Comedia Sin Título

(inacabada)

Federico García Lorca


Teatro, comedia


(Telón gris)

AUTOR: Señoras y señores:

No voy a abrir el telón para alegrar al público con un juego de palabras, ni con un panorama donde se vea una casa en la que nada ocurre y a donde dirige el teatro sus luces para entretener y haceros creer que la vida es eso. No. El poeta, con todos sus cinco sentidos en perfecto estado de salud, va a tener, no el gusto, sino el sentimiento de enseñaros esta noche un pequeño rincón de realidad. Ángeles, sombras, voces, liras de nieve y sueños existen y vuelan entre vosotros, tan reales como la lujuria, las monedas que lleváis en el bolsillo, o el cáncer latente en el hermoso seno de la mujer, o el labio cansado del comerciante.

Venís al teatro con el afán único de divertiros y tenéis autores a los que pagáis, y es muy justo, pero hoy el poeta os hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover vuestros corazones enseñando las cosas que no queréis ver, gritando las simplísimas verdades que no queréis oír.

¿Por qué? Si creéis en Dios, y yo creo, ¿por qué tenéis miedo a la muerte? Y si creéis en la muerte, ¿por qué esa crueldad, ese despego al terrible dolor de vuestros semejantes?¡Ja, ja, ja! Diréis que esto es un sermón. Y bien, ¿es que es feo un sermón? Casi todos los que me oyen han dado un portazo y han salido de casa dejando a su padre o a su madre en un momento en que por su bien les reñían, y en este instante darían todo lo que tienen, hasta los ojos, por volver a oír las dulces voces desaparecidas. Lo mismo ahora. Pero ver la realidad es difícil. Y enseñarla, mucho más. Es predicar en desierto. Pero no importa.

Sobre todo a vosotros, gentes de la ciudad, que vivís en la más pobre y triste de las fantasías. Todo lo que hacéis es buscar caminos para no enterarse de nada. Cuando suena el viento, para no entender lo que dice, tocáis la pianola; cubrís de encajes las ventanas; para poder dormir tranquilos y acallar al perenne grillo de la conciencia, inventáis las casas de caridad.

¡Sermón!, sí, ¡sermón! ¿Por qué hemos de ir siempre al teatro par ver lo que pasa y no lo que nos pasa? El espectador está tranquilo porque sabe que la comedia no se va a fijar en él, ¡pero qué hermoso sería que de pronto lo llamaran de las tablas y le hicieran hablar, y el sol de la escena quemara su pálido rostro de emboscado! La realidad empieza porque el autor no quiere que os sintáis en el teatro, sino en la mitad de la calle; y no quiere, por tanto, hacer poesía, ritmo, literatura; quiere dar una pequeña lección a vuestros corazones; para eso es poeta, pero con gran modestia. Cualquiera lo puede hacer. El autor sabe hacer versos, los ha hecho, a mi juicio, bastante buenos, y no es mal nombre de teatro, pero ayer me dijo que en todo arte había una mitad de artificio que por ahora le molestaba, y que no tenía gana de traer aquí el perfume de los lirios blancos o la columna salomónica turbia de palomas de oro (Hace unas palmas) ¿Quiere traerme un café?

(Cae un telón pintado con casas y basura)

Bien cargado. (Se sienta. Se oyen unos violines.) El olor de los lirios blancos es agradable, pero yo prefiero el olor del mar. Yo puedo decir que el olor del mar mana de los pechos de las sirenas, y mil cosas más, pero a él ni le importa ni lo oye, él sigue llamando a las costas en espera de nuevos ahogados, esto es lo que le importa al hombre. Pero ¿cómo se llevaría el olor del mar a una sala de teatro o cómo se inunda de estrellas el patio de butacas?

ESPECTADOR 1º: Quitándole el tejado.

AUTOR: ¡No me interrumpa!

ESPECTADOR 1º: Tengo derecho. ¡He pagado mi butaca!

AUTOR: Pagar la butaca no implica derecho de interrumpir al que habla, ni mucho menos juzgar la obra.

ESPECTADOR 1º: Absolutamente.

AUTOR: A usted le gusta o no le gusta, aplaude o rechaza, pero nunca juzga.

ESPECTADOR 1º: La única ley del teatro es el juicio del espectador.

(Aparece corriendo por la escena un hombre vestido de mallas rojas. Lleva una cabeza de lobo. Da dos saltos y cae en medio de la escena)

AUTOR: ¿Quién es? ¡Ah! Se ha hecho usted daño. Pero no vuelva a pasar más por aquí. Se lo prohíbo terminantemente.

VOZ: ¡Lorenzo! ¡Lorenzo mío!

(Sale el LOBO, iluminado y seguido por un foco)

ESPECTADOR 1º: ¡Muy mal!

AUTOR: Tenga la bondad de callarse.

ESPECTADOR 1º: Yo he pagado por ver el teatro.

AUTOR: ¿Cómo? ¿Cómo? ¿El teatro? Aquí no estamos en el teatro.

ESPECTADOR 1º: ¿Qué no?

AUTOR (Violento): No, señor. Lo que pasa es que usted tiene miedo. Sabe, porque me conoce, que yo quiero echar abajo las paredes para que sintamos llorar o asesinar o roncar con los vientres podridos a los que están fuera, a los que no saben siquiera que el teatro existe, y usted se espanta por eso. Pero váyase. En su casa tiene la mentira esperándolo, tiene el té, la radio, y una mujer que cuando lo ama piensa en el joven jugador de foot-ball que vive en el hotelito de enfrente.

ESPECTADOR 1º: Si no estuviéramos donde estamos, subiría para abofetearle.

AUTOR: Yo le pondría la otra mejilla. ¡Cobarde!

CRIADO: El café.

ESPECTADOR 1º: Estoy demasiado cerca de la realidad para hacerle caso.

AUTOR: ¡Ja, ja, ja! La realidad. ¿Usted sabe cuál es la realidad? Óigala. La madera de los ataúdes de todos los que estamos en la sala está ya cortada. Hay cuatro ataúdes que esperan dentro de los vidrios a cuatro criaturas que ahora me oyen, y hay quizá uno, quizá uno que se puede llenar esta madrugada misma a poco de salir de este vivísimo lugar.

ESPECTADOR 1º: No he venido a recibir lecciones de moral ni a oír cosas desagradables. Dé usted gracias que está en España, que es un país aficionado a la muerte. En Inglaterra ya le hubieran silbado. Me voy. Yo creí que estaba en el teatro.

AUTOR: No estamos en el teatro. Porque vendrán a echar las puertas abajo. Y nos salvaremos todos. Ahí dentro hay un terrible aire de mentira, y los personajes de las comedias no dicen más que lo que pueden decir en alta voz delante de señoritas débiles, pero se callan su verdadera angustia. Por eso yo no quiero actores, sino hombres de carne y mujeres de carne, y el que no quiera oír que se tape los oídos.

ESPECTADOR 1º: Vamos, querida. Este hombre acabará diciendo alguna atrocidad.

ESPECTADORA 1ª: No me quisiera ir. Me interesa el argumento.

AUTOR: Quiere decir que le interesa la vida. La vida increíble que no está en el teatro precisamente. Hace unos días pude presentar en este mismo sitio a unos cuantos amigos, como prueba de lágrimas, una escena viva que no creería su marido de usted. En una pequeña habitación una mujer murió de hambre. Sus dos niños, hambrientos también, jugaban con las manos de la muerta, tiernamente, como si fueran dos panes amarillos. Cuando llegó la noche, los niños descubrieron los senos de la muerta y se durmieron sobre ellos mientras se comían una caja de betún.

ESPECTADOR 1º: ¡Qué exagerado!

AUTOR: Luis sabe que digo exactamente la verdad.

ESPECTADOR 1º: ¡Vamos, te digo!

ESPECTADORA 1ª: Pero no te pongas así. En el teatro todo es mentira.

AUTOR: ¡No es mentira! ¡Es verdad!

ESPECTADORA 1ª: Pues si es verdad, ¡Vámonos! ¡Qué horror! ¡Ay, qué desagradable!

ESPECTADOR 1º (Saliendo, al ACOMODADOR): ¡Salga a buscar un taxi!

ESPECTADORA 1ª: ¿Cómo has permitido que delante de mí digan estas cosas? ¡Era verdad! ¿Y cómo no los prendieron inmediatamente?

ESPECTADOR 1º: ¡Anda! ¡Ya sabía yo que te pondrías enferma! (Salen)

JOVEN (De frac, en una platea): Como siga así, lo dejarán solo.

AUTOR: ¡Ah! ¿Estaba usted ahí?

JOVEN: Sí, me interesa mucho su experiencia.

VOZ (Dentro): ¡Lorenzo! ¡Lorenzo mío!

AUTOR: Con su permiso. (Se dirige al CRIADO que tiene la taza de café)

JOVEN: Creo que esa gente no lo va a dejar. ¡Es tan hermoso el teatro! ¿Qué va a hacer usted de las copas de plata, de los trajes de armiño?... Esa voz que ha sonado dos veces me conmueve a mí mucho más que una verdadera voz de agonía...

AUTOR: Todo eso ha desaparecido ya del teatro. (Al CRIADO) ¿Cómo trae tan poco café y tan malo?

CRIADO: Se me derramó sin querer. Estaba todo oscuro y tropecé con unos pescadores que cantaban con unos peces de plomo en la cabeza. Después se me cayeron unas gasas encima, unas gasas llenas de moscas, y un viejo me dijo que era la niebla. Yo no estoy acostumbrado, y he pasado miedo.

AUTOR: Miedo de las cosas pintadas.

CRIADO: En mi café hay luz.

AUTOR: Y allí no te asustas.

CRIADO: No, señor.

AUTOR: ¿Van muchos borrachos?

CRIADO: Sí.

AUTOR: ¿Y hablan?

CRIADO: Hablan cosas de borrachos. Ayer llevaron un niño y un gran pavo y jugaron para ver cuál se emborrachaba antes. Al niño le daban coñac, y al pavo anís con mijitas de tabaco. Nos reímos mucho. Se emborrachó antes el niño y se daba con la cabeza por las paredes. Al pavo le cortaron luego la cabeza con una gillete. Y se lo comieron.

JOVEN: ¿Lo ve usted? Ese muchacho lloraría con una historia de amor bien narrada. ¡Hace falta la escena! ¡Va usted a fracasar!

AUTOR: ¿Por qué no lo impediste?

CRIADO: Tengo que ser agradable a los parroquianos.

AUTOR: ¿Y no tuviste miedo?

CRIADO (Ríe): ¿Qué miedo voy a tener de un niño y un pavo? Cuando le cortaban la cabeza, todavía le echaban por el pico abierto una copa de anís. Tardaron casi media hora, porque la gillete estaba mellada.

AUTOR: ¡Calla!

CRIADO: ¿Se asusta usted? ¡Pues si viera los carnavales! El año pasado vino un borracho tocando el violín. Todavía me río de recordarlo. ¿Sabe usted lo que era el violín? Era un gato crucificado boca arriba sobre una tabla de lavar, el arco era un gran manojo de zarzas y, al pasarlas sobre el animal, este daba grandes maullidos, que servían de música para el baile de dos mujeres, muy bien vestidas, eso sí, ¡de raso!, una de Pierrot y otra de Colombina.

JOVEN: ¡Cántele usted una canción cursi, y ya verá qué lágrimas!

AUTOR: ¿Me quiere dejar?

JOVEN: Es que le aviso. Los que se las echan de listos llaman a esto barbarie, otros aberraciones, y dan media vuelta para dormirse mejor.

AUTOR: Hay que despertarlos y abrirles los ojos, aunque no quieran.

JOVEN: ¿Para qué?

AUTOR: Para que vean.

JOVEN: Y esté seguro que recién salidos del sueño, con las cuerdas de una conciencia convencional todavía flojas, la mitad de ellos pediría el manojo de zarzas para restregarlas con fruición sobre el animal crucificado.

CRIADO: Y harían muy bien. Los gatos son peligrosos, arañan a los niños y no son fieles.

AUTOR (Al JOVEN): Yo no quiero corregir a nadie. Sólo quiero que la gente diga la verdad. Y este la está diciendo en público.

JOVEN: A medias.

AUTOR: Claro, porque todavía está mal iluminada. Hacen falta reflectores tan potentes que puedan quemar y destruir el corazón de los que hablan. (Al CRIADO) Puede usted marcharse.

(Se va el CRIADO)

AUTOR (Dirigiéndose a la izquierda): ¡No! Te he dicho que no entres. No te quiero ver. ¡Estoy cansado de mentiras!

CRIADO (Entrando): Señor.

AUTOR: ¿Qué?

CRIADO: ¿Tendría la bondad de decirle a los empleados que encendieran la luz?

AUTOR: ¿Para qué?

CRIADO: Para salir.

AUTOR: Siga el pasillo, a la izquierda, al fondo, levante la cortina, cruce el salón de ensayos y por una escalera llegará a la calle.

CRIADO: Es que...

AUTOR: Vamos, ¡váyase!

CRIADO: Es que tengo miedo. He de saltar por la niebla que está en el suelo, y además, hay dos grandes pájaros en la claraboya.

AUTOR: ¡Enciendan la luz! No es nada. Ya lo verá. Unas gasas y unos telones pintados.

CRIADO: Sí, sí, pero parecen de verdad.

AUTOR: ¿Y si lo fueran?

CRIADO: ¡Ah! Si lo fueran, con dispararles un tiro...

(Se oyen tres grandes golpes y cae un telón en el que hay pintado un palacio inverosímil)

APUNTADOR (Entrando): Señor Director, ¿no acude al ensayo?

AUTOR: No. ¿Qué se ensaya?

APUNTADOR: “El sueño de una noche de verano”.

AUTOR: La gente puede llorar con el “Otelo” y reír con “La fierecilla domada”, pero no entienden “El sueño de una noche de verano”, y se ríen. Aunque más vale que no se enteren. ¿Sabe usted el argumento de esta obra?

APUNTADOR: Yo soy un traspunte. No lo puedo explicar bien.

AUTOR: Es un sombrío argumento.

APUNTADOR: A mí me alegra mucho.

AUTOR: Pues no es alegre. Todo en la obra tiende a demostrar que el amor, sea de la clase que sea, es una casualidad y no depende de nosotros en absoluto. La gente se queda dormida, viene Puck, el duendecillo, les hace oler una flor y, al despertar, se enamoran de la primera persona que pasa, aunque estén prendados de otro ser antes del sueño. Así, la reina de las hadas, Titania, se enamora de un campesino con cabeza de asno. Es una verdad terrible, pero una verdad destructora puede llevar al suicidio, y el mundo necesita ahora más que nunca verdades consoladoras, verdades que construyan. Se necesita no pensar en uno, sino pensar en los demás. No voy al ensayo.

APUNTADOR: ¿Cómo imitamos el aire que ha de soplar en las escenas del bosque?

AUTOR: Como queráis. Cantando con la boca cerrada. Déjame en paz. Es el último día que piso el teatro.

ACTRIZ 1ª (Saliendo vestida de Titania): ¡Lorenzo! ¡Lorenzo! ¿Cómo no vienes? No puedo trabajar sin ti. Si no veo la salida del sol, que tanto me gusta, y no corro por la hierba con los pies descalzos, es sólo por seguirte y estar contigo en estos sótanos.

AUTOR (Agrio): ¿Dónde has aprendido esa frase? ¿En qué obra la dices?

ACTRIZ: En ninguna. La digo por primera vez.

AUTOR: Mentira. Si el cuerpo que tienes fuera tuyo, te azotaría para ver si hablabas de verdad.

ACTRIZ: Lorenzo.

AUTOR: Te figuras que porque vayas vestida de Titania me vas a embriagar, y estás equivocada. Mañana te vestirás de mendiga, de gran dama, y otro día serás la serpiente en la fábula de algún poeta embustero.

ACTRIZ: Yo sólo sé que te amo. Quiero que me azotes para que veas que mi piel se pone rosada; quiero que me claves un punzón en el pecho para que veas saltar un hilo de sangre. Ja, ja, ja, ja. Y si te gusta la sangre, te la bebes y me das una poquita a mí.

AUTOR: ¡Mentira!

ACTRIZ: ¡Claro! ¡Mentira! (Lo abraza) Yo estoy aquí sola, y sin embargo, me llevas en cada ojo, diferente y pequeñita. Si la nieve huye del fuego, ¿Cómo puedes llevar tus dientes fríos dentro de esas brasas de tus labios? ¡Mentira! Me gustaría que fueras un caballo gris de los que salen en la madrugada a buscar a las potras en lo oscuro de los establos. No, no.

AUTOR: ¡Déjame!

ACTRIZ: Ja, ja, ja, ja. Eres un oso. ¿No crees nada de lo que te digo? Pues estrújame y verás cómo agonizo en tu pecho peludo. Hasta ayer me gustaban las carnes de seda. Ahora me gusta la crin, los arrabales sucios y la choza del pastor.

AUTOR: No creas que te vas a venir conmigo por reflejar esos gustos. No lo consentiré. Yo sí me voy para huir de ti, de tu sociedad, de tu inconstancia.

ACTRIZ: ¿Es que yo no puedo ser mujer fea, de las que tú buscas, criatura leprosa, y acompañarte? Sí. Tú eres mío. ¡Ah! ¡Si vieras cómo me gustaría morir en un hospital contigo!

AUTOR: Tú no me dirías nunca la verdad.

ACTRIZ: Ni nadie. Pero te cantaría la mentira más hermosa. A mí me gusta también la verdad —un minuto nada más; la verdad es fea—, pero si la digo, me arrojan del teatro. Me dan ganas de dirigirme al público y, en la escena más lírica, gritarles de pronto una palabrota, la más soez, ja, ja, ja. Pero yo quiero mis esmeraldas, y me las quitarían.

AUTOR (Furioso): ¡Fuera de aquí! ¡Fuera!

ACTRIZ: ¿Ah, pero me vas a azotar de veras? Ya sé que Titania no te gusta. Es un hada, y las hadas no existen. Pero Lady Macbeth, sí. (Se quita la peluca blanca y enseña al viento una cabellera negra. Se despoja de una gran capa blanca y aparece con un traje rojo fuego. El telón del fondo se levanta y aparece otro telón en el que hay pintado un sombrío claustro de piedra con cipreses y árboles fantásticos) Lady Macbeth, sí; y, además, ahora me tienes miedo. (La luz se cambia lentamente por una luz azul de luna) Porque soy hermosa, porque vivo siempre, porque estoy hasta de sangre. ¡Harta de sangre verdadera! Más de tres mil muchachos han muerto quemados por mis ojos a través del tiempo. Muchachos que vivían y que yo he visto agonizar de amor entre las sábanas.

AUTOR: ¿En qué libro has leído ese párrafo? No eres más que una actriz. ¡Una actriz despreciable!

ACTRIZ: Una cómica que muere por ti, ¡Lorenzo! Que te suplica que no la abandones.

AUTOR (A voces): ¡Tengan la bondad de dar más luz y levantar estos telones!

ACTRIZ: Eso. Luz roja, luz roja para verme las manos llenas de sangre. Han dado luz de luna y quiero hacerte la escena final.

(Luz roja)

AUTOR (A los ELECTRICISTAS): ¿Me han oído?

ACTRIZ: ¡Silencio! Me has de amar por la fuerza. La sangre que cae en la tierra se convierte en lodo. ¿Qué me importa a mí que mueran los soldados? Pero si cae una copa de jacintos, se convierte en el vino de más rico paladar.

(Se oyen unos disparos)

AUTOR: ¿Qué pasa? ¡Den toda la luz! ¡Iluminen el vestíbulo!

(Cruza la escena NICK-BOTTOM con la cabeza de asno en la mano)

NICK-BOTTOM: ¡Es horrible! ¡Vengan! ¡Dentro estaremos seguros!

(Se oyen más cerca los disparos)

ESPECTADORA 2ª (Sentada en el centro del patio): ¡Vámonos! ¡Tengo miedo, los niños están solos en casa!

ESPECTADOR 3º: Las calles deben estar tomadas militarmente y no dejarían el paso.

TRASPUNTE (En la escena): Parece que se acercan más. Todo el vestíbulo está lleno de gente.

VOZ: ¡Viva la revolución!

(La ACTRIZ se ha puesto un impermeable rápidamente y ha ocultado su cabellera bajo un sombrero de fieltro gris)

ACTRIZ: Cierren las puertas, ¡ciérrenlas!

AUTOR: ¡Que las abran! ¡El teatro es de todos! ¡Esta es la escuela del pueblo!

ACTRIZ: No, aquí no entran. Romperán las vajillas reales, los libros fingidos, la luna de vidrios delicados. Vertirán elixires maravillosos conservados a través de los siglos y destrozarán la máquina de la lluvia.

AUTOR: ¡Que lo rompan todo!

ACTRIZ: Amado mío, ¡dejarán la escena inservible!

AUTOR (Al APUNTADOR): He dicho que abran las puertas. No quiero que se derrame sangre verdadera junto a los muros de la mentira.

APUNTADOR: Está bien, usted manda; pero ¿y la economía? ¿Qué va a ser de la economía?

AUTOR (Furioso): ¿Qué entiende usted por economía?

APUNTADOR: Es un misterio en el cual creo y que respetan todas las personas sensatas.

AUTOR: ¡Al diablo la economía! ¿Oye usted? ¿Oye usted?

APUNTADOR (Temblando): Sí. ¡Déme, por favor, unos algodones para taparme los oídos!

AUTOR: ¡Es un rumor de sangre viva!

ACTRIZ: ¡No te asomes, Lorenzo! ¡Puede matarte una bala!

AUTOR (Sarcástico): ¿Dónde está Lady Macbeth?

ACTRIZ: Lady Macbeth no puede hablar cuando un oleaje de balas abate las rosas de los jardines.

HOMBRE VESTIDO DE NEGRO (Entrando): Tiene usted razón. La pólvora mata a la poesía.

AUTOR: ¡O la salva!

HOMBRE: ¡Mano dura! ¡Mano dura! ¡Hagamos una gran rosa de cabezas rebeldes! Adornemos las fachadas, las farolas, los pórticos de la arquitectura milenaria con guirnaldas de las lenguas que quieren destruir lo instituido.

(Entra en escena un LEÑADOR con la cara completamente blanca, un haz de leña al hombro y un farolito en la mano)

LEÑADOR: Parece que los revoltosos se baten en retirada.

HOMBRE (Saliendo): ¡Eso! ¡Hay que vencerlos!

AUTOR: ¿Quién es usted?

HOMBRE: Yo. El propietario del teatro. ¡Mano dura! El bien, la verdad y la belleza han de tener en esta época un fusil entre las manos.

LEÑADOR: ¡Muy bien dicho!

AUTOR: ¿Por qué dices muy bien? ¿Cuánto ganas?

LEÑADOR: Unas cuantas monedas. Lo suficiente para el pan. Pero yo lo único que quiero es que me dejen representar tranquilo mi papel.


Un nardo puede ser estrella o nieve.
El cielo de la noche, un paño roto.
Que cante la cigarra o gima el viento,
lo que importa es el sueño de los ojos.

AUTOR: ¿Qué papel es el tuyo?

LEÑADOR: ¡Soy la luna de Shakespeare!

AUTOR: ¡Pero aquí no!

LEÑADOR: ¡Prueba a enterrarme, y verás como salgo!

(Se oyen dos cañonazos)

APUNTADOR (Entrando): La fuerza está ahora cargando en la gran plaza .

(Sale. Entran la ESPECTADORA 2ª y el ESPECTADOR 2º, que antes estaban en las butacas)

ESPECTADORA 2ª: Es la revolución, Enrique. ¡La revolución!

ESPECTADOR 2º: ¿Hay peligro de que entren aquí las balas?

LEÑADOR: Ninguno, pero allí estarán más protegidos. ¡Lo malo es si vienen los aeroplanos! Pero a mí no me importan, en último caso. Ya lo expresa mi papel.


El aire es para mí luna de octubre,
ni pájaro, ni flecha, ni suspiro.
Los hombres dormirán. Las hierbas mueren.
¡Sólo vive la plata de mi anillo!
Tú, que estás bajo el agua, ¡sigue siempre!
Los húmedos miosotis tienen frío.
Aunque la sangre tiña los tejados,
no manchará la luz de mi vestido.


(Llorando) ¡Es una hermosa canción que quizá no me dejarán cantar nunca más!

ESPECTADORA 2ª: ¿Qué dice?

NICK-BOTTOM (Entrando): ¡He visto venir cuatro aeroplanos!

ESPECTADORA 2ª: ¡Ay! ¡Mis hijos! ¡Mis hijos! Estoy segura que asaltarán la casa y, como están solos con la institutriz y los criados, ¡los matarán!

VOZ (En delantera de paraíso): ¡Los obreros no han hecho eso nunca, ni lo harán jamás!

ESPECTADOR 2º (Al público): ¡Lo han hecho!

AUTOR (Al ESPECTADOR 2º): ¡Miente usted!

ESPECTADOR 2º: En una revolución de hace muchos años sacaron los ojos a trescientos niños, algunos de pecho.

AUTOR: ¿Quién se lo contó? ¿Qué infame manchó su lengua con esa pesadilla? ¡Conteste!

ESPECTADOR 2º: Modere sus palabras y hable con la corrección debida a un caballero.

AUTOR: Yo no soy un caballero ni quiero serlo. Soy un agonizante de Dios.

ESPECTADOR 2º: ¡Zarandajas!

ESPECTADORA 2ª (Asustada y agarrando al marido): ¡Enrique! ¡Enrique!

ESPECTADOR 2º: Lo sé muy bien. Un periodista amigo mío presenció el hecho, ¡un gran periodista! Y, para prueba, se trajo dos ojos azules, vivos, que enseñaba a todo el mundo, dentro de una cajita de laca.

APUNTADOR (Entrando): ¡Los aeroplanos van a empezar el bombardeo!

ESPECTADORA 2ª: ¡Mis hijos! ¡Ay, mis hijitos! (Al AUTOR) Sobre todo el pequeño, no puede estar sin mí. Es rubio, y todas las mañanas entra cantando una canción inglesa para despertarme ¡No puede estar sin mí!

ESPECTADOR 2º: Cuando llegue la noche la echará de menos, porque, a pesar de su rango, ¡ella misma lo desnuda!

ESPECTADORA 2ª: Y los matarán, Dios mío, ¡los matarán!

TRAMOYISTA (Saliendo de la sombra): No tenga miedo, señora. Yo mismo iré. Yo sortearé las balas y les diré que ustedes están seguros.

AUTOR: ¿Vas a salir?

TRAMOYISTA: ¡Sí!

AUTOR: Yo voy a mirar por las claraboyas.

ACTRIZ (Detrás): ¡Lorenzo! No te expongas. Aleja el peligro de tu maravilloso talento.

(Sale detrás)

TRAMOYISTA: Si veo que no hay peligro, los traeré con ustedes. Son padres, y yo comprendo su angustia. Si esto dura, los sótanos del teatro son el mejor sitio de la ciudad.

ESPECTADORA 2ª: Si. ¡Vaya! ¡Vaya!

TRAMOYISTA: Esté tranquila (Se va).

ESPECTADOR 2º: ¿Quién es este hombre?

LEÑADOR: ¡Un tramoyista!

ESPECTADOR 2º: ¿Cómo se llama?

LEÑADOR: Bakunin el Loco le dicen sus compañeros.

ESPECTADORA 2ª: Tenemos que ayudarle. Yo le daría todo lo que tengo. ¿Para qué preguntas su nombre?

ESPECTADOR 2º: Para eso (Aparte). Para denunciarlo después (Escribe en una libretita).

(Se oye el comienzo del bombardeo. Todos están silenciosos, arrimados a los muros. El AUTOR ha subido por una escalera y no se le ve)

VOZ (Del Paraíso): ¡Canalla!

ESPECTADOR 2º: Estás en la sombra, pero yo iluminaré la sombra para cargarte de cadenas. Soy del ejército de Dios y cuento con su ayuda. Cuando muera, le veré en su Gloria y me amará. Mi Dios no perdona. Es el Dios de los ejércitos, al que hay que rendir pleitesía por fuerza, porque no hay otra verdad.

LEÑADOR: ¡Arrímese al muro y defiéndase! Estamos en pleno bombardeo.

ESPECTADOR 2º: No tengo miedo. ¡Dios está conmigo!

VOZ: ¡No creo en tu Dios!

ESPECTADOR 2º: Lo sé, ¡pero la mala hierba se arranca así! (Saca un pequeño reflector y lo dirige hacia el paraíso, que queda iluminado)

OBRERO (Vestido de mono, levantando los brazos): ¡Camaradas!

(Todo el teatro se ilumina)

ESPECTADOR 2º (Frío): ¡Ah! ¡Buen mozo! (Saca una pistola y dispara. El OBRERO da un grito y cae)

MUJER 1ª: ¡Lo ha matado!

MUJER 2ª: ¡Asesino! ¡Asesino!

ESPECTADOR 2º: ¡Que los acomodadores saquen a esa gente que impide la representación! (Apaga el reflector, y todo el teatro vuelve a quedar a oscuras) ¡Buena caza! Dios me lo pagará. Bendito sea en su sacratísima venganza ¡No hay más que un solo Dios!

JOVEN (De la platea, lanzando una carcajada): Un solo Dios, claro, ¡y Mahoma su profeta! ¿Por qué no dispara usted contra mí? Como estamos en plena revolución, no le pasará nada.

ESPECTADOR 2º: Con los judíos y demás tenebrosa gente hay que andar con cuidado.

JOVEN: Perdón. No soy judío. Soy mahometano.

ESPECTADOR 2º: ¿No teme el bombardeo?

JOVEN: Menos que usted. Estoy deseando morirme para tener un millón de concubinas. Aquí las mujeres son caras.

ESPECTADOR 2º (Mirando a un lado y a otro para hablar): Carísimas, pero día vendrá, y creo que está próximo, en que las tengamos baratas como antes. Mis antepasados las tuvieron a pares.

JOVEN: ¡Tiempos felices! ¡Por cierto que le felicito, porque veo que es usted un magnífico tirador!

ESPECTADOR 2º: Tuve de maestro a un teniente alemán que había hecho todas las guerras africanas. Su único objetivo era el hombre. Matar un pájaro lo llenaba de irritación.

JOVEN (Bajando la voz): Ha sido un blanco magnífico. ¿Fue en el corazón?

ESPECTADOR 2º: En el corazón hubiera dado un salto, y cayó hacia atrás sin abrir la boca. Fue en el centro mismo de la frente.

(Un gran ruido de bombardeo invade la escena)

ESPECTADORA 2ª: Enrique, Enrique. Ven aquí. Deprisa. Por favor.

ESPECTADOR 2º: ¡Si no hay peligro! (Se va con su mujer)

(El bombardeo crece. Luces de todos los tonos iluminan la escena. Al fondo cruza un grupo de personajes con trajes de HADAS y SILFOS que llevan a un herido)

HADA: Cayó de una claraboya.

SILFO: Flor de Guisante, sosténle bien la cabeza.

OBRERO (Agonizante): ¡Viva la revolución!

HADA: Lo llevaremos al guardarropa.

SILFO: ¡Dame un pañuelo!

HADA: ¡Pronto! ¡Deprisa! (Salen)

ESPECTADORA 2ª: ¡Mis hijos! ¡Mis hijos!

ACTRIZ: Estoy harta de oírla gritar mal. No lo puedo sufrir. Su voz tiene un aire falso que no logrará [conmover] nunca. No, así; es así: ¡Mis hijos, mis hijos, mis niños pequeños! ¿Lo ha oído? ¡Mis niños pequeños! Y las manos hacia delante, imprimiéndoles un temblor, como si fueran dos hojas en una fiebre de viento.

TRAMOYISTA (Entrando): ¡El pueblo ha roto las puertas!

(El ESPECTADOR 2º hace ademán de sacar su pistola; su mujer lo contiene)

AUTOR (Saliendo): Aquí, ¡aquí! Decid la verdad sobre los viejos escenarios. Clavad puñales sobre los viejos ladrones del aceite y el pan. Que la lluvia moje los telares y despinte las bambalinas.

VOZ: ¡El fuego!

VOZ (Más lejana): ¡El fuego!

AUTOR (Saliendo): ¡Y el fuego!

(El teatro se ilumina de rojo)

ACTRIZ (Entrando, en voz alta): ¡Lorenzo! (En voz baja y temblando) ¡Lorenzo!

(Telón)


Publicado el 10 de enero de 2022 por Edu Robsy.
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