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Generosa y franca, a fuer de española neta, jamás escatimó la ración al niño que, tiritando, alarga su «perra chica», ni al mozo que, riendo, suelta la peseta en el regazo; jamás regateó y jamás pidió limosna. Ahogos y miserias, crujidas y hasta enfermedades sospechamos que se las pasó la Tía Celesta muy agazapada, en su sotabanco de la Ronda; pero ¿extender ella aquella mano? Primero se moriría. Era preciso oírla cuando se expresaba en confianza. «Trabajar, sí, señor; que ésa es la ley del pobre…, digo del pobre honrado. Con mi trabajo me he mantenido y nadie ha tenido que avergonzarme ni de moza ni de vieja… Y ya, ¿pa qué voy a pedir? To me sobra. ¡Con setenta y seis que cumplí el día de Santos…! Se me murió mi hija; crié un nieto que quedaba y se me escapó; dicen que sa embarcao pa las Américas, porque era codiciosillo y quería hacer un fortunón… A mí, que la Virgen no me quite mi cocido y mi catre…».
Y cuando insistíamos para saber si no aspiraba a algo, murmuró confidencialmente la Tía Celesta:
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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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