Descargar ePub «La Cara de Ana», de Felisberto Hernández

Cuentos, colección


Descargar gratis en formato ePub el libro «La Cara de Ana» de Felisberto Hernández.

Este ebook gratuito del libro de Felisberto Hernández «La Cara de Ana» en formato ePub es perfecto para ser leído en un lector de ebooks o en tablets y smartphones con las apps adecuadas. ePub es un formato abierto, compacto y compatible, por lo que es el que se recomienda desde textos.info a todos los lectores.

Este texto, publicado en 1930, está etiquetado como Cuentos, colección.


  Cuentos, colección.
16 págs. / 28 minutos / 200 KB.
10 de febrero de 2025.


Fragmento de La Cara de Ana

Una tarde, cuando yo tenía quince años, volvió a casa la madre de Ana. Resultó que Ana había estado hasta hacía poco en un manicomio: los médicos habían dicho que aquello era pasajero y le encargaron descanso y aire puro; por eso es que vino la madre de ella a pedirle a la mía que la dejara estar un tiempo con nosotros. A los pocos días, en una mañana de sol que yo salía a la quinta me encontré con Ana y la madre; Ana tenía una risa parecida a la de antes; se reía esperando mi sorpresa, pero lo hacía con más delicadeza y parecía menos salvaje; estaba altísima, delgada y muy linda; después nos reíamos los dos porque no nos animábamos a besarnos, pero intervinieron las madres con los recuerdos y todo se produjo. Al poco rato me parecía mentira que Ana hubiera estado loca; estaba mucho más corregida, más prudente, pero yo la seguía viendo predispuesta a distraerse y mirar todo con una curiosidad desfachatada; al mismo tiempo parecía que tenía miedo y pesar de ser así, porque le habrían dado muchos pellizcones para corregirla, pero yo esperaba que de pronto se abandonara a la curiosidad. Una noche Ana traía los platos muy ligero; estaba muy seria y tenía la cara muy congestionada. Al poco rato de comer la hicieron acostar, y después nos acostamos nosotros; mi hermano y yo dormíamos en una habitación chica y había que pasar por ella para ir al cuarto de baño; en la mitad de la habitación había un perchero de pie muy grande. A las dos de la mañana Ana cruzó en camisa la habitación de nosotros; iba al cuarto de baño y llevaba una vela en la mano; cuando volvió, se paró cerca de mi cama y me miró fijo; de pronto se sonrió y la sonrisa también se le quedó fija; a su insistente sonrisa de loca se le agregaban las sombras que la luz de la vela le hacían en la cara; entonces en el primer momento tuve el comentario pronto y sentí el destino como los demás; sentí toda la sangre en la cabeza, tuve la necesidad de corresponder a su sonrisa y debo haber hecho una mueca parecida a la de ella. Pasaron unos momentos; tuve la sensación de que estaba haciendo equilibrio en quedarme completamente como ella o quedarme tranquilamente como yo, pero la reacción se produjo: empecé a pensar que el comentario trágico de aquello no podía hacérselo a nadie en aquel momento, que tendría que esperar al otro día; entonces les contaría todos los detalles sin olvidarme de la luz de la vela en la cara, y me reiría del asombro que les produciría. De pronto se me fueron estas reflexiones que me pasaron muy rápido y empecé a sentir el destino de mi manera especial —entre tanto Ana seguía igual. En mi manera de sentir el destino me parecía que Ana con su risa miraba a la Tierra dar vueltas, pero era tan natural que Ana de acuerdo con su fisiología se encontrara así como que la Tierra diera vueltas. Después empecé a sentir todas las cosas que había en la pieza y la sonrisa de Ana con la simultaneidad rara: había cuatro cosas que formaban un acorde, dos figuras paradas: el perchero y Ana, y dos acostadas: mi hermano y yo. El perchero parecía meditabundo y no tenía nada que ver con nosotros a pesar de estar allí; Ana con su locura fija me miraba a mí y no se sabía si pensaría algo; mi hermano dormía y el misterio de su sueño no tenía nada que ver con nosotros tres; y yo sentía mi destino con la simultaneidad rara.


Libros más populares de Felisberto Hernández