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Cuento infantil


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  Cuento infantil.
8 págs. / 15 minutos / 75 KB.
7 de mayo de 2024.


Fragmento de El Enfermo del Chacho

El niño volvió al lado del enfermo que pareció consolado. Y Cecilio comenzó su oficio de enfermero sin llorar más, pero con el mismo interés y con igual paciencia que antes; le dió de beber, le arregló las ropas, le acarició la mano y le habló dulcemente para darle ánimo. Todo aquel día estuvo a su lado, y toda la noche y aun al siguiente día, pero el enfermo se iba poniendo cada vez peor; su cara iba tomando color violáceo; su respiración se iba haciendo más ronca, aumentaba la agitación, salían de su boca gritos inarticulados: la hinchazón se ponía monstruosa. En la visita de la tarde, el médico dijo que no pasaría de aquella noche. Entonces Cecilio redobló sus cuidados y no lo perdió de vista ni un minuto. Y el enfermo lo miraba, lo miraba, y movía aún los labios de vez en cuando, con gran esfuerzo, como si aún quisiera decir alguna cosa, y una expresión de extraordinaria dulzura se pintaba de vez en cuando en sus ojos cada vez más pequeños y más velados. Aquella noche estuvo velando el muchacho hasta que vió blanquear en las ventanas la luz del crepúsculo y apareció la hermana. Se acercó ésta al lecho, miró al enfermo y se fué precipitadamente. A los pocos minutos volvió con el médico ayudante y con un enfermero que llevaba una linterna. “Está en los últimos momentos”, dijo el médico. El muchacho apretó la mano del enfermo, abrió éste los ojos, le miró fijamente y los volvió a cerrar. En el mismo instante le pareció al muchacho que le apretaba la mano: “¡Me ha apretado la mano!”, exclamó. El médico permaneció un momento inclinado hacia el enfermo; luego se levantó. La hermana descolgó un crucifijo de la pared. “¿Ha muerto?”, preguntó el muchacho. “Vete, hijo mío—dijo el médico—. ¡Tu santa obra ha concluido! Vete, y que tengas fortuna, que bien la mereces. ¡Dios te protejerá!... ¡Adiós!”. La hermana, que se había alejado un momento, volvió con un ramito de violetas que cogió de un vaso que estaba sobre una ventana, y se lo ofreció al chico diciéndole: “Nada más tengo que darte. Llévatelo para recuerdo del hospital”. “Gracias—respondió el muchacho, cogiendo el ramito con una mano y limpiándose los ojos con la otra—; pero tengo que hacer tanto camino a pie... que lo voy a estropear”. Y desatando el ramito, esparció las violetas por el lecho, diciendo: “Las dejo como recuerdo a mi querido muerto. Gracias, hermana: gracias, señor doctor”. Luego, volviéndose hacia el muerto: “¡Adiós!...”. Y mientras buscaba un nombre que darle, le vino a la boca el dulce nombre que le había dado durante cinco días: “Adiós... pobre chacho!”. Dicho esto, cogió bajo el brazo su envoltorio de ropa, y a paso lento, interrumpido por el cansancio, se fué. Comenzaba a despuntar el alba.


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