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Llamamos al torno del monasterio. Antes de que la hermana tornera abriese, echamos de menos a Gil.
—Puede que siga enamorado de la monja y no quiera verla —susurramos.
Parece que sintió muchísimo que Carolina profesara.
La tornera, después de un «Ave María Purísima» nasal, —nos dijo: «Las madres están en el coro, pero ya se acaba el rezo. Ahora mismo saldrá sor Trinitaria con la madre abadesa».
Al poco, volvimos a escuchar el gangueado «Ave María», y la cortina se descorrió. Entrevimos detrás, en la penumbra, dos figuras muy veladas. Y al preguntar: «¿Tenemos el gusto de hablar con la madre abadesa?» —el bulto más grueso dijo al otro:
—Puede alzarse el velo, sor Trina, si estos señores como parece, son amigos suyos.
Acostumbrados a la oscuridad, vimos entonces el rostro de Carolina, más interesante, encuadrado por los frunces del lienzo…
—Carolina, ¡qué gusto! ¡La casualidad de poder verte! —exclamó Celina con aturdimiento.
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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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