Don Giovanni

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I
II
III

I

El sonido agudo de una campanilla y el grito de Se va á empezar», me arrancaron del dulce sueño que de mí se apoderara. Oigo luego un sordo murmullo de contrabajos, preludios de violín, agudos trompetazos y uno que otro timbalazo, un oboe dando una nota chillona y sostenida... me restregó los ojos... El diablo se burlará de mí?... No; veo distintamente que me encuentro en el cuarto de la fonda, donde me detuve anoche, molido y devengado. Pende junto á mi el cordón de la campanilla, tiro de él y comparece el mozo.—Dime, muchacho, á qué viene esa endiablada música aquí tan cerca? Se dan conciertos en casa?

—Su Excelencia, ignorará que esta fonda esta contigua al teatro, y que esta portezuela entapizada da á un pequeño corredor que conduce en derechura al palco núm. 23, destinado á los extranjeros.

—Cómo? Teatro y palco de los extranjeros?

—Sí; un palco sumamente reducido, capaz para dos ó tres asientos, muy propio para las personas distinguidas, tapizado de verde, con celosías, que da sobre el escenario. Está á la disposición de su Excelencia; hoy echan el D. Giovanni, del célebre Mozart; la entrada y el asiento cuestan escudo y medio, que pondremos en la cuenta.

Diciendo estas últimas palabras abría la puerta del palco, pues con sólo oir el título de la ópera, yo me había lanzado al corredor, La sala era espaciosa, adornada con buen gusto y espléndidamente iluminada; tanto el patio como los demás palcos estaban llenos de espectadores.

Los primeros acordes de la introducción me hicieron formar un excelente concepto de la orquesta, esperando que por poco que la secundaran los artistas, iba á gozar de la obra maestra de Mozart, ejecutada con toda perfección, El andante con su espantoso, tétrico y sombrío regno all pianto me comunicó un lúgubre presentimiento, y la alegre sonata que se destaca en el séptimo compás del allegro, resonó en mis oídos como un grito de triunfo lanzado por el crimen, pareciéndome que surgía dé las tinieblas una caterva de ígneos espíritus, de encendidas garras y una turba de hombres desenfrenados, danzando junto á la boca de un abismo. Pintóse en mi imaginación la lucha entre la humana naturaleza y las potencias ocultas que la envuelven para perderla, hasta que apaciguándose gradualmente la borrasca, se levantó el telón.

Temblando de frío, envuelto en su capa y con la tristeza en él rostro, se adelanta Leporello entre las tinieblas de la noche, hasta encontrarse junio á mi pabellón murmurando las palabras: Notte é giorno fatigar... Hola! esto va en italiano... Ah, che piacere! de modo que voy oir todos los recitados, toda la ópera, tal como el maestro la compuso y nos la ha legado!...

Ved ahora D. Juan, lanzándose á la escena, seguido de D.ª Ana, que quiere detenerle cogiéndole por la capa. Qué mujer! Podría, es verdad, ser algo más alta y más esbelta, revestir de mayor dignidad sus movimientos; pero en cambio, qué cabeza la suya! unos ojos, de los cuales el amor y el odio, la cólera y la desesperación se escapan como un haz de chispas eléctricas, como un fuego griego inextinguible; sus negros y destrenzados cabellos serpenteando ensortijados sobre sus hombros; una leve bata de noche que cela y descubre á un tiempo preciosos encantos que no pueden verse nunca sin peligro; un corazón que oprimido por desastrosa influencia palpita violentamente... y luego, qué magnífica voz cuando dice: Non sperar se non m'uccidi! Parece un agudo trueno destacándose sobre el fragor de la tempestad, simulada por la orquesta. En vano don Juan trata de desasirse... Si realmente lo desea, cómo no rechaza á aquella débil criatura con un vigoroso esfuerzo y huye enseguida? Por ventura sus maldades le han quitado las fuerzas, ó una lucha entre el amor y el odio paralizan las resoluciones de su espíritu?

El anciano, padre de la joven, acaba de pagar con la vida su imprudente ataque en el seno de las tinieblas, contra aquel terrible adversario. D. Juan y Leporello se adelantan hasta el proscenio, y al principio de su diálogo aquél se desemboza y deja ver mi espléndido traje de terciopelo con borda duras de plata; es de noble y apuesta talla, el rostro varonil, los ojos penetrantes y amorosos labios muellemente modelados. El movimiento de su entrecejo presta á veces á su fisonomía cierta.

expresión satánica, que produce involuntario terror, sin turbarse por esto la belleza de sus facciones. Diríase al verle que se halla dotado de un mágico poder de fascinación, y que mujer á quien él mire una vez, ya no podrá librarse de su atractivo, hasta rodar ¿por la pendiente del abismo, al impulso de esta fuerza misteriosa.

Alto y flaco, con un vestido de rayas blancas y rojas, una capa corta de este último color y sombrero blanco con pluma roja también, se agita Leporello entorno de su amo. Su rostro ofrece una extraña mezclada hombría de bien, de astucia, de audacia y de ironía, viéndose á las claras que un tuno de su calibre ha sido hecho apropósito para servirle de criado.

Acaban de salvarse felizmente, escalando una pared; brillan antorchas; reaparece doña Ana seguida de Octavio, este último un hombrecillo afeminado, compuesto y almibarado, de unos veintiún años todo lo más. En calidad de novio de D.ª Ana se hospedaría en la casa, para que hayan podido aviarle con tanta prontitud. Sin duda al primer ruído le hubiera sido fácil acudir y salvar al anciano, pero antes fuéle preciso prenderse y adornarse; poco amante además de aventurarse á andar entre tinieblas.

Ma qual mai s'offre, ó Dei, spectacolo funesto agli occhi mei; los desgarradores acentos de este dúo y recitado, expresan algo más que la desesperación; ya no es únicamente la muerte del anciano y el crimen de D. Juan lo que puede producirlos, sino también una lucha secreta y espantosa.

Cuando la alta y flaca D.ª Elvira, que no ha perdido del todo los rasgos de su belleza á la sazón marchita, se desata en improperios contra el pérfido D. Juan, y en el momento en que el malicioso Leporello, haciéndose el juicioso, hace notar que está hablando como un libro: Parla come un libro stampato, se me figuró que alguien en el palco se había sentado á mis espaldas, pues era muy fácil abrir la puerta y colocarse en el asiento del fondo. Fué esto para mí un penoso descubrimiento, pues me tenía por tan feliz de estar solo, devorando sin estorbo esta obra maestra y abandonándome á todas las sensaciones que su ejecución me producía, que una sola palabra, una palabra fútil hubiera bastado para arrancarme dolorosamente á la embriaguez del éxtasis poético-musical que experimentaba. Resolví por lo tanto no prestará mi vecino la menor atención» evitar sus palabras y hasta sus miradas y continuar sumido en los encantos del espectáculo. Con las manos en las sienes y vuelto de espaldas al recién venido, me estaba con la vista fija en el escenario, viendo como la astuta y galante Zerlina tranquilizaba al bendito Mazetto con acentos y ademanes graciosos.

En el aria brusca y cortada, y acentuada con notable vigor; Fin ch'han del vino, expresaba D. Juan el alterado fondo de su alma y el desprecio que sus semejantes le merecían considerándolos como meros objetos de placer, sometidos á sus antojos: en esto se avivaba el extraño movimiento de sus músculos.

Sucede á ésta la escena de las máscaras, cuyo trío es una oración inspirada, de acordes puros que se elevan hasta el cielo; pero ved ahí que se corre el talón del foro y estalla la algazara, y tras el choque de las copas, se cruzan y confunden las máscaras y los campesinos, atraídos la espléndida fiesta dispuesta por D. Juan. Ya los tres conjurados para la venganza se reúnen y toma todo un carácter imponente, hasta tanto que se forman las parejas y principia la danza.

...Zerlina se ha fugado, y D. Juan se adelanta valerosamente, desnudo el acero contra sus adversarios al primer golpe desarma á su rival, el débil Octavio, y se abre paso á través de la aturdida y desordenada muchedumbre.

Varias veces se me figuró distinguir detrás de mí la dulce sensación de un tibio aliento y el roce de un traje de seda, lo que me hizo sospechar si tenía en el palco á una señora empero ensimismado en las poéticas visiones que la representación me producía, bajo ningún concepto quise distraerme tan sólo al caer el telón me volví para mirar á mi vecina... No existe ni puede existir palabra alguna que exprese la sorpresa que experimenté; la mujer que se encontraba á mi espalda era D.ª Ana, en el mismo traje con que acababa de verla en la escena, posando sobre mí sus miradas ardientes y expresivas. al divisarla permanecí mudo de asombro, notando que vagaba en sus labios una tenue sonrisa de ironía, en la cual creí que se reflejaba mi necia figura. Comprendí entonces la necesidad en que me hallaba de dirigirle la palabra; pero me sentí la lengua trabada por el aturdimiento ó tal vez por el terror. Por fin casi instintivamente se escaparon estas palabras de mis labios:—Vos aquí? Cómo es posible eso?—á lo que me contestó en puro acento italiano, que si yo no hablaba ó comprendía este idioma, se vería privada de conversar conmigo, puerto que no sabía otra lengua, Sus palabras resonaban en mis oídos como un armonioso canto; sus miradas eran cada vez más intensas, y cada rayo que exhalaban sus pupilas me inflamaba con tal ardor que hervía la sangre en mis arterías.

No me cabía la menor duda de que era la mismísima D.ª Ana, y sin detenerme á considerar el modo cómo podía estar un tiempo en el palco y en el escenario, tal como sucede en todo sueño grato, que nos tace palpables las mayores imposibilidades, y que animándonos de ardiente Te nos eleva hasta las regiones sobrenaturales, acallando comunes acontecimientos de la vida, así me encontraba yo en su presencia, dominado por una especie de sonambulismo tal, que ni siquiera me habría sorprendido contemplarla al mismo tiempo sobre las tablas del teatro. Cómo traducir aquí el diálogo que se enlabió entre los dos? En vano lo intentaría, pues no hay palabra que no se me figure pálida y fría, ni frase alguna que no me parezca grosera, cuando trato de conservar la gracia y el donaire de aquel idioma.

Al oir hablar de D. Giovanni y del papel que ella representaba, parecióme que todo el genio de esta obra maestra se revelaba á mi espíritu por primera vez, introduciéndome en las maravillosas regiones de un mundo desconocido. Me dijo que la música constituía el todo de su existencia, y que con frecuencia le bastaba cantar para sentirse en el alma ignotas ó indescriptibles emociones.—Sí,—dijo con entusiasmo lanzando una radiante mirada;—entonces lo concibo todo, y todo cuánto me rodea permanece ame mis ojos frío é inanimado pero cesa el encanto y me aplauden por un gorgorito ó una nota difícil y se me figura que una mano de hierro me arranca el ardoroso corazón... Peto vos... vos sois el único que me comprende pues no ignoro que habéis penetrado también en las ilimitadas esferas de este inundo maravilloso y romántico, poblado por la celeste magia de los tonos.

—Cómo! Mujer sublime é incomparable, vos me conocéis?

Entonces habló de una de mis óperas y pronunció mi nombre.

Sonó la campanilla del teatro empero, después de tan singular aparición, la música produjo en mí un efecto tal, que en vano trataría de expresarlo. Tan sólo para dar de ello una vaga idea, diré que pareció la realización desde mucho tiempo ansiada de mis dorados sueños, cual si todos los presentimientos de mi espíritu se reprodujeran, formulándose en armoniosos acordes. Duran té la escena de doña Ana sentíme rodeado de una atmósfera cálida y voluptuosa, entornáronse mis ojos involuntariamente y rozó mis labios la ardiente impresión de un beso, rápido y fugaz como una nota.

Resonó alegre y desordenado el final del acto: Giá la mensa è preparata. Sentado á la mesa D. Juan con una muchacha á cada lado y repartiendo entre ellas sus caricias, estaba destapando botellas y más botellas, como para dar libre paso á los fermentados espíritus, cautivados entre el cristal. Pasaba esto en una reducida estancia, en el fondo de la cual, á través de una anchurosa ventana de estilo gótico, destacábanse las tinieblas de la noche. Y mientras Elvira echaba en cara al infiel sus falsos juramentos, el rayo rascaba el lejano horizonte, y el sordo estampido del trueno anunciaba la proximidad de la tormenta. Por fin óyese llamar con violencia, huyen corriendo Elvira y las muchachas y acompañado de los roncos rugidos del mundo subterráneo de los espíritus, se adelanta y se cuadra frente á frente de D. Juan el marmóreo espectro, á cuyo lado el libertino parche un pigmeo. Retiembla el pavimento cada paso del gigante y entre el fragor de la tempestad y el ahullido de los demonios, á la siniestra luz del rayo y al estampido del trueno, D. Juan pronuncia su terribles nombre. Ha sonado para él la hora fatal. Desaparece la estatua, un denso vapor inunda el aposento, por entre el cual aparecen terribles fantasmas, y sólo de cuando en cuando D. Juan va combatiendo contra todo el infierno reunido, hasta que se deja oir una explosión, cual si la tierra se hundiera, y todo desaparece, D. Juan y los espíritus infernales, como por ensalmo. Tan sólo Leporello queda tendido en un rincón del aposento.

...Cuán dulce sensación produce entonces la salida de los demás personajes, andando inútilmente en busca de D. Juan! Sólo en aquel momento uno se siente libre del espantoso influjo de los espíritus infernales!

Al reaparecer D.ª Ana, cuán demudada estaba! Cubierto su rostro de mortal palidez, apagadas sus miradas, su voz temblorosa y entrecortada, no por eso cautivaba menos en el duetino con su dulce novio, ansioso de celebrar sus bodas cuanto antes, desde el momento que se siente libre del peligroso deber de la venganza.

El coro final coronó dignamente la ejecución de la obra, y con la mente exaltada corrí yo á encerrarme en el cuarto. Cuando el criado vino advertirme que la cena estaba en la mesa, le seguí maquinalmente.

La reunión era numerosa, y la ejecución de D. Giovanni el tema de todas las conversaciones. Por lo general estaba acorde todo el mundo en elogiar el canto y la mímica de los italianos; sin embargo alguna que otra chanza, echada como al descuido, me probaban que nadie había comprendido ni sospechado siquiera el sentido de esta obra maestra, entre todas las óperas, Don Octavio había gustado; pero á D.ª Ana la encontraban demasiado apasionada. Decía uno de los comensales:—En la escena es preciso saber moderarse, y no producir en el público sensaciones demasiado vivas. Y al hacer esta observación tomaba un polvo de tabaco, volviéndose con aire inteligente y satisfecho hacia su vecino, quien á su vez declaraba, que la italiana era hermosísima; pero algo descuidada en su prendido, pues en lo mejor de su papel, le había caído sobre el rostro uno de los rizos del tocado. Otro entonces se puso á talarear en voz de bajo el Fin ch'han dal vino, acerca del cual declaró una señora que el D. Juan, era el que menos le había gustado, habiéndole parecido demasiado serio y sin saber darse el carácter frívolo y ligero de su papel. En cuanto la explosión del desenlace fué sumamente admirada.

Cansado ya al fin tío tanta charlatanería, me refugié en el cuarto de dormir.

II

Encontrábame tan estrecho y sofocado en aquel aposento!

A eso desmedía noche creí oir que pronunciaban mi nombre cerca de la puerta entapizada.—Quién me impide,—dije para mis adentros visitar de nuevo el lugar donde me ha ocurrido la extraña aventura? Quién sabe si volveré á ver la dama de mis pensamientos! Es tan fácil transportar allí esta mesita, dos luces y recado de escribir.

El mozo me trajo el ponche que le había pedido, y al encontrarse con el aposento vacío y viendo abierta la portezuela entapizada, se llega hasta el palco, lanzándome una mirada equívoca. A una señal que le dirijo, deja el ponche sobre la mesa y se retira, no sin volverse á mirarme, vagando en sus labios una pregunta que no se atreve á formular.

Ya me encuentro solo, y apoyo los codos en el antepecho; contemplo la desierta sala, cuya arquitectura, vagamente iluminada por mis dos velas, ofrece reflejos sumamente extraños y proyecta fantásticas sombras. Un soplo de aíre agita el telón que cubre el escenario.—Oh si se levantara!—exclamó.—Si se me apareciera D.ª Ana en terrible agitación... D.ª Ana!—gritó involuntariamente,—y este grito, perdiéndose entre las profundidades de la anchurosa sala, parece despertar los adormecidos instrumentos de la orquesta. Un sonido confuso invade el espacio, cual si repitiera murmurando ese nombre querido!... No puedo contener un sentimiento de misterioso terror, que al poco rato se trueca en deleitable emoción.

Dueño al fin de mí mismo, héteme ya dispuesto á bosquejar, cuando menos tal cual creo haberla interpretado la profunda concepción de la sublime obra del gran maestro. Sólo un poeta puede comprender á otro poeta, y un alma ideal penetra en las espacios ideales: sólo el exaltado espíritu consagrado en el templo de la poesía, puede responder á los acentos del entusiasmo. Considerando el poema de D. Giovanni por sí mismo, sin prestarle ninguna significación profunda, tal tomo nos lo presenta la leyenda que constituye su argumento, apenas se concibe como Mozart haya podido crear y componer tal música, para un asunto tan trivial.

Un desenfadado calavera, amante desmedido del vino y de las muchachas, quien sólo, al intento de chancearse, invita á cenar á la estatua de piedra, de uno que murió sus manos defendiéndose, en verdad poco tiene de poético, y si hemos de hablar con toda franqueza, no merece un hombre semejante que las potestades Infernales se den la pena de ir á su encuentro, ni mucho menos que la estatua, recobrando la vida, descienda de su pedestal para exhortarle; la penitencia ni finalmente que Satanás pontea en camparía sus más fieles satélites para arrastrarle al reino de las tinieblas.

Confesemos que la naturaleza trató á D Juan como uno de sus hijos mimados, elevándole en todo sobre el vulgo, eximiéndole del trabajo que humilla y de los insípidos cálculos que coartan la imaginación, y dotándote en cambio de todo cuanto contribuye á acercar el hombre á la divinidad. Predestinándolo á vencer y á dominar, le dotó de vigorosos músculos y de una estatura majestuosa, de rostro animada por el fuego celeste, de alma profunda y de viva y rápida inteligencia; empero una dulas funestas consecuencias del pecado original, es el poder que el demonio conserva de seducir al hombre en los mismos esfuerzos que practica, cuando aspira al infinito, tendiéndole así un lazo fatal en el propio sentimiento de su divina naturaleza. Y de esta lucha entre los principios celeste y satánico, derivan las pasiones mundanas, y sólo una victoria completa sobre las mismas puede llevarnos á la eterna bienandanza.

La organización tísica y moral de D. Juan inflamó su ambición, y el insaciable desboque le produjo el ardor de la sanare, lanzóle á la consecución de los fugaces deleites, entre los cuales en vano «lisiaba encontrar una satisfacción completan.

Nada existe en el mundo que exalte al hombre en tan alto grado como el amor, esta pasión cuyo oculto y poderoso influjo serena ó perturba los elementos de nuestra naturaleza. Es, pues, de admirar que D. Juan concibiera la esperanza de apaciguar por medio del amor los deseos que le atormentaban, y que el diablo escogiera este medio, como el más seguro para cogerte entre sus redes? El diablo es de fijo quien sugiere á D. Juan el pensamiento de que con el amor y los goces femeniles llegará á realizar en la tierra las celestes promesas que llevamos escritas en el alma, y colmar esta aspiración infinita que nos pone en inmediata relación con las esferas divinas.

Corriendo desenfrenado de beldad en beldad, embriagándole y hasta saciándose en sus encantos, creyendo haberse engañado siempre en la elección de cuantas mujeres va seduciendo, y siempre esperando realizar el ideal de su completa ventura, D. Juan debía al fin cobrar tedio por la vida, y como acogía á los hombres con desprecio, acabó por irritarse contra todas cuantas apariciones había evocado, al fin y al cabo para convertirse en vano juguete de las mismas.

Por eso, no poseyó mujer alguna, que no fuera para él al propio tiempo que un goce sensual, objeto de un atrevido insulto contra la naturaleza humana y su Creador. Mirando con extremo desdén las convenciones de la vida ordinaria por superior á las cuales se tenía, y sintiendo tan sólo amarga irrisión por las dichas honestas, consagróse á jugar cruelmente con las dulces y cándidas criaturas, arrebatándolas despiadado á esas dichas de las cuales se burlaba de continuo. No seducía á una adorada esposa, ni rompía con violencia la ventura de dos amantes, que no se creyera triunfar brillantemente sobre esta potencia enemiga que le colocaba fuera de los estrechos límites de la vida ordinaria, sobra la naturaleza y sobre su Creador; y cuando trató todavía de dejar atrás esto» límites, cayó irremisiblemente en el abismo. El rapto de Ana con las circunstancias que lo acompañaran, constituyó una de sus más soberbias aventuras.

Adornada de los favores más espléndidos de la naturaleza; D.ª Ana es el vivo contraste de D. Juan, y así como éste era en un principio un hombre dotado de belleza y virilidad maravillosas, es aquélla una mujer divina cuya pureza había escapado hasta entonces á las acechanzas del infierno, pues todos los esfuerzos infernales sólo pudieron alcanzar á su vida terrena.

Pero, apenas consumada su perdición, se desencadenan las venganzas del cielo: el cínico D. Juan convida á un alegre festín al anciano que murió á sus manos, y éste no desdeña acudir á la cita, desde el mundo de los espíritus, para obligarle al arrepentimiento; pero ten pervertido se encuentra ya el corazón del libertino, que hasta la misma beatitud del cielo es impotente para hacer penetrar en su alma un rayo de esperanza y el sentimiento de una vida mejor.

Ya llevo dicho que D.ª Ana es un personaje creado para contrastar con D. Juan destinado á hacerle sentir el poder de una naturaleza divina y á arrancarle á la desesperación de sus estériles esfuerzos. Ah! Conociéronse demasiado tarde, pues en el apogeo del crimen, aquél no concibe otro pensamiento que el de perderla. La infeliz sucumbe, y cuando parece que se ha cometido el desliz, siente estallar en su corazón el fuego de la voluptuosidad, ardoroso como el del infierno, siendo ya inútil toda resistencia. Sólo D. Juan era capaz de infundirle el sensual extravío, gracias al cual se echa en sus brazos y sucumbe á las malas artes del infierno.

Pero cuando el seductor se dispone á abandonarla despiértanse en ella todos las angustias de su caída; la muerte de su padre, asesinado por D. Juan, su enlace con el frívolo y vulgar D. Octavio, á quien antes creía amar, el apasionado ardor que consume sus entrañas y últimamente hasta el impetuoso impulso del rencor y el odio, todo enteramente se conjura para atormentarla.

Sintiendo que sólo la ruína de D. Juan puede concederle algún reposo, reposo, empero, que será su muerte, excita sin cesar á su indolente desposarlo á la venganza; ella misma persigue al perjuro, y sólo cuando ve que las potestades del Averno lo han arrastrado al abismo, recobra alguna tranquilidad, sin que por esto quiera ceder á los impacientes deseos de su futuro esposo, á quien le dice; Lascia, ó caro un anno ancora allo sfogo del mio cor! Pero de fijo que no ha de sobrevivir á este año, y que jamás D. Octavio estrechará en su seno á aquélla, á quien un piadoso pensamiento ha arrancado de las garras de Satanás.

Ah! Qué vehementes emociones experimentaba en el fondo de mi alma, al recordar los desgarradores acordes del primer recitado y la relación de la sorpresa nocturna! La misma escena de D.ª Ana en el acto segundo, Crudele, que mirada superficialmente parece que tiene relación tan sólo con Octavio, revela en sus ocultos acordes y maravillosos transportes toda la agitación de su espíritu. Qué pensamiento tan conmovedor expresado en las siguientes palabras, escritas quizás sin que el poeta ni siquiera adivinara su alcance: Forse un giorno á cielo ancora sentirá pieta di me!

Dan las dos! Siento deslizarse sobre mí un soplo eléctrico que me trae la esencia de los suaves perfumes italianos que ayer me revelaron la presencia de mi vecina. Apodérase de mí un sentimiento de bienestar que tan sólo podría expresar con la armonía del canto; una corriente de aire más recia se engolfa en la sala y murmuran las cuerdas del piano de la orquesta... Oh, cielos! No es la voz de Ana la que percibo en alas de una lejana sinfonía aérea? No es ella que me dice: Non mi dir bell' idol mio?

Abrate, mundo desconocido y apartado reino de los espíritus, espléndido paraíso, donde el alma arrebatada encuentra hasta en el dolor los goces infinitos de las más bellas promesas de este mundo! Déjame recorrer el mágico círculo de tus sublimes apariciones! Y ojalá los sueños que al hombre envías, presagios ora de terror, ora de consuelo, cuando duerma sujeto con lazos de plomo, eleven mi espíritu y le hagan recorrer los etéreos espacios!

III

UN HOMBRE SESUDO haciendo resonar sus dedos sobre la cubierta de su caja de tabaco:—Es mucho cuento no poder contar desde hace tiempo con una ópera medianamente ejecutada. Ved ahí el resultado de esta maldita manía de exagerarlo todo!

UN HOMBRE DE CARA MUY MORENA: Sí, sí; estoy ya cansado de decirlo; el papel de D.ª Ana la ha conmovido siempre muchísimo; anoche misma parecía poseída del diablo. Durante todo el entreacto ha estado desmayada, y después de la escena del segando ha tenido grandes ataques de nervios.

UN HOMBRE DE POCA MONTA: Hola! Y cómo ha sido esto? A ver, contadlo.

EL DE LA CARA MORENA: Pues toma, sí, unos ataques de nervios, y tan violentos que no pudieron sacarla del teatro.

YO: En nombre del Cielo! Supongo que esto no tendrá graves consecuencias, y que volveremos á oir pronto á la signora.

EL HOMBRE SESUDO tomando un polvo:—Difícilmente pues la signora ha muerto esta noche á dos en punto.


Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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