Don Julián Álvarez, joven y apocado sacerdote, se dirige a los Pazos de Ulloa para servir al Marqués Don Pedro Moscoso como administrador por recomendación del tío del noble. Nada más llegar a los Pazos, situados en una zona rural de Galicia, el sacerdote se escandaliza por el decadente estado del palacio y el comportamiento de Don Pedro y sus empleados: El palacio está en un estado ruinoso, la biblioteca y las cuentas abandonadas, la capilla desatendida por el actual abad. Don Pedro, quien en realidad no es marqués puesto que el título fue vendido, es ignorante y rústico aunque se da aires de gran señor.
Los Pazos de Ulloa, la más importante de las obras de Pardo Bazán, refleja las contradicciones de la autora y de la sociedad de su época. Pretendidamente naturalista (y considerada como tal por la crítica de su época), la novela también presenta elementos de la novela realista e incluso gótica. La intención de la autora era crear un "Naturalismo católico", lo cual se puede ver claramente en algunos elementos de Los Pazos de Ulloa.
Hízosele muy cortés recibimiento, y los que no pudieron agasajarle a él
agasajaron a la Chula y al Turco, que iban apoyando la cabeza en todas
las rodillas, lamiendo aquí un plato y zampándose un bizcocho allá. El
señorito de Limioso se levantó resuelto a acompañar al de Ulloa en la
excursión cinegética, para lo cual tenía prevenido lo necesario, pues
rara vez salía del Pazo de Limioso sin echarse la escopeta al hombro y
el morral a la cintura.
Cuando partieron los dos hidalgos, ya se había calmado la efervescencia
de la discusión sobre la gracia, y el médico, en voz baja, le recitaba
al notario ciertos sonetos satírico-políticos que entonces corrían bajo
el nombre de belenes. Celebrábalos el notario, particularmente cuando
el médico recalcaba los versos esmaltados de alusiones verdes y
picantes. La mesa, en desorden, manchada de salsas, ensangrentada de
vino tinto, y el suelo lleno de huesos arrojados por los comensales
menos pulcros, indicaban la terminación del festín; Julián hubiera dado
algo bueno por poderse retirar; sentíase cansado, mortificado por la
repugnancia que le inspiraban las cosas exclusivamente materiales; pero
no se atrevía a interrumpir la sobremesa, y menos ahora que se
entregaban al deleite de encender algún pitillo y murmurar de las
personas más señaladas en el país. Se trataba del señorito de Ulloa, de
su habilidad para tumbar perdices, y sin que Julián adivinase la
causa, se pasó inmediatamente a hablar de Sabel, a quien todos habían
visto por la mañana en el corro de baile; se encomió su palmito, y al
mismo tiempo se dirigieron a Julián señas y guiños, como si la
conversación se relacionase con él. El capellán bajaba la vista según
costumbre, y fingía doblar la servilleta; mas de improviso, sintiendo
uno de aquellos chispazos de cólera repentina y momentánea que no era
dueño de refrenar, tosió, miró en derredor, y soltó unas cuantas
asperezas y severidades que hicieron enmudecer a la asamblea. Don
Eugenio, al ver aguada la sobremesa, optó por levantarse, proponiendo a
Julián que saliesen a tomar el fresco en la huerta: algunos clérigos se
alzaron también, anunciando que iban a echar completas; otros se
escurrieron en compañía del médico, el notario, el juez y Barbacana, a
menear los naipes hasta la noche.
268 págs. / 7 horas, 50 minutos.
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Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.
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