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En Villafán se aceptó el augurio. Cleto sería el que les sacase de penas, allá para dentro de ocho o diez años; el que les arreglase lo del cauce del río para prevenir inundaciones; lo de la carretera para ir a la capital; lo de los montes y dehesas que pleiteaban con sus vecinos de Baltanés; el que concediese unos miles de duros con que reparar la iglesia, rayada de grietas y amenazando ruina inminente, y el que, cubriéndose de gloria, hiciese resonar el nombre de Villafán hasta los últimos confines del mundo.
—Es mucho cuento el estudiante… No hay cosa que se le resista; aquella cabeza es pa tó… —repetían las comadres, al salir de misa, babándose de gusto.
Y el cura recalcaba:
—Un cabezón… Un talento que no le cabe en él.
En efecto, Cleto mostraba aptitudes generales. Lo mismo improvisaba un discursito para brindar a los postres el día de la Santa Patrona, la Virgen de la Mimbralera, que enjaretaba un remitido para El Escucha, de Segorbe, o se soltaba con unas décimas sonoras para celebrar el garbo de una muchacha bonita. Tenía además muy buena sombra, y a las chicas las hacía desternillarse imitando voces, posturas y defectos; la cojera del alcalde, los gangueos del alguacil, la tos de señá Rosa la hojalatera, y especialmente el canto del gallo y el ladrido de los perros. Tales chocarrerías las reservaba para las paletas; que en Madrid picaba más alto el estudiante. Como que, en perjuicio de las asignaturas, habían formado él y otros un Liceo o cosa así, y alquilado a escote un local, donde, sin pararse en barras, interpretaban las obras más sublimes del repertorio antiguo y moderno. Nuestro rumbo en la vida pende de circunstancias insignificantes: Cleto, entre las múltiples direcciones que podía seguir, prefirió la escena, porque cierta guapísima cursi, hija de un empleado de Gracia y Justicia, se prestó a ser su Doña Inés en la perpetración de un Tenorio, del cual, a causa de los panteones, estatuas y demás zarandajas, sólo se hicieron los primeros actos. Con todo eso, Cleto no disponía de un instante; andaba siempre de cabeza, sacaba suspenso, lo ocultaba…, y así, mientras él se divertía, llegó la hora en que Dios llamó a su seno al cura de Villafán, que murió desconsolado porque no dejaba bienes para costear la carrera a la futura eminencia, y acaso al morir se llevaba a la sepultura la salvación y los destinos del pueblo.
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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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