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Mientras tanto, en la ciudad se encendían los cirios de las iglesias, y el vecindario corría por las calles, más curioso que medroso. Los que eran dueños de un arma, la empuñaban. Muchos escondían precipitadamente los objetos de valor, enterrándolos en ocultos rincones. Las damas de calidad, habituadas por doña Teresa a no permanecer recogidas en sus casas, a tomar parte en la vida ciudadana, se agrupaban por instinto, y hablaban de ir a ofrecerse a Naharro para coger un mosquete. No se atrevieron, por fin, pues sabían el parecer de aquel rudo soldado, y todavía encontraban que había estado condescendiente al permitirlas organizarse en ronda… Y con todo eso, ellas sentían un impulso de ayudar a la defensa, un ansia heroica y hasta un afán de sacrificio. Lejos de la gran patria, en aquella plaza española, atacada sin cesar de piratas y acometida de fiebres, el heroísmo era el único sabor fuerte de la vida. El ansia de la emoción les agitaba el pecho bajo el corpiño rígido que la moda del siglo XVII les imponía hasta en aquellas lejanas costas.
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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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