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Y como una sonrisa, teñida de ironía suave, jugase en mis labios, que apenas sombreaba un bozo juvenil, ante aquella afirmación de la presencia y actividad del Enemigo, tía Flora insistió, con una especie de angustia que me causó extrañeza:
—Tú no lo sabes, niño; pero él está en todas partes. Nos acecha, nos espía en la sombra. Así que nos ve flaquear, nos acomete.
Mi sonrisa, levemente irónica, se convirtió en franca risa. Estrujé a mi tía en un abrazo.
—Aquí tengo yo un sable, una hoja afilada, para, ¡zas!, descabezar al Enemigo... Que venga, y le rebano el pescuezo...
En vez de compartir mi humorismo, la señora suspiró hondamente. Una lucha interior se reflejó en su cara, donde aún quedaban vestigios de belleza. Me miró ansiosa, vacilando.
—Dame tu palabra de honor de conservar en el mayor secreto lo que voy a decirte... Palabra de caballero, ¿lo oyes?
Su voz, que temblaba como hilillo de agua goteando de una fuente medio seca, se hizo más enérgica al exigir el juramento.
4 págs. / 7 minutos.
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Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.
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