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Al cabo, contrayéndose a lo presente, a lo inmediato, que era el rollo que yo conservaba en la mano y que aún no me había decidido a trasegar al bolsillo, declaró:
—Un caballero, por ejemplo, no malgasta nunca en vicios lo que puede servirle para presentarse con decoro y para disfrutar las diversiones que en su edad son naturales…
Parecía como si la anciana señora me hubiera leído en el corazón. Sonreí forzadamente, y exclamé:
Gracias por el consejo…
—¡No te dejes llevar por el demonio!
Cuando esto decía la hermana de mi madre, sus ojos, apagados por la edad, reflejaban una especie de terror. Yo lo eché todo a broma.
—¡El demonio! Contesté —Pero tiíta, ¿usted cree en el demonio?
Calló, resignada a mi escepticismo. Un suspiro triste brotó de su pecho.
Recordaba, sin duda, pasadas y tristes horas. Por último se decidió.
—Te lo voy a contar, a ver cómo te lo explicas tú —tembló su voz, como hilo gemidor de antigua fuente, casi seca—. Y así que te lo cuente olvídalo, porque se trata de tu padre… ¿Lo oyes? ¡De tu padre! Ya no vive, ni tampoco mi pobre hermana… en vida suya, no me atrevería…
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Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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