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Y ¡ahora! Gipsy no comprendía palabra de lo que le estaba pasando. ¿Qué era de su ama? ¿Qué era de Jacinta, la doncella, la del té aromático, delicioso? Y su comida, su sopa de avena con azúcar, a la británica, ¿quién se la iba a dar? Empezaba la galga a sentir la roezón del hambre. Al perderse, rompiéndose el anillo de la cadena, había vagado por las calles largas horas, y ya no tenía ni idea del tiempo transcurrido. ¿Por qué estaban allí a su lado aquellos ferósticos, de erizada pelambrera, que apestaban, sí, apestaban, bien lo notaba Gipsy, como villanotes que debían de ser?
Cuando la soltaron en el primer patio del depósito, Gipsy, sin embargo, se reanimó. Recelosa, no obstante, de lo desconocido, metió entre los zancos nerviosos el rabo, que era una coma color ceniza, lustrada y primorosa, y buscó instintivamente el ángulo, donde se guareció. Los laceros cambiaban impresiones acerca de su captura.
—Oyes, tú, Melecio, tié un collar que quita el hipo.
5 págs. / 9 minutos.
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Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.
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