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Repitió esta versión la del Peine, pero la noticia halló sólo incrédulos.
¡Por caridá, el señor Leterio! ¡Mismamente! ¡Caridá! ¿Conque por el valor de una perra pequeña que le debiesen era capaz de poner en vergüenza a una persona honrada…, y había de darle la tarantela de recoger a un niño, de limosna? ¿Y cómo, y cuándo, y dónde había recogido tal criatura, si primero echaría a andar sola la Peña del Purgatorio, con todas sus piñas de percebes encima, que el tendero abandonase su tienda ni para oír misa? ¡Arrea con la caridá!
Confirmó el escepticismo de la gente el relato de un pescador, hijo del barrio, que había estado ausente bastantes días, a bordo del vapor, en la pesca de altura. Refirió éste que la noche de su embarque, al salir de su casa, vio a un hombre, envuelto en una capa vieja y llevando de la mano a un niño pequeño, entrar en la tienda, cuya puerta se cerró tras él. Cosa de una hora después volvió a abrirse y salió sólo el hombre. Concordando fechas, se vino a caer en que el niño era el mismo que conducía el misterioso individuo de la raída capa. Y ¡ahora sí que se armó revuelo! ¡El muñeco, sabe Dios de quién sería hijo! ¡De una señorona, vaya, que lo quería esconder! ¡De un personaje de Madrid! Y en torno del chicuelo de rotos calzones se formó una leyenda. No, aquello no era caridá. Para que el señor Leterio se determinase a mantener una boca…, su cuenta le tendría.
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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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