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Enviar a Pocketbook «Por España»
Los primeros días de estancia en la «tacita de plata» aumentó el mal temple del conservero. Ni aquello era hotel, ni aquella comida, ni aquello se podía llamar bañarse, ni había quien sufriese el olor a aceite frito y los continuos pregones de las vendedoras, los organillos callejeros y las murgas. Sólo era tolerable el jerez; pero no ciertamente el de la fonda, sino el «Tío Pepe» expresamente encargado. Por el contrario, la novia, demostraba extraordinaria satisfacción y estaba lo que se dice embobada con las costumbres gaditanas, sobre todo las populares. En un viaje a México había aprendido la señorita Gladys a chapurrear el español y ahora se soltaba intrépidamente, riendo a carcajadas a cada errata, y celebrando con gozo cada acierto, y cada adelanto. Hablaba con todo bicho viviente; con el dueño del hotel, con los vecinos de mesa, que la piropeaban; con los golfos de la calle, con los pordioseros, con los guardias de Orden Público. Sin excepción eran para ella simpáticos y poéticos. La norteamericana había olvidado su sangrienta ración de carne semicruda y no comía más que buñuelos, naranjas, churros, bocas y boquerones. ¡Ah, las bocas! ¡Qué delicia! Y el marido protestaba:
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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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