueño siempre de sí mismo, no se dexa ablandar ni depravar por las costumbres y los hechos de los hombres baxos y afeminados, y no obedece en toda ocasion con indiferencia. Este valor exîge esfuerzos.

En medio de los hombres que se apartan de la rectitud, él solo siempre firme, se sostiene recto y justo, y no se inclina á ningun partido. ¡Este valor es bien estimable!

Si la virtud, si las leyes están en vigor en el Imperio; si exerce él mismo alguna magistratura; si en punto de honores, sus costumbres son siempre las mismas; y si sigue el mismo género de vida que tenia en una condicion privada, y no se dexa hinchar de un vano orgullo: ¡Oh! y quán grande es este valor!

Pero al contrario, si las virtudes son despreciadas, si las leyes no se observan, si todo está confundido, y si él, aunque obligado de la miseria, situado por el dolor, y conducido á una muerte vergonzosa, se muestra incontrastable, no sabe mudar de opinion, y queda fuertemente adicto al plan que se habia trazado; ¡véase aquí el grado mas alto del valor! Él estriba en una contínua victoria sobre sí mismo.

XLVII

Aquel que debe gobernar los Imperios de la tierra, tenga siempre presentes en su memoria las nueve reglas siguientes: reglas comunes en efecto, pero bien necesarias de observarse.

1.º Que él mismo cultive la virtud.

2.º Que haga buena acogida á los sabios, y á los hombres de bien.

3.º Que ame y respete á sus padres.

4.º Que estime y honre á sus principales Ministros, y á los que exercen las primeras magistraturas.

5.º Que se preste á las ideas de los otros Xefes inferiores, y les considere como miembros suyos.

6.º Que ame a sus vasallos como á hijos suyos: se alegre de su contento, y se aflija de su dolor.

7.º Que llame junto á sí á los hombres, cuya industria sea útil al Estado.

8.º Que reciba con dulzura y con bondad á los extrangeros.

9.º Que trate con atencion, con consideracion, y con amistad á sus Príncipes tributarios, procurando el conciliarse su amor y su fidelidad.

XLVIII

Si el Príncipe observa estas nueve reglas, ¡qué ventajas no procurará á todo su Imperio! En haciendo entrar las virtudes en su carácter personal, verá estas reglas y estas leyes tomar vigor por su exemplo.

Si acoge á los sabios, si los freqüenta, si toma sus consejos, no dudará en la empresa y conducta de los negocios.

Si ama, si reverencia á sus padres, no verá ni querellas, ni ódios entre los Príncipes de su sangre: la concordia y el amor conspirarán al bien de su casa.

Si manifiesta estimacion á sus principales Ministros, no se hallará incierto, irresoluto, y temblando en la administracion de su Imperio: porque en las coyunturas mismas mas dificiles, los hombres de una virtud conocida, y de un valor invencible, le ofrecerán sus socorros, prontos siempre á servirle con el consejo, y con el brazo.

Si se pone de acuerdo con los Magistrados, si los mira como miembros suyos, estos Xefes de un órden superior le servirán con mas ardor y zelo, y corresponderán á las bondades del Príncipe por su fidelidad.

Si él ama al pueblo como á sus hijos, lo excitará así á que le quieran como á un buen padre.

Si la reputacion del Príncipe atrae de todas partes á los hombres industriosos de toda especie, logrará riquezas abundantes; y todas las artes á porfia concurrirán á impedir las necesidades de sus vasallos.

Si recibe con bondad á los extrangeros, los pueblos de los Imperios adyacentes acudirán con alegría cerca de un Monarca humano y bienhechor.

En fin, si conserva los debidos miramientos con los Soberanos inferiores, se los hará adictos, se hará amar de ellos, verá aumentadas sus fuerzas con sus riquezas y poder, y se hará formidable al universo.

XLIX

En otro tiempo los sabios Emperadores gobernaban sus Estados con la ayuda del gobierno doméstico. Recibian con amistad á los enviados de los Príncipes tributarios mas débiles. Estos Príncipes, á imitacion del Emperador, no osaban despreciar á la viuda mas pobre, al huérfano mas desamparado; y por este principio acogian correspondientemente á los hombres distinguidos por sus talentos, por sus luces, y por sus virtudes. Los Gobernadores á su vez se conformaban con el exemplo de sus Señores, y manifestaban todo miramiento al último criado de su casa, é igualmente á sus mugeres é hijos. De este modo la paz y la concordia florecian en el Imperio; y eran desconocidas las disensiones, las querellas, las sublevaciones y tumultos.

L

El Ministro sabio debe advertir al Príncipe sus defectos, poner un freno á sus vicios, é imitar sus virtudes.

LI

¡O tú, amigo de la sabiduría! ¿no gustarás algun dia la satisfaccion mas dulce, si has trabajado constantemente en tomar los sabios por modelos, y aplicado todos tus cuidados para imitarlos?

Luego que por vuestros trabajos y vuestra constancia habreis adquirido un nuevo tesoro de virtudes; si discípulos y amigos vienen de parages los mas retirados á escuchar vuestras lecciones, y formarse con vuestros exemplos; ¿no será entonces aun mas viva vuestra alegría? ¿Podréis acaso ocultar vuestro enagenamiento?

Pero si sucede lo contrario, si vuestros talentos y virtudes quedan sepultados en la obscuridad mas profunda, si nadie os consulta, si todo el mundo os desecha; os acercaréis á la perfeccion, pondréis á vuestras virtudes el último sello, no afligiendoos por esta indiferencia, no indignandoos contra este desprecio, y permaneciendo contentos con lo que habeis hecho, dichosos con lo que poseéis, tranquílos sobre lo que no os toca, y que depende de la opinion de los otros.

LII

En donde los discursos están prevenidos, y las exterioridades son lisongeras, no hay que buscar la providad.

LIII

Si el sabio tiene el exterior de un hombre ligero: si sus gestos son desordenados, sus movimientos indecentes: si gusta de correr inconsideradamente por el pueblo: si parece que solo se ocupa de bagatelas y placeres: no logrará tener ascendiente sobre los suyos: todos mirarán sus ridiculeces, y él se hará despreciable, y perderá bien presto el fruto de las ciencias, que tanto estúdio y trabajo le habrán costado.

LIV

No contracteis alianzas con gentes que valen menos que vos, porque de ellas os resultará daño, y ningun provecho. Inclinaos á los hombres que valgan mas que vos, y haceos honor de imitarlos.

LV

Acordaos de la flaqueza humana: es propio de nuestra naturaleza el caer, y cometer faltas. ¿Las habeis cometido? pues no temais el repararlas, ni dudeis un instante; no dexeis de emplear vuestros esfuerzos para enmendarlas, y romped generosamente los lazos, que os lo impiden y embarazan.

LVI

El pobre que no lisongéa á nadie para salir de miseria, y el rico que no está hinchado de un vano orgullo, merecen ser elogiados; pero aun no han llegado al colmo de la sabiduría. No pueden compararse al pobre que vive dichoso en la desgracia; ni al rico que se complace en conocer todavía mas obligaciones que cumplir, que prevée los reveses sin temerlos, y que en todo se somete á la razon.

LVII

El sabio no se afligirá de ver que las gentes que le rodean no hacen caso de sus talentos, y no sacan fruto alguno de sus trabajos; porque todo esto depende del capricho, y de la voluntad de los otros; y se vituperará mas bien el no haber él mismo conocido bastantemente los hombres, haberse engañado en la eleccion de sus amigos, y no haber sabido quales eran aquellos que debia huír ó buscar.

LVIII

Conducios siempre con la misma reserva que si diez ojos os estuvieran observando, y señalando diez dedos.

LIX

Las grandes riquezas producen los grandes cuidados: el mucho número de hijos, muchas pretensiones; y la vida larga, males de larga duracion.

LX

Exâmina bien si lo que prometes es justo, ó si puedes cumplirlo; porque la promesa que se hace, no debe revocarse.

LXI

Rectifica tus pensamientos, y si son puros, tus acciones lo serán tambien.

LXII

Aprende á vivir bien, y sabrás bien morir.

LXIII

Nutrete sin abandonarte á las delicias de la mesa; alójate sin buscar las comodidades de la molicie; obra con cuidado, habla con prudencia, y no te aplaudas á tí mismo. Busca sobre todo el trato de los sabios; haz que sus consejos sean tus leyes, y cátate bien adelantado en el estudio de la sabiduría.

LXIV

Si no discernimos á primera vista lo que es injusto y vergonzoso, ¿cómo nos precaverémos de ello en la práctica?

LXV

Quando los vasallos no se contendrán en su deber sino por las leyes, quando aquellos que querrian infringirlas no se abstendrán de executarlo sino por el terror de los suplicios; es verdad que el pueblo se abstendrá de cometer grandes crimenes, pero esto será por un miedo servil, y tal, que un vil esclavo no osará hacer el mal; pero no lo aborrecerá, ni le causará vergüenza. No creas tampoco que persista en su deber; porque solo se contendrá por temor, y éste es siempre un preceptor malo.

LXVI

Gobernad vuestros pueblos por la sola virtud, y haced que estos contemplen en vos su modelo; pero tened presente que las condiciones son diversas, y que las virtudes no pueden ser las mismas en todos. La vuestra es la prudencia y la humanidad. Gobernad á cada uno por los deberes que le son propios: así uniréis vuestros vasallos los unos con los otros: así los veréis no solo apartarse del crimen por un pudor ingenuo y por un temor filial, sino disputarse aun con alegría la gloria, que es el precio de la virtud.

LXVII

Hoy se mira como un tierno hijo á aquel que alimenta á su padre. ¿Es esto todo lo que se exîge? No hay caballos ni perros que no encuentren alguno que los mantenga. Si los socorros que se prestan á los padres no son debidos al amor y al respeto, ¿qué diferencia hay entre mantener al padre y á un caballo?

LXVIII

¿Quieres discernir el hombre bueno del malo? Esto es bien dificil. No obstante, observa á tu hombre: considera lo que hace, y lo que medita; porque los malos hacen ordinariamente cosas injustas y vergonzosas, y los buenos cosas honestas y justas.

LXIX

Pero esto no basta. Llevad mas lejos vuestras observaciones, penetrad sus miras, y sabed el fin que se propone. Si su corazon es falso, y perversas sus intenciones, aunque haga buenas acciones, no es por eso un hombre de bien.

LXX

No pareis aún, si creéis engañaros. ¿Quales son los gustos, las inclinaciones de este hombre que parece honrado? Si obra de buena fez; si sus intenciones son rectas, pero al mismo tiempo procede como por fuerza; si no busca sus placeres y su tranquilidad en la sola pureza de sus acciones: no puede decirse que su providad sea consumada, y debe temerse siempre que no sea de larga duracion.

LXXI

Pero no es lícito, sin tener poderosas razones para ello, escudriñar así el corazon de los hombres. El medio de evitar el aborrecimiento es mirarse uno á sí mismo escrupulosamente, y ligeramente á los otros.

LXXII

Repasad continuamente en vuestra memoria, y meditad lo que habeis aprendido antiguamente; sacad de ello consequencias y principios nuevos, y así adquiriréis grandes luces, y mereceréis el instruír á los otros.

LXXIII

El sabio no es un vaso que solamente se emplea en algunos usos, porque adornado de gran número de qualidades diversas, es tambien propio para las mayores cosas.

LXXIV

Él establece con su conducta los principios que intenta dar á los otros, y así los instruye con su exemplo. Él obra desde luego, y seguidamente enseña. El filósofo reprehende con su silencio al discípulo á quien la naturaleza ha prodigado una demasiada verbosa eloqüencia.

LXXV

Qualquiera que obra siempre, y jamás medita, acabará por perder su trabajo; y el que siempre medita y nunca obra, se verá sujeto á errar. Exercitarse es en efecto estudiar y aprender; pero sino se medita lo que se estudia, y se hacen sobre ello freqüentes reflexîones, se conseguirá solo una erudicion tenebrosa, tan estéril como la ignorancia.

LXXVI

El que por indolencia, ó por una orgullosa confianza de sí mismo, no consulta ni los libros ni los maestros; que sin exercitarse jamás se contenta con una desidiosa y estéril contemplacion de las cosas, no tocará nunca sino las sombras; no conocerá sino imagenes vanas y engañosas, y reposará en su ciencia engañadora, ó mas bien caerá de errores en errores.

LXXVII

Si sabeis una cosa, anunciad altamente que la sabeis: si ignorais otra, confesad ingenuamente que la ignorais. El hombre no puede saberlo todo; pero debe aprender y conocer lo que es de su obligacion: él no debe suponer que conoce lo que le es desconocido: menos aun debe ponderar á los otros sus errores, alucinarlos con ellos, y engañarse á sí mismo. Tomaos tiempo, tomaos el trabajo de considerar maduramente las cosas, y consultad á aquellos que saben mas que vosotros.

LXXVIII

Haced prudentemente una eleccion de todos los discursos que entendeis; callad sobre lo que os parecerá dudoso, y aun hablad con circunspeccion de lo que creais cierto, porque de este modo pecaréis rara vez de habladores.

LXXIX

En los multiplicados negocios que se os presentarán, tened cuidado de no emprender aquellos que tengan algun peligro, ó que puedan perjudicar á los otros. Estad sobre vos mismo en aquellos que podreis manejar, dirigiéndolos con prudencia y cuidado; de este modo, rara vez tendreis que arrepentiros, ó de haber emprehendido un negocio con temeridad, ó de haberlo conducido mal.

LXXX

Mantener el amor y la concordia en la familia, hacer reynar la virtud entre aquellos que nos están sometidos, es gobernar, en efecto, es exercer una magistratura útil y gloriosa. ¿Para qué, pues, buscar una magistratura pública? ¿Es solo por verse condecorado con el título de Magistrado?

LXXXI

Yo no sé para qué puede ser bueno el hombre sin fé, que engaña con sus discursos, y falta á sus convenios. No puede confiarsele un empleo público, y es necesario desconfiar de él en los negocios particulares.

LXXXII

En vez de esos numerosos servicios, de esos manjares exquisitos que os presentan con fausto, y á veces con disgusto, yo querria mas bien en la mesa la frugalidad de nuestros antepasados, y el amor, la concordia, los miramientos mutuos de los convidados. En las pompas funerales, en lugar de ese aparato suntuoso y de ese luxo fúnebre, debido solo al orgullo, quisiera mas bien, un dolor sentido en efecto, unas lágrimas sincéras, y largos sentimientos por el que ya no exîste.

LXXXIII

El lugar mas pequeño, mas estrecho, mas desconocido, aunque no tenga mas de veinte familias, es bastante dichoso si la amistad y la buena fé reynan entre sus habitadores. ¡Imprudente será quien rehuse establecer su residencia en este asilo del amor y la inocencia!

LXXXIV

Los hombres malos no sueden soportar largo tiempo, ni los rigores de la pobreza, ni las riquezas y los honores. Pero el prudente, sea su fortuna la que quiera, reposa siempre en su sola virtud.

LXXXV

El hombre de bien es el que solo puede amar á los hombres con seguridad, y aborrecerlos con la misma.

LXXXVI

Los hombres buscan los honores y las riquezas; pero si lo ordena la razon, el sabio no titubeará para desecharlas. Se huye, y se aborrece la pobreza, la humillacion y el desprecio; pero si el sabio es injustamente pobre, humillado, y despreciado, seguro está que se permita á sí mismo nada que sea vergonzoso para salir de tal estado.

LXXXVII

Tú quieres pasar por filósofo sin atreverte á cultivar la verdadera sabiduría: ¿con qué derecho te abrogas semejante título?

LXXXIII

Yo no he visto todavia á nadie que amase la virtud, y tuviese horror al vicio: porque amar la virtud, es tenerla una pasion ardiente, inflamada, exclusiva, é incapaz de preferir la otra cosa alguna; y para aborrecer el vicio, es necesario temer el no ser manchado de él ni un solo instante.

LXXXIX

El que sigue la virtud por la mañana, puede morir á la noche: no se arrepentirá de haber vivido, y se consolará con morir.

XC

El letrado que se aplicó á la filosofía, y se avergüenza de llevar un mal vestido, y de comer mal, no merece que hables con él de filosofía.

XCI

El sabio verdadero no se determina á obrar ú no obrar; y así, la importancia y conveniencia de las cosas, es la que le conduce y guia.

XCII

La virtud ocupa todo el espíritu del sabio; y el interés todo el del necio.

XCIII

El filósofo tiene habilidad para discernir aquello que es correlativo á la virtud; y el necio y malo para lo que se acuerda con sus ventajas.

XCIV

Yo comparo al que descuida los conocimientos mas necesarios, á un hombre que estuviera con la cara apoyada contra la pared, sin poder dar ni un paso, ni ver cosa alguna al rededor de él.

XCV

¿Qué puede hacerse con un hombre que jamás pregunta el principio y la razon de las cosas?

XCVI

El sabio es lento en sus discursos, y pronto en sus obras.

XCVII

¿De qué sirve la grande facilidad de hablar? Agobiar á los otros con la eloqüencia propia, es hacerse enemigos.

XCVIII

Quando yo oía hablar á los hombres, en los primeros años de mi vida, creía que obraban del mismo modo; pero he conocido despues, que me engañaba. Yo escucho aun; pero exâmino si las acciones corresponden á las palabras.

XCIX

Un Magistrado que no ha tenido jamás tacha en su conducta, obtiene, aun despues de su muerte, un título honorable. Esto, porque amaba el estúdio, se complacia en instruírse: no despreciaba á los Magistrados inferiores; y en fin, porque no desdeñaba el consultar con las gentes del pueblo. Tanta modestia le adquirió unos honores, que aun le acompañan en el sepulcro.

C

Con los amigos antiguos es menester tener los mismos miramientos que con una amistad que empieza.

CI

Reflexîonad desde luego lo que intentais emprehender, pesad maduramente las cosas, y exâminarlas mas de una vez. Despues de esto, no os detengais ya. ¿Por qué habeis de perder el tiempo en deliberar, quando se trata de executar? Vos vais á pecar, por un exceso de prudencia, contra la prudencia misma.

CII

En los malos aborreced el crimen. Pero si vuelven á la virtud, recibidlos en vuestro seno como si jamás hubieran tenido defectos.

CIII

¿Hay candór en pretender abrogarse el reconocimiento del bien que otros han hecho? Un hombre pide prestado á un amigo un poco de vinagre: este amigo no le tiene; pero en lugar de confesarlo ingenuamente, corre á pedirselo al vecino, y se lo da. ¿Es éste por ventura un hombre recto y sincéro?

CIV

Avergonzaos de aquellas palabras estudiadas con las quales se encanta el oído, de aquel sonreír gracioso y engañador, con el qual se lisonjea al que se quiere engañar, de aquellas civilidades excesivas con las quales se intenta captar la benevolencia; porque este es el arte de los hombres ligeros y pérfidos, que dicen todo lo que quieren, y nada dicen de verdadero.

CV

La sociedad no exîge mas, que candor y buena fé: es cosa vergonzosa el acariciar á los que se desprecian y aborrecen.

CVI

Que los ancianos tengan reposo: que se cuiden con respeto sus últimos años: que la cordialidad reyne entre los amigos é iguales: que se trate con dulzura y condescendencia la tierna juventud, que no ha adquirido aun todas sus fuerzas: este es el voto del género humano, y tambien el mio.

CVII

¡O vergüenza de este siglo! ¿En dónde hallarémos un hombre que sea censor severo de sí mismo, testigo, acusador y juez: que reconozca su culpa: se llame á sí mismo al tribunal de su conciencia: se confiese culpable, y se castigue?

CVIII

El hombre justo y prudente da al necesitado, y nada añade á la fortuna del rico.

CIX

No rehuses las liberalidades del Príncipe. Si son inútiles á tu familia, recibelas, y distribuyelas á los desgraciados.

CX

La sabiduría y la providad del padre, no pueden cubrir la imprudencia y la maldad del hijo. La locura y la mala conducta del padre, no pueden obscurecer justamente las virtudes del hijo, ni alejarle de los honores.

CXI

¡Qué sabio es mi discípulo Hoei! Un poco de arróz cocido es su alimento: una taza de agua apaga su sed; y un rincon de la plaza es su posada. Hombre vulgar: su vida te parece miserable; pero ella no le hace perder nada de su buen humor.

CXII

Aquel á quien las fuerzas le faltan, se pára en medio del camino; pero es menester no considerarse floxamente en el término antes de empezar á andar.

CXIII

Quando se quiere penetrar en una casa, se entra en ella por la puerta. ¿Por qué no hacemos lo mismo en quanto emprehendemos? ¿Por qué no observamos las conveniencias, y no seguimos por el verdadero camino, al término que nos hemos propuesto?

CXIV

El natural abandonado á él mismo, y que no ha recibido nada del arte, tiene alguna cosa de bruto y de rústico: el arte demasiado recargado, y que sobresale al natural, le presta algo de afectacion. Pero si el adorno y la cultura exterior se unen con una sábia economía al candor de la naturaleza; si, sin exceso, sin defecto, ellos se equilibran con una agradable variedad, de aquí resulta la perfeccion del hombre lucido. Así como se ve que la hermosura en el cuerpo no es otra cosa que la bella y justa proporcion de las formas unida á la amable viveza del colorido.

CXV

Los que conocen la virtud, y saben quanto merece ser amada, no son comparables á los que la aman, la buscan y siguen. Pero estos amantes de la virtud, no igualan todavía á los que ya gozan de este objeto, tan justamente amado.

CXVI

¿Podremos nosotros llamar quadrada á una figura que no esté acabada por quatro ángulos iguales? Así del mismo modo, el Rey que no tendrá las qualidades de un Rey, el hombre que no tendrá las qualidades de un hombre, ¿merecerán, el uno el nombre de Rey, y el otro el nombre de hombre?

CXVII

Entre aquellos que son llamados á los grandes empleos, ¡quán pocos son capaces de ocuparse sin dilacion, sin negligencia, y sin frialdad del cuidado del Estado: de despojarse sin queja y sin pesadumbre de sus dignidades, y de volver con alegría á su casa, para entrar de nuevo en las obscuras funciones de la vida privada!

CXVIII

Yo me alimento de manjares los mas comunes: mi codo doblado sobre mi cabeza me sirve de almohada quando el sueño me rinde; y puedo asegurar, que en esta vida tan dura, el filósofo sabe hallar placeres, porque la virtud tiene sus delicias en medio de los sufrimientos.

CXIX

Hay tres cosas de las quales hablo rara vez, y siempre en pocas palabras: de los negocios públicos: de los prodigios; y de los espíritus celestes, cuya naturaleza y atributos, son de tal modo superiores á nuestra inteligencia, que somos incapaces de hablar de ellos dignamente.

CXX

Aunque dos hombres solamente estén conmigo, yo sabré muy bien encontrar entre ellos un maestro, y puede ser que los dos me den lecciones. Si el uno es bueno y el otro malo, seguiré las virtudes del primero: observaré callando los vicios del segundo, si me hallo infestado de alguno de ellos, me corregiré.

CXXI

Tres cosas debe reverenciar el sabio; las leyes de la naturaleza, los grandes hombres, y las palabras de las gentes honradas.

CXXII

Si, privado de luces, y vacío de virtudes, se quiere afectar ciencia y sabiduría: si en una fortuna mediana se quiere desplegar magnificencia: se engañará algun tiempo; pero será necesario mucho trabajo para sostener la impostura, y el fraude no tardará en manifestarse.

CXXIII

¿Está lejos de nosotros la virtud? Si la busco, ella misma viene á mí. No hay que buscarla fuera; ella nace con nosotros.

CXXIV

El hombre honrado está siempre pacífico, igual y tranquilo; pero el malo vive siempre en la turbacion é inquietud; y dolores secretos devoran su corazon.

CXXV

Si el Magistrado cumple hácia sus padres con las obligaciones que la naturaleza le impone; los subditos, á su exemplo, se disputarán entre sí la preferencia en la observancia de la virtud. Si acoge á los hombres, cuya edad y mérito hacen respetables; el pueblo respetará á los sabios, y á los ancianos.

CXXVI

Sabio Magistrado, prefiere las funciones de conciliador á las de juez. Yo puedo, como otro, oír, y juzgar á los litigantes; esto no es dificil. Pero acordar á los hombres entre ellos, y evitar los procesos y rencores; ve ahí lo que es dificil y glorioso.

CXXVII

El páxaro, próxîmo á morir, no tiene sino una voz lúgubre y lamentable; pero en la hora de la muerte es en donde hace oír el hombre la voz de la verdad.

CXXVIII

Encomendad al pueblo la observancia de las leyes, y no el estudio de las ciencias.

CXXIX

El hombre confiado y robusto que aborrece la pobreza, turbará facilmente la tranquilidad pública.

CXXX

El malo es digno de aborrecimiento; y si conoce que es aborrecido, es aun mas temible.

CXXXI

Teneis grandes qualidades, y talentos raros; pero buscais el alucinarnos con vuestro fausto, é insultarnos con vuestro orgullo: teneis envidia de la gloria de los otros, y todo vuestro mérito no es digno de que un solo instante fixemos en él nuestra atencion y nuestras miradas.

CXXXII

Si la virtud reyna en el Imperio: si las leyes se observan en él, el sabio se descubre y manifiesta; pero si ve la virtud despreciada y desconocida, se esconde en su retiro.

CXXXIII

Quando la virtud es respetada, quando las leyes estan en su vigor, es vergonzoso adormecerse en el reposo de la vida privada, y huir de los honores y de la fortuna; quando huye la virtud, y las leyes callan, es un oprobrio el conformarse con los tiempos, y buscar grandezas y riquezas.

CXXXIV

¿Qué ha de hacerse con aquel que ama la gloria, que se ama á sí mismo, y que no tiene rectitud? de aquel que sin inteligencia, es ligero y emprendedor? y de aquel que aproposito para los negocios, no conoce la sinceridad?

CXXXV

Aprended como si aun supierais poco, y temed el perder lo que habeis aprendido.

CXXXVI

¿Qué puede reprehenderse al Emperador Yu? Económico, sobrio y frugal en sus comidas, pero al mismo tiempo liberal y magnífico, vivia en su particular estrechamente, y hacía vivir al pobre. Simple y modesto en sus vestidos ordinarios, desplegaba una pompa magestuosa, quando en las ceremonias sagradas se revestia de las ropas Sacerdotales. Su Palacio era humilde, y sin fausto; pero no economizaba los tesoros ni los trabajos en la útil construccion de Canales, de Algibes y Aqüeductos.

CXXXVII

En otro tiempo llevaban sombreros texidos del mas fino cañamo; hoy los gastan de seda. Yo abandono voluntariamente, en cosas indiferentes, la respetable antigüedad, y me conformo al uso.

CXXXVIII

Nacido en una condicion obscura, y criado en la humillacion, he tenido por maestro á la desgracia, y ésta me ha enseñado mucho.

CXXXIX

Á nadie he visto tan lisongeado de la belleza de la virtud, como de las gracias y elegancia de un hermoso cuerpo.

CXL

La constancia puede adelantar lentamente; pero ella no interrumpe jamás la obra que ha comenzado, y al fin produce grandes cosas. Llevad cada dia una espuerta de tierra, y al fin haréis una montaña.

CXLI

Freqüentemente se ve nacer de la tierra una yerba tierna que jamás dará flores; y tambien se ve frequentemente brillar flores que jamás darán fruto.

CXLII

Los niños y los jóvenes merecen una cierta especie de veneracion de muestra parte: ¿sabemos, por ventura, lo que serán despues, y si valdrán algun dia mas que nosotros? Pero el hombre de quarenta á cinqüenta años que nada ha hecho aun por la gloria, no merece, sea quien fuere, la veneracion de nadie. Su suerte se decidió.

CXLIII

Todo hombre puede escuchar si no con alegria, á lo menos con tranquilidad, reprehensiones un poco severas; pero el gran punto está en sacar provecho de ellas, y corregirse. Todo hombre recibe con placer los consejos apropósito, y dados con dulzura; pero es necesario todavía conservarlos en la memoria, pesar su importancia, y seguirlos.

CXLIV

Complacerse en recibir consejos, y descuidarlos, es no alimentarse de manjares cuyo sabor se quiere.

CXLV

¿Cómo he de portarme con el hombre que respetuosamente escucha mis exhortaciones, y no arregla á ellas su conducta? Yo lo abondono; porque yo no haría con él mas que perder mi tiempo, y hacerle á él perder el suyo.

CXLVI

Bien pueden sorprehender, y hacer prisionero á un General valientemente defendido por un exército entero; pero no se puede quitar al mas débil de los hombres su opinion.

CXLVII

Estar vestido con una ropa grosera y hecha pedazos, y no avergonzarse de ello delante del amigo cubierto de las estofas mas ricas, es un valor bien raro.

CXLVIII

¿Para qué no será apropósito aquel que no conoce ni la envidia ni la codicia?

CXLIX

En la mala estacion es quando se conoce que los Pinos y los Cipreses no pierden sus hojas.

CL

¡Cómo el páxaro silvestre y bravo que veo sobre la cumbre de la montaña, conoce bien el momento de levantar el vuelo, y el en que debe reposar! Es que él no tiene otro maestro que la naturaleza.

CLI

Los que nacen con un corazon honrado, pueden no arrastrarse trabajosamente por los pasos de los hombres virtuosos, y contentarse con sus nativas riquezas; pero las disposiciones naturales no irán á parar solas al santuario de la sabiduría.

CLII

Si oís á un hombre discurrir y disertar acerca de la virtud: si apoya sus discursos con razonamientos los mas sólidos: si sus oyentes encantados creen que este hombre es como lo indican sus discursos; no os apresureis todavía en pronunciar que este hombre nutre en su corazon una sólida virtud.

CLIII

El que posee la virtud hablará siempre bien de ella para recomendarla á los otros; pero aquel que habla bien de la virtud, no la posee siempre.

CLIV

El que quiera vencerse á sí mismo, no mire nada que sea contrario á la razon, no escuche cosa alguna que choque con ella, no pronuncie palabra que la lastíme, y no se entregue á movimiento alguno del cuerpo, que la ofenda.

CLV

El obrar bien es dificil: ¿y será facil hablar bien de priesa, y sin reflexîon?

CLVI

Para que un Imperio florezca es necesario que los viveres se hallen en él con abundancia; que las tropas sean numerosas para defenderlo, y que la fidelidad de los subditos corresponda á los beneficios del Monarca.

¿Pero se hace preciso absolutamente el renunciar á una de estas ventajas? Yo doy su licencia á los Soldados. La fidelidad sabrá armar bien á los vasallos en favor de su Príncipe; y la concordia que los une, y el amor que los ata entre sí, sabrán hacerlos invencibles.

CLVII

El sabio perfecciona, ó mas bien, cria las virtudes de los otros. Él sostiene la debilidad, aníma la timidez, modera á aquellos que se arrebatan en su carrera, y apresura á los que marchan con demasiada lentitud. Príncipes, escoged sabios Ministros.

CLVIII

Magistrado, ¡tú te quejas del latrocinio del pueblo! Sé tú mismo enemigo de la codicia; quando tú excites al pueblo á la rapiña por la esperanza de las recompensas, verás como éste rehusa entregarse á ella.

La sola codicia conduce el pueblo al crimen; pero aquella no se excita en él sino por la avaricia de los xefes. Que sean estos incorruptibles, y entonces bastará la vergüenza para contener á los subditos.

CLIX

Hacer hablar de sí á la fama, es ser célebre; pero no ilustre. El hombre sólido, recto y sincéro, que mide sus discursos y los de los otros, que ama sus deberes, y jamás se aparta de la equidad, que observa el rostro y los ojos de aquellos que le hablan, y no adopta sus pareceres sin reflexîon; éste es el hombre que yo llamo ilustre si está á la cabeza de los negocios, y á quien llamo todavia ilustre, si se encierra en los simples deberes de su familia.

CLX

Acumulad siempre en vos nuevas virtudes, no os contenteis nunca con las que ya habeis adquirido, y en esta trabajosa pesquisa, no penseis en las ventajas que podais sacar de ella.

CLXI

Declararse una guerra obstinada, combatir los defectos propios noche y dia, no olvidarse uno á sí mismo por buscar ociosa y temerariamente las faltas de los otros; ved ahí lo que yo llamo vivir consigo mismo, y corregirse.

CLXII

Amar los hombres, encerrarlos todos, en cierto modo, en su pecho, es la verdadera piedad; y conocerlos, la verdadera prudencia.

CLXIII

Pero si es necesario amar á todos los hombres, me preguntarán, ¿qué sirve conocerlos, y distinguir los buenos de los malos? Amad á todos los hombres, ó Vos que los mandais; pero no eleveis sino los buenos á los honores, y acoged á ellos solos; no hagais caso de los malos, y presto los veréis virtuosos.

CLXIV

El sabio se hace amigos por su sabiduría. Estos amigos le ayudan á su vez á hacerle mas facil el camino de la perfeccion.

CLXV

Advertid con dulzura á vuestro amigo que se extravía, volvedle á entrar en el camino honesto que ha perdido, y del que se ha apartado. Pero si vuestros cuidados son inútiles, y él se obstina en querer perderse, abandonadle, y no os hagais ridículo por vuestra vana importunidad.

CLXVI

Perdonad, ó mas bien disimulad, las pequeñas faltas: elevad á los honores públicos, y á los grandes empleos á los hombres de una sabiduría experimentada. ¿No conoceis sino uno solo de esta clase? elevad á éste; bien presto os hará conocer otros.

CLXVII

Si un hombre se ha deshecho por estudios obstinados, y sin embargo de ello no es apropósito para los negocios, no ha hecho otra cosa que consumirse en un trabajo superfluo é infructuoso.

CLXVIII

Los antiguos dixeron: que un Príncipe virtuoso gobierna por sí mismo: que sus succesores le imiten, y podrán en menos de un siglo atraer los malos á la virtud, suavizar los hombres crueles, contener los subditos con el amor, y hacer el rigor inútil. ¡Quan sensata es esta máxîma de los antiguos!

CLXIX

¿A un Soberano que él mismo cultive la virtud, le costará trabajo el escoger Magistrados virtuosos? Pero si abandona la virtud, ¿cómo podrá hacer que los demás la practiquen?

CLXX

Un Príncipe bien persuadido de lo dificil que es el reynar, no se dormirá sobre el Trono, y aplicará todos sus cuidados para merecer y conservar el amor de sus vasallos. En estas pocas palabras está encerrada la obligacion de un Rey.

CLXXI

Yo no deseo reynar, dice el proverbio; pero si yo fuera Rey, quisiera que se observáran las leyes. Este proverbio está lleno de juicio. Si las leyes son buenas, si concuerdan con la equidad, y nadie osa el infringirlas, ¿no será dichosa la nacion? Pero si son viciosas, si repugnan á la razon y á la justicia, si son contrarias á las ventajas de los vasallos, y nadie se opone á ello, porque nadie osa instruir al Soberano; veréis al Estado inclinarse hácia su ruina. No oponerse al mal, es la pérdida de los Imperios; y no oponerse al bien, su apoyo.

CLXXIL

Gobernad de manera que los que están junto á vos vivan felices, y que los que están lejos vengan á someterse á vuestras leyes.

CLXXIII

Evita dos cosas si quieres gobernar bien: estas son: que no te apresures imprudentemente, y que no prestes demasiada atencion á ventajas de poca importancia. En apresurándote demasiado verás mal los inconvenientes, que solo el tiempo hace conocer; y en inclinándote á pequeñas ventajas, no podrás ya prestar atencion á las cosas grandes.

CLXXIV

Yo coloco en las primeras clases de la sociedad á los hombres que en los grandes empleos, correspondiendo á la esperanza de la nacion, y á la confianza del Soberano, se horrorizan hasta de la apariencia, de la baxeza y de la iniquidad.

Pongo en segundo lugar á aquellos que merecen la estimacion de sus allegados y de sus iguales.

Y doy al fin el tercer lugar á aquellos hombres de bien, que contentos en su obscuridad, se entregan unicamente á las ocupaciones que les son propias, y aplican todos sus cuidados para desempeñarse bien. Su entendimiento es limitado, ya lo veo: sus disposiciones ordinarias, consiento en ello; pero no ofenden á nadie, y entregados enteramente á lo que les conviene, no son indignos de elogios.

CLXXV

No te apresures en aprobar al hombre amado del pueblo, ni condenes al aborrecido de él: yo miraré siempre como un sabio al que es amado de los buenos, y aborrecido de los malos.

CLXXVI

Al sabio le es facil servir bien, y le es menos facil agradar. Él se muestra despegado, y condena abiertamente los placeres que no concuerdan con la razon y la honestidad. El hombre sin mérito sirve mal, pero sabe agradar.

CLXXVII

El sabio goza la paz mas profunda; pero no conoce los vanos placeres del orgullo. El insensato se aplaude á sí mismo; pero no conoce la paz del alma, porque no conoce la virtud.

CLXXVIII

Si las leyes están en vigor báxo la autoridad de un Príncipe justo, habla con confianza y valor, y obra con valor y confianza. Si las leyes son desmayadas, y desconocida la autoridad del Príncipe, obra con la misma confianza y el mismo valor; pero sé mas contenido en tus discursos, porque de lo contrario exâsperarías el mal en vez de remediarlo.

CLXXIX

El que posee la verdadera integridad, no puede carecer de fortaleza de ánimo; pero puede tenerse ésta, y no tener integridad.

CLXXX

El sabio puede faltar alguna vez á las leyes de la perfecta virtud; pero ellas son superiores á las fuerzas del malo.

CLXXXI

No engañes al Príncipe; atrevete á desengañarlo quando él mismo se engaña.

CLXXXII

¿El que ama, puede disimular faltas graves al objeto amado? ¿Y el Ministro fiel puede dexar de advertir á su amo sus deberes?

CLXXXIII

Quando el Príncipe olvida sus obligaciones, el Estado puede sobstenerse todavia, si el Ministro es capaz y virtuoso.

CLXXXIV

Se halla freqüentemente unida á la mas brillante riqueza de palabras, una grande pobreza de acciones.

CLXXXV

Los antiguos estudiaban para ellos mismos: cultivaban las ciencias para adquirir la sabiduría; pero hoy se estudia para brillar á los ojos de los otros, y merecer honores, riquezas, y vanos aplausos.

CLXXXVI

El sabio se avergüenza de sus palabras, quando exceden á sus acciones.

CLXXXVII

Yo no tengo tiempo suficiente para las cosas que me interesan; ¿y tendré el suficiente para escudriñar la vida de los otros?

CLXXXVIII

Me echan en cara que voy de reyno en reyno, que predico por todas partes mi doctrina, que busco y canto los aplausos de la multitud, y mendigo, puede ser, las dignidades. No, yo no hago comercio de palabras vanas; pero condeno, y detesto al que no amando otra cosa que á sí mismo, se oculta en las calamidades públicas, y ni aun se atreve á pensar en hacer revivir las leyes, reanimar las costumbres, y sacar á los hombres de la depravacion.

CLXXXIX

Es propio de una alma grande el rechazar las injurias con los beneficios.

CXC

Puede encontrarse un hombre que merezca el que le dirijais la palabra, y que se hallará perdido si no le hablais. Hay gentes que no merecen que las hableis, y si conversais con ellas, vuestras palabras son perdídas. El hombre prudente tiene buen cuidado de no perder á un hombre, y sabe no perder sus discursos.

CXCI

El hombre de un alma grande, y solidamente virtuoso no intenta vivir con detrimento de su virtud: él prodiga hasta su vida por poner el último sello á su virtud.

CXCII

El que no medita las cosas de lejos, hallará bien cerca de sí el dolor.

CXCIII

El filósofo se aflige de su insuficiencia, y no de su obscuridad. Se aflige de acabar su vida, y de no haber hecho aun nada que merezca ser aplaudido.

CXCIV

El sabio se pregunta á sí mismo la causa de sus defectos: el insensato lo pregunta á los otros.

CXCV

El filósofo observa la gravedad; pero ni es duro, ni intratable: ama la sociedad; pero no se dexa arrastrar del torbellino.

CXCVI

El sabio no realza á un hombre sobre la fe de sus palabras; pero no descuida las palabras de quien quiera que sea.

CXCVII

Las palabras artificiosas turban la virtud: y la mas pequeña impaciencia turba las mas grandes deliberaciones.

CXCVIII

La verdadera falta, es cometer faltas, y no corregirse.

CXCIX

Aunque yo pase los dias enteros sin comer, y las noches enteras sin dormir por entregarme á la meditacion, no produciré quasi fruto alguno. ¿No vale mas, en vez de estudiar continuamente, poner en execucion lo que se ha aprendido?

CC

Observa á un grande en las cosas pequeñas; y aun no podrás saber lo que hará en las grandes. Observa en las cosas pequeñas á un hombre ordinario, y verás que de nada grande es capaz.

CCI

No cedas, ni á tu maestro, en el exercicio y práctica de la virtud.

CCII

Hay amigos útiles: tambien los hay que son bien perniciosos. En el amigo recto y sincéro, en el amigo fiel, y en el que escucha con gusto y buena voluntad, se hallan grandes recursos; pero nada hay mas peligroso que el amigo que engaña con un exterior compuesto, el amigo cobarde y adulador, y el amigo hablador.

CCIII

Tres alegrias son útiles, y tres perniciosas. Es útil alegrarse de la práctica de los deberes propios, de la relacion de las acciones buenas, y de la amistad de un gran número de sabios. Y es pernicioso alegrarse del orgullo, de la vanidad, de la vida ociosa y licenciosa, y de los festines y deleytes.

CCIV

El sabio es constante, y no porfiado y tenaz.

CCV

Un hombre tenaz está cerca del precipicio, y no lo advierte, porque todos saben que recibe con impaciencia las advertencias. Cae, y nadie le contiene, porque se sabe que él mismo ha querido caer.

CCVI

Un tigre se escapa de su encierro, y causa grandes desastres: ¿á quién acusaréis? ¿No será al que debia guardarle?

CCCVII

Un Soberano sabio no se aflige de tener pocos vasallos: se aflige si la justicia no se distribuye bien á todos. No se aflige de la pobreza de sus Estados; pero se aflige si no ve reynar en ellos la concordia y la paz. Suprimid los gastos inútiles, el luxo inmoderado: dad á cada uno lo que prescribe la justicia; y entonces, si las riquezas no están bien divididas, á lo menos no se verá miseria.

CCVIII

En los Imperios en donde las leyes están en vigor, los Ministros no exercen un poder absoluto. El Monarca mismo no lo disfruta tampoco supuesto que él se somete á las leyes.

CCIX

Si las leyes son justas, y religiosamente observadas, el pueblo no pensará ni aun en mezclarse en los negocios públicos; porque los subditos se someten por sí mismos al gobierno, quando ven que está fundado sobre la razon.

CCX

Cortesano, tú puedes caer en tres faltas diferentes: si el Soberano habla sin dirigirte la palabra, y tú le respondes, es precipitacion: si él te dirige la palabra, y tú no le respondes, es necia taciturnidad: si tú le hablas sin mirarle al semblante, es una ciega imprudencia.

CCXI

No sabe uno cómo portarse con las mugercillas y muchachuelos: jamás podrás contentarlos. Si eres indulgente con ellos, se familiarizan y propasan. Si conservas un cierto ayre de autoridad, se quejan, y dicen, que eres altanero, imperioso é inhumano.

CCXII

Contempla lo que tienen de bueno los otros, como si tú no hubieras llegado todavia á aquel punto; y contempla lo malo que hay en los demás, como si tocáras con el dedo el aceyte hirviendo.

CCXIII

Prepárate en la vida privada para las dignidades públicas; y en llegando á ellas, pon en práctica lo que hayas bien meditado antes.

CCXIV

Nueve cosas es necesario observar para seguir la sabiduría:

1.º Considera báxo todos los aspectos, y observa y busca el conocer bien lo que se ofrece á tu vista.

2.º Penetra bien el sentido de lo que oyes.

3.º Conserva un rostro sereno y tranquilo, y nada te conciliará mas poderosamente los corazones y voluntades.

4.º Manifiesta en tu modo justos miramientos á aquellos con quienes te halles.

5.º Quando obres aplica todos tus cuidados á lo que haces.

6.º Quando hables sé sincéro y verdadero, y que tu lengua sea el intérprete fiel de tu corazon.

7.º En las coyunturas embarazosas exâmina bien con quien consultas.

8.º En la cólera representate fuertemente las conseqüencias funestas de la venganza.

9.º En los medios de enriquecerte, piensa siempre en la justicia.

CCXV

El amigo de la justicia debe guardarse de tres cosas: del amor en la juventud, quando la sangre y los espíritus tienen toda su fuerza é impetuosidad: de querellas en la edad madura, quando el cuerpo ha recibido todas sus fuerzas; y de la codicia en la vejez, quando las fuerzas se enervan, y los espíritus están lánguidos.

CCXVI

Quando el hombre de bien ve un hombre virtuoso, procura él conformarse á este modélo; y tambien sabe aprovecharse del expectáculo del malo, exâminando si acaso tiene con él alguna semejanza.

CCXVII

Aquellas gentes que tienen la exterioridad de virtud, sin llevarla en sus corazones, se parecen á aquellos malhechores que roban de noche, y parecen de dia hombres honrados.

CCXVIII

Hay ciertos temperamentos que guardar hasta con la virtud. El que quiere amar á todos los hombres, y que no conoce los límites que es menester poner á este amor, se dexará llevar á una ciega impetuosidad de beneficencia, y derramará beneficios sin discernimiento y sin medida. El que se pica de prudente, y descuida el consultarse, fluctuará en una eterna incertidumbre. El amigo de la buena fé, y de la sinceridad que no querrá circunscribir esta virtud en justos límites, y que no tendrá miramientos por las circunstancias, ofenderá sin necesidad, y se perjudicará á menudo á sí mismo y á los otros.

Con el candór y el aborrecimiento mas disimulados, se puede, no estando ilustrado, arrojar, por su propia simpleza, ó por artificios extraños, en mil embarazos de los quales saldrá bien dificilmente. El valor ciego conduce á la insolencia, al embrollo y á la rebelion. La entereza, si no se modera sabiamente, degenera en una loca obstinacion.

CCXIX

El Príncipe King-kung tenia mil tiros de á quatro caballos: murió, y el pueblo no ha hallado en él ni una sola virtud.

CCXX

Escuchar corriendo los preceptos de la virtud, hablar á su vez de ellos corriendo, recibirlos por los oidos, y echarlos por la boca, cuidar poco de aplicarselos, ó penetrar á los otros; es hacer ver el mas culpable desprecio de la virtud.

CCXXI

La justicia y el valor merecen el primer lugar.

CCXXII

¿Hombres despreciables y viles podrán, aun con talentos, servir al Príncipe y á la Patria? No, sin duda. Mientras no son elevados á los empleos, solo piensan en obtenerlos; y quando los tienen solo tratan de no perderlos. Nada hay de que no sean capaces para conseguirlos, ó para conservarlos: y así ni temerán la vergüenza, ni el crimen.

CCXXIII

El sabio quiere exîgir la estimacion de todos los hombres; y sin embargo no es inaccesible al aborrecimiento. Él aborrece á aquellos que divulgan los defectos de los otros. Aborrece á los hombres viles, que en su baxeza se atreven á juzgar descaradamente á los xefes de la nacion, condenarlos, y murmurar de ellos. Aborrece á aquellos valentones que fieros con su valor no conocen freno. Aborrece aquella especie de hombres que se complacen neciamente á sí mismos, aferrados á su propia opinion, obstinados, tercos, y que jamás consultan á la razon.

CXXIV

Un padre es para sus hijos lo que el Cielo mismo para las cosas criadas.

CCXXV

La perfeccion del amor filial estriva en seguir la virtud para no hacer avergonzar á su padre, y hacer famoso su nombre para que brillen y sobresalgan en aquel algunos rayos de su propia gloria.

CCXXVI

Yo aborrezco la boca peligrosamente eloqüente, y habil en el arte de fingir y adular. Ella mancha los palacios de los Reyes, y pervierte las mas ilustres familias.

CCXXVII

Sean tus discursos inteligibles, y esto te baste.

CCXXVIII

¿Cómo habla el Cielo? ¿qué voz toma para instruirnos? Las Estaciones acaban su curso; todo nace, todo se renueva. Por este eloqüente silencio ellas nos anuncian este principio secreto por el qual todo se muda.

CCXXIX

¿Estás solo? observa modestia: ¿freqüentas los hombres? conserva bien el candor.

CCXXX

Si se ofrece á tu vista alguna cosa indecente, no la mires: si hiere tus oidos, no la escuches: si te se viene á la boca, no la digas.


Publicado el 16 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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