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No siendo posible que una cómoda baste a la comodidad (mal retruécano), me hice sigilosamente con dos sillones, un sofá, una alfombra, un velador, varios enseres, y terminada la instalación, una tarde, mientras admiraba la graciosa traza de la cómoda panzuda, me di cuenta de este hecho insólito. ¡Yo tenía dos casas! ¡Dos hogares: uno, público, y otro, clandestino!
Nunca, desde el día memorable de nuestro enlace, había yo faltado a los deberes que impone mi estado. Sin duda, no nací con vocación de calvatrueno. Y, no obstante, me causó malicioso placer el imaginar que si alguien supiese lo del piso, no creería seguramente que se hace tal cosa para alojar a una cómoda barriguda, de taracea, con bronces…
En fin: vanidoso de la diablura que no cometía, experimentaba fruición de orgullo al hacer girar la llave, al deslizarme en aquel retiro donde no ocurría absolutamente nada de malo… Dueño del apacible rincón, allí despachaba mi correspondencia, allí leía en calma el periódico, que en casa me disputaba y escondía mi mujer, allí fumaba sosegado; allí, en suma, disfrutaba inofensivos pasatiempos que a un casado, en sus lares, tal vez le regatean. Allí, para decirlo de una vez, era yo libre y dichoso.
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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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