El Grito de Asencio

Eduardo Acevedo Díaz


Crónica


Lucían las últimas estrellas en un cielo límpido y tranquilo, y comenzaba el alba a tender sus blanquecinos velos en el horizonte con sus orlas de rosas pálidas, cuando un movimiento acompañado de confusos rumores se operó alrededor de las «casas».

Los hombres montaban a caballo, entre chasquidos de rebenques, fragor de armas, escarceos de piafadores redomones y choques de ginetes que buscaban entrar en las filas en orden de marcha, a un flanco de la enramada.

La voz de Pedro José Viera retumbaba atronadora a la cabeza de la columna hablando de libertad o independencia. y un grito formidable lanzado por cien bocas respondía a su corta y viril arenga, entre los brincos y bufidos de los potros alborotados por la espuela y el vocerío

Las mujeres se lanzaron fuera, mozas y viejas, oprimiéndose entre sí, estrujándose y haciendo al fin compacto pelotón en torno del Ombú, arrebujadas apenas algunas de ellas y todas con las cabelleras sueltas desencajadas, temblorosas, escudriñando los detalles del cuadro que se ofrecía a su vista.

¡Parecia soplar un viento de tormenta!

Las medias tintas crespusculares cedían su puesto a los resplandores de la aurora, que esparcía por campos y bosques su luz suave y tibia.

La columna negra no se había aún movido: las lanzas en alto se agitaban nerviosas en pintoresca confusión de moharras, medias-lunas, tijeras, clavos y banderolas; los trabucos enmohecidos, las tercerolas inservibles, las pistolas sin baquetas, los sables viejos, las dagas de canales, las bolas retobadas con piel de

lagarto de los zambos, las plas toscas de los «tapes», todo se movía y levantaba con los brazos robustos para jurar la guerra al opresor.

Los instintos guerreros bramaban iracundos en aquella gran manada de pumas.

Y las mujeres vieron de repente, cómo aquel conjunto de andrajos y de desechos que cubrían cuerpos vigorosos, de razas y de castas arrastradas por la misma idea y el mismo sentimiento, de cambujos bravíos y de negros de aspecto feroz, de bizarros tupamaros con luengas barbas y rostros blancos, desarmados algunos, pero entusiastas y resueltos; vieron cómo aquel conjunto de fierezas, cóleras y rabias tanto tiempo contenidas, se movía como una tromba entre torbellinos de polvo e imponente alarido, y alzaron entonces sus manos y agitaron los pañuelos en el aire, hasta que la tromba desapareció en el horizonte dejando en pos de sí una niebla parda en el ambiente, semejante a las espumas que el huracán arrebata a la cresta de la ola fragorosa y disuelve en el espacio.


Publicado el 11 de agosto de 2024 por Edu Robsy.
Leído 0 veces.