Descargar edición dislexia del libro «A Fuego Lento», de Emilio Bobadilla

Novela


Descargar gratis el libro «A Fuego Lento» de Emilio Bobadilla en una edición especial que facilita la lectura a personas con dislexia.

Esta edición especial del ebook gratuito del libro de Emilio Bobadilla «A Fuego Lento» utiliza la fuente OpenDyslexic, que mejora la experiencia de lectura por parte de personas que padecen de dislexia. Esta edición se puede leer desde cualquier dispositivo: ordenadores, tablets y smartphones. También permite su impresión en papel para disponer de una edición física.

Este texto, publicado en 1903, está etiquetado como Novela.


  Novela.
208 págs. / 6 horas, 5 minutos / 687 KB.
8 de septiembre de 2016.


Fragmento de A Fuego Lento

Ella, en rigor, no gozaba sino cuando iban al campo, a una hacienda que don Olimpio arrendó, por no poder atenderla, a unos judíos, ¡Con qué placer se subía a los árboles, corría por el bosque y se bañaba en el río, como una nueva Cloe! Se levantaba con la aurora para dar de comer a las gallinas y los gorrinillos que ya la conocían. Estaba pendiente de las cabras recién paridas y de las cluecas que empollaban. Así había crecido, suelta, independiente y rústica.

Capítulo 3

En la farmacia del doctor Portocarrero, semillero de chismes donde se reunía por las tardes el elemento liberal de Ganga. Petronio Jiménez, un cuarterón, comentaba a voz en cuello, como de costumbre, el banquete que le preparaba don Olimpio al doctor Eustaquio Baranda, médico y conspirador que acababa de llegar de Santo, huyendo de las guerras del Presidente de aquella república ilusoria. El doctor Baranda se había educado y vivido en París, donde cursó con brillantez la medicina. Había publicado varias monografías científicas, una, singularmente, muy notable, sobre la neurastenia, de la que hablaron las revistas francesas con elogio. Enamorado de la libertad y enemigo de toda tiranía, volvió a su tierra tras una ausencia de años y a instancias del partido liberal, con objeto de tumbar la dictadura. Como no era, ni con mucho, hombre de acción, sino un idealista, un soñador que creía que los pueblos cambian de hábitos mentales con una sangría colectiva, como si la calentura estuviese en la ropa (palabras de un adversario suyo), la conspiración urdida por él desde París, abortó y a pique estuvo de perder en ella el pescuezo. Los conspiradores se emborracharon una noche y fueron con el soplo de lo que se tramaba al dictador que, en pago del servicio que le hacían, les mandó fusilar a todos sin más ni más. El presidente era un negro que concordaba, física y moralmente, con el tipo del criminal congénito, de Lombroso. Mientras comía mandaba torturar a alguien; a varias señoras que se negaron a concederle sus favores, las obligó a prostituirse a sus soldados; a un periodista de quien le contaron que en una conversación privada le llamó animal, le tuvo atado un mes al pesebre, obligándole a no comer sino paja. Cuantas veces entraba en la cuadra, le decía tocándole en el hombro:


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