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Mientras comían, se contaban sus asuntos. El muchacho no tenía ni padre ni madre. Su padre, trabajador, había muerto en Liverpool pocos días antes, dejándolo solo, y el cónsul italiano lo había mandado a su país, a Palermo, donde le quedaban parientes lejanos. La muchacha había sido conducida a Londres el año antes con una tía viuda que la quería mucho, y a la cual sus padres (que eran pobres), se la habían dejado por algún tiempo, confiados en la promesa de la herencia; pero pocos meses después la tía había muerto aplastada por un vehículo, sin dejar un céntimo; y entonces también ella había recurrido al cónsul que la había embarcado para Italia. Los dos habían sido recomendados al marinero italiano. “Así—concluyó la niña—mi padre y mi madre creían que volvería rica, y, al contrario, vuelvo pobre. Pero me quieren mucho de todas maneras, y mis hermanos también. Cuatro tengo, todos pequeños; yo soy la mayor de casa, y los visto. Tendrán mucha alegría al verme. Entraré de puntillas... ¡Qué malo está el mar!”. Después le preguntó al muchacho: “¿Y tú? ¿Vas a vivir con tus parientes?”. “¿Sí...? si quieren”, respondió. “¿No te quieren bien?”. “No lo sé”. “Yo cumplo trece años en Navidad”, dijo la muchacha. Luego empezaron a charlar del mar y de la gente que había alrededor. Todo el día estuvieron reunidos, cambiando de cuando en cuando alguna palabra. Los pasajeros creían que eran hermano y hermana. La niña hacía media; el muchacho meditaba. El mar seguía picado. Por la noche, en el momento de separarse, para ir a dormir, la niña dijo a Mario: “Que duermas bien”. “¡Nadie dormirá bien, pobres niños!”, exclamó el marinero italiano, al pasar corriendo llamado por el capitán. El muchacho iba a responder a su amiga: “Buenas noches”, cuando un golpe inesperado de mar lo lanzó con violencia contra un banco. “¡Madre mía...! ¡Que se ha hecho sangre ...!”, gritó la chica, echándose sobre él.
5 págs. / 10 minutos.
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Publicado el 7 de mayo de 2024 por Edu Robsy.
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