Tabaco y Flores

Eduardo Robsy


Cuento


Ayer por la noche fui a la vieja casa familiar a recoger algunos libros que tenía que consultar. Llevaba un par de semanas sin pasar por allí por culpa de mi trabajo. Siempre estoy demasiado ocupado.

Al entrar en el salón me encontré otra vez a mi padre sentado en su butaca favorita, ojeando un periódico mientras fumaba un cigarrillo mentolado. Reconozco que siempre me ha gustado ese olor: me recuerda a mi infancia. Se alegró de verme, pero siempre me ha costado interpretar las emociones de mi padre y, últimamente, mucho más. No me sentía cómodo.

—Hola, papá. ¿Cómo estás?

—Bien, hijo —dijo mi padre cerrando el periódico—. Me alegra verte de nuevo. Llevabas un tiempo sin pasar por aquí y estaba preocupado.

—Ya sabes que el trabajo me trae de cabeza. Tengo un nuevo proyecto en marcha y me absorbe muchas horas.

—Bueno, lo importante es que tú estés bien.

—Papá...

—¿Qué pasa?

—Sabes que no tendrías que hacer esto, ¿verdad?

—¿Te refieres a fumar? Sabes que fumo poco y que ya no me hace ningún daño —dijo esbozando una media sonrisa.

—Lo sé, pero no me refería a eso...

—¿Entonces?

—A lo otro, papá. A lo otro. No puedes seguir haciendo esto.

—No sé a qué te refieres, hijo. Todo está bien.

—No, papá, no lo está. Y sabes perfectamente a qué me refiero.

—No hagas ahora una montaña de un grano de arena. Tampoco es para tanto...

—Sabes que no lo llevo bien, es todo. Me tengo que ir ya, que llevo prisa —añadí.

—Siempre con prisas, siempre tan acelerado —respondió, con el gesto más triste—. Me ha alegrado verte igualmente, hijo.

—A mí también, papá, aunque no me acostumbro a esto.

—Ya sabes que es transitorio, no le des más vueltas de las necesarias.

—Por cierto, ¿te gustaron las flores? —pregunté.

—Sí, todo un detalle hijo. Te lo agradezco.

—No hay de qué, papá.

—¿Te puedo pedir un favor?

—Supongo que sí. ¿Qué quieres?

—La próxima vez que traigas flores, que no sean de la floristería. Tráeme unos lirios de los que crecen en las dunas junto a la playa. Su olor trae recuerdos de tardes junto al mar.

—No hay problema: los tendrás mañana.

—Gracias, hijo. Y tráeme también algo de tabaco, por favor. Sabes que no puedo salir a comprarlo.

—Adiós, papá.

—Hasta pronto, hijo. A ver si la próxima vez tienes tiempo para contarme tu nuevo proyecto... Y acuérdate de ponerle comida a la gatita al salir, que ya sabes que le gusta que se la des tú.

—Ahora lo hago, no te preocupes.

—Y deja la luz encendida, por favor.

—Claro.

Salí al jardín con esa añoranza que me acompaña después de hablar con él, cuando me voy de la casa. Preparé la comida de la gata y estuve un rato junto a ella, acariciándola, siempre cariñosa pese a ser tan mayor. El día que falte la echaré de menos: nació en ese mismo jardín y lleva casi veinte años viviendo en la casa. Siento que la casa es, en realidad, mucho más suya que mía.

* * *

Esta mañana, antes de ir al trabajo, me he acercado a la playa a recoger los lirios blancos que me pidió mi padre. Tenía razón: su perfume intenso me recuerda a mí también aquellas tardes junto al mar.

De vuelta, he parado en el estanco a comprar una cajetilla de su tabaco mentolado. Creo que nadie más compra esos cigarrillos y la estanquera siempre me mira con extrañeza: sabe que yo no fumo.

Después he ido caminando hasta el cementerio, a dejar las flores y el tabaco junto a la tumba de mi padre, esquivando la mirada indiscreta del jardinero, sin entender nada de lo que sucede, aceptando que todo esto es imposible, que no puede ser pero es. Sin saber, entre triste y aliviado, si será o no la última vez que le tenga que hacer un recado a mi padre.


Palma de Mallorca, 18 de septiembre de 2018.


Publicado el 19 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.
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