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—Ya se ve, hija, ya se ve que cuando Dios extiende su mano a todas partes alcanza. ¡Lo que es a mí lo que más me ahoga es el que cuantito caiga el primer chaparrón se va a hacer mi casa una laguna, y mi Juan, al que dañan mucho las mojadas, y que está tan abajo y tan paecido, me se va a morir.
Y la infeliz se echó a llorar amargamente.
—Vaya, tía Manuela —le dijo compadecida la vecina—, no pierda usted las esperanzas; las esperanzas son puntales, y en faltando éstas, nos desplomamos nosotras, y se acabó. Las esperanzas dan cuerda al reloj de la vida; sin ellas se queda parado y se muere el corazón, y no permita su Divina Majestad que se nos muera el corazón, que entonces somos perdidos.
La interpelada era mujer de gran talento natural y de genial vivo y alegre, que son tan frecuentes en Andalucía; así es que contestó:
—Bien sabes, Rosalía, que si puntales hallase, ya se los hubiese yo puesto a mis esperanzas, que decía mi madre (que de Dios goce) que en día de Carnestolendas nací yo, y riendo en lugar de llorando, y así no soy yo de las que se atolluncan; pero si ni aun puntales de palo tengo para apuntalar el techo de mi casa, ¿cómo los había de tener de esperanzas para apuntalar mi desdicha?
12 págs. / 22 minutos.
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Publicado el 2 de enero de 2019 por Edu Robsy.
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