Sin embargo, en un día inopinado de verano, una pareja de hermosos
monipodios llegó volando hasta una de sus extensas playas. Son los
monipodios unas aves de bello plumaje propias de climas más
septentrionales. Sin ser migratorias per se, su compleja
etología incluye largas incursiones a cientos e incluso miles de
kilómetros de sus regiones de origen, sin otro motivo aparente que ver
nuevas tierras o pasar algún tiempo lejos de las suyas, disfrutando de
un clima más cálido.
Este hecho, en apariencia intrascendente, puso en marcha un cambio
sin precedentes en la historia de la isla. Los monipodios, al anidar o
cuando deambulan por tierra, pierden de forma natural algunas de sus
coloristas plumas. Los isleños, deslumbrados por la belleza de las
mismas, empezaron a recogerlas para intercambiarlas por otros productos.
Por su rareza, su valor era alto, por lo que hacerse con alguna de
ellas era toda una suerte para los locales.
Algunos de los habitantes más intrépidos, tratando de conseguir las
preciadas plumas, fueron hasta los arenales en los que había anidado la
pareja de monipodios. Se acercaron hasta el nido, que los monipodios
custodiaban, y, para ganarse el favor de las aves, les ofrecieron
comida. Los monipodios, que comparten funciones cerebrales superiores
con la familia de los córvidos, entendieron rápidamente el mecanismo y
empezaron a entregar plumas a sus visitantes a cambio de más alimentos y
atenciones. Unos y otros comprendieron los beneficios del intercambio
comercial.
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Publicado el 10 de julio de 2024 por Edu Robsy.
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