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—Como te libres de la justicia, de mí bien libre estás.
Y continuó andando, mejor dicho, corriendo, porque había perdido todo el aplomo facticio debido al trago y desplegado al atravesar la calle Mayor, y otra vez predominaba el impulso de buscar los rincones sombríos, los sitios desiertos de la ciudad, el que le movía a filtrarse por las calles más extraviadas y sospechosas, y a preferir, para sus salidas las horas en que cendra su velo de neblina el crepúsculo. Arrimado a las casas, protegido por los soportales, alcanzó la cuesta que asciende al Cuartel de Infantería, y una vez en la explanada del Campo de Belona, sintió cierto desahogo. Estaba ya en sus barrios. Allí se encontraba, ya que no entre sus iguales —pues no tiene iguales Rojo—, al menos entre el pueblo indulgente, que perdona todo lo que hacen los miserables por el pan. La sensación de bienestar de Rojo aumentó al cruzar la puerta de Rufino.
Era la casa de Rufino una tendezuela de las llamadas antaño «de aceite y vinagre», y donde hoy se mezclan la especiería, el petróleo y los comestibles, con los fósforos, barajas, aleluyas, alpargatas y otros artículos variados; por ejemplo, pastillas de jabón rosa y verde, lechuga y botellas de cerveza. No todos los líquidos que se despachaban allí eran de origen sajón, pues en la trastienda de Rufino, y alrededor de una mugrienta mesa, solía enzarzarse por las tardes la partida de brisca, jugándose muy españolas copas de aguardiente. Hacían la partida Rufino el tendero; Antiojos, zapatero de viejo; Marcos Leira, hojalatero y lampista, y Juan Rojo. Quizá algún aficionado a meterse en lo que menos le importa tendrá la pretensión de averiguar cómo podían el remendón y el artista en lata dedicar sus tardes al cultivo de la brisca y del tute real, abandonando la lezna y el soldador. Responderé al susodicho curioso, que las familias de Antiojos y Marcos Leira estaban organizadas con arreglo al usual patrón siguiente: la mujer descornándose y reventándose a trabajar mientras los borrachines maridos cultivaban el odio con dignidad… y con brisca.
169 págs. / 4 horas, 56 minutos.
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Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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