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—Quico, recita el Tenorio—le decían una noche varios marineros.—La señora quiere oirte.
Entre los circunstantes figuraban algunos vecinos y no pocos bañistas. El pueblo, aunque diminuto, tenía una playa espaciosa que bañaba el Cantábrico. De muchas partes acudía la gente, durante el verano, á Cuérniga, que así se llamaba el pueblecillo, en busca de aire salobre y vistas panorámicas risueñas.
Quico no podía ver, ni en pintura, á un joven apodado el Magras, á causa de su flaqueza, porque se burlaba de él. Durante el veraneo andaba con los forasteros y desdeñaba á los del pueblo. Era un lechuguino, pero pobre, que vivía «de milagro», como decía el Sr. Sastrón, un montañés enriquecido en Cuba, célebre entre los bañistas por esta pregunta que dirigía indistintamente á todos:—¿Cuántos baños lleva?—Cinco.—¡Ah, bien!—y se alejaba, no sin dar antes al interrogado una palmadita en el hombro.
El Magras era cortés con todo el mundo. Saludaba á diestro y siniestro, con un sombrerazo que llegaba hasta el suelo. No se bañaba nunca, por lo cual exhalaba cierto tufillo á macho cabrío, claramente perceptible cuando se aproximaba uno á él. Cortejaba á todas las jóvenes, señaladamente á las de «extranjis», como designaba él á las que no radicaban en Cuérniga. Se sabía de coro la música de las últimas zarzuelas estrenadas en Madrid; era pérfidamente chismoso y deliraba por el baile. Tenía una hermana, solterona, como de cuarenta años, tan lista y chismosa como él, por lo cual la llamaban Tijeras. Cuando bailaba se adhería al compañero con sensualismo lésbico, volteando los ojos lánguidamente y suspirando.—Es el adiós á la juventud—decía un bañista.—En complicidad con el calor—agregaba otro.
14 págs. / 25 minutos.
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Publicado el 14 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.
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