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El irritante enigma que preocupaba a Calixto le obligó a pensar incesantemente en la esposa de su tío, a tenerla presente día y noche. Resolvió vigilarla, mirar por la honra de don Juan, y no consentir que nadie le burlase impunemente. Semejante propósito, noble y firme, era justificación de su permanencia en la casa. Ojo y oído: que Tolina anduviese con pies de plomo, o si no...
Tolina, sin género de duda, desplegaba la hipocresía más maquiavélica; nada cabía reprender en su conducta. Concurría a algunas diversiones sin mostrar afán por ellas; se adornaba y componía sin exceso; igual y alegre de carácter, con su marido era realmente la niña, más hija que esposa; le cuidaba, le complacía zalameramente, le respetaba en público, le mimaba de puertas adentro y —Calixto hubo de confesárselo a sí propio— don Juan disfrutaba de una felicidad verdadera. Chocho con la dulce y sabrosa mujercita, repetía incesantemente, disolviendo en babas las frases:
—¿Ves, Calixto, qué mona es? Búscate una así. No debe nadie morirse sin primero disfrutar estos goces.
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Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.
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