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—Pero ¡si al fin no puedes trabajar! ¿De qué te sirve la tejera?
—Señorito, por las ánimas…, oiga la santa verdá… He buscado un rapaz que me ayuda, y ya lo tengo ajustado en cuatro reales…, y en poniéndonos a «sudar el alma», yo a dirigir, él a amasar y cocer, pagamos… allá para Año Nuevo…, la «metá» de la deuda. Yo no pido limosna, señor, que lo quiero ganar con mis manos… ¡Acuérdese que todos somos hombres mortales, señorito!, y que tengo que tapar dos bocas: la hija parida y el recien… La hija, por falta de «mantención», se me está quedando sin leche, señorito, porque en no teniendo, con perdón, que meter entre las muelas, el cuerpo no da de suyo cosa ninguna, ni para la crianza ni para el trabajo…
Impaciente, Raimundo fruncía el ceño; le estaban malogrando la ocasión favorable de tirar a las codornices; y al fin, él no sabía palotada de esas trapisondas. Hizo ademán de desviar al viejo, el cual continuaba atravesado en el camino, y refunfuñó:
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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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