Es este un corazón amable, un corazón benévolo, un corazón de latido de perdiz, de final de cuento que anuncia un continuará ilimitado, Cupido no lanza aquí su flecha de plomo, la ha exiliado del carcaj y solo lleva una consigo, la de oro, la que une y nunca separa. Renace la vida de sus cenizas, renace el Fénix, nunca muerto en troncos de chimenea en campos nevados. No es el Reino del Unicornio, la primavera, es el Imperio del Fénix.
La primavera la sangre altera, su navío capitán es París y su océano de navegación el Tíber. Roma con todos sus atributos de Vaticano… ¡ fuera todo Anfiteatro Flavio, fuera leyendas y mitos negros !… , la luz resurge de la niebla, y el viaje de trescientos sesenta y cinco años se inicia de nuevo, cada día un año nuevo, cada amanecer una nueva primavera a pesar de un calor de infierno en el mediodía de un mes de agosto, un bosque dorado o un campo de nieve eterna en lontananza.
La primavera, a diferencia del verano, es donde yace el trono de Venus, en su mismo núcleo. En el verano se vive y muere bajo la diarquía de la rosa y la espada, los dos rostros de luna de una época de descanso y desasosiego. La monarquía del deseo y la vida, del amor y el alma, el cetro de la dama desnuda, no en invierno, no el día uno de enero a las doce y un segundo de un nuevo año, no… ese es un punto y seguido, una coma entre fríos de carámbano. La primavera es la dama desnuda, recién nacida, la preciosa bebé de vista pura y la mujer que se desea.
La primavera es un nuevo mundo, la primavera es América… un interrogante sin fin que nunca tuvo principio, porque vivirá siempre bajo otras vidas sin que nos apercibamos de su presencia. La primavera es discreta, y sin embargo, bajo la toca, liberado su cabellera del moño, se halla toda su belleza de ojos verdes de vino, de vida y borrachera.
La gloria del cero que sin su ayuda no sería jamás el uno un diez...