Profecía para el Año de 1897

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El Creador de los cielos y la tierra mandó comparecer al Tiempo ante su solio augusto (?), y el Tiempo obedeció sin tardanza.

Hallándose frente a frente los (…) dos ancianos el uno con su senectud augusta y divina (?), su barba extendida como las ondas de un argentado río, su inmenso manto de (…) púrpura, su aureola de rayos y el (…) triángulo, que encierra la paloma sirviéndole de diadema; el otro, descarnado, amojamado, sin más ropaje que un paño amarillento, con las alas fatigadas y peladas de tanto uso, los ojos de brasas, erizadas las greñas, y asiendo la guadaña reluciente y el reloj de arena fatídico. El Creador, sentado apaciblemente en la gloria de su eternidad, y el Tiempo, de pie, impaciente por deslizarse, por huir, por seguir su carrera, que jamás interrumpió.

—Te he llamado —dijo el Creador— para hacerte un bien. No ceso de recibir quejas de ti: los mortales afirman que eres peor a cada paso, y que cada año les das más disgustos.

—Los mortales son un ganado sarnoso, hablando pronto y mal respondió gruñendo el Tiempo. No conocen mi inmenso valor; me desperdician, me derrochan, me echan por la ventana… y después dicen que no me tienen, que les falto; unas veces me acusan de volar, otras de que no me voy nunca: ya discurren medios de matarme, ya lloran porque me han perdido… A bien que no les hago caso y sigo mi camino, siempre igual, siempre indiferente. Ellos pasan, yo prosigo, ¡allá se las compongan!

—Ellos, advirtió el Creador —llevan en sí algo que no pasa, mientras tú, ante la eternidad, representas infinitamente menos que una hoja en una selva. No olvides que también eres mortal, y que no tienes alma. Trata de ser dulce y agradable… Dales, por una vez, un año venturoso. Lo vas a elegir tú mismo. Busca un 1897 que les demuestre mi bondad.

Hablando así, hizo señas a dos angelitos, y éstos trajeron un globo de esmalte azul lleno de bolas; una especie de bombo de la lotería celestial. El tiempo metió los esqueletados dedos en el globo, y sacó un buen puñado.

Eran las bolas de materias muy diferentes. Las había de barro, de arena, de piedra, de hierro, de acero, y hasta de oro, plata, marfil y ópalo.

Una de ellas consistía nada menos que en un limpio, gordo y claro brillante.

—Señor, exclamó el tiempo apartándola —ya que se trata de darles un año extraordinario y faustísimo, elegiré este brillante y lo mandaré con la cifra de 1897.

—Advierte —objetó el Creador— que los años como éste (?) de un brillante cuya luz eclipsa la de las constelaciones, son aquéllos en que nacen los genios extraordinarios, que modifican la faz del mundo. Mientras esté mamando el genio, de nada le servirá a la pobre humanidad doliente.

—Entonces apartaré una bola de oro.

—Menos. La bola de oro significa que los grandes capitales crecerán como los ríos en invierno. ¿De eso, qué les importa a los pobres?

—¿Una de hierro?

—¡Buena suerte les daría! Guerras, victorias, sangre derramada… No; busca entre esas bolitas, una blanquecina, blanda al tacto, una humilde bola de harina de trigo… Es el símbolo de los años de abundancia. Aunque nadie esté opulento, todos comerán en paz; en los hogares habrá alegría, y el bienestar les traerá al corazón la gratitud y a los labios la bendición.

Dócilmente, el Tiempo cogió la bolita, y abriendo sus peladas alas que parecían hechas de plumeros viejos, descendió del Paraíso al éter, y de la región del éter a la de las nubes.

Llevaba la bolita en el hueco de la mano derecha, pero el temor de perder el fatídico reloj de arena, que le estorbaba en la izquierda, le obligó a hacer un movimiento impremeditado, a abrir la mano sin querer; y como en aquel crítico momento se encontrase a plomo sobre el Atlántico, la bolita que representaba el año de abundancia y paz, cayendo desde el firmamento, fue a sumirse en las profundidades del Océano…

—¿Qué haré? —pensaba el Tiempo, al dejarse desplomar a su vez sobre un terreno desierto y peñascoso—. No me atrevo a volver al cielo y confesar mi torpeza. ¡Bah! Sustituiremos fácilmente la bolita…

—Reflexionando así, miró a su alrededor y vio una veta de tierra blanca, sobre las rocas. Esto se parece bastante a la harina… Después de todo ¡para lo que merecen estos sandios!

Dicho y hecho. Tomó de aquella tierra blanca, y con agua del mar amasó una bola muy semejante a la que se le había caído. Después, con un palo agudo, escribió encima: 1897.

Cuando la humanidad, y sobre todo cuando España reciba la bolita amasada por el Tiempo, le atribuirá una atroz venganza. Ni el mismo anciano de las peladas alas y de la guadaña inflexible, sabe lo que ha hecho… ¡La tierra blanca era nada menos que el speculum album, el arsénico! ¡Año terrible!


Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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