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Este texto forma parte del libro «Cuentos Trágicos».
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Reprimimos una sonrisa, porque los rusos, en general, no gozan fama de aseados, y para que un ruso se horripile de la suciedad de algo o de alguien, ¿cómo será y qué abismos de inmundicia encerrará la vida de los cazadores de pieles del país del armiño inmaculado? ¿Y quién sabe si un holandés que estuviese presente —ellos que lavan las fachadas— sonreiría, a su vez, de nuestro sonreír?
—¡Es una gente! —repetía Igor, en cuya cara pomulosa y barbuda se leía una repugnancia antigua, evocada de nuevo—. ¡Cualquiera se asombra de lo que comen! ¡No es comer; es como si un saco tuviese la boca abierta y en él echásemos todo, crudo, medio cocido, medio perdido ya..., o perdido enteramente, que yo lo he visto! ¡Delante de mí hirieron a un reno y se comieron pedazos de su carne antes que expirase! ¡Y luego devoraron la papilla, a medio digerir, de las hierbas que el reno tenía en el estómago!
—Si esa gente no come lo mismo que fieras, no resiste el clima —observé.
5 págs. / 8 minutos.
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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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