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Cuento.
7 págs. / 13 minutos / 130 KB.
10 de junio de 2016.
Fragmento de El Pequeño Escribiente Florentino
y lo tenía clavado allí,
detrás de su hijo. De repente dió Julio un grito agudísimo: dos brazos
convulsos le habían cogido la cabeza. “¡Oh, padre mío, perdóname!”,
gritó, reconociendo a su padre llorando. “¡Perdóname tú a mí—respondió
el padre sollozando y cubriendo su frente de besos—. Lo he comprendido
todo, todo lo sé; yo soy quien te pide perdón, santa criatura mía. ¡Ven,
ven conmigo!”. Y le empujó, más bien que lo llevó, a la cama de su
madre, despierta, y arrojándolo entre sus brazos, le dijo: “¡Besa a
nuestro hijo, a este ángel, que desde hace tres meses no duerme y
trabaja por mí, y yo he contristado su corazón mientras él nos ganaba el
pan!”. La madre lo recogió y apretó contra su pecho, sin poder
articular una palabra, y después dijo: “A dormir en seguida, hijo mío;
ve a dormir y a descansar. ¡Llévalo a la cama...!”. El padre lo cogió en
brazos, lo llevó a su cuarto, lo metió en la cama, siempre jadeante y
acariciándolo, y le arregló las almohadas y la colcha. “Gracias,
padre—repetía el hijo—, gracias; pero ahora vete tú a la cama; ya estoy
contento; vete a la cama, papá”. Pero su padre quería verlo dormido, y
sentado a la cabecera de su cama, le tomó la mano y dijo: “¡Duerme,
duerme, hijo mío!”. Y Julio, rendido, se durmió por fin, y durmió muchas
horas, gozando por primera vez, después de muchos meses, de un sueño
tranquilo, alegrado por rientes ensueños; y cuando abrió los ojos,
después de un rato de alumbrar ya el sol, sintió primero y vió después
cerca de su pecho, apoyada sobre la orilla de la cama, la blanca cabeza
de su padre, que había pasado así la noche y dormía aún, con la frente
inclinada al lado de su corazón.