Yo era chico y no comprendía aún las cosas del amor; por esos días fue que apareció Antonio pidiéndome que lo acompañara a ver una novia, cerca de casa.
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Yo era chico y no comprendía aún las cosas del amor; por esos días fue que apareció Antonio pidiéndome que lo acompañara a ver una novia, cerca de casa.
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Mientras íbamos, yo montado en el caño porque la bicicleta era de varón, le pregunté, desde la inocencia de mis diez u once años, no recuerdo bien, pero por ahí andaría, si no le daba asco besar en la boca, porque sabía que los novios hacían eso. Él lanzó una risotada corta y me dijo:
—¡Claro que no!, es rebueno.
No dije nada, pero me quedé pensando en el proceso de intercambio de salivas, pues veía en ello un algo de asqueroso, y en ese sentido recuerdo bien que me pregunté qué pasaría, si ambos o uno de los dos, no se cepillaba los dientes.
2
LA CASA DE LA NOVIA
Un par de metros antes de llegar a la casa de la novia, Antonio sacó de un bolsillo del pantalón un paquete de pastillas DRF, se llevó una a la boca y me pasó el paquete.
—Agarrá una —me dijo, apuntando sus ojos a la chica, que ya lo estaba esperando en la vereda, delante del portón y también con sus ojos puestos en él, y en sus miradas parecía no haber nada más para mirar que ellos dos, como si todo lo que conformaba el mundo hubiera desaparecido. Yo me aproveché del “momento mágico” y agarré tres pastillas y le devolví el paquete a Antonio que, embobado como estaba, estiró una mano ciega para agarrarlo. Luego, sin apartar la mirada de la chica, me pasó la bicicleta y fue a su encuentro.
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Publicado el 20 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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