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—¿No habrá soldados dispersos por las ruinas?
—No he visto más que a algún que otro mendigo.
—¡Ah…!
—¿Qué os pasa, Alteza?
—¿Están todos con buena salud en el campamento de Sindhia?
—¿A pesar de la rotura de aquellas dos botellas? Sí, Alteza. Quizá se desarrolle más tarde la enfermedad.
—Puede ser. Esperemos.
Atravesaron el subterráneo, subieron por una escalera de piedra y se hallaron al descubierto entre una cantidad inmensa de ruinas.
—¡Pobre capital mía! —dijo Yáñez—. No tuve más remedio que destruirla para contener los asaltos de Sindhia. Sin esta gigantesca hoguera no habría podido esperar la llegada de Sandokán.
Kiltar se había detenido junto a un muro todo ennegrecido, y parecía querer orientarse entre aquel caos inmenso de ruinas.
—Seguidme —dijo al cabo de un rato—. No tendremos muchos encuentros, pero es menester que apaguemos, vosotros las antorchas, y yo mi lámpara; las volveremos a encender más tarde, si es preciso.
270 págs. / 7 horas, 53 minutos.
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Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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