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Pero el señor Madinier dio la señal de partida. Atravesaron el jardín de las Tullerías en medio de una multitud de chiquillos, cuyos aros y pelotas descompusieron el orden de las parejas. Luego, al llegar a la plaza Vendôme, pusiéronse a contemplar la columna, y el señor Madinier, queriendo ser galante con las señoras, les propuso subir para ver París desde lo alto. Su oferta pareció muy graciosa. Sí, sí; había que subir, así podrían reír un rato a su gusto. Por otro lado, aquello no carecía de interés para quienes nunca habían dejado la tierra firme.
—Sí, ustedes creen que la Banban va a arriesgarse a arrastrar su pata coja —murmuraba la señora Lorilleux.
—¡Yo subiría con mucho gusto —decía la señora Lerat—; pero no quiero que ningún hombre vaya detrás de mí!
Y la comitiva subió. En la estrecha espiral de la escalera, los doce se encaramaban encima, tropezando con los peldaños gastados y sosteniéndose contra la pared. Luego, cuando la obscuridad fue completa, comenzaron a reír a sus anchas; las señoras lanzaban ligeros gritos, los hombres les hacían cosquillas y les pellizcaban las piernas; pero habrían sido tontas por demás si hubieran hablado de ello; se hacía como si se creyera que eran ratones. Además, aquello no podía tener ninguna consecuencia, y los hombres sabían detenerse donde lo requería la honestidad. Después, Boche dijo una broma que toda la reunión repitió. Pusiéronse a llamar a voces a la señora Gaudron, como si se hubiera quedado en el camino, y le preguntaban si su vientre podría pasar. Habría que pensar en qué compromiso los pondría si se atascaba allí, sin poder subir ni bajar, y si el agujero quedase obstruido y no pudieran volver a salir de allí. Y se reían a su gusto a costa de aquel vientre de mujer embarazada, hasta el punto de nacer estremecer la columna. En seguida Boche, puesto ya en camino, manifestó que se envejecerían en aquel tubo de chimenea, aquello no tenía fin. ¡Iban acaso al cielo! Y trataba de asustar a las señoras, gritando que la columna se balanceaba de un lado a otro. Mientras tanto Coupeau no decía nada, subía detrás de Gervasia, sosteniéndola por la cintura y sentía que se le abandonaba. Cuando, de repente, salieron a la claridad, estaba precisamente a punto de darle un beso en el cuello.
517 págs. / 15 horas, 5 minutos.
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Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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