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Cuando, después de bien comido y regalado, se despidió el viejo labriego, el hijo conservó su inmovilidad y mutismo; ni aun mostró querer acompañarle hasta la puerta o darle alguna señal de afecto o encargo para los que se habían quedado allá en la sierra, adonde el viejo volvía. Por la noche vimos al nuevo servidor acurrucado en un rincón de la cocina, sin querer aproximarse a la mesa para cenar. Ni nuestras palabras, ni las bromas de la joven y alegre doncella, ni las compasivas insinuaciones de la cocinera, mujer ya madura y que tenía un hijo «sirviendo al rey», consiguieron animarle. No consintió probar bocado.
Comprendimos bien esta nostalgia o morriña de los primeros instantes, y esperamos que no duraría. ¡Marineda es tan regocijada los domingos! ¡Ofrece tantas distracciones a un rapaz campesino que sólo ha visto breñas y tojos! ¡Hay tanta música militar, tanto ejercicio de batería; en Carnaval, tanta comparsa…! Y en Semana Santa, ¡qué de procesiones! Ya acabaría Cibrao por chuparse los dedos.
6 págs. / 11 minutos.
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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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