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—¡Carafio! ¡Hoy tomola buena!
He aquí que un día le encomendaron a Antón cierta faena, para la cual hubiesen convenido dos o tres hombres vigorosos, en lo mejor de la edad y en la plenitud de la robustez. Fue el mayordomo del señor de la Lage, aquel Moraina cazurro y torpe a un tiempo, quien le confió tal misión, sin parar mientes en si podía o no desempeñarla. Allá él que se las arreglase. Dos pesetas para «un trago», si sacaba de la bodega la cuba y la cargaba sobre el carro que había de llevarla a la feria, donde se despacharía con lucro, a jarros colmos y morenas infladas, para las meriendas de los feriantes.
Caneira permaneció en la bodega durante un rato, suspenso, meditando en la extensión de sus fuerzas y en la resistencia de la cuba, y tratando de resolver la ecuación. Él no le llamaba así seguramente, como a la cuba no le llamaba cuba, sino «isa condanada»; y de sus fuerzas, lo que entendía —equivocándose probablemente— era que si le permitiesen dar a la «condanada» un tiento, crecerían sus ánimos, en razón directa de la disminución del contenido de la cuba… Fascinado, miraba a su alrededor, devorando con la vista las hileras de panzudas «condanadas», que surgían de la fresca semioscuridad, imponentes, con las entrañas repletas de sangre de cepa, gloria líquida. El tesoro de deleites y de venturas que encerraban los profundos vasos, se le presentaba a Caneira con tal viveza, con tal ilusión, que se abrazó a la primera de las fustallas, la que más cerca tenía, la que justamente debía transportar, y la cubrió de caricias, suspirando:
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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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