Así que Pasen Cinco Años

Federico García Lorca


Teatro



Personas

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La novia
El maniquí del traje de novia
El jugador de rugby
La criada
El padre de la novia
Payaso
Arlequín
Muchacha
Máscaras y jugadores

Acto primero

Biblioteca. El joven está sentado. Viste un pijama azul. El Viejo de chaqué gris, con barba blanca y enormes lentes de oro, también sentado.

JOVEN. No me sorprende.

VIEJO. Perdone...

JOVEN. Siempre me ha pasado igual.

VIEJO. (Inquisitivo y amable.) ¿Verdad?

JOVEN. Sí.

VIEJO. Es que...

JOVEN. Recuerdo que...

VIEJO. (Ríe.) Siempre recuerdo.

JOVEN. Yo...

VIEJO. (Anhelante.) Siga...

JOVEN. Yo guardaba los dulces para comerlos después.

VIEJO. Después, ¿verdad? Saben mejor. Yo también.

JOVEN. Y recuerdo que un día...

VIEJO. (Interrumpiendo con vehemencia.) Me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una palabra verde, jugosa. Mana sin cesar hilitos de agua fría.

JOVEN. (Alegre y tratando de convencerse.) Sí, sí, ¡claro! Tiene usted razón. Es preciso luchar con toda idea de ruina, con esos terribles desconchados de las paredes. Muchas veces yo me he levantado a medianoche para arrancar las hierbas del jardín. No quiero hierbas en mi casa ni muebles rotos.

VIEJO. Eso. Ni muebles rotos porque hay que recordar, pero...

JOVEN. Pero las cosas vivas, ardiendo en su sangre, con todos sus perfiles intactos.

VIEJO. ¡Muy bien! Es decir (Bajando la voz.), hay que recordar, pero recordar antes.

JOVEN. ¿Antes?

VIEJO. (Con sigilo.) Sí, hay que recordar hacia mañana.

JOVEN. (Absorto.) ¡Hacia mañana!

(Un reloj da las seis. La Mecanógrafa cruza la escena, llorando en silencio.)

VIEJO. Las seis.

JOVEN. Sí, las seis y con demasiado calor. (Se levanta.) Hay un cielo de tormenta. Hermoso. Lleno de nubes grises...

VIEJO. ¿De manera que usted...? Yo fui gran amigo de esa familia. Sobre todo del padre. Se ocupa de astronomía. (Irónico.) Está bien, ¿eh? De astronomía. ¿Y ella?

JOVEN. La he conocido poco. Pero no importa. Yo creo que me quiere.

VIEJO. ¡Seguro!

JOVEN. Se fueron a un largo viaje. Casi me alegré...

VIEJO. ¿Vino el padre de ella?

JOVEN. ¡Nunca! Por ahora no puede ser... Por causas que no son de explicar, yo no me casaré con ella... hasta que pasen cinco años.

VIEJO. ¡Muy bien! (Con alegría.)

JOVEN. (Serio.) ¿Por qué dice muy bien?

VIEJO. Pues porque... ¿Es bonito esto? (Señalando la habitación.)

JOVEN. No.

VIEJO. ¿No le angustia la hora de la partida, los acontecimientos, lo que ha de llegar ahora mismo?...

JOVEN. Sí, sí. No me hable de eso.

VIEJO. ¿Qué pasa en la calle?

JOVEN. Ruido, ruido siempre, polvo, calor, malos olores. Me molesta que las cosas de la calle entren en mi casa. (Un gemido largo se oye. Pausa.) Juan, cierra la ventana.

(Un Criado sutil que anda sobre las puntas de los pies cierra el ventanal.)

VIEJO. Ella... es jovencita.

JOVEN. Muy jovencita. ¡Quince años!

VIEJO. No me gusta esa manera de expresar. Quince años que ha vivido ella, que son ella misma. Pero, ¿por qué no decir tiene quince nieves, quince aires, quince crepúsculos? ¿No se atreve usted a huir?, ¿a volar?, ¿a ensanchar su amor por todo el cielo?

JOVEN. (Se sienta y se cubre la cara con las ruanos.) ¡La quiero demasiado!

VIEJO. (De pie y con energía.) O bien decir: tiene quince rosas, quince alas, quince granitos de arena. ¿No se atreve usted a concentrar, a hacer hiriente y pequeñito su amor dentro del pecho?

JOVEN. Usted quiere apartarme de ella. Pero ya conozco su procedimiento. Basta observar un rato sobre la palma de la mano un insecto vivo, o mirar al mar una tarde poniendo atención en la forma de cada ola para que el rostro o la llaga que llevamos en el pecho se deshaga en burbujas. Pero es que yo estoy enamorado y quiero estar enamorado, tan enamorado como ella lo está de mí, y por eso puedo aguardar cinco años, en espera de poder liarme de noche, con todo el mundo a oscuras, sus trenzas de luz alrededor de mi cuello.

VIEJO. Me permito recordarle que su novia... no tiene trenzas.

JOVEN. (Irritado.) Ya lo sé. Se las cortó sin mi permiso, naturalmente, y esto... (Con angustia.) me cambia su imagen. (Enérgico.) Ya sé que no tiene trenzas. (Casi furioso.) ¿Por qué me lo ha recordado usted? (Con tristeza.) Pero en estos cinco años las volverá a tener.

VIEJO. (Entusiasmado.) Y más hermosas que nunca. Serán unas trenzas...

JOVEN. Son, son. (Con alegría.)

VIEJO. Son unas trenzas con cuyo perfume se puede vivir sin necesidad de pan ni de agua.

JOVEN. (Se levanta.) ¡Pienso tanto!

VIEJO. ¡Sueña tanto!

JOVEN. ¿Cómo?

VIEJO. Piensa tanto que...

JOVEN. Que estoy en carne viva. Todo hacia dentro una quemadura.

VIEJO. (Alargándole un vaso.) Beba.

JOVEN. ¡Gracias! Si me pongo a pensar en la muchachita, en mi niña...

VIEJO. Diga usted mi novia. ¡Atrévase!

JOVEN. No.

VIEJO. ¿Pero por qué?

JOVEN. Novia... ya lo sabe usted; si digo novia la veo sin querer amortajada en un cielo sujeto por enormes trenzas de nieve. No, no es mi novia (Hace un gesto corno si alejara la imagen que quiere captarlo.), es mi niña, mi muchachita.

VIEJO. Siga, siga.

JOVEN. ¡Pues si yo me pongo a pensar en ella!, la dibujo, la hago moverse blanca y viva; pero de pronto, ¿quién le cambia la nariz o le rompe los dientes o la convierte en otra llena de andrajos que va por mi pensamiento, monstruosa, como si estuviera mirándose en un espejo de feria?

VIEJO. ¿Quién? ¡Parece mentira que usted diga «quién»! Todavía cambian más las cosas que tenemos delante de los ojos que las que viven sin distancia debajo de la frente. El agua que viene por el río es completamente distinta de la que se va. ¿Y quién recuerda un mapa exacto de la arena del desierto... o del rostro de un amigo cualquiera?

JOVEN. Sí, sí. Aún está más vivo lo de adentro aunque también cambie. Mire usted, la última vez que la vi no podía mirarla muy de cerca porque tenía dos arruguitas en la frente, que como me descuidara, ¿entiende usted?, le llenaban todo el rostro y la ponían ajada, vieja, como si hubiera sufrido mucho. Tenía necesidad de separarme para... ¡enfocarla!, ésta es la palabra, en mi corazón.

VIEJO. ¿A que en aquel momento que la vio vieja ella estaba completamente entregada a usted?

JOVEN. Sí.

VIEJO. ¿Completamente dominada por usted?

JOVEN. Sí.

VIEJO. (Exaltado.) ¿A que si en aquel preciso instante ella le confiesa que lo ha engañado, que no lo quiere, las arruguitas se le hubieran convertido en la rosa más delicada del mundo?

JOVEN. (Exaltado.) Sí.

VIEJO. ¿Y la hubiera amado más precisamente por eso?

JOVEN. Sí, Sí.

VIEJO. ¿Entonces? ¡Ja, ja, ja!

JOVEN. Entonces... Es muy difícil vivir.

VIEJO. Por eso hay que volar de una cosa a otra hasta perderse. Si ella tiene quince años, puede tener quince crepúsculos o quince cielos ¡y vamos arriba! ¡a ensanchar! Están las cosas más vivas dentro que ahí fuera, expuestas al aire o la muerte. Por eso vamos a... a no ir... o a esperar. Porque lo otro es morirse ahora mismo y es más hermoso pensar que todavía mañana veremos los cien cuernos de oro con que levanta a las nubes el sol.

JOVEN. (Tendiéndole la mano.) ¡Gracias! ¡Gracias por todo!

VIEJO. ¡Volveré por aquí!

(Aparece la Mecanógrafa.)

JOVEN. ¿Terminó usted de escribir las cartas?

MECANÓGRAFA. (Llorosa.) Sí, señor.

VIEJO. (Al joven.) ¿Qué le ocurre?

MECANÓGRAFA. Deseo marchar de esta casa.

VIEJO. Pues es bien fácil, ¿no?

JOVEN. (Turbado.) ¡Verá usted!...

MECANÓGRAFA. Quiero irme y no puedo.

JOVEN. (Dulce.) No soy yo quien te retiene. Ya sabes que no puedo hacer nada. Te he dicho algunas veces que te esperaras, pero tú...

MECANÓGRAFA. Pero yo no espero; ¿qué es eso de esperar?

VIEJO. (Serio.) ¿Y por qué no? ¡Esperar es creer y vivir!

MECANÓGRAFA. No espero porque no me da la gana, porque no quiero y, sin embargo, no me puedo mover de aquí. JOVEN. ¡Siempre acabas no dando razones!

MECANÓGRAFA. ¿Qué razones voy a dar? No hay más que una razón y ésa es... ¡que te quiero! Desde siempre. (Al Viejo.) No se asuste usted, señor. Cuando pequeñito yo lo veía jugar desde mi balcón. Un día se cayó y sangraba por la rodilla, ¿te acuerdas? (Al Joven.) Todavía tengo aquella sangre viva como una sierpe roja, temblando entre mis pechos.

VIEJO. Eso rió está bien. La sangre se seca y lo pasado, pasado.

MECANÓGRAFA. ¡Qué culpa tengo yo, señor! (Al joven.) Yo te ruego me des la cuenta. Quiero irme de esta casa.

JOVEN. (Irritado.) Muy bien. Tampoco tengo yo culpa ninguna. Además, sabes perfectamente que no me pertenezco. Puedes irte.

MECANÓGRAFA. (Al Viejo.) ¿Lo ha oído usted? Me arroja de su casa. No quiere tenerme aquí. (Llora. Se va.)

VIEJO. (Con sigilo, al Joven.) Es peligrosa esta mujer.

JOVEN. Yo quisiera quererla como quisiera tener sed delante de las fuentes. Quisiera...

VIEJO. De ninguna manera. ¿Qué haría usted mañana? ¿Eh? Piense. ¡Mañana!

AMIGO. (Entrando con escándalo.) Cuánto silencio en esta casa, ¿y para qué? Dame agua. ¡Con anís y con hielo! (El Viejo se va.) Un cocktail.

JOVEN. Supongo que no me romperás los muebles.

AMIGO. Hombre solo, hombre serio, ¡y con este calor!

JOVEN. ¿No puedes sentarte?

AMIGO. (Lo coge en brazos y le da vueltas.)
Tin, tin, tan,
la llamita de San Juan.

JOVEN. ¡Déjame! No tengo ganas de bromas.

AMIGO. ¡Huuy! ¿Quién era ese viejo? ¿Un amigo tuyo? ¿Y dónde están en esta casa los retratos de las muchachas con las que tú te acuestas? Mira (Se acerca.), te voy a coger por las solapas, te voy a pintar de colorete esas mejillas de cera... o así, restregadas.

JOVEN. (Irritado.) ¡Déjame!

AMIGO. Y con un bastón te voy a echar a la calle.

JOVEN. ¿Y qué voy a hacer en ella? El gusto tuyo, ¿verdad? Demasiado trabajo tengo con oírla llena de coches y gentes desorientadas.

AMIGO. (Sentándose y estirándose en el sofá.) ¡Ay! ¡Mmm! Yo, en cambio... Ayer hice tres conquistas y como anteayer hice dos y hoy una, pues resulta... que me quedo sin ninguna porque no tengo tiempo. Estuve con una muchacha... Ernestina. ¿La quieres conocer?

JOVEN. No.

AMIGO. (Levantándose.) Nooo y rúbrica. ¡Pero si vieras! ¡¡Tiene un talle!!... No... aunque el talle lo tiene mucho mejor Matilde. (Con ímpetu.) ¡Ay, Dios mío! (Da un salto y cae tendido en el sofá.) Mira, es un talle para la medida de todos los brazos y tan frágil, que se desea tener en la mano un hacha de plata muy pequeña para seccionarlo.

JOVEN. (Distraído y aparte de la conversación.) Entonces yo subiré la escalera.

AMIGO. (Tendiéndose boca abajo en el sofá.) ¡No tengo tiempo, no tengo tiempo de nada! Todo se me atropella. Porque ¡figúrate! Me cito con Ernestina. (Se levanta.) Las trenzas aquí, apretadas, negrísimas, y luego...

(El joven golpea con impaciencia los dedos sobre la mesa.)

JOVEN. ¡No me dejas pensar!

AMIGO. ¡Pero si no hay que pensar! Y me voy. Por más... que... (Mira el reloj.) Ya se ha pasado la hora. Es horrible, siempre ocurre igual. No tengo tiempo y lo siento. Iba con una mujer feísima, ¿lo oyes? Ja, ja, ja, ja, feísima pero adorable. Una morena de esas que se echan de menos al mediodía de verano. Y me gusta (Tira un cojín por alto.) porque parece un domador.

JOVEN. ¡Basta!

AMIGO. Sí, hombre, no te indignes, pero una mujer puede ser feísima y un domador de caballos puede ser hermoso y al revés y... ¿qué sabemos? (Llena una copa de cocktail.)

JOVEN. Nada...

AMIGO. ¿Pero me quieres decir qué te pasa?

JOVEN. Nada. ¿No me conoces? Es mi temperamento.

AMIGO. Yo no entiendo. No entiendo, pero tampoco puedo estar serio. (Ríe.) Te saludaré como los chinos. (Frota su nariz con la del joven.)

JOVEN. (Sonriendo.) ¡Quita!

AMIGO. Ríete. (Le hace cosquillas.)

JOVEN. (Riendo.) Bárbaro.

(Luchan.)

AMIGO. Una plancha.

JOVEN. Puedo contigo.

AMIGO. Te cogí. (Lo coge con la cabeza entre las piernas y le da golpes.)

VIEJO. (Entrando gravemente.) Con permiso... (Los jóvenes quedan en pie.) Perdonen... (Enérgicamente, y mirando al joven.) Se me olvidará el sombrero.

AMIGO. (Asombrado.) ¿Cómo?

VIEJO. (Furioso.) ¡Sí, señor! Se me olvidará el sombrero... (Entre dientes.), es decir, se me ha olvidado el sombrero.

AMIGO. ¡Ahhhhhh!...

(Se oye un estrépito de cristales.)

JOVEN. (En alta voz.) Juan. Cierra las ventanas.

AMIGO. Un poco de tormenta. ¡Ojalá sea fuerte!

JOVEN. ¡Pues no quiero enterarme! (En alta voz.) Todo bien cerrado.

AMIGO. ¡Los truenos tendrás que oírlos!

JOVEN. ¡O no!

AMIGO. ¡O Sí!

JOVEN. No me importa lo que pase fuera. Esta casa es mía y aquí no entra nadie.

VIEJO. (Indignado, al Amigo.) ¡Es una verdad sin refutación posible!

(Se oye un trueno lejano.)

AMIGO. (Apasionado.) Entrará todo el mundo que quiera, no aquí, sino debajo de tu cama.

(Trueno más cercano.)

JOVEN. (Gritando.) Pero ahora, ¡ahora!, no.

VIEJO. ¡Bravo!

AMIGO. ¡Abre la ventana! Tengo calor.

VIEJO. ¡Ya se abrirá!

JOVEN. ¡Luego!

AMIGO. Pero vamos a ver... Me quieren ustedes decir...

(Se oye otro trueno. La luz desciende y una luminosidad azulada de tormenta invade la escena. Los tres personajes se ocultarán detrás de un biombo negro bordado con estrellas. Por la puerta de la izquierda aparece el Niño muerto con el Gato. El Niño viene vestido de blanco primera comunión, con una corona de rosas blancas en la cabeza. Sobre su rostro, pintado de cera, resaltan sus ojos y sus labios de lirio seco. Trae un cirio rizado en la mano y el gran lazo con flecos de oro. El Gato, de azul, con dos enormes manchas rojas de sangre en el pechito gris y en la cabeza. Avanzan hacia el público. El Niño trae al Gato cogido de una pata.)

GATO. Miau.

NIÑO. Chissssss...

GATO. Miauuu.

NIÑO.
Toma mi pañuelo blanco.
Toma mi corona blanca.
No llores más.

GATO.
Me duelen las heridas
que los niños me hicieron en la espalda.

NIÑO.
También a mí me duele el corazón.

GATO.
¿Por qué te duele, niño, di?

NIÑO.
Porque no anda.
Ayer se me paró muy despacito,
ruiseñor de mi cama.
Mucho ruido, ¡si vieras!... Me pusieron
con estas rosas frente a la ventana.

GATO.
¿Y qué sentías tú?

NIÑO.
Pues yo sentía
surtidores y abejas por la sala.
Me ataron las dos manos, ¡muy mal hecho!
Los niños por los vidrios me miraban
y un hombre con martillo iba clavando
estrellas de papel sobre mi caja.

(Cruzando las manos.)

No vinieron los ángeles. No, Gato.

GATO.
No me digas más gato.

NIÑO.
¿No?

GATO.
Soy gata.

NIÑO.
¿Eres gata?

GATO. (Mimosa.)
Debiste conocerlo.

NIÑO.
¿Por qué?

GATO.
Por mi voz de plata.

NIÑO. (Galante.)
¿No te quieres sentar?

GATO.
Sí. Tengo hambre.

NIÑO.
Voy a ver si te encuentro alguna rata.

(Se pone a mirar debajo de las sillas. El Gato, sentado en un taburete, tiembla.)

No la comas entera. Una patita
porque estás muy enferma.

GATO.
Diez pedradas
me tiraron los niños.

NIÑO.
Pesan como las rosas

que oprimieron anoche mi garganta.
¿Quieres una?

(Se arranca una rosa de la cabeza.)

GATO. (Alegre.)
Sí, quiero.

NIÑO.
Con tus manchas de cera, rosa blanca,
ojo de luna rota me pareces,
gacela entre los vidrios desmayada.

(Se la pone.)

GATO.
¿Tú qué hacías?

NIÑO.
Jugar. ¿Y tú?

GATO.
¡Jugar!
Iba por el tejado, gata chata,
naricilla de hojadelata.
En la mañana
iba a coger los peces por el agua
y al mediodía
bajo el rosal del muro me dormía.

NIÑO.
¿Y por la noche?

GATA. (Enfática.)
Me iba sola.

NIÑO.
¿Sin nadie?

GATA.
Por el bosque.

NIÑO. (Con alegría.)
Yo también iba, ¡ay, gata chata, barata,
naricillas de hojadelata!,
a comer zarzamoras y manzanas.
Y después a la iglesia con los niños
a jugar a la cabra.

GATA.
¿Qué es la cabra?

NIÑO.
Era mamar los clavos de la puerta.

GATA.
¿Y eran buenos?

NIÑO.
No, gata.
Como chupar monedas.

(Trueno lejano.)

¡Ay! ¡Espera! ¿No vienen? Tengo miedo.
¿Sabes? Me escapé de casa.

(Lloroso.)

Yo no quiero que me entierren.
Agremanes y vidrios adornan mi caja;
pero es mejor que me duerma
entre los juncos del agua.
Yo no quiero que me entierren. ¡Vamos pronto!

(Le tira de la pata.)

GATA.
¿Y nos van a enterrar? ¿Cuándo?

NIÑO.
Mañana,
en unos hoyos oscuros.
Todos lloran, todos callan.
Pero se van. Yo lo vi.
Y luego, ¿sabes?

GATA.
¿Qué pasa?

NIÑO.
Vienen a comernos.

GATA.
¿Quién?

NIÑO.
El lagarto y la lagarta,
con sus hijitos pequeños,
que son muchos.

GATA.
¿Y qué nos comen?

NIÑO.
La cara,
con los dedos

(Bajando la voz.)

y la cuca.

GATA. (Ofendida.)
Yo no tengo cuca.

NIÑO. (Enérgico.)
¡Gata!:
te comerán las patitas y el bigote.

(Trueno lejanisimo.)

Vámonos; de casa en casa
llegaremos donde pacen
los caballitos del agua.
No es el cielo. Es tierra dura
con muchos grillos que cantan,
con hierbas que se menean,
con nubes que se levantan,
con hondas que lanzan piedras
y el viento como una espada.
¡Yo quiero ser niño, un niño!

(Se dirige a la puerta de la derecha.)

GATA.
Está la puerta cerrada.
Vámonos por la escalera.

NIÑO.
Por la escalera nos verán.

GATA.
Aguarda.

NIÑO.
¡Ya vienen para enterrarnos!

GATA.
Vámonos por la ventana.

NIÑO.
Nunca veremos la luz,
ni las nubes que se levantan,
ni los grillos en la hierba,
ni el viento como una espada.

(Cruzando las manos.)

¡Ay girasol!
¡Ay girasol de fuego!
¡Ay girasol!

GATA.
¡Ay clavellina del sol!

NIÑO.
Apagado va por el cielo.
Sólo mares y montes de carbón,
y una paloma muerta por la arena
con las alas tronchadas y en el pico una flor.

(Canta.)

Y en la flor una oliva,
y en la oliva un limón...
¿Cómo sigue?... No lo sé, ¿cómo sigue?

GATA.
¡Ay girasol!
¡Ay girasol de la mañanita!

NIÑO.
¡Ay clavellina del sol!

(La luz es tenue. El Niño y el Gato, separados, andan a tientas.)

GATA.
No hay luz. ¿Dónde estás?

NIÑO.
¡Calla!

GATA.
¿Vendrán ya los lagartos, niño?

NIÑO.
No.

GATA.
¿Encontraste salida?

(La Gata se acerca a la puerta de la derecha y sale una mano que la empuja hacia dentro.)

(Dentro.)

¡Niño! ¡Niño!

(Con angustia.)

¡Niño, niño!

(El Niño avanza con terror, deteniéndose a cada paso.)

NIÑO. (En voz baja.)
Se hundió.
Lo ha cogido una mano.
Debe ser la de Dios.
¡No me entierres! Espera unos minutos...
¡Mientras deshojo esta flor!

(Se arranca una flor de la cabeza y la deshoja.)

Yo iré solo, muy despacio,
después me dejarás mirar al sol...
Muy poco, con un rayo me contento.

(Deshojando.)

Sí, no, sí, no, sí.

VOZ.
No. ¡¡No!!

NIÑO.
¡Siempre dije que no!

(Una mano asoma y entra al Niño, que se desmaya. La luz, al desaparecer el Niño, vuelve a su tono primero. Por detrás del biombo vuelven a salir rápidamente los tres personajes. Dan muestras de calor y de agitación viva. El joven lleva un abanico azul; el Viejo, un aba-nico negro, y el Amigo, un abanico rojo agresivo. Se abanican.)

VIEJO. Pues todavía será más.

JOVEN. Sí, después.

AMIGO. Ya ha sido bastante. Creo que no te puedes escapar de la tormenta.

VOZ. (Fuera.) ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!

JOVEN. ¡Señor, qué tarde! Juan, ¿quién grita así?

CRIADO. (Entrando, siempre en tono suave y andando sobre las puntas de los pies.) El niño de la portera murió y ahora lo llevan a enterrar. Su madre llora.

AMIGO. ¡Como es natural!

VIEJO. Sí, sí; pero lo pasado, pasado.

AMIGO. Pero ¡si está pasando! (Discuten.)

(El Criado cruza la escena y va a salir por la puerta izquierda.)

CRIADO. Señor, ¿tendría la bondad de dejarme la llave de su dormitorio?

JOVEN. ¿Para qué?

CRIADO. Los niños arrojaron un gato que habían matado sobre el tejadillo del jardín, y hay necesidad de quitarlo.

JOVEN. (Con fastidio.) Toma. (Al Viejo.) ¡No podrá usted con él!

VIEJO. Ni me interesa.

AMIGO. No es verdad. Sí le interesa. Al que no le interesa es a mí, que sé positivamente que la nieve es fría y que el fuego quema.

VIEJO. (Irónico.) Según.

AMIGO. (Al Joven.) Te está engañando.

(El Viejo mira enérgicamente al Amigo, estrujando su sombrero.)

JOVEN. (Con fuerza.) No influye lo más mínimo en mi carácter. Soy yo. Pero tú no puedes comprender que se espere a una mujer cinco años, colmado y quemado por el amor que crece cada día.

AMIGO. ¡No hay necesidad de esperar!

JOVEN. ¿Crees tú que yo puedo vencer las cosas materiales, los obstáculos que surgen y se aumentarán en el camino sin causar dolor a los demás?

AMIGO. ¡Primero eres tú que los demás!

JOVEN. Esperando, el nudo se deshace y la fruta madura.

AMIGO. Yo prefiero comerla verde, o, mejor todavía, me gusta cortar su flor para ponerla en mi solapa.

VIEJO. ¡No es verdad!

AMIGO. ¡Usted es demasiado viejo para saberlo!

VIEJO. (Severamente.) Yo he luchado toda mi vida por encender una luz en los sitios más oscuros. Y cuando la gente ha ido a retorcer el cuello de la paloma, yo he sujetado la mano y la he ayudado a volar.

AMIGO. ¡Y naturalmente el cazador se ha muerto de hambre!

JOVEN. ¡Bendita sea el hambre!

(Aparece por la puerta de la izquierda el Amigo 2.° Viene vestido de blanco, con un impecable traje de lana, y lleva guantes y zapatos del mismo color. De no ser posible que este papel lo haga un actor muy joven, lo hará una muchacha. El traje ha de ser de un corte exageradísimo; llevará enormes botones azules y el chaleco y la corbata serán de rizados encajes.)

AMIGO 2º. Bendita sea cuando hay pan tostado, aceite y sueño después. Mucho sueño. Que no se acabe nunca. Te he oído.

JOVEN. (Con asombro.) ¿Por dónde has entrado?

AMIGO 2º. Por cualquier sitio. Por la ventana. Me ayudaron dos niños amigos míos. Los conocí cuando yo era muy pequeño, y me han empujado por los pies. Va a caer un aguacero... pero aguacero bonito el que cayó el año pasado. Había tan poca luz, que se me pusieron las manos amarillas. (Al Viejo.) ¿Lo recuerda usted?

VIEJO. (Agrio.) No recuerdo nada.

AMIGO 2º. (Al Amigo.) ¿Y tú?

AMIGO 1º. (Serio.) ¡Tampoco!

AMIGO 2º. Yo era muy pequeño, pero lo recuerdo con todo detalle.

AMIGO 1º. Mira...

AMIGO 2º. Por eso no quiero ver éste. La lluvia es hermosa. En el colegio entraba por los patios y estrellaba por las paredes a unas mujeres desnudas, muy pequeñas, que lleva dentro. ¿No las habéis visto? Cuando yo tenía cinco años... no, cuando yo tenía dos... ¡miento!, uno, un año tan sólo, es hermoso, ¿verdad?, un año, cogí una de estas mujercillas de la lluvia y la tuve dos días en una pecera.

AMIGO 1º. (Con sorna.) ¿Y creció?

AMIGO 2º. ¡No! Se hizo cada vez más pequeña, más niña, como debe ser, como es lo justo, hasta que no quedó de ella más que una gota de agua. Y cantaba una canción...

Yo vuelvo por mis alas,
¡dejadme volver!
Quiero morirme siendo amanecer,
quiero morirme siendo
ayer.
Yo vuelvo por mis alas,
¡dejadme tornar!
Quiero morirme siendo manantial,
quiero morirme fuera de la mar...
que es exactamente lo que yo canto a todas horas.

VIEJO. (Irritado, al Joven.) Está completamente loco.

AMIGO 2º. (Que lo ha oído.) Loco, porque no quiero estar lleno de arrugas y dolores como usted. Porque quiero vivir lo mío y me lo quitan. Yo no lo conozco a usted. Yo no quiero ver gente como usted.

AMIGO 1º. (Bebiendo.) Todo eso no es más que miedo a la muerte.

AMIGO 2º. No. Ahora, antes de entrar aquí, vi a un niño que llevaban a enterrar con las primeras gotas de la lluvia. Así quiero que me entierren a mí. En una caja así de pequeña, y ustedes se van a luchar en la borrasca. Pero mi rostro es mío y me lo están robando. Yo era tierno y cantaba, y ahora hay un hombre, un señor (Al Viejo.), como usted, que anda por dentro de mí con dos o tres caretas preparadas. (Saca un espejo y se mira.) Pero todavía no, todavía me veo subido en los cerezos... con aquel traje gris... Un traje gris que tenía unas anclas de plata... ¡Dios mío! (Se cubre la cara con las manos.)

VIEJO. Los trajes se rompen, las anclas se oxidan y vamos adelante.

AMIGO 2º. ¡Oh, por favor, no hable así!

VIEJO. (Entusiasmado.) Se hunden las casas.

AMIGO 1º. (Enérgico y en actitud de defensa.) Las casas no se hunden.

VIEJO. (Impertérrito.) Se apagan los ojos y una hoz muy afilada siega los juncos de las orillas.

AMIGO 2º. (Sereno.) ¡Claro! ¡Todo eso pasa más adelante!

VIEJO. Al contrario. Eso ha pasado ya.

AMIGO 2º. Atrás se queda todo quieto. ¿Cómo es posible que no lo sepa usted? No hay más que ir despertando suavemente las cosas. En cambio, dentro de cuatro o cinco años existe un pozo en el que caeremos todos.

VIEJO. (Furioso.) ¡Silencio!

JOVEN. (Temblando, al Viejo.) ¿Lo ha oído usted?

VIEJO. Demasiado. (Sale rápidamente por la puerta de la derecha.)

JOVEN. (Detrás.) ¿Dónde va usted? ¿Por qué se marcha así? ¡Espere! (Sale detrás.)

AMIGO 2º. (Encogiéndose de hombros.) Bueno. Viejo tenía que ser. Usted, en cambio, no ha protestado.

AMIGO 1º. (Que ha estado bebiendo sin parar.) No.

AMIGO 2º. Usted, con beber tiene bastante.

AMIGO 1º. (Serio y con cara borracha.) Yo hago lo que me gusta, lo que me parece bien. No le he pedido su parecer.

AMIGO 2º. (Con miedo.) Sí, sí... Y yo no le digo nada... (Se sienta en un sillón, con las piernas encogidas.)

(El Amigo I.° se bebe rápidamente dos copas, apuradas hasta lo último, y dándose un golpe en la frente, como si recordara algo, sale rápidamente, en medio de una alegrísima sonrisa, por la puerta izquierda. El Amigo 2.° inclina la cabeza en el sillón. Aparece el Criado por la derecha, siempre delicado, sobre las puntas de los pies. Empieza a llover.)

AMIGO 2°. El aguacero. (Se mira las manos.) Pero qué luz más fea. (Queda dormido.)

JOVEN. (Entrando.) Mañana volverá. Lo necesito. (Se sienta.)

(Aparece la Mecanógrafa. Lleva una maleta. Cruza la escena y, en medio de ella, vuelve rápidamente.)

MECANÓGRAFA. ¿Me habías llamado?

JOVEN. (Cerrando los ojos.) No. No te había llamado.

(La Mecanógrafa sale mirando con ansia y esperando la llamada.)

MECANÓGRAFA. (En la puerta.) ¿Me necesitas?

JOVEN. (Cerrando los ojos.) No. No te necesito.

(Sale la Mecanógrafa.)

AMIGO 2º. (Entre sueños.)
Yo vuelvo por mis alas,
dejadme volver.
Quiero morirme siendo
ayer.
Quiero morirme siendo
amanecer.

(Empieza a llover.)

JOVEN. Es demasiado tarde, Juan, enciende las luces. ¿Qué hora es?

JUAN. (Con intención.) Las seis en punto, señor.

JOVEN. Está bien.

AMIGO 2°. (Entre sueños.)
Yo vuelvo por mis alas,
dejadme tornar.
Quiero morirme siendo manantial.
Quiero morirme fuera
de la mar.

(El joven golpea suavemente la mesa con los dedos.)


Telón lento

Acto segundo

Alcoba estilo 1900. Muebles extraños. Grandes cortinajes llenos de pliegues y borlas. Por las paredes, nubes y ángeles pintados. En el centro, una cama llena de colgaduras y plumajes. A la izquierda, un tocador sostenido por ángeles con ramos de luces eléctricas en las manos. Los balcones están abiertos, y por ellos entra la luna. Se oye un claxon de automóvil que toca con furia. La Novia salta de la cama con espléndida bata llena de encajes y enormes lazos color de rosa. Lleva una larga cola y todo el cabello hecho bucles.

NOVIA. (Asomándose al balcón.) Sube. (Se oye el claxon.) Es preciso. Llegará mi novio, el viejo, el lírico, y necesito apoyarme en ti.

(El jugador de Rugby entra por el balcón. Viene vestido con las rodilleras y el casco. Lleva una bolsa llena de cigarros puros, que enciende y aplasta sin cesar.)

NOVIA. Entra. Hace dos días que no te veo. (Se abrazan.)

(El jugador de Rugby no habla, sólo fuma y aplasta con el pie el cigarro. Da muestras de una gran vitalidad y abraza con ímpetu a la Novia.)

NOVIA. Hoy me has besado de manera distinta. Siempre cambias, ¡amor mío! Ayer no te vi, ¿sabes? Pero estuve viendo al caballo. Era hermoso, blanco y los cascos dorados entre el heno de los pesebres. (Se sienta en un sofá que hay al pie de la cama.) Pero tú eres más hermoso. Porque eres como un dragón. (La abraza.) Creo que me vas a quebrar entre tus brazos, porque soy débil, porque soy pequeña, porque soy como la escarcha, porque soy como una diminuta guitarra quemada por el sol, y no me quiebras.

(El jugador de Rugby le echa el humo en la cara.)

(Pasándole la mano por el cuerpo.) Detrás de toda esta sombra hay como una trabazón de puentes de plata para estrecharme a mí y para defenderme a mí, que soy pequeñita como un botón, pequeñita como una abeja que entrara de pronto en el salón del trono, ¿verdad?, ¿verdad que sí? Me iré contigo. (Apoya la cabeza en el pecho del jugador.) Dragón, ¡dragón mío! ¿Cuántos corazones tienes? Hay en tu pecho como un torrente donde yo me voy a ahogar. Me voy a ahogar... (Lo mira.) Y luego tú saldrás corriendo (Llora.) y me dejarás muerta por las orillas. (El jugador de Rugby se lleva otro puro a la boca y la Novia se lo enciende.) ¡Oh! (Lo besa.) ¡Qué ascua blanca, qué fuego de marfil derraman tus dientes! Mi otro novio tenía los dientes helados; me besaba, y sus labios se le cubrían de pequeñas hojas marchitas. Eran unos labios secos. Yo me corté las trenzas porque le gustaban mucho, como ahora voy descalza porque te gusta a ti. ¿Verdad?, ¿verdad que sí? (El jugador la besa.) Es preciso que nos vayamos. Mi novio vendrá.

VOZ. (En la puerta.) ¡Señorita!

NOVIA. ¡Vete! (Lo besa.)

VOZ. ¡Señorita!

NOVIA. (Separándose del jugador y adoptando una actitud distraída.) ¡Ya voy! (En voz baja.) ¡Adiós!

(El jugador vuelve desde el balcón y le da un beso, levantándola en los brazos.)

VOZ. ¡Abra!

NOVIA. (Fingiendo la voz.) ¡Qué poca paciencia!

(El jugador sale silbando por el balcón.)

CRIADA. (Entrando.) ¡Ay señorita!

NOVIA. ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. ¿Qué? (Enciende la luz del techo. Una luz más azulada que la que entra por los balcones.)

CRIADA. ¡Su novio ha llegado!

NOVIA. Bueno. ¿Por qué te pones así?

CRIADA. (Llorosa.) Por nada.

NOVIA. ¿Dónde está?

CRIADA. Abajo.

NOVIA. ¿Con quién?

CRIADA. Con su padre.

NOVIA. ¿Nadie más?

CRIADA. Y un señor con lentes de oro. Discutían mucho.

NOVIA. Voy a vestirme. (Se sienta delante del tocador y se arregla, ayudada de la Criada.)

CRIADA. (Llorosa.) ¡Ay señorita!

NOVIA. (Irritada.) ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. (Agria.) ¡Qué!

CRIADA. ¡Es muy guapo su novio!

NOVIA. Cásate con él.

CRIADA. Viene muy contento.

NOVIA. (Irónica.) ¿Sí?

CRIADA. Traía este ramo de flores.

NOVIA. Ya sabes que no me gustan las flores. Tira ésas por el balcón.

CRIADA. ¡Son tan hermosas!... Están recién cortadas.

NOVIA. (Autoritaria.) ¡Tíralas!

(La Criada arroja unas flores, que estaban sobre un jarro, por el balcón.)

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Furiosa.) ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. ¡Quéeee!

CRIADA. ¡Piense bien en lo que hace! Recapacite. El mundo es grande, pero las personas somos pequeñas.

NOVIA. ¿Qué sabes tú?

CRIADA. Sí, sí lo sé. Mi padre estuvo en el Brasil dos veces y era tan chico que cabía en una maleta. Las cosas se olvidan y lo malo queda.

NOVIA. ¡Te he dicho que te calles!

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Enérgica.) ¡Mi ropa!

CRIADA. ¡Qué va usted a hacer!

NOVIA. ¡Lo que puedo!

CRIADA. Un hombre tan bueno. ¡Tanto tiempo esperándola! Con tanta ilusión. ¡Cinco años! (Le da los trajes.)

NOVIA. ¿Te dio la mano?

CRIADA. (Con alegría.) Sí; me dio la mano.

NOVIA. ¿Y cómo te dio la mano?

CRIADA. Muy delicadamente, casi sin apretar.

NOVIA. ¿Lo ves? No te apretó.

CRIADA. Tuve un novio soldado que me clavaba los anillos y me hacía sangre. ¡Por eso lo despedí!

NOVIA. (Con sorna.) ¿Sí?

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Irritada.) ¿Qué traje me pongo?

CRIADA. Con el rojo está preciosa.

NOVIA. No quiero estar guapa.

CRIADA. El verde.

NOVIA. (Suave.) No.

CRIADA. ¿El naranja?

NOVIA. (Fuerte.) No.

CRIADA. ¿El de tules?

NOVIA. (Más fuerte.) No.

CRIADA. ¿El traje hojas de otoño?

NOVIA. (Irritada y fuerte.) ¡He dicho que no! Quiero un hábito color tierra para ese hombre; un hábito de roca pelada con un cordón de esparto a la cintura. (Se oye el claxon. La Novia entorna los ojos y cambiando la expresión sigue hablando.) Pero con una corona de jazmines en el cuello y toda mi carne apretada por un velo mojado por el mar. (Se dirige al balcón.)

CRIADA. ¡Que no se entere su novio!

NOVIA. Se ha de enterar. (Eligiendo un traje de hábito, sencillo.) Éste. (Se lo pone.)

CRIADA. ¡Está equivocada!

NOVIA. ¿Por qué?

CRIADA. Su novio busca otra cosa. En mi pueblo había un muchacho que subía a la torre de la iglesia para mirar más de cerca la luna, y su novia lo despidió.

NOVIA. ¡Hizo bien!

CRIADA. Decía que veía en la luna el retrato de su novia.

NOVIA. (Enérgica.) ¿Y a ti te parece bien? (Se termina de arreglar en el tocador y enciende las luces de los ángeles.)

CRIADA. Sí. Cuando yo me disgusté con el botones...

NOVIA. ¿Ya te has disgustado con el botones? ¡Tan guapo... tan guapo... tan guapo...!

CRIADA. Naturalmente. Le regalé un pañuelo bordado por mí, que decía: «Amor, Amor, Amor», y se le perdió.

NOVIA. Vete.

CRIADA. ¿Cierro los balcones?

NOVIA. No.

CRIADA. El aire le va a quemar el cutis.

NOVIA. Eso me gusta. Quiero ponerme negra. Más negra que un muchacho. Y si me caigo, no hacerme sangre, y si agarro una zarzamora, no herirme. Están todos andando por el alambre con los ojos cerrados. Yo quiero tener plomo en los pies. Anoche soñaba que todos los niños pequeños crecen por casualidad... Que basta la fuerza que tiene un beso para poder matarlos a todos. Un puñal, unas tijeras duran siempre, y este pecho mío dura sólo un momento.

CRIADA. (Escuchando.) Ahí llega su padre.

NOVIA. (Con sigilo.) Todos mis trajes de color los metes en una maleta.

CRIADA. (Temblando.) Sí.

NOVIA. Y tienes preparada la llave del garaje.

CRIADA. (Con miedo.) ¡Está bien!

(Entra el Padre de la Novia. Es un viejo distraído. Lleva unos prismáticos colgados al cuello. Peluca blanca. Cara rosa. Lleva guantes blancos y traje negro. Tiene detalles de una delicada miopía.)

PADRE. ¿Estás ya preparada?

NOVIA. (Irritada.) Pero ¿para qué tengo yo que estar preparada?

PADRE. ¡Que ha llegado!

NOVIA. ¿Y qué?

PADRE. Pues que como estás comprometida y se trata de tu vida, de tu felicidad, es natural que estés contenta y decidida.

NOVIA. Pues no estoy.

PADRE. ¿Cómo?

NOVIA. Que no estoy contenta. ¿Y tú?

PADRE. Pero hija... ¿Qué va a decir ese hombre?

NOVIA. ¡Que diga lo que quiera!

PADRE. Viene a casarse contigo. Tú le has escrito durante los cinco años que ha durado nuestro viaje. Tú no has bailado con nadie en los transatlánticos... No te has interesado por nadie. ¿Qué cambio es éste?

NOVIA. No quiero verlo. Es preciso que yo viva. Habla demasiado.

PADRE. ¡Ay! ¿Por qué no lo dijiste antes?

NOVIA. ¡Antes no existía yo tampoco! Existía la tierra y el mar. Pero yo dormía dulcemente en los almohadones del tren.

PADRE. Ese hombre me insultará con toda la razón. ¡Ay, Dios mío! Ya estaba todo arreglado. Te había regalado el hermoso traje de novia. Ahí dentro está, en el maniquí.

NOVIA. No me hables de esto. No quiero.

PADRE. ¿Y yo? ¿Y yo? ¿Es que no tengo derecho a descansar? Esta noche hay un eclipse de luna. Ya no podré mirarlo desde la terraza. En cuanto paso una irritación se me sube la sangre a los ojos y no veo. ¿Qué hacemos con este hombre?

NOVIA. Lo que tú quieras. Yo no quiero verlo.

PADRE. (Enérgico y sacando fuerzas de voluntad.) ¡Tienes que cumplir tu compromiso!

NOVIA. ¡No lo cumplo!

PADRE. ¡Es preciso!

NOVIA. No.

PADRE. ¡Sí! (Hace intención de pegarle.)

NOVIA. (Fuerte.) No.

PADRE. Todos contra mí. (Mira al cielo por el balcón abierto.) Ahora empezará el eclipse. (Se dirige al balcón.) Ya han apagado las lámparas. (Con angustia.) ¡Será hermoso! Lo he estado esperando mucho tiempo. Y ahora ya no lo veo. ¿Por qué lo has engañado?

NOVIA. Yo no lo he engañado.

PADRE. Cinco años, día por día. ¡Ay, Dios mío!

(La Criada entra precipitadamente y corre hacia el balcón; fuera se oyen voces.)

CRIADA. ¡Están discutiendo!

PADRE. ¿Quién?

CRIADA. Ya ha entrado. (Sale rápidamente.)

PADRE. ¿Qué pasa?

NOVIA. ¿Dónde vas? ¡Cierra la puerta! (Con angustia.)

PADRE. Pero ¿por qué?

NOVIA. ¡Ah!

(Aparece el joven. Viene vestido de calle. Se arregla el cabello. En el momento de entrar se encienden todas las luces de la escena y los ra-mos de bombillas que llevan los ángeles en la mano. Quedan los tres personajes mirándose, quietos y en silencio.)

JOVEN. Perdonen...

(Pausa.)

PADRE. (Con embarazo.) Siéntese.

(Entra la Criada muy nerviosa, con las manos sobre el pecho.)

JOVEN. (Dando la mano a la Novia.) ¡Ha sido un viaje tan largo!

NOVIA. (Mirándolo muy fija y sin soltarle la mano.) Sí. Un viaje frío. Ha nevado mucho estos últimos años. (Le suelta la mano.)

JOVEN. Ustedes me perdonarán, pero de correr, de subir la escalera, estoy agitado. Y luego... en la calle he golpeado a unos niños que estaban matando un gato a pedradas.

(El Padre le ofrece una silla.)

NOVIA. (A la Criada.) Una mano fría. Una mano de cera cortada.

CRIADA. ¡La va a oír!

NOVIA. Y una mirada antigua. Una mirada que se parte como el ala de una mariposa seca.

JOVEN. No, no puedo estar sentado. Prefiero charlar... De pronto, mientras subía la escalera, vinieron a mi memoria todas las canciones que había olvidado y las quería cantar todas a la vez. (Se acerca a la Novia.) ... Las trenzas...

NOVIA. Nunca tuve trenzas.

JOVEN. Sería la luz de la luna. Sería el aire cuajado en bocas para besar tu cabeza.

(La Criada se retira a un rincón. El Padre se asoma a los balcones y mira con los prismáticos.)

NOVIA. ¿Y tú no eras más alto?

JOVEN. No.

NOVIA. ¿No tenías una sonrisa violenta que era como una garra sobre tu rostro?

JOVEN. No.

NOVIA. ¿Y no jugabas tú al rugby?

JOVEN. Nunca.

NOVIA. (Con pasión.) ¿Y no llevabas un caballo de las crines y matabas en un día tres mil faisanes?

JOVEN. Jamás.

NOVIA. ¡Entonces! ¿A qué vienes a buscarme? Tenías las manos llenas de anillos. ¿Dónde hay una gota de sangre?

JOVEN. Yo la derramaré si te gusta.

NOVIA. (Enérgica.) No es tu sangre. ¡Es la mía!

JOVEN. ¡Ahora nadie podrá separar mis brazos de tu cuello!

NOVIA. No son tus brazos, son los míos. Soy yo la que se quiere quemar en otro fuego.

JOVEN. No hay más fuego que el mío. (La abraza.) Porque te he esperado y ahora gano mi sueño. Y no son sueño tus trenzas porque las haré yo mismo de tu cabello, ni es sueño tu cintura donde canta la sangre mía, porque es mía esta sangre, ganada lentamente a través de una lluvia, y mío este sueño.

NOVIA. (Desasiéndose.) Déjame. Todo lo podías haber dicho menos la palabra sueño. Aquí no se sueña. Yo no quiero soñar... Yo estoy defendida por el tejado.

JOVEN. ¡Pero se ama!

NOVIA. Tampoco se ama. ¡Vete!

JOVEN. ¿Qué dices? (Aterrado.)

NOVIA. Que busques otra mujer a quien puedas hacerle trenzas.

JOVEN. (Como despertando.) ¡¡No!!

NOVIA. ¿Cómo voy a dejar que entres en mi alcoba cuando ya ha entrado otro?

JOVEN. ¡Ay! (Se cubre la cara con las manos.)

NOVIA. Dos días tan sólo han bastado para sentirme cargada de cadenas. En los espejos y entre los encajes de la cama oigo ya el gemido de un niño que me persigue.

JOVEN. Pero mi casa está ya levantada. Con muros que yo mismo he tocado. ¿Voy a dejar que la viva el aire?

NOVIA. ¿Y qué culpa tengo yo? ¿Quieres que me vaya contigo?

JOVEN. (Sentándose en una silla, abatido.) Sí, sí, vente.

NOVIA. Un espejo, una mesa estarían más cerca de ti que yo.

JOVEN. ¿Qué voy a hacer ahora?

NOVIA. Amar.

JOVEN. ¿A quién?

NOVIA. Busca. Por las calles, por el campo.

JOVEN. (Enérgico.) No busco. Te tengo a ti. Estás aquí, entre mis manos, en este mismo instante, y no me puedes cerrar la puerta porque vengo mojado por una lluvia de cinco años. Y porque después no hay nada, porque después no puedo amar, porque después se ha acabado todo.

NOVIA. ¡Suelta!

JOVEN. No es tu engaño lo que me duele. Tú no eres nada. Tú no significas nada. Es mi tesoro perdido. Es mi amor sin objeto. ¡Pero vendrás!

NOVIA. ¡No iré!

JOVEN. Para que no tenga que volver a empezar. Siento que se me olvidan hasta las letras.

NOVIA. ¡¡No iré!!

JOVEN. Para que no muera. ¿Lo oyes? ¡Para que no muera!

NOVIA. ¡Déjame!

CRIADA. (Saliendo.) ¡Señorita! (El Joven suelta a la Novia.) ¡Señor!

PADRE. (Entrando.) ¿Quién grita?

NOVIA. Nadie.

PADRE. (Mirando al joven.) Caballero...

JOVEN. (Abatido.) Hablábamos.

NOVIA. (Al Padre.) Es preciso que le devuelva los regalos... (El joven hace un movimiento.) Todos. Sería injusto. Todos... menos los abanicos... porque se han roto.

JOVEN. (Recordando.) Dos abanicos.

NOVIA. Uno azul...

JOVEN. Con tres góndolas hundidas...

NOVIA. Y otro blanco...

JOVEN. ¡Que tenía en el centro la cabeza de un tigre! Y... ¿están rotos?

CRIADA. Las últimas varillas se las llevó el niño del carbonero.

PADRE. Eran unos abanicos buenos, pero vamos...

JOVEN. (Sonriendo.) No importa que se hayan perdido. Me hacen ahora mismo un aire que me quema la piel.

CRIADA. (A la Novia.) ¿También el traje de novia?

NOVIA. Está claro.

CRIADA. (Llorosa.) Ahí dentro está, en el maniquí.

PADRE. (Al Joven.) Yo quisiera que...

JOVEN. No importa.

PADRE. De todos modos, está usted en su casa.

JOVEN. ¡Gracias!

PADRE. (Que mira siempre al balcón.) Debe estar ya en el comienzo. Usted perdone. (A la Novia.) ¿Vienes?...

NOVIA. Sí. (Al Joven.) ¡Adiós!

JOVEN. ¡Adiós! (Salen.)

VOZ. (Fuera.) ¡Adiós!

JOVEN. Adiós... ¿y qué? ¿Qué hago con esta hora que viene y que no conozco? ¿Dónde voy?

(La luz de la escena se oscurece. Las bombillas de los ángeles toman una luz azul. Por los balcones vuelve a entrar una luz de luna que irá en aumento hasta el final. Se oye un gemido.)

JOVEN. (Mirando a la puerta.) ¿Quién?

(Entra en escena el Maniquí con vestido de novia. Este personaje tiene la cara gris y las cejas y los labios dorados como un maniquí de esca-parate de lujo. Lleva peluca y guantes de oro. Trae puesto con cierto embarazo un espléndido traje de novia blanco, con larga cola y velo.)

MANIQUÍ. (Canta y llora.)
¿Quién usará la plata buena
de la novia chiquita y morena?
Mi cola se pierde por el mar
y la luna lleva puesta mi corona de azahar.
Mi anillo, señor, mi anillo de oro viejo,
se hundió por las arenas del espejo.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?
Se lo pondrá la ría grande para casarse con el mar.

JOVEN.
¿Qué cantas, dime?

MANIQUÍ.
Yo canto
muerte que no tuve nunca,
dolor de velo sin uso,
con llanto de seda y pluma.
Ropa interior que se queda
helada de nieve oscura,
sin que los encajes puedan
competir con las espumas.
Telas que cubren la carne
serán para el agua turbia.
Y en vez de rumor caliente,
quebrado torso de lluvia.
¿Quién usará la ropa buena
de la novia chiquita y morena?

JOVEN.
Se la pondrá el aire oscuro
jugando al alba en su gruta,
ligas de raso los juncos,
medias de seda la luna.
Dale el velo a las arañas
para que coman y cubran
las palomas, enredadas
en sus hilos de hermosura.
Nadie se pondrá tu traje,
forma blanca y luz confusa,
que seda y escarcha fueron
livianas arquitecturas.

MANIQUÍ.
Mi cola se pierde por el mar.

JOVEN.
Y la luna lleva en vilo tu corona de azahar.

MANIQUÍ. (Irritado.)
No quiero. Mis sedas tienen,
hilo a hilo y una a una,
ansia de calor de boda.
Y mi camisa pregunta
dónde están las manos tibias
que oprimen en la cintura.

JOVEN.
Yo también pregunto. ¡Calla!

MANIQUÍ.
Mientes. Tú tienes la culpa.
Pudiste ser para mí
potro de plomo y espuma,
el aire roto en el freno
y el mar atado en la grupa.
Pudiste ser un relincho
y eres dormida laguna,
con hojas secas y musgo
donde este traje se pudra.
Mi anillo, señor, mi anillo de oro viejo.

JOVEN.
¡Se hundió por las arenas del espejo!

MANIQUÍ.
¿Por qué no viniste antes?
Ella esperaba desnuda
como una sierpe de viento
desmayada por las puntas.

JOVEN. (Levantándose.)
Silencio. Déjame. ¡Vete!,
o te romperé con furia
las iniciales de nardo,
que la blanca seda oculta.
Vete a la calle a buscar
hombros de virgen nocturna
o guitarras que te lloren
seis largos gritos de música.
Nadie se pondrá tu traje.

MANIQUÍ.
Te seguiré siempre.

JOVEN.
¡Nunca!

MANIQUÍ.
¡Déjame hablarte!

JOVEN.
¡Es inútil!
¡No quiero saber!

MANIQUÍ.
Escucha.
Mira.

JOVEN.
¿Que?

MANIQUÍ.
Un trajecito
que robé de la costura.

(Enseña un traje rosa de niño.)

Dos fuentes de leche blanca
mojan mis sedas de angustia
y un dolor blanco de abejas
cubre de rayos mi nuca.
Mi hijo. ¡Quiero a mi hijo!
Por mi falda lo dibujan
estas cintas que me estallan
de alegría en la cintura.
¡Y es tu hijo!

JOVEN. (Coge el trajecito.)
Sí, mi hijo:
donde llegan y se juntan
pájaros de sueño loco
y jazmines de cordura.

(Angustiado.)

¿Y si mi niño no llega...?
Pájaro que el aire cruza
¿no puede cantar?

MANIQUÍ.
No puede.

JOVEN.
¿Y si mi niño no llega...?
Velero que el agua surca
¿no puede nadar?

MANIQUÍ.
No puede.

JOVEN.
Quieta el arpa de la lluvia,
un mar hecho piedra ríe
últimas olas oscuras.

MANIQUÍ.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?

JOVEN. (Entusiasmado y rotundo.)
Se lo pondrá mujer que espera por las orillas de la mar.

MANIQUÍ.
Te espera siempre, ¿recuerdas?
Estaba en tu casa oculta.
Ella te amaba y se fue.
Tu niño canta en su cuna
y como es niño de nieve
espera la sangre tuya.
Corre, a buscarla, ¡deprisa!,
y entrégamela desnuda
para que mis sedas puedan,
hilo a hilo y una a una,
abrir la rosa que cubre
su vientre de carne rubia.

JOVEN.
He de vivir.

MANIQUÍ.
¡Sin espera!

JOVEN.
Mi niño canta en su cuna,
y como es niño de nieve
aguarda calor y ayuda.

MANIQUÍ. (Por el traje del niño.)
¡Dame el traje!

JOVEN. (Dulce.)
No.

MANIQUÍ. (Arrebatándoselo.)
¡Lo quiero!
Mientras tú vences y buscas,
yo cantaré una canción
sobre sus tiernas arrugas. (Lo besa.)

JOVEN.
¡Pronto! ¿Dónde está?

MANIQUÍ.
En la calle.

JOVEN.
Antes que la roja luna
limpie con sangre de eclipse
la perfección de su curva,
traeré temblando de amor
mi propia mujer desnuda.

(La luz es de un azul intenso. Entra la Criada por la izquierda con un candelabro y la escena toma suavemente su luz normal, sin descuidar la luz azul de los balcones abiertos de par en par que hay en el fondo. En el momento que aparece la Criada, el Maniquí queda rígido con una postura de escaparate. La cabeza inclinada y las manos levantadas en actitud delicadísima. La Criada deja el candelabro sobre la mesa del tocador. Siempre en actitud compungida y mirando al joven. En este momento aparece el Viejo por una puerta de la derecha. La luz crece.)

JOVEN. (Asombrado.) ¡Usted!

VIEJO. (Da muestras de una gran agitación y se lleva las manos al pecho. Trae un pañuelo de seda en la mano.) ¡Sí! ¡Yo!

(La Criada sale rápidamente al balcón.)

JOVEN. (Agrio.) No me hace ninguna falta.

VIEJO. Más que nunca. ¡Ay, me has herido! ¿Por qué subiste? Yo sabía lo que iba a pasar. ¡Ay!

JOVEN. (Dulce, acercándose.) ¿Qué le pasa?

VIEJO. (Enérgico.) Nada. No me pasa nada. Una herida pero... la sangre se seca y lo pasado, pasado. (El joven inicia el mutis.) ¿Dónde vas?

JOVEN. (Con alegría.) A buscar.

VIEJO. ¿A quién?

JOVEN. A la mujer que me quiere. Usted la vio en mi casa, ¿no recuerda?

VIEJO. (Severo.) No recuerdo. Pero espera.

JOVEN. ¡No! Ahora mismo.

(El Viejo lo coge del brazo.)

PADRE. (Entrando.) ¡Hija!, ¿dónde estás? ¡Hija!

(Se oye el claxon del automóvil.)

CRIADA. (En el balcón.) ¡Señorita! ¡Señorita!

PADRE. (Yéndose al balcón.) ¡Hija! ¡Espera, espera! (Sale.)

JOVEN. Yo también me voy. Yo busco, como ella, ¡la nueva flor de mi sangre! (Sale corriendo.)

VIEJO. ¡Espera! ¡Espera! ¡No me dejes herido! ¡Espera! (Sale. Sus voces de «¡Espera, espera!» se pierden.)

(Se oye lejano el claxon. Queda la escena azul y el Maniquí avanza dolorido. Con dos expresiones. Pregunta en el primer verso con ímpetu y respuesta en el segundo y como muy lejana.)

MANIQUÍ.

Mi anillo, ¡señor!, mi anillo de oro viejo

(Pausa.)

se hundió por las arenas del espejo.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?

(Pausa. Llorando.)

Se lo pondrá la ría grande para casarse con el mar.

(Se desmaya y queda tendido en el sofá.)

VOZ (Fuera.) ¡Esperaaa...!


Telón rápido

Acto tercero

Cuadro primero

Bosque. Grandes troncos. En el centro, un teatro rodeado de cortinas barrocas con el telón echado. Una escalerita une el tabladillo con el escenario. Al levantarse el telón cruzan entre los troncos dos Figuras vestidas de negro, con las caras blancas de yeso y las manos también blancas. Suena una música lejana. Sale el Arlequín. Viste de negro y verde. Lleva dos caretas, una en cada mano y ocultas en la espalda. Acciona de modo rítmico, como un bailarín.

ARLEQUÍN.
El Sueño va sobre el Tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del Sueño.

(Se pone una careta de alegrísima expresión.)

¡Ay, cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

(Se quita la careta.)

El Tiempo va sobre el Sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.

(Se pone una careta de expresión dormida.)

¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

(Se la quita.)

Sobre la misma columna,
abrazados Sueño y Tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.

(Con una careta.)

¡Ay cómo canta el alba! ¡Cómo canta!

(Con la otra careta.)

¡Qué espesura de anémonas levanta!
Y si el Sueño finge muros
en la llanura del Tiempo,
el Tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.
¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

(Desde este momento se oirá en el fondo durante todo el acto, y con medidos intervalos, unas lejanas trompas graves de caza. Aparece una Muchacha vestida de negro, con túnica griega. Viene saltando con una guirnalda.)

MUCHACHA.
¿Quién lo dice,
quién lo dirá?
Mi amante me aguarda
en el fondo del mar.

ARLEQUÍN. (Gracioso.)
Mentira.

MUCHACHA.
Verdad.
Perdí mi deseo,
perdí mi dedal,
y en los troncos grandes
los volví a encontrar.

ARLEQUÍN. (Irónico.)
Una cuerda muy larga.

MUCHACHA.
Larga; para bajar.
Tiburones y peces
y ramos de coral.

ARLEQUÍN.
Abajo está.

MUCHACHA. (En voz baja.)
Muy bajo.

ARLEQUÍN.
Dormido.

MUCHACHA.
¡Abajo está!
Banderas de agua verde
lo nombran capitán.

ARLEQUÍN. (En alta voz y gracioso.)
¡Mentira!

MUCHACHA. (En altavoz.)
¡Verdad!
Perdí mi corona,
perdí mi dedal,
y a la media vuelta,
los volví a encontrar.

ARLEQUÍN.
Ahora mismo.

MUCHACHA.
¿Ahora?

ARLEQUÍN.
Tu amante verás
a la media vuelta
del viento y el mar.

MUCHACHA. (Asustada.)
¡Mentira!

ARLEQUÍN.
¡Verdad!
Yo te lo daré.

MUCHACHA. (Inquieta.)
No me lo darás. No se llega nunca al fondo del mar.

ARLEQUÍN. (A voces y como si estuviera en el circo.)
¡Señor hombre, acuda!

(Aparece un espléndido Payaso, lleno de lentejuelas. Su cabeza empolvada dará sensación de calavera. Ríe a grandes carcajadas.)

ARLEQUÍN.
Usted le dará
a esta muchachita...

PAYASO.
Su novio del mar.

(Se remanga.)

Venga una escalera.

MUCHACHA. (Asustada.)
¿Sí?

PAYASO. (A la Muchacha.)
Para bajar.

(Al público.)

¡Buenas noches!

ARLEQUÍN.
¡Bravo!

PAYASO. (Al Arlequín.)
¡Tú, mira hacia allá!

(El Arlequín, riendo, se vuelve.)

¡Vamos, toca!

(Palmotea.)

ARLEQUÍN.
¡Toco!

(El Arlequín toca un violín blanco con dos cuerdas de oro. Debe ser grande y plano. Canta.)

PAYASO.
Novio, ¿dónde estás?

ARLEQUÍN. (Fingiendo la voz.)
Por las frescas algas
yo voy a cazar
grandes caracolas
y lirios de sal.

MUCHACHA. (Gritando, asustada de la realidad.)
¡No quiero!

PAYASO.
¡Silencio!

(El Arlequín ríe.)

MUCHACHA. (Al Payaso, con miedo.)
Me voy a saltar
por las hierbas altas.
Luego nos iremos
al agua del mar.

ARLEQUÍN. (Jocoso y volviéndose.)
¡Mentira!

MUCHACHA. (Al Payaso.)
¡Verdad!

(Inicia el mutis llorando.)

¿Quién lo dice?
¿Quién lo dirá?
Perdí mi corona,
perdí mi dedal.

ARLEQUÍN. (Melancólico.)
A la media vuelta
del viento y el mar.

(Sale la Muchacha.)

PAYASO. (Señalando.)
Allí.

ARLEQUÍN.
¿Dónde? ¿A qué?

PAYASO.
A representar.
Un niño pequeño
que quiere cambiar
en flores de acero
su trozo de pan.

ARLEQUÍN. (Levemente incrédulo.)
¡Mentira!

PAYASO. (Severo.)
¡Verdad!
Perdí rosa y curva,
perdí mi collar,
y en marfil reciente
los volví a encontrar.

ARLEQUÍN.
¡Señor hombre! ¡Venga!

(Inicia el mutis.)

PAYASO. (A voces y mirando al bosque y adelantándose al Arlequín.)
¡No tanto gritar!
¡Buenos días!

(En voz baja.)

¡Vamos!
Toca.

ARLEQUÍN.
¿Toco?

PAYASO.
Un vals. (En alta voz.)

(El Arlequín empieza a tocar. En voz baja.)

¡Deprisa!

(En alta voz.)

Señores:
voy a demostrar...

ARLEQUÍN.
Que en marfil reciente
los volvió a encontrar.

PAYASO.
Voy a demostrar...

(Sale.)

ARLEQUÍN. (Saliendo.)
La rueda que gira
del viento y el mar.

(Se oyen las trompas. Sale la Mecanógrafa. Viste un traje de tennis, con boina de color intenso. Encima del vestido, una capa larga de una sola gasa. Viene con la Máscara primera. Ésta viste un traje de 1900, amarillo rabioso, con larga cola, pelo de seda amarillo, cayendo como un manto, y máscara blanca de yeso con guantes hasta el codo, del mismo color. Lleva sombrero amarillo, y todo el pecho de tetas altas ha de estar sembrado de lentejuelas de oro. El efecto de este personaje debe ser el de una llamarada sobre el fondo de azules lunares y troncos noc-turnos. Habla con un leve acento italiano.)

MÁSCARA. (Riendo.) ¡Un verdadero encanto!

MECANÓGRAFA. Yo me fui de su casa. Recuerdo que la tarde de mi partida había una gran tormenta de verano y había muerto el niño de la portería. Yo crucé la biblioteca y él me dijo: «¿Me habías llamado?»; a lo que yo contesté, cerrando los ojos: «¡¡No!!». Y luego, ya en la puerta, dijo: «¿Me necesitas?»; y yo le dije: «No. No te necesito».

MÁSCARA. ¡Precioso!

MECANÓGRAFA. Esperaba siempre de pie toda la noche hasta que yo me asomaba a la ventana.

MÁSCARA. ¿Y usted, señorina mecanógrafa?...

MECANÓGRAFA. No me asomaba. Pero... lo veía por las rendijas... ¡quieto! (Saca un pañuelo.), ¡con unos ojos! Entraba el aire como un cuchillo, pero yo no le podía hablar.

MÁSCARA. Puor qué, señorina?

MECANÓGRAFA. Porque me amaba demasiado.

MÁSCARA. ¡Oh mio Dio! Era igual que el conde Arturo de Italia. ¡Oh amor!

MECANÓGRAFA. ¿Sí?

MÁSCARA. En el foyer de la ópera de París hay unas enormes balaustradas que dan al mar. El conde Arturo, con una camelia entre los labios, venía en una pequeña barca con su niño, los dos abandonados por mí. Pero yo corría las cortinas y les arrojaba un diamante. ¡Oh! ¡Qué dolchísimo tormento, amica mia! (Llora.) El conde y su niño pasaban hambre y dormían entre las ramas con un lebrel que me había regalado un señor de Rusia. (Enérgica y suplicante.) ¿No tienes un pedacito de pan para mí? ¿No tienes un pedacito de pan para mi hijo? ¿Para el niño que el conde Arturo dejó morir en la escarcha?... (Agitada.) Y después fui al hospital y allí supe que el conde se había casado con una gran dama romana... Y después he pedido limosna y compartido mi cama con los hombres que descargan el carbón en los muelles.

MECANÓGRAFA. ¿Qué dices? ¿Por qué hablas así?...

MÁSCARA. (Serenándose.) Digo que el conde Arturo me amaba tanto que lloraba detrás de las cortinas con su niño, mientras que yo era como una media luna de plata entre los gemelos y las luces de gas que brillaban bajo la cúpula de la gran ópera de París.

MECANÓGRAFA. Delicioso. ¿Y cuándo llega el conde?

MÁSCARA. ¿Y cuándo llega tu amico?

MECANÓGRAFA. Tardará. Nunca es en seguida.

MÁSCARA. También Arturo tardará en seguida. Tiene en la mano derecha una cicatriz que le hicieron con un puñal... por mí, desde luego. (Mostrando su mano.) ¿No la ves? (Señalando el cuello.) Y aquí otra, ¿la ves?

MECANÓGRAFA. Sí, ¿pero por qué?

MÁSCARA. ¿Per qué? ¿Per qué? ¿Qué hago yo sin heridas? ¿De quién son las heridas de mi conde?

MECANÓGRAFA. Tuyas. ¡Es verdad! Hace cinco años que me está esperando, pero... ¡qué hermoso es esperar con seguridad el momento de ser amada!

MÁSCARA. ¡Y es seguro!

MECANÓGRAFA. ¡Seguro! ¡Por eso vamos a reír! De pequeña, yo guardaba los dulces para comerlos después.

MÁSCARA. ¡Ja, ja, ja! Sí, ¿verdad? ¡Saben mejor!

(Se oyen las trompas.)

MECANÓGRAFA. (Iniciando el mutis.) Si viniera mi amigo, ¡tan alto!, con todo el cabello rizado, pero rizado de un modo especial, tú haces como si no lo conocieras.

MÁSCARA. ¡Claro, amica mia! (Se recoge la cola.)

(Aparece el joven. Viste un traje niker gris con medias a cuadros azules.)

ARLEQUÍN. (Saliendo.) ¡Eh!

JOVEN. ¿Qué?

ARLEQUÍN. ¿Dónde va?

JOVEN. A mi casa.

ARLEQUÍN. (Irónico.) ¿Sí?

JOVEN. Claro. (Empieza a andar.)

ARLEQUÍN. ¡Eh! Por ahí no puede pasar.

JOVEN. ¿Han cercado el parque?

ARLEQUÍN. Por ahí está el circo.

JOVEN. Bueno. (Se vuelve.)

ARLEQUÍN. Lleno de espectadores definitivamente quietos. (Suave.) ¿No quiere entrar el señor?

JOVEN. (Estremecido.) No. (No queriendo oír.) ¿Está interceptada también la calle de los chopos?

ARLEQUÍN. Allí están los carros y las jaulas con las serpientes.

JOVEN. Entonces volveré atrás. (Inicia el mutis.)

PAYASO. (Saliendo por el lado opuesto.) ¿Pero dónde va? ¡Ja, ja, ja!

ARLEQUÍN. Dice que va a su casa.

PAYASO. (Dando una bofetada de circo al Arlequín.) ¡Toma casa!

ARLEQUÍN. (Cae al suelo, gritando.) ¡Ay, que me duele, que me duele! ¡Ayy!

PAYASO. (Al Joven.) ¡Venga!

JOVEN. (Irritado.) ¿Pero me quiere usted decir qué broma es ésta? Yo iba a mi casa, es decir, a mi casa, no; a otra casa, a...

PAYASO. (Interrumpiendo.) A buscar.

JOVEN. Sí; porque lo necesito. A buscar.

PAYASO. (Alegre.) ¿A buscar?... Da la media vuelta y lo encontrarás.

LA VOZ DE LA MECANÓGRAFA. (Cantando.)
¿Dónde vas, amor mío,
¡amor mío!,
con el aire en un vaso
y el mar en un vidrio?

(El Arlequín ya se ha levantado. El Payaso le hace señas. El joven está vuelto de espaldas, y ellos salen también sin dar la espalda, sobre las puntas de los pies, con paso de baile y el dedo sobre los labios. Las luces del teatro se encienden.)

JOVEN. (Asombrado.)
¿Dónde vas, amor mío,
vida mía, amor mío,
con el aire en un vaso
y el mar en un vidrio?

MECANÓGRAFA. (Apareciendo llena de júbilo.)
¿Dónde? ¡Donde me llaman!

JOVEN. (Abrazándola.)
¡Vida mía!

MECANÓGRAFA. (Abrazándolo.)
Contigo.

JOVEN.
Te he de llevar desnuda,
flor ajada y cuerpo limpio,
al sitio donde las sedas
están temblando de frío.
Sábanas blancas te aguardan.
Vámonos pronto. Ahora mismo.
Antes que en las ramas giman
ruiseñores amarillos.

MECANÓGRAFA.
Sí; que el sol es un milano.
Mejor: un halcón de vidrio.
No: que el sol es un gran tronco,
y tú la sombra de un río.
¿Cómo, si me abrazas, di,
no nacen juncos y lirios
y no destiñen tus ondas
el color de mi vestido?
Amor, déjame en el monte
harta de nube y rocío,
para verte grande y triste
cubrir un cielo dormido.

JOVEN.
¡No hables así, niña! Vamos.
No quiero tiempo perdido.
Sangre pura y calor hondo
me están llevando a otro sitio.
Quiero vivir.

MECANÓGRAFA.
¿Con quién?

JOVEN.
Contigo.

MECANÓGRAFA.
¿Qué es eso que suena muy lejos?

JOVEN.
Amor,
el día que vuelve.
¡Amor mío!

MECANÓGRAFA. (Alegre y como en sueños.)
¡Un ruiseñor! ¡Que cante!
Ruiseñor gris de la tarde,
en la rama del arce.
Ruiseñor, ¡te he sentido!
Quiero vivir.

JOVEN.
¿Con quién?

MECANÓGRAFA.
Con la sombra de un río.

(Angustiada y refugiándose en el pecho del joven.)

¿Qué es eso que suena muy lejos?

JOVEN.
Amor.
¡La sangre en mi garganta,
amor mío!

MECANÓGRAFA.
Siempre así, siempre, siempre,
despiertos o dormidos.

JOVEN.
Nunca así, ¡nunca!, ¡nunca!
Vámonos de este sitio.

MECANÓGRAFA.
¡Espera!

JOVEN.
¡Amor no espera!

MECANÓGRAFA. (Se desase del joven.)
¿Dónde vas, amor mío,
con el aire en un vaso
y el mar en un vidrio?

(Se dirige a la escalera. Las cortinas del teatrito se descorren y aparece la biblioteca del primer acto, reducida y con los tonos muy pálidos. Aparece en la escenita la Máscara amarilla, tiene un pañuelo de encaje en la mano y aspira sin cesar, mientras llora, un frasco de sales.)

MÁSCARA. (A la Mecanógrafa.) Ahora mismo acabo de abandonar para siempre al conde. Se ha quedado ahí detrás con su niño. (Baja las escaleras.) Estoy segura que se morirá. Pero me quiso tanto, tanto. (Llora. A la Mecanógrafa.) ¿Tú no lo sabías? Su niño morirá bajo la escarcha. Lo he abandonado. ¿No ves que contenta estoy? ¿No ves cómo me río? (Llora.) Ahora me buscará por todos lados. (En el suelo.) Voy a esconderme dentro de las zarzamoras (En voz alta.), dentro de las zarzamoras. Hablo así porque no quiero que Arturo me sienta. (En voz alta.) ¡No te quiero! ¡Ya te he dicho que no te quiero! (Se va llorando.) Tú a mí, sí, ¡pero yo a ti no te quiero!

(Aparecen dos Criados vestidos con libreas azules y caras palidísimas que dejan en la izquierda del escenario dos taburetes blancos. Por la escenita cruza el Criado del primer acto, siempre andando sobre las puntas de los pies.)

MECANÓGRAFA. (Al Criado y subiendo las escaleras de la escenita.) Si viene el señor, que pase. (En la escenita.) Aunque no vendrá hasta que deba.

(El Joven empieza lentamente a subir la escalerita.)

JOVEN. (En la escenita, apasionado.) ¿Estás contenta aquí?

MECANÓGRAFA. ¿Has escrito las cartas?

JOVEN. Arriba se está mejor. ¡Vente!

MECANÓGRAFA. ¡Te he querido tanto!

JOVEN. ¡Te quiero tanto!

MECANÓGRAFA. ¡Te querré tanto!

JOVEN. Me parece que agonizo sin ti. ¿Dónde voy si tú me dejas? No recuerdo nada. La otra no existe, pero tú sí, porque me quieres.

MECANÓGRAFA. Te he querido, ¡amor! Te querré siempre.

JOVEN. Ahora...

MECANÓGRAFA. ¿Por qué dices ahora?

(Aparece por el escenario grande el Viejo. Viene vestido de azul y trae un gran pañuelo en la mano, manchado de sangre, que lleva a su pe-cho y a su cara. Da muestras de agitación viva y observa atentamente lo que pasa en la escenita.)

JOVEN. Yo esperaba y moría.

MECANÓGRAFA. Yo moría por esperar.

JOVEN. Pero la sangre golpea en mis sienes con sus nudillos de fuego, y ahora te tengo ya aquí.

VOZ. (Fuera.) ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!

(Cruza la escenita el Niño muerto. Viene solo y entra por una puerta de la izquierda.)

JOVEN. ¡Sí, mi hijo! Corre por dentro de mí, como una hormiguita sola dentro de una caja cerrada. (A la Mecanógrafa.) ¡Un poco de luz para mi hijo! ¡Por favor! ¡Es tan pequeño! ¡Aplasta las naricillas en el cristal de mi corazón, y, sin embargo, no tiene aire!

MÁSCARA AMARILLA. (Apareciendo en el escenario grande.) ¡Mi hijo!

(Salen dos Máscaras más, que presencian la escena.)

MECANóGRAFA. (Autoritaria y seca.) ¿Has escrito las cartas? No es tu hijo, soy yo. Tú esperabas y me dejaste marchar, pero siempre te creías amado. ¿Es mentira lo que digo?

JOVEN. (Impaciente.) No, pero...

MECANÓGRAFA. Yo, en cambio, sabía que tú no me querrías nunca. Y, sin embargo, yo he levantado mi amor y te he cambiado y te he visto por los rincones de mi casa. (Apasionada.) ¡Te quiero, pero más lejos de ti! He huido tanto, que necesito contemplar el mar para poder evocar el temblor de tu boca.

VIEJO. Porque si él tiene veinte años puede tener veinte lunas.

MECANÓGRAFA. (Lírica.) Veinte rocas, veinte nortes de nieve.

JOVEN. (Irritado.) Calla. Tú vendrás conmigo. Porque me quieres y porque es necesario que yo viva.

MECANÓGRAFA. Sí; te quiero, pero ¡mucho más! No tienes tú ojos para verme desnuda, ni boca para besar mi cuerpo que nunca se acaba. Déjame. ¡Te quiero demasiado para poder contemplarte!

JOVEN. ¡Ni un minuto más! ¡Vamos! (La coge de las muñecas.)

MECANÓGRAFA. ¡Me haces daño, amor!

JOVEN. ¡Así me sientes!

MECANÓGRAFA. (Dulce.) Espera... Yo iré... Siempre. (Lo abraza.)

VIEJO. Ella irá. Siéntate, amigo mío. Espera.

JOVEN. (Angustiado.) ¡¡No!!

MECANÓGRAFA. Estoy muy alta. ¿Por qué me dejaste? Iba a morir de frío y tuve que buscar tu amor por donde no hay gente. Pero estaré contigo. Déjame bajar poco a poco hasta ti.

(Aparecen el Payaso y el Arlequín. El Payaso trae una concertina y el Arlequín su violín blanco. Se sientan en los taburetes.)

PAYASO.
Una música.

ARLEQUÍN.
De años.

PAYASO.
Lunas y mares sin abrir. ¿Queda atrás?

ARLEQUÍN.
La mortaja del aire.

PAYASO.
Y la música de tu violín.

(Tocan.)

JOVEN. (Saliendo de un sueño.) ¡Vamos!

MECANÓGRAFA. Sí... ¿Será posible que seas tú? ¡Así, de pronto...! ¿Sin haber probado lentamente esta hermosa idea: mañana será? ¿No te da lástima de mí?

JOVEN. Arriba hay como un nido. Se oye cantar el ruiseñor... y aunque no se oiga, ¡aunque el murciélago golpee los cristales!

MECANÓGRAFA. Sí, sí, pero...

JOVEN. (Enérgico.) ¡Tu boca! (La besa.)

MECANÓGRAFA. Más tarde...

JOVEN. (Apasionado.) Es mejor de noche.

MECANÓGRAFA. ¡Yo me iré!

JOVEN. ¡Sin tardar!

MECANÓGRAFA. ¡Yo quiero! Escucha.

JOVEN. ¡Vamos!

MECANÓGRAFA. Pero...

JOVEN. Dime.

MECANÓGRAFA. ¡Me iré contigo!...

JOVEN. ¡Amor!

MECANÓGRAFA. Me iré contigo. (Tímida.) ¡Así que pasen cinco años!

JOVEN. ¡Ay! (Se lleva las manos a la frente.)

VIEJO. (En voz baja.) ¡Bravo!

(El joven empieza a bajar lentamente las escaleras. La Mecanógrafa queda en actitud extática en el escenario. Sale el Criado de puntillas y la cubre con una gran capa blanca.)

PAYASO.
Una música.

ARLEQUÍN.
De años.

PAYASO.
Lunas y mares sin abrir.
Queda atrás...

ARLEQUÍN.
La mortaja del aire.

PAYASO.
Y la música de tu violín.

(Tocan.)

MÁSCARA AMARILLA.
El conde besa mi retrato de amazona.

VIEJO.
Vamos a no llegar, pero vamos a ir.

JOVEN. (Desesperado, al Payaso.)
La salida, ¿por dónde?

MECANÓGRAFA. (En el escenario chico y como en sueños.)
¡Amor! ¡Amor!

JOVEN. (Estremecido.)
¡Enséñame la puerta!

PAYASO. (Irónico, señalando a la izquierda.)
Por allí.

ARLEQUÍN. (Señalando a la derecha.)
Por allí.

MECANÓGRAFA.
¡Te espero amor, te espero, vuelve pronto!

ARLEQUÍN. (Irónico.)
¡Por allí!

JOVEN. (Al Payaso.)
Te romperé las jaulas y las telas.
Yo sé saltar el muro.

VIEJO. (Con angustia.)
Por aquí.

JOVEN.
¡Quiero volver! Dejadme.

ARLEQUÍN.
¡Queda el viento!

PAYASO.
¡Y la música de tu violín!


Telón

Cuadro último

La misma biblioteca que en el primer acto. A la izquierda, el traje de novia puesto en un maniquí sin cabeza y sin manos. Varias maletas abiertas. A la derecha, una mesa.

Salen el Criado y la Criada.

CRIADA. (Asombrada.) ¿Sí?

CRIADO. Ahora está de portera, pero antes fue una gran señora. Vivió mucho tiempo con un conde italiano riquísimo, padre del niño que acaban de enterrar.

CRIADA. ¡Pobrecito mío! ¡Qué precioso iba!

CRIADO. De esta época le viene su manía de grandezas. Por eso ha gastado todo lo que tenía en la ropa del niño y en la caja.

CRIADA. ¡Y en las flores! Yo le he regalado un ramito de rosas, pero eran tan pequeñas que no las han entrado siquiera en la habitación.

JOVEN. (Entrando.) Juan.

CRIADO. Señor.

(La Criada sale.)

JOVEN. Dame un vaso de agua fría. (El joven da muestras de una gran desesperanza y un desfallecimiento físico.)

(El Criado lo sirve.)

JOVEN. (Alegre.) ¿No era ese ventanal mucho más grande?

CRIADO. No.

JOVEN. Es asombroso que sea tan estrecho. Mi casa tenía un patio enorme, donde jugaba con mis caballitos. Cuando lo vi con veinte años era tan pequeño que me parecía increíble que hubiera podido volar tanto por él.

CRIADO. ¿Se encuentra bien el señor?

JOVEN. ¿Se encuentra bien una fuente echando agua? Contesta.

CRIADO. (Sonriente.) No sé...

JOVEN. ¿Se encuentra bien una veleta girando como el viento quiere?

CRIADO. El señor pone unos ejemplos... Pero yo le preguntaría, si el señor lo permite..., ¿se encuentra bien el viento?

JOVEN. (Seco.) Me encuentro bien.

CRIADO. ¿Descansó lo suficiente después del viaje?

JOVEN. (Bebe.) Sí.

CRIADO. Lo celebro infinito. (Inicia el mutis.)

JOVEN. Juan, ¿está mi ropa preparada?

CRIADO. Sí, señor. Está en su dormitorio.

JOVEN. ¿Qué traje?

CRIADO. El frac. Lo he extendido en la cama.

JOVEN. (Irritado.) ¡Pues quítalo! No quiero subir y encontrármelo tendido en la cama ¡tan grande, tan vacía! No sé a quién se le ocurrió comprarla. Yo tenía antes otra pequeña, ¿recuerdas?

CRIADO. Sí, señor: la de nogal tallado.

JOVEN. (Alegre.) ¡Eso! La de nogal tallado. ¡Qué bien se dormía en ella! Recuerdo que, siendo niño, vi nacer una luna enorme detrás de la barandilla de sus pies... ¿O fue por los hierros del balcón? No sé. ¿Dónde está?

CRIADO. (Serio.) La regaló el señor.

JOVEN. (Pensando.) ¿A quién?

CRIADO. (Serio.) A su antigua mecanógrafa.

(El joven queda pensativo. Pausa.)

JOVEN. (Indicando al Criado que se marche.) Está bien.

(Sale el Criado.)

JOVEN. (Con angustia.) ¡Juan!

CRIADO. (Severo.) Señor.

JOVEN. Me habrás puesto zapatos de charol...

CRIADO. Los que tienen cinta de seda negra.

JOVEN. Seda negra... No... Busca otros. (Levantándose.) ¿Y será posible que en esta casa esté siempre el aire enrarecido? Voy a cortar todas las flores del jardín, sobre todo esas malditas adelfas que saltan por los muros, y esa hierba que sale sola a medianoche...

CRIADO. Dicen que con las anémonas y adormideras duele la cabeza a ciertas horas del día.

JOVEN. Eso será. También te llevas eso. (Señalando al traje.) Lo pones en la buhardilla.

CRIADO. ¡Muy bien! (Va a salir.)

JOVEN. (Tímido.) Y me dejas los zapatos de charol. Pero les cambias las cintas.

(Suena una campanilla.)

CRIADO. (Entrando.) Son los señoritos, que vienen a jugar.

JOVEN. (Con fastidio.) Abre.

CRIADO. (En la puerta.) El señor tendrá necesidad de vestirse.

JOVEN. (Saliendo.) Sí. (Sale casi como una sombra.)

(Entran los jugadores. Son tres. Vienen de frac. Traen capas largas de raso blanco que les llegan a los pies.)

JUGADOR 1º. Fue en Venecia. Un mal año de juego. Pero aquel muchacho jugaba de verdad. Estaba pálido, tan pálido que en la última jugada ya no tenía más remedio que echar el as de coeur. Un corazón suyo lleno de sangre. Lo echó, y al ir a cogerlo (Bajando la voz.) para... (Mira a los lados.), tenía un as de copas rebosando por los bordes y huyó bebiendo en él, con dos chicas, por el Gran Canal.

JUGADOR 2º. No hay que fiarse de la gente pálida o de la gente que tiene hastío: juegan, pero reservan.

JUGADOR 3º. Yo jugué en la India con un viejo que cuando ya no tenía una gota de sangre sobre las cartas, y yo esperaba el momento de lanzarme sobre él, tiñó de rojo con una anilina especial todas las copas y pudo escapar entre los árboles.

JUGADOR 1º. Jugamos y ganamos, pero ¡qué trabajo nos cuesta! Las cartas beben rica sangre en las manos y es difícil cortar el hilo que las une.

JUGADOR 2º. Pero creo que con éste... no nos equivocamos.

JUGADOR 3º. No sé.

JUGADOR 1º. (Al 2.°) No aprenderás nunca a conocer a tus clientes. ¿A éste? La vida se le escapa en dos chorros por sus pupilas, que mojan la comisura de sus labios y le tiñen de coral la pechera del frac.

JUGADOR 2º. Sí. Pero acuérdate del niño que en Suecia jugó con nosotros casi agonizante, y por poco si nos deja ciegos a los tres con el chorro de sangre que nos echó.

JUGADOR 3º. ¡La baraja! (Saca una baraja.)

JUGADOR 2º. Hay que estar muy suaves con él para que no reaccione.

JUGADOR 1º. Y aunque ni a la otra ni a la señorita mecanógrafa se les ocurrirá venir por aquí hasta que pasen cinco años, si es que vienen.

JUGADOR 3º. (Riendo.) ¡Si es que vienen! Ja, ja, ja.

JUGADOR 1º. (Riendo.) No estará mal ser rápidos en la jugada.

JUGADOR 2º. Él guarda un as.

JUGADOR 3º. Un corazón joven, donde es probable que resbalen las flechas.

JUGADOR 1º. (Alegre y profundo.) ¡Ca! Yo compré unas flechas en un tiro al blanco...

JUGADOR 3º. (Con curiosidad.) ¿Dónde?

JUGADOR 1º. (En broma.) En un tiro al blanco. Que no solamente se clavan sobre el acero más duro, sino sobre la gasa más fina. ¡Y esto sí que es difícil! (Ríen.)

JUGADOR 2º. (Riendo.) ¡En fin! ¡Ya veremos!

(Aparece el joven vestido de frac.)

JOVEN. ¡Señores! (Les da la mano.) Han venido muy temprano. Hace demasiado calor.

JUGADOR 1º. ¡No tanto!

JUGADOR 2º. (Al Joven.) ¡Elegante como siempre!

JUGADOR 1º. Tan elegante, que ya no debía desnudarse más nunca.

JUGADOR 3º. Hay veces que la ropa nos cae tan bien, que ya no quisiéramos...

JUGADOR 2º. (Interrumpiendo.) Que ya no podemos arrancarla del cuerpo.

JOVEN. (Con fastidio.) Demasiado amables.

(Aparece el Criado con una bandeja y copas que deja en la mesa.)

JOVEN. ¿Comenzamos?

(Se sientan los tres.)

JUGADOR 1º. Dispuestos.

JUGADOR 2º. (En voz baja.) ¡Buen ojo!

JUGADOR 3º. ¿No se sienta?

JOVEN. No... Prefiero jugar de pie.

JUGADOR 1º. ¿De pie?

JUGADOR 2º. (Bajo.) Tendrás necesidad de ahondar mucho.

JUGADOR 1º. (Repartiendo cartas.) ¿Cuántas?

JOVEN. Cuatro. (Se las da y a los demás.)

JUGADOR 3º. (Bajo.) Jugada nula.

JOVEN. ¡Qué cartas más frías! Nada. (Las deja sobre la mesa.) ¿Y ustedes?...

JUGADOR 1º. (Con voz grave.) Nada.

JUGADOR 2º. Nada.

JUGADOR 3º. Nada.

(El jugador I. ° les da cartas otra vez.)

JUGADOR 2º. (Mirando sus cartas.) ¡Magnífico!

JUGADOR 3º. (Mirando sus cartas y con inquietud.) ¡Vamos a ver!

JUGADOR 1º. (Al joven.) Usted juega.

JOVEN. (Alegre.) ¡Y juego! (Echa una carta sobre la mesa.)

JUGADOR 1º. (Enérgico.) ¡Y Yo!

JUGADOR 2º. ¡Y yo!

JUGADOR 3º. ¡Y yo!

JOVEN. (Excitado, con una carta.) ¿Y ahora?...

(Los tres jugadores enseñan tres cartas. El Joven se detiene y se la oculta en la mano.)

JOVEN. Juan, sirve licor a estos señores.

JUGADOR 2º. (Suave.) ¿Tiene usted la bondad de la carta?

JOVEN. (Angustiado.) ¿Qué licor desean?

JUGADOR 2º. (Dulce.) ¿La carta?...

JOVEN. (Al jugador 3.°) A usted seguramente le gustará el anís. Es una bebida...

JUGADOR 3º. Por favor... la carta...

JOVEN. (Al Criado, que entra.) ¿Cómo no hay whisky? (En el momento que el Criado entra, los jugadores quedan silenciosos con las cartas en la mano.) ¿Ni coñac?...

JUGADOR 1º. (En voz baja y ocultándose del Criado.) ¡La carta!

JOVEN. (Angustiado.) El coñac es una bebida para hombres que saben resistir.

JUGADOR 2º. (Enérgico, pero en voz baja.) ¡Su carta!

JOVEN. ¿O prefieren chartreuse?

(Sale el Criado.)

JUGADOR 1º. (Levantando y enérgico.) Tenga la bondad de jugar.

JOVEN. Ahora mismo. Pero beberemos.

JUGADOR 3º. (Fuerte.) ¡Hay que jugar!

JOVEN. (Agonizante.) Sí, sí. ¡Un poco de chartreuse! Es el chartreuse como una gran noche de luna verde dentro de un castillo donde hay un joven con unas calzas de oro.

JUGADOR 1º. (Fuerte.) Es necesario que usted nos dé su as.

JOVEN. (Aparte.) ¡Mi corazón!

JUGADOR 2º. (Enérgico.) Porque hay que ganar o perder... Vamos. ¡Su carta!

JUGADOR 3º. ¡Venga!

JUGADOR 1º. ¡Haga juego!

JOVEN. (Con dolor.) ¡Mi carta!

JUGADOR 1º. ¡La última!

JOVEN. ¡Juego! (Pone la carta sobre la mesa.)

(En este momento, en los anaqueles de la biblioteca aparece un gran as de coeur iluminado. El jugador I.° saca una pistola y dispara sin ruido con una flecha. El as desaparece, y el joven se lleva las manos al corazón.)

JUGADOR 1º. ¡Hay que vivir!

JUGADOR 2º. ¡No hay que esperar!

JUGADOR 3º. ¡Corta! ¡Corta bien!

(El Jugador I.°, con unas tijeras, da unos cortes en el aire.)

JUGADOR 1º. (En voz baja.) Vamos.

JUGADOR 2º. ¡Deprisa!

JUGADOR 3º. No hay que esperar nunca. Hay que vivir. (Salen.)

JOVEN. ¡Juan! ¡Juan!

ECO. ¡Juan, Juan!

JOVEN. (Agonizante.) Lo he perdido todo.

ECO. Lo he perdido todo.

JOVEN. Mi amor...

ECO. Amor...

(El joven muere. Aparece el Criado con un candelabro encendido. El reloj da las doce.)


Telón


Publicado el 12 de enero de 2022 por Edu Robsy.
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