Corro de Sombras

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En los Campos Elíseos. Una luz difusa y sin brillo ilumina un boscaje de hojas de un verde mate y flores que parecen transparentarse al través de un tul. Al centro del boscaje, un prado de hierba menuda, espesa y también enflorecida; estrellitas de oro, margaritas blancas la salpican graciosamente.

Una sombra sale del boscaje. Detrás de ella asoman otras muchas que van agrupándose en el prado. Al decir sombras, debe entenderse que son cuerpos, pero cuerpos en extremo sutiles, despojados del gravamen de su materia y rellenos como buñuelos de viento de algo más fino y leve que la carne y los huesos y las vísceras y la sangre mortal. Quedan, sin embargo, bien patentes las formas que revistieron en vida, y nadie podría desconocerlas; son celebridades, poetas, oradores, conquistadores, semidioses, humanidad superior. Se acercan y cambian impresiones en voz algo sorda, perceptible, sin embargo.

LA SOMBRA DE ORFEO: ¿Qué es eso? ¿Vuelve el tedio a dominaros? Aquí de la lira de oro. Os cantaré mis versos, oiréis un himno que no conocéis aún.

LA SOMBRA DE AQUILES (A LA SOMBRA DE HÉCTOR): Antiguo enemigo mío, tú, a quien maté y arrastré por los talones alrededor de los muros de Troya, ¿te entretenía la música? A mí, seamos francos, no es cosa que me divierta mucho. Y el bueno de Orfeo, cuyo mérito reconozco, se pone pesadito con sus himnos y sus arpegios. No me extraña que las mujeres del monte Rodope le hicieran pedazos.

LA SOMBRA DE HÉCTOR (confidencialmente): En cuanto empieza a preludiar, el sueño invade mis párpados. Sólo de pensarlo… ¡Aaaah! (Bosteza).

LA SOMBRA DE PLATÓN: ¿Por qué no disertamos, como se acostumbraba en mis sobremesas, de la naturaleza del alma, de la índole del amor expresada por la contemplación…?

LA SOMBRA DE SÓCRATES: Mejor sería disertar de moral y de política. Son cosas más inmediatamente aplicables al bienestar y a la utilidad de los ciudadanos.

LA SOMBRA DE CICERÓN: De política especialmente, de política. Sin política no hay patria. La política romana de mi época fue la causa de que…

LA SOMBRA DE MARCO ANTONIO: ¡Válgame Júpiter! Ya se prepara éste a endilgarnos por centésima vez su historia. Va a salir a relucir lo de mi enojo por sus últimas arengas, y lo de las listas de proscripción, y lo del presagio de los cuervos, y lo de cómo tendió la garganta para ser degollado más pronto, y lo de las bofetadas que le descargó mi dulce esposa Fulvia a la cabeza cortada antes de atravesar la lengua con aguja de oro… A la verdad, estamos harto saturados de este episodio histórico… ¿Verdad que ya por un oído nos entra y por otro nos sale?

LA SOMBRA DE CLEOPATRA: ¿Quieres que les distraiga yo refiriendo lo del áspid? Es posible que este relato…

LA SOMBRA DE AGRIPINA: A mí tampoco me falta qué narrar. Tengo una biografía de las más complicadas…

LA SOMBRA DE OCTAVIO: Amigos míos, nada contéis. ¡Si aquí todos nos conocemos! Y yo, que tanto y tan a fondo he conocido al género humano, os digo que es preciso estar siempre ensartando cosas nuevas, sean verdaderas o falsas, para recrearle. ¿Sabéis el secreto de este corro y de estas proposiciones de hablar de lo que a cada uno le interesa o le interesó? Que el inmenso aburrimiento, del cual hemos padecido en vida, nos sigue al beato recinto donde los dioses nos trajeron para honrarnos. Y si no, decidme, ilustres sombras: ¿os divertís mucho en estos prados? ¿Anheláis permanecer aquí siempre?

LAS SOMBRAS (a un tiempo): No, no, no.

LA SOMBRA DE OCTAVIO: Sin embargo, ésta es la beatitud, y habéis sido bien desgraciadas allá en la tierra. La traición y la ferocidad os rodearon como manada de hienas carniceras en busca de víctimas. A ti, Orfeo, en premio de encantar y civilizar a tus contemporáneos, te hicieron picadillo y lanzaron al mar tu cabeza. A ti, divino Aquiles, cuando te ofrecías a la muerte por vengar los agravios de los atridas, un atrida te quitó a la mujer amada. A ti, Héctor, te arrastraron de los pies, entre polvo y sangre, por las culpas de Paris, que entretanto se solazaba con Helena. A ti, Sócrates, se te acusó de impiedad y de venalidad, y te hicieron beber de una salsa verde que te impulsó a sacrificar un gallo a Esculapio porque te curaba de la vida. Tú, Cicerón, recordarás que fue tu discípulo predilecto el que enseñó a la tropa que venía a sacrificarte el camino por donde acababas de huir. A ti, Marco Antonio, la reina de Egipto, por quien te perdías, te abandonó en la batalla. A ti, Agripina, fue tu hijo quien te envió los asesinos: habías sido criminal por él, por darle la diadema, y te lo pagó con el matricidio aquel Barba de Cobre… Y tú, venerable Homero, ¿no mendigaste? Y tú, Safo, la del largo velo, todo chorreante de agua salobre, ¿no fue el ascua de dolor sobrehumano y de inquietud infiel lo que quisiste apagar al arrojarte del promontorio…?

LAS SOMBRAS (a la vez): No obstante… Con todo eso… En la actualidad…

LA SOMBRA DE OCTAVIO (con indulgencia): Bien, no digáis más… La inconsecuencia de los deseos humanos es una de las cosas sencillas y naturales que los necios no comprenden. Se nos arguye lo que queríamos ayer para confundir y condenar nuestro querer de hoy, y es lo mismo que si nos arguyesen con nuestra figura y nuestra conformación del tiempo en que éramos muchachos, para persuadirnos de que no somos viejos… Amigas sombras (que hayáis sido o no amigas cuando andábamos por allá), no os avergoncéis de obedecer la ley que a todos se nos impone, a grandes y a pequeños, a los ilustres y a los que pasan por la tierra como el aire por las frondas, sin dejar rastro… Los grandes y los pequeños…, son, antes que grandes y que pequeños, hombres y mujeres. Tienen más de común que de diverso… Y vosotras os aburrís, ¡oh sombras ínclitas!, como si fueseis menos que hombres, como si fueseis ostras del lago Lucrino, aquellas que tantas veces nos hicieron chuparnos los dedos, ya crudas, ya confitadas en miel. ¡Oh!, ya sabéis que no fui glotón, pero he querido conocer todas las sensaciones sin ser esclavo de ninguna.

LA SOMBRA DE CICERÓN: Ya que tú, tan morigerado, comprendes nuestro estado de alma…

LA SOMBRA DE AGRIPINA: Ya que te das cuenta de que aquí, donde dicen que estamos en la gloria, no se pasa muy bien…

LA SOMBRA DE MARCO ANTONIO: Ya que nos has entendido, sácanos de aquí. Sagaz político fuiste: haz una negociación que nos redima.

La sombra de Octavio desaparece, ocultándose detrás del boscaje. Pasada una hora, regresa el augusto. Viene con ese aire, a la vez reservado y satisfecho, que adoptan los diplomáticos cuando les sale bien una combinación enrevesada.

LAS SOMBRAS TODAS: ¿Has logrado que nos permitan volver a esa maldita tierra?

LA SOMBRA DE OCTAVIO: Sí, el sumo Jove me lo otorga, pero bajo condiciones que no sé si aceptaréis.

LAS SOMBRAS: Vengan, vengan.

LA SOMBRA DE OCTAVIO: Recobraréis vuestros cuerpos, aquellos pícaros cuerpos con los que hicisteis mil travesuras: mas no recobraréis las condiciones y situaciones que disfrutabais; os veréis en otras muy inferiores. Tú, divino Orfeo, serás músico de murga.

LA SOMBRA DE ORFEO: ¡Qué horror!

LA SOMBRA DE OCTAVIO: Tú, Aquiles, el de los pies veloces, serás cojitranco… Tú, Platón, serás estudiante de filosofía en el Instituto… A ti, noble Sócrates, te encasillarán entre los de la mayoría… Cicerón, renacerás tartamudo; Marco Antonio, serás sargento de Infantería… ¡Y las pobres señoras Cleopatra, Agripina y Safo! Su porvenir es de lo más incierto y de lo más equívoco… Con decir que Safo será poetisa y hará versos a un geranio, y se los publicará un semanario de su pueblo, que se publica cada dos meses…

Las sombras permanecen confusas algunos instantes. Por fin recobran voz y movimiento, y murmuran: «Si no hay remedio… Si Jove lo quiere… ¿Y cuándo salimos de aquí?».

LA SOMBRA DE OCTAVIO: Ahora mismo…, si gustáis.

Las ilustres sombras se precipitan, se empujan, vuelan, desaparecen. Octavio se queda solo. Mueve la cabeza, sonríen sus delgados labios; se envuelve mejor en su clámide, y poco a poco se pierde entre los árboles, murmurando entre sí: «Buen viaje…, y divertirse. ¡A mí no me engaña segunda vez la histrionisa de la vida!… ¡La conozco!…».


Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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