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Y el hada, bajándose, besó tres veces suavemente al príncipe en los ojos, en la frente y en el corazón. No se despertó el niño, y el hada desapareció otra vez de la vista del rey y de la reina.
Quedáronse los reyes medio atortolados, gozosos con los dones que el hada otorgara al niño, pero cavilando en aquello de educarle de manera que fuese feliz. El hada lo había dicho con un tono solemne que daba en qué pensar, y los reyes, que un momento antes no se acordaban sino de mirar á Amadito, y comérsele á besos, ahora se quebraban la cabeza discurriendo métodos de educación.
El rey Bonoso, que no tenía la vanidad de creerse más ilustrado que todo el reino junto, abrió inmediatamente un concurso ofreciendo premios á los autores que más á fondo tratasen y mejor resolviesen la cuestión de cómo se debe educar á un niño para que sea feliz. Emborronáronse con tal motivo más de 8,000 resmas de papel, y se imprimieron arriba de 24,800 Memorias, llenas de preceptos higiénicos y de sistemas muy eruditos, muy elegantes, pero que no sacaron de dudas al rey. Este convocó entonces á todos los sabios de Colmania y los reunió en su palacio á fin de que discutiesen y ventilasen el punto, prometiéndose atenerse á las decisiones de tan docta Asamblea. Allí se juntaron sabios de todos colores y clases: unos sucios, vestidos de andrajos y con luengas barbas; otros afeitados, peinaditos y con quevedos de oro; unos viejos, amarillos, sin dientes, que todo lo hallaban difícil y malo; otros jóvenes, petulantes, que para todo encontraban salida y respuesta. Abierto el debate sobre la educación del príncipe Amado, se emitieron los pareceres más diferentes: unos opinaban que, para hacerle feliz, convenía enseñar al príncipe á mandar desde la niñez, con lo cual no le pesaría más tarde la corona en las sienes; otros, que era preciso adiestrarle en las armas para que adquiriese renombre de invencible; y hasta hubo un sabio que propuso que, para la dicha del príncipe, lo mejor era estrellarle la cabeza contra un muro, pues, no teniendo pecados, se iría de patitas á la gloria; por cuyo dictamen la reina Serafina mandó que sus criados arrojasen al sabio por las escaleras á empellones. En suma, el rey no sacaba más en limpio del Congreso de sabios que de las Memorias del concurso, y entonces resolvió tentar el extremo opuesto, es decir, llamar á una porción de mujeres sencillas del pueblo y consultarlas acerca del caso. Esta vez no hubo discordia; todas las mujeres opinaron que la felicidad consistía en poseer cuanto se deseaba, sin restricción de ninguna especie, y que, por consiguiente, el modo de hacer dichoso al principito era cumplirle todos, todos los gustos, y bailarle el agua delante. El consejo satisfizo por completo al rey Bonoso, que estaba muerto por mimar á su hijo; á la reina, que ya lo mimaba desde que nació; á las damas, pajes y servicio de Palacio, que andaban bobos con las gracias del chiquitín, y á todos los colmanienses, que idolatraban en su príncipe Amado. Arreglada así la cosa, nadie volvió á acordarse de la advertencia del hada, y todo el mundo se entregó al placer de adivinarle los antojos al recién nacido, que pocos tenía aún.
19 págs. / 33 minutos.
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Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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