Un guacamayo, herido en un ala, corre contra el tiempo para llegar al jardín secreto antes que el hombre que avanza hacia él entre la espesura selvática.
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Por un momento, el profesor Taylor creyó estar a punto de hacer un descubrimiento, fuera de su área, ciertamente —no era antropólogo—, pero descubrimiento al fin.
Y según avanzaba, la melodía se tornaba más nítida, claramente producida por el espíritu humano, sin lugar a dudas. De modo que, ya no prestando más atención al guacamayo, apresuró los pasos hacia el sonido, con más ímpetu ahora.
2
EL JARDÍN SECRETO
Apenas hubo despuntado el alba, las flores comenzaron la afinación, y cuando el sol mostró su redondez de fuego en toda su plenitud, se pusieron de acuerdo y el concierto de la mañana comenzó.
Monos, lagartos, perezosos, colibríes, guacamayos, entre otras tantas especies capaces de moverse en las alturas, ocupaban todos los gajos de los árboles que formaban un amplio círculo amurallado de altas paredes ocre y verde donde crecían las flores musicales, dándole a aquel reducto selvático carácter de jardín secreto, conocido únicamente por los animales de la selva. Ya en el suelo, la fauna que rodeaba a las flores era más variada; pero tanto abajo como arriba, bajo el efecto hipnótico que la música de las flores producían, abstraídos y sumidos en mundos irreales, solo alcanzados bajo trance, los animales apenas si pestañeaban. Solo un leve balanceo de sus cuerpos insinuaba que estaban vivos; la paz de espíritu y la concordia universal los constituía en aquellas horas. Era la parte del día en que las disputas estaban adormiladas detrás de nuevos pensamientos, buenos y nobles, que las flores musicales, nota a nota, introducían en sus primitivas mentes.
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Publicado el 30 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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