El Ser y la Nada y Otros Cien Microcuentos

Francisco A. Baldarena


selección de microcuentos





El Ser y la Nada 


Un día en que estaba por demás aburrido, un hombre se puso a pensar en cuál sería la imagen reflejada por dos espejos contrapuestos. De manera que tomó dos espejos del mismo tamaño y los colocó frente a frente, cosa que solo reflejaran sus vacías superficies. En uno de ellos, raspándole por detrás, hizo un orificio casi imperceptible por el cual miró y entonces conoció la nada. 





Lobisón Mordiendo a un Lobo 


Alguien en la taberna preguntó qué pasaría si un lobisón mordiera a un lobo, y eso quedó dando vueltas en la cabeza de Prosper —séptimo hijo varón, que huyendo de las persecuciones por parte de los habitantes de su aldea natal, vino a dar por esos parajes una tarde de otoño, hacía ya un buen par de años—, mientras bebía coñac en una mesa apartada del bullicio que hacían los parroquianos.  En la siguiente luna llena, transformado en lobisón, Prosper subió a la montaña, donde vivían las manadas de lobos, y nomás cruzarse con uno, lo acorraló contra unas rocas y le dio un mordisco en una pata, tal cual lo hiciera el Mago del Siam, en el cuento de Boris Vian «El Lobo Hombre». El lobo se tambaleó por un momento y desfalleció enseguida.  Prosper creyó que el lobo había muerto, pero casi de inmediato, el animal reaccionó y empezó a convulsionar y a retorcerse violentamente hasta que, poco a poco, fue transformándose en hombre, tal cual en el citado cuento del escritor francés. Incluso aterrado, como solo puede estarlo un lobisón en su misma situación, Prosper se animó a preguntar, entre gruñidos, para que el otro no advirtiera su amedrentamiento, quién era. El recién transformado en hombre, totalmente perturbado, demoró en hablar; no porque estuviera amedrentado como el lobisón pensaba que estaba, sino por el choque emocional producido por el drástico cambio que acabara de experimentar; la verdad, la nueva realidad lo había desequilibrado mentalmente.  —Me llamo Denis… —dijo al fin, y luego de una breve pausa—: ¿No has visto a mi padre?  La pregunta tomó a Prosper por sorpresa.  —¿A tu padre…? ¿Y quién es tu padre?  —Boris Vian.  —¿El… escritor?  —Él mismo.  —¡Que lo parió! —es todo lo que alcanzó a balbucear el lobisón, quizá más desequilibrado que el otro. 





Tenerla Clara 


Toda su familia es fanática del rugby y todos sus amigos, fanáticos del fútbol, y en el trabajo, sus compañeros se dividen entre fanáticos del fútbol y fanáticos del rugby; a quienes observa como se ponen ansiosos, eufóricos, mientras entonan cánticos de victoria, y después, ante la derrota, quedarse enmudecidos y cabizbajos, tristes, casi zombis. Pero él, que desde chiquito tiene los pies bien plantados en la tierra, no se ilusiona inútilmente ni sufre como un penitente arrodillado sobre granos de maíz, porque él, al parecer el único, la tiene clara: ha nacido en Tonga. 





La Saltarina 


Cada día me convenzo más de que todo tiene alma, aunque se trate de un objeto inanimado, la prueba de ello es la goma de coche que protagoniza este pequeño cuento. Aunque creo que ella no tenga el alma que le corresponde, es decir, la de un pneumático, sino de saltinbanco, o quizás de canguro, porque solo avanzaba o retrocedía a los saltos, y cuando uno la quería cambiar de lugar había que arrastrarla. El patrón, después de venderla unas diez veces y diez veces recibirla de vuelta, llegó el día en que perdió la paciencia y llamó a un pintor de carteles y le dijo que le pintara las letras del negocio más grandes y para eso le dio la medida que quería que pintara las letras, que era la misma que la altura de la saltarina. Cuando el pintor terminó de pintar las letras, entre todos los empleados la colgamos entre las letras, exactamente sobre la letra O, de «Gomería Aguirre», y allí continúa la rueda hasta hoy. 





Fast Food 


El hombre llegó al mostrador y preguntó: 
 —¿Aquí venden comida rápida? 
 —Sí —le respondió el muchacho que atendía. 
 —Bueno, quiero una hamburguesa —pidió, mirando la hora. 
 —Muy bien, ya sale —dijo el muchacho y desapareció por la puerta de la cocina. 
 Diez minutos después, el muchacho apareció con una hamburguesa sobre una bandeja. 
 —Aquí tiene, señor, ¿desea tomar algo? 
 —No, gracias, tengo prisa —dijo y ya iba a dar el primer mordisco, cuando la hamburguesa se desprendió de sus manos y salió rodando hacia la calle donde se confundió entre la gente. El hombre, con todas las ideas revueltas, miró al muchacho buscando una explicación, pero el muchacho, haciendo una mueca, le dijo: 
 —No me mire así, recuerde que está en un establecimiento de comida rápida. 






El Último Sueño 


El hombre ya estaba muy viejo y vivía sus últimos años de vida quejándose de las malas decisiones del pasado. Y ocurrió que una noche soñó con la decisión que más lamentaba haber tomado en toda su vida; soñó con la última noche antes de irse de su casa, cuando durmió abrazado al hijo más pequeño (al día siguiente la vida lo había llevado por caminos adversos que lo trajeron al presente que tanto lamentaba) y soñando lo mismo siguió noche tras noche. Y tuvo la suerte que la muerte le llegó mientras dormía y de esta manera obtuvo una recompensa por tanto sufrimiento: nunca más dejó de abrazar a su pequeño hijo. 





Señales 


La nave alienígena procedente de Neptuno se encontraba a cien mil quinientos kilómetros de distancia de la Tierra, cuando el receptor empezó a captar señales de radio. Los alienígenas se apiñaron alrededor del aparato, las bocas cerradas, los puños apretados, los oídos atentos a cada sonido. En un dado momento, irrumpió en la cabina el operador de los reactores atómicos, preguntando cómo iban. Varios «shiii» le dieron a entender que estaban escuchando algo de suma importancia. Pero uno que era muy amigo suyo, le susurró al oído: «Boca va ganando uno a cero.» 





Sueño de Infancia, Quizás 


El periodista, que seguramente nunca quiso ser doctor, pero era argentino, se aproximó a la fila del hospital y le preguntó a una chica: 
 —Perdón, ¿te puedo hacer una consulta? 
 Y la chica, señalando a su abuelita parada a su lado: 
 —No, doctor, la enferma es ella. 





El Mismo Mundo 


Ayer, al despertarme el mundo me pareció un paraíso y me alegré de estar vivo; en cambio, hoy me parece una pesadilla y busco un hueco donde esconderme. Mientras vuelvo del baño al dormitorio, paso por la sala y le echo una mirada de soslayo al día, del otro lado del vidrio de la ventana que da al jardín; el gato del vecino trepa sigilosamente a la higuera mientras un gorrión, no más verlo, deja de picotear un higo y vuela lejos de allí.  Para ellos el mundo es siempre el mismo. 


10 


La Urgencia 


La habitación iluminada por la luz de la calle se le antojó una cámara mortuoria y al posar la vista en un astro solitario se sintió igual, frío, distante, quizás muerto. Con un movimiento mecánico retiró la sábana que lo cubría cuál mortaja y la dejó deslizar silenciosamente hacia el abismo del parquet; inexpresivamente se sentó en el borde de la cama y apoyó los pies en el piso. Un frío le recorrió el cuerpo, entonces volvió a sentirse vivo y se apresuró a alcanzar el baño antes que fuera demasiado tarde. 


11 


Superstición 


El chico se rascaba con desesperación la palma de una mano. La madre, al ver su actitud casi maniática, le preguntó: 
 —¿Qué te pasa?  El chico, sin dejar de rascarse, respondió: 
 —Me pica la palma de la mano, ¿qué puede ser? Él pensaba en alguna alergia. 
 —Métela en el bolsillo, que es señal de dinero —le respondió la supersticiosa madre. 
 Él hizo lo que su madre le aconsejó y esperó un tiempo prudencial, como para darle tiempo al bolsillo a fabricar el dinero… 
 Pero llegó un momento en que la picazón fue tan grande que el chico sacó la mano, tan vacía como cuando la metió. Y mientras se rascaba con desesperación buscaba la forma de decirle a su madre que tenía razón, la picazón era señal de dinero, pero de poco, o incluso de ningún dinero. 



12 


La Exclusiva 


Lo que tenía de superinteligente tenía de ultraperezoso, porque, «al final, de algo hay que vivir en esta vida, ¿no?», vivía diciéndose. Todos los días elegía un semáforo cualquiera, con una mano en el bolsillo jugando con algo y la cámara de grabar del celular engatillada. 
 De pronto, las luces se ponían locas y el accidente acontecía, y cuando los periodistas aparecían, les vendía la exclusiva al mejor postor, pues de eso vivía. Los periodistas, siempre los mismos, sospechaban algo, pero se callaban, al fin y al cabo, una vez uno, otra vez otro, todos volvían al canal o a la redacción del diario con una primicia de primera mano. A sí, en un pase de manos, una buena cantidad de dinero iba a parar a su bolsillo; no el bolsillo donde jugaba con el aparatito inventado por él mismo, que consistía en hacer que las luces de los semáforos se pusieran locas, de manera que propiciaran accidentes. Pero, ¿y qué pasaba por su mente cuando alguien moría? Él pensaba que «así como de algo hay que vivir en esta vida, también de algo hay que morir», sin remordimiento ni culpa. 


13 


El Cascotazo 


Un cascotazo anónimo y venido desde ningún lugar, cayó de sorpresa en el jardín, entre el clavel  y la gata peluda, a centímetros de ella.  Al clavel se le pusieron los nervios más a flor de piel de lo que ya los tenía, y a la gata peluda se le erizaron los pelos, también más de lo que ya los tenía, no obstante, ninguno de los dos se dio cuenta del cambio producido en el otro. 


14 


Papá Guaso 


El nene era muy preguntón y su papá…Bueno, saquen ustedes sus propias conclusiones. 
 —Papá, ¿por qué el cabildo es tan chiquito? —le preguntó el nene, un día de esos. 
 —Para caber en la moneda de veinticinco —respondió el papá guaso. 


15 


El Divorcio 


El juez de paz le preguntó al hombre por el motivo por el cual quería divorciarse. 
 —Porque no quiero seguir siendo un cero a la izquierda, señor juez; desde el primer día de casados que me siento así —respondió el hombre, echándole una mirada de reproche a la esposa, sentada junto a él. 
 El juez, dirigiéndose a la mujer, le hizo la misma pregunta. 
 —Porque no quiero seguir siendo la única a cargar con los gastos de la casa, señor juez; desde el primer mes de casados ha sido así —respondió la mujer, fulminando al marido con una mirada de fuego. 
 El juez consultó el expediente, donde constató que los solicitantes del divorcio llevaban casados exactamente veintisiete años, ocho meses y doce días. Entonces, luego de meditar por un momento, les preguntó: 
 —¿Y me pueden decir por qué carajo esperaron casi diez mil cien días para llegar a la misma conclusión? Y meneando la cabeza, de puro contrariado, remató:  Ni que la vida fuese una cosa cualquiera que se encuentra tirado a la vuelta de la esquina. 


16 


Robarle a un Muerto 


Hacía dos meses que había salido de la lanchonete, donde trabajé de mozo por dos años, hasta que conseguí trabajo en dos escuelas de idiomas como profesor de español (C.D.I. y Wizard), cuando me enteré de que mi ex patrón, Robson, había muerto una semana antes. La verdad se había matado encerrándose en su habitación con un montón de botellas de whisky y quién sabe cuántos gramos de cocaína, con los que se dio sin asco hasta morir (según me contó Clanderso, un ex compañero, Robson estaba endeudado hasta la manija y para peor le habían diagnosticado cirrosis hepática). 
 Unos días después pasé por la lanchonete, que ahora era regentada por su exmujer y el hijo mayor. Pedí un Samba (vodka con Coca-Cola) y mientras conversábamos miraba, al lado del aparato de sonido, la pila de CD´s y recordaba a Robson, tan aficionado a la música como yo. En un dado momento, la exesposa me dijo que extrañaba que yo anduviera por allí, ya que no había pasado más desde que me había ido a trabajar a las escuelas, lo que me dio pie para decirle que había pasado a buscar unos CD´s, que le había prestado al finado. 
 —Bueno, pasa y fíjate cuáles son —me dijo, abriéndome la puertita del mostrador. 
 Elegí unos siete que me gustaban. 
 —¿Son esos? —preguntó ella, cuando se los mostré. 
 —Bueno, la verdad faltan cinco (casi le digo diez), pero no importa —le dije, haciéndome el boludo para que no fuera a sospechar nada. Rápidamente, terminé la bebida y me fui a casa, sin ningún remordimiento por haberle robado a un muerto. 


17 


La Pifiada 


Y Dios, luego de bendecirlos, les dijo: sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra, y sojúzguenla; ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. 
 ¿¡Qué seamos fecundos y nos multipliquemos!? ¿¡Qué llenemos la tierra y la sojuzguemos!? Pero si ya estamos ahí nomás de los ocho mil millones de habitantes. ¿Hasta cuándo hay que seguir haciéndole caso? 



18 



Culpa del Padre 



Cuando el juez le preguntó por qué mató a su esposa, el reo contestó: 
 —Si el padre cuando dijo «los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe» hubiera aclarado bien el asunto, nada de esto hubiera pasado. 


19 


Machismo 


 «En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amén», dijo el padre, finalizando la misa. Pero una voz entre la multitud congregada en la iglesia dijo:  «Claro, y la virgen María, que cargó con Cristo en la barriga durante nueve meses, que la parta un rayo, ¿no?» 


20 


Culpablo III 


Cuando el papa leyó la misiva del legado papal Arnaud Amaury, abad de Cîteux, cabeza de la orden cisterciense, con la noticia de la masacre de todos los habitantes de Béziers, Francia, asintió con la cabeza, después, para festejar, se hizo traer vino. Su nombre era Inocencio III, un monstruo de la impiedad. Menos mal que no se llamaba Culpablo III, sino… Bueno, ni quiero pensar de qué barbaridades inimaginables estaríamos hablando ahora. 


21 


El Perro Robot 


 «¡Qué triste la vida en Marte para un astronauta solitario!. Si al menos tuviera la compañía de una mascota, aunque fuera artificial.» En eso se acordó de la chatarra espacial, a unos cuantos metros de la base. Tras varios viajes de la base al basurero, tenía los materiales necesarios para fabricar un perro, un perro robot. Tres días le llevó la empresa, pero ahí lo tenía, sentado a sus pies, moviendo mecánicamente la cola y emitiendo artificiales ladridos grabados. Durante tres o cuatro horas todo fue de maravillas, hasta que el perro robot empezó a arañar la compuerta para salir al exterior. 
 —¡Quieto, Bobby! 
 Pero el perro robot continuó insistiendo, y como el amo no le hiciera caso, levantó una pata trasera y largó un chorro de aceite que le enchastró el traje espacial. 
 —¡Bobby…! Mira lo que me has hecho —lo retó, después le tiró un perno engrasado, para que se entretuviera en un rincón sin molestar. 


22 


El Poder de la Envidia 


La primera bicicleta que tuve me la compró mi abuela; era italiana, de la marca Fiorenza, modelo 1970, de segunda mano, pero de poco uso, con amortiguadores en la rueda delantera y freno a disco (averiado) en la trasera, pero sin el asiento tipo banana. Y aunque ningún bicicletero nunca consiguió arreglarle el freno, eso no le quitó el encanto, y mientras la tuve, de los trece a los dieciséis, me divertí bastante. Un día, cuarenta y tantos años después, en una conversación casual con mi hermano nos acordamos de aquella bicicleta. Entonces él me confesó que siempre le había gustado y que soñaba con ella, «Cómo te envidiaba», me dijo, y fue en ese momento que comprendí por qué nunca ningún bicicletero consiguió arreglarle el freno. 


23 


Dou Shi Ta No? 

Creí, al despertar del largo sueño y verme en aquel lugar público, iluminado por miles de luces multicolores de neón, estar dentro de un videojuego, quizás en una ciudad futurista, dentro de una novela de ciencia ficción o bien en un planeta inconcebible. Pero luego todos esos rostros de ojos rasgados y esas bocas preguntando: Dou shi ta no?, y otras preguntas por el estilo, me dieron la respuesta: estaba en Tokio, y supuse que había oscurecido hacía un par de horas, pero de cómo fui a parar allí, ni puta idea. 
Nota: Dou Shi Ta No? = ¿Qué le Pasa, Señor? 


24 


Ayuda Verdadera 


Quien mira su mano, palma hacia arriba, mendigando sin decir palabra alguna, lógicamente, supondrá que pide dinero. Con las cosas así, quizá deje caer una moneda sobre la palma del mendigo, y, quizá también, piense al mismo tiempo, que está honrando a Dios. Pero estaría equivocado en realidad.  Ahora, si tomara de la mano al mendigo y lo ayudase a recobrar la dignidad humana perdida, eso sí sería honrar a Dios. Porque el dinero viene y va, pero la ayuda verdadera y desinteresada, o, mejor, interesada en rescatar del abismo al descarriado, es lo que vale por sobre todas las cosas. 


25 


La Máscara de El Máscara 


Un aburrimiento aplastante con la determinación de instalarse para siempre, parecía haberse cernido a su alrededor. 
 «¡Y con tantas cosas ocurriendo más allá de la arena!» «¡Y con tanto mundo para recorrer!», se lamentaba a todo instante. De seguir así, olvidada en aquella orilla de la playa a menos de dos semanas del inicio del otoño, no creía poder sobrevivir por mucho tiempo. 
 Pero por suerte, pasó por allí Stanley Ipkiss y todo cambió. ¡Y cómo! 


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Amor sin Palabras 


Chocaron cuando ambos, que venían en sentido contrario, doblaron la esquina al mismo tiempo. 
 Ella lo miró, él le devolvió la mirada y en ese preciso instante se enamoraron perdidamente el uno del otro. 
 Él la tomó en sus brazos, ella le ofreció sus labios y juntos siguieron con rumbo desconocido. Así nomás, sin mediar palabras, ni prometiéndose mutuamente amor eterno, porque qué decirse si ambos eran mudos.  


27 


Sobre Dios y el Diablo 


Como simple ser humano no tengo la suficiente capacidad de comprensión (nadie la tiene) ni para entender, ni para explicar la existencia de Dios. Puedo, entretanto, sospechar su posibilidad de existencia, no más que eso, pero no como nos lo venden, sino como una dualidad antagónica; es decir, Dios (en teoría el bien) y demonio (el mal) en uno solo. 


28 


Pagar Para Ver 


La vida es lucha constante, y la lucha implica en muchos casos acciones arriesgadas. Con las amistades o con quien nos tiene enamorado pasa lo mismo, hay que arriesgarse; es decir, confiar. No queda otra. He ahí el riesgo, pero en todo caso el buen proceder debe empezar por nosotros. En definitiva, hay que entregarse con honestidad y esperar los tiempos adversos para saber con exactitud si la elección ha sido la correcta. Porque solo en los malos momentos es que las verdades salen a la luz y uno ve quién es quién. No hay otra manera. 


29 


Despetalar las Margaritas 


El hermano siempre andaba detrás de ella, le encantaba amargarle las horas. Ella se cuidaba de no darle motivos, pero a veces él la agarraba en un error y ahí ¡cuidate, nena! La mayoría de las veces los errores se daban por cuenta de equivocaciones en el sentido dado a alguna palabra, a un concepto; momento en que él la corregía con sorna exagerada, y detrás le decía que había que llamar a las cosas por su nombre. En esos momentos ella se enfurecía, porque su hermano no la corregía con la intensión de instruirla, sino de hacerla pasar vergüenza. Pero un día, en que él andaba enamorado de una chica del colegio, en medio de una reunión familiar en el jardín de casa, ella lo sorprendió sentado al lado de los canteros de flores con una margarita en las manos, de la cual arrancaba pétalos tras pétalos mientras murmuraba algo por lo bajo. 
 —¿Qué estás haciendo?  
 —Deshojando una Margarita para saber si Isabel me quiere. 
 En ese momento, advirtiendo un error en lo que decía el hermano, ella se vengó, diciéndole bien alto para que todos escucharan:  —No se dice deshojando, pedazo de marmota, se dice despetalando margaritas; porque lo que le arrancas a la pobre flor, inútilmente, claro, porque ella no tiene la culpa de tu vaga ilusión de amor, no son hojas, sino ¡PÉTALOS!, entiendes. ¡PÉ-TA-LOS! Porque como tú vives diciéndome: hay que llamar a las cosas por su nombre. 


30 


Caperucita y el Lobo Desagradecido 


Caperucita Roja entró en la cabaña de la abuela y descubrió al lobo malo con la cara morada y haciendo arcadas junto a la cama de su abuelita. El infeliz ya no conseguía casi respirar, apenas si podía señalar la boca abierta de par en par. Caperucita, al verle los ojos lagrimosos que le encharcaba el pelaje del cogote, tuvo pena de él. Se acercó, no sin cierto temor, ya que se le conoce la fama de malo, e introdujo su mano hasta la garganta del infeliz y después de forcejear bastante pudo sacarle la dentadura postiza de su abuelita. Pobre Caperucita, se quedó muy triste por la actitud malcriada del lobo malo, que tras la lucha, lanzó un escupitajo al costado de la cama y gruñó: «Vieja maldita». Después saltó a la ventana y huyó al bosque, sin siquiera darle las gracias. 


31 


Pintar y Sufrir 


Un día un pintor, buscando nuevas y mínimas superficies donde pintar sus cuadros, se le dio por pintarse en las uñas de pies y manos hermosas naturalezas muertas, deslumbrantes paisajes y oníricas formas dalinianas; y las encontró tan formidables que pensó que no deberían ocupar lugares tan impropios para su bien contemplar, en las manos vaya y pase, pero en los pies… Entonces se le ocurrió moldurarlas. ¡Ay, cómo sufrió el pobre! 


32 


Naturaleza Muerta 


El pintor subió a la colina, acomodó la tela en el caballete, preparó las pinturas y con un pincel entre los dientes se quedó contemplando la ciudad a sus pies. Los rascacielos a perderse de vista morían en el infinito nebuloso y gris; el río de aguas sucias y verdosas, acarreando lentamente los desperdicios de la civilización; el aire, visible gracias al smog, desdibujando los rasgos precisos de la megalópolis. De pronto sintió pasos detrás de él; se trataba de un niño sosteniendo una honda en la mano.  —Hola —dijo el niño.  —Hola.  —¿Qué está haciendo? 
 —Me propongo pintar. 
 —¿Y qué vas a pintar?  El pintor volvió a mirar el triste paisaje. 
 —Me temo que una naturaleza muerta —respondió, desanimado. 


33 


Nacer Cucaracha 


Está científicamente comprobado que es imposible que el hombre se metamorfosee en cucaracha, exceptuando a Gregorio Samsa, de la mano de Kafka, o en narrativas de ciencia ficción, en películas del mismo género. Más fácil es nacer cucaracha. No daré nombres, pero diré que en mi país está lleno de esas aberraciones de la naturaleza. 


34 


El Oso Hormiguero 


Cansada de pulverizar el jardín con DDT a fin de proteger sus amadas plantas de la infatigable acción depredadora de las hormigas, sin que les cause ningún efecto, el ama de casa recuerda su niñez en el campo cuando su padre para espantar a las aves silvestres que devastaban la quinta de verduras, fabricó un espantapájaros. La mujer entra a la casa, va hasta la habitación de su hija, agarra un oso hormiguero de felpa y lo lleva al jardín. Con admiración descubre al día siguiente y a los que le siguen, que las hormigas han desaparecido. Días más tarde, por insistencia de su hija, que pide ser restituida de su oso hormiguero, la madre se lo devuelve. La misma noche de la restitución la hija no consigue dormir, la barriga del oso ronca de hambre, alto, muy alto. 


35 


Recomendación para defecar 


Si vas al baño, no para orinar, ni para cepillarte los dientes, ni a sacarte los barritos de la cara (para que no te digan que estás con la cara llena de «pornocos»), ni para bañarte, ni para hacer aquello que nadie ve, pero que todos sospechan y comúnmente se denomina «la del mono»; sino para evacuar, defecar, no olvides de llevar un buen libro: dos placeres mortales compartido por ricos y pobres, porque la ilustración no tiene hora ni lugar. 
 ¡Ah, una consideración más!: si por acaso haya acabado el papel higiénico, o fuera poco el que queda en el rollo, todo libro tiene páginas de las cuales se puede prescindir sin alterar la obra, pero eso sí, a no olvidarse de estrujar bien la página para que no raspe ni lastime el borde de la última frontera. 


36 


Mukaeab Alsukar 


Todos, unos de a la vuelta de la esquina, otros de muy lejos, ni bien entraron al templo sagrado fueron arrimándose los unos contra los otros, formando una única masa compacta alrededor del cubo, al cual le rendirían culto en breve. No, no era la mezquita Másyid Al Haram; el templo sagrado era un bar de El Cairo, y el cubo, lógicamente, tampoco podría ser la Kaaba, era un terrón de azúcar al que un cliente le sacó la envoltura de papel sin llegar a usarlo, y los que se acercaban no eran peregrinos en pleno Ramadán, sino moscas, cientos de moscas que entraron al bar cuando otro cliente, al ingresar o al salir, no se sabe, ni viene al caso saberlo, dejó la puerta entreabierta. 


37 


El Espeleólogo Sacado 


Ya de lejos a la chica se le notaban las divinas ancas, a pesar de venir de frente, y esto a él no le pasó desapercibido. Como buen espeleólogo que se consideraba, se dijo que bien valía la pena admirar de cerca aquella maravilla, que ya se insinuaba exuberante desde lejos. De manera que se demoró fingiendo que miraba una vidriera y cuando la chica pasó por él, no aguantando comunicarle la emoción que sentía, le lanzó un poético piropo elogiando «esos hermosos glúteos que protegen la entrada a la gruta, quizás nunca antes profanada». La chica giró la cabeza y lo fulminó con la mirada y enseguida le dedicó una regia puteada al estilo porteño. 
 —Perdón, encanto, no pude resistirme —se disculpó él, señalando con los ojos el objeto de su tan inspirada lisonja—. Lo que pasa es que soy espeleólogo. 
 —Pero da la casualidad que mi novio es minero y no por eso lo dejo entrar ahí —retrucó la chica, todavía despidiendo chorros de lava por los ojos. 


38 

Niño en Busca de una Explicación 


A la vuelta de la escuela el hijo se le apareció a la madre con una pregunta que ella no sabía explicar, pero sí sabía dónde estaba la respuesta sobre cómo se creó el mundo, tal la pregunta del hijo. 
 —Espera que ya te traigo algo que te va a aclarar las ideas —le dijo. 
 La pobre mujer realmente creía en ello, por eso no habrá que juzgarla. 
 Al rato, después de revolver cajones de cómodas y en cajas apiladas arriba del ropero, encontró lo que buscaba. 
 —Acá vas a encontrar la respuesta, en el génesis —le dijo al hijo, mostrándole una Biblia. 
 Él la miró sorprendido, pues esperaba un libro científico, después, haciendo una mueca, le dijo:  —Pero no mamá, yo quiero saber cómo se originó realmente el mundo, no como se dice que ocurrió. 


39 


Heavy «Metal» 


Desde el día en que me sucedió lo que ya voy a contar a continuación, sostengo que lo que hay que hacer debe hacerse en el momento, porque mañana nunca se sabe. En fin, cuando me decidí a hacer lo que había fantaseado durante innumerables viajes de tren a Carmen de Areco, descubrí con pesar que la estación Gral. Sarmiento, en San Miguel, había sido desactivada. Saqué la lata de pintura blanca en aerosol de la mochila, la miré, inútil en mis manos, por un momento y finalmente la revoleé del otro lado de las vías. Después me senté en el andén a fumar un cigarrillo y a pensar en todas las veces que había pasado por la estación de Heavy y me había dicho en esos momentos que algún día iba a comprar una pintura blanca en aerosol y cuando el tren se detuviera allí iba a bajar corriendo y escribir en el cartel después de Heavy, «metal». Pensaba en esa boludez cuando dos melenudos, que había visto fumando un porro un poco más adelante, pasaron por las vías y uno de ellos se agachó para agarrar la lata. 
 —Mirá, está llena —le dijo al amigo. 
 —Debe estar vencida —dijo y ahí mismo empezó a agitar la lata. 
 Poco después se acercaron a la pared de una casa que daba a las vías y escribió: «VIVA EL HEAVY METAL» y otras pavadas más. 


40 


Después de la Lluvia 


Por fin, después de una semana de lluvias torrenciales, la tormenta había pasado, y el pueblo estaba bajo medio metro de agua. Todo el mundo aprovechó para salir de casa, hasta el diablo. Ardiendo en llamas, parado en su encrucijada preferida, se dispuso a esperar pacientemente un alma incauta. De pronto vio que alguien se aproximaba y mientras hacía sonar los nudillos de las manos, oyó el ruido de un motor, creciendo a sus espaldas. Se dio vuelta. Era un colectivo a alta velocidad, que sin darle tiempo a nada lo bañó de la cabeza a los pies, dejándolo a exhalar vapor nauseabundo, como un carbón recién apagado, y, tan acostumbrado a las altas temperaturas, tiritando de frío. 
 Al pasar por él, el hombre le dio una mirada piadosa, y enseguida metió una mano en un bolsillo y le tiró un par de monedas. 
 —Para que te tomes una ginebra en el bar de la esquina, viejo, y te saques el frío de encima —le dijo y siguió su camino. 


41 


Memorias de un Agujero Negro 


 ¡Ay, qué dolor de estómago!, exclamé entre retorcijones. En el acto desconfié del planeta azul; pero bueno, qué más quería yo, con todos esos organismos vivos llenos de vicios y pensamientos torcidos que habitan en él, de suerte que no me morí de una indigestión cósmica. 


42 


La Nube con Nombre Propio 


Conocido por su irrefrenable manía de contar mentiras, cuando dijo que una vez, mientras trataba de destrabar la válvula de escape de una caldera, el furioso escape de vapor lo hizo volar tal alto que acabó cayendo encima de una nube, yo me pregunté: «con qué bolazo va a salir esta vez». Dejé que terminara de narrar su disparatada evolución por los aires para preguntarle por la tal nube, a lo cual respondió que solo recordaba que tenía la forma de un huevo alargado y su nombre en inglés, escrito en grandes letras amarillas: Goodyear. 


43 


El Dios de Los Sueños 


Mi nombre es Ahmed, el soñador, y vivo en el desierto del Sahara, donde me muevo como un espejismo. Me llaman el soñador porque en sueños detento el poder de hacer desaparecer el desierto, edificando sobre el eterno dorado de sus arenas ciudadelas gigantescas rodeadas de verdes parques, surcadas por caminos de piedra y habitadas por seres vistiendo inconcebibles vestimentas que han cambiado el camello por increíbles vehículos con ruedas y fabricado artificiales estrellas que iluminan el último de los rincones y ofuscan el brillo de las verdaderas, con lo que buscarlas en el cielo ya no tiene sentido. Por la mañana, no más abriendo los ojos, vuelvo a recrear el mar dorado y ardiente a mi alrededor, dejando reposar hasta la noche al rey, al señor y al Dios que soy en sueños. 


44 


¡¡¡Despertó Camila!!! 


Despertó Camila, la benjamina de la casa, ese es el momento en que el perro es mejor que la madre, que la hermana, que los abuelos, que el mundo.  Despertó Camila y el perro se olvida de la apatía mañanera, de la mano que le da de comer y del hueso jugoso que hasta hace un momento era todo en su vida.  Despertó Camila, se terminó el silencio, empezó la vida, empezó la revolución. 


45 


La Llorona 


Sin razón alguna, mientras preparaba la ensalada en la mesa que habían sacado al jardín, la señora empezó a llorar. Marido e hijos, al no poder hacerla confesar sobre la razón de sus repentinas lágrimas, no entendían el porqué; si nadie estaba enfermo, todos tenían buenos empleos, poseían automóvil nuevo y casa propia con piscina. Entonces, ¿por qué diablos lloraba así? Toda la familia preguntando qué le pasaba y nadie fue capaz de pensar que en ese momento, además de estar cortando cebollas, la mesa estaba ubicada debajo del sauce llorón. ¿Qué pretendían acaso, que riera como una idiota? 


46 


El Experimento 


 —El experimento fue un suceso —dijo, cuando no se vio reflejado en el espejo. 


47 


Superwoman 


Superman llegó tarde esa noche. 
  —Muchos bandidos —alegó ante Luisa, su esposa—, pero no tanto como para no hacer «aquello». 
 Al oír eso, Luisa revoleó los ojos, pues estaba supercansada. Había lavado la ropa sucia acumulada por dos semanas de lluvias ininterrumpidas, bañado a las mellizas, llevado el perro a la veterinaria, ido al supermercado, a la verdulería, a la carnicería, a la panadería y hecho con diligencia todas las tareas domésticas pertinentes y muchas cosas más. ¡Y todavía su marido quería hacer «aquello»! 
 «¡No me jodas!», pensó, pero como buena conocedora del marido que tenía le dijo: 
 —Sí, querido. 
 Entonces Superman, todo cachondo, se fue a bañar. Pero cuando salió repentinamente empezó a sentirse muy cansado. 
 —Querida, creo que vamos a tener que dejarlo para mañana —le dijo, masajeándose el lumbago—, me siento muy cansado hoy. 
 Luisa puso cara de contrariedad y lo reprendió: 
 —Siempre con una disculpa tú, espero que mañana no se repita. Después le dio la espalda y se puso a jugar con una piedrita de cryptonita entre sus manos hasta que el sueño la venció. 


48 


Una Fórmula de Inmortalidad 


  «... si escribes tan poco como una página de prosa, incluso una mala prosa, eso es eterno».  Anthony Burgess 
De letra en letra, aquel desconocido escritor, forma palabras, y palabra a palabra llena líneas y crea historias, y así, de historia en historia, concibe un libro, y a través de él adquiere la prolongación de sus pensamientos hasta más allá de la muerte. He aquí una fórmula de inmortalidad. 


49 


Palomitas de Maíz 


Desde chica, en su querida y añorada Venezuela, el placer de su vida se resumía en ir a plazas y parques de la ciudad a los cuales concurría con tortas, dulces o galletitas, donde se pasaba horas alimentando a las palomas. Ese era su mayor placer en la vida. Hasta que un día, ya casada e instalada en Argentina, concurrió con su pequeño hijo como compañía a una plaza del centro de Buenos Aires y su placer llegó al fin, y por culpa del crío que al ver pasar a un pochoclero se le antojó comer palomitas de maíz, pero cuando su madre le dijo que no podía comprarle porque se había olvidado la cartera en casa el crío no quiso entrar en razón y empezó a pedir a gritos que quería porque quería comer palomitas. Las palomas, conocedoras del idioma de los hombres conocían, en ese mismo instante miraron al chiquillo devorador de palomas con ojos aterrorizados y volaron lejos de su alcance, yendo a posarse en los balcones, las cornisas y los árboles. Y de nada sirvió que ella retornara al día siguiente y por mucho tiempo más llevando manjares exquisitos, nacionales y extranjeros, porque no hubo manera de hacerlas bajar de las alturas apenas la veían llegar (las palomas ya le habían echado bien el ojo). Al final, ¿quién les garantizaba a las miedosas palomas que el hijo de la mujer no se había quedado en casa, porfiando en su escabroso apetito, y aquellas delicias pasteleras que ella traía en manos no fueran un ardid para atraerlas, como moscas a la miel, y atraparlas? ¿Quién, hum? 


50 


La Torre 


Soñaba que llegaba a la torre más alta del mundo, cuando despertó empezó a caer. 


51 


Final 


El reloj marcó medianoche, ulularon las lechuzas, tocaron a la puerta. Eran las señales de la llamada. Murió. 


52 


Walt horrorizado 


Lo despertaron del sueño criogénico cuando el mundo era un mundo aterrador, donde el imperio Walt Disney ya era parte de la prehistoria. 


53 


La Adoradora de Árboles 


Recuerdo una mañana de domingo, me decía Germán El Pensador, yo había salido a hacer una caminata por el parque. De pronto vi a una señora abrazada a un árbol; dentonces me detuve a mirarla y a analizar su actitud. En eso, a mis espaldas alguien dijo: 
 —Mira a esa loca adorando a un árbol, ¿dónde se ha visto? 
 Me di vuelta. Varias personas, cada una con una Biblia en la mano, miraban a la mujer con semblantes desaprobadores y miradas severas. Por sus ropas se veía que iban a la iglesia. Como ya te he comentado en varias ocasiones: cada uno cree en lo que quiere, con lo que, entre adorar a la naturaleza y adorar a una ficción, me inclino por lo primero. 


54 


Palabra de Juez 


El juzgado parecía un pandemónium; el martillo del juez casi no se oía entre tanto bullicio, y todo porque el acusado había dividido la concurrencia en favorables a su inocencia y favorables a su condena. El juez no aguantando más gritó con todas sus fuerzas: 
 —¡Silencio! Al próximo que oiga decir un pío, lo expulso de la sala. Doy mi palabra de que lo cumpliré. 
 Inmediatamente, todo el mundo se calló y en la sala reinó el silencio absoluto durante un minuto, hasta que el acusado se puso de pie y dijo:  
 —Pío. 
 Todos miraron primero al reo y después al juez. Este levantó la vista y miró primero al reo y posteriormente a la concurrencia, y por la manera como lo encaraban, se vio en la obligación de cumplir su palabra. 


55 


Anomalías 


Al paralítico le dolían las piernas; al hombre sin brazos le picaban las palmas de las manos; el sordo tenía dolor de oídos; al mudo le quemaban las palabras; al viejo sin dientes le dolía una muela; el loco razonaba con lucidez; el ciego veía los pozos en el patio. Ante tanto desorden, le preguntaron al decapitado, ¿y tú, qué piensas de todas estas anomalías? A lo que él respondió: hoy no tengo cabeza para pensar en nada. 


56 


El Sicario 


Me muero por matar, fue la última frase del sicario cuando, persiguiendo a su víctima por el bosque pantanoso, cayó dentro de una ciénaga de arenas movedizas. 


57 


El Silencio 


Sé que está aquí, alrededor; siempre está, omnipresente, como el tiempo; vigilándome desde cada cosa y rincón, desde cada instante, como un fiel sirviente atento a los movimientos de su amo, como el guerrero encarnizado en aniquilar al enemigo cueste lo que cueste, aunque se le vaya la vida en su persistente misión. Me acompaña en su mutismo aparente, desde su transparencia invisible, aunque por momentos los autos que pasan, la sirena de las fábricas o la voz aguda del chico que vende diarios en la esquina se le sobrepongan; me acompaña desde antes de nacer, porque ya estaba en todo (acaso sea la totalidad misma) desde siempre, desde antes del antes de mí, del otro, de todos. Inútil es el fingimiento de sentirme a salvo en esta ciudad que grita las veinticuatro horas sin descanso, porque todo sonido, toda palabra, cada respiración, cada imperceptible suspiro confirman su existencia inexplicable, cuál la nada, que es sin ser. 


58 


La Primera Piedra 


 ... entonces el urólogo dijo: el que no esté libre de cálculos renales que arroje la primera piedra. 


59 


La Cripta 


Odio mi nueva casa, su olor a encierro, su color gris ceniciento, el polvo que nadie limpia y se acumula, apoderándose de cada centímetro de superficie, y las telarañas infames; pero sobre todo lo que más odio me produce es ese ramo de flores secas dentro del florero de porcelana barata al lado de mi retrato de cuando yo era joven y esto que vivo ahora era un sueño que solo era soñado por otros. 


60 


Creer en Milagros 


 —Sabes una cosa, amigo, yo no creo en milagros, ¿y tú? 
 —¡Yo sí! Mira, cuando me casé pensé que viviría hasta en día de hoy con mi esposa. 
 —¡Hey, pero si tú todavía estás casado!, ¿qué cosa me dices? 
 —Bueno, tú conoces a mi esposa, así que sabes el carácter podrido que tiene. 
 —Eso es cierto, pero no le veo la relación con milagro. 
 —Qué es un milagro que después de tantos años aguantándola aún no la haya matado. 
 —¡Ah, sí!, eso es cierto —dijo el amigo. 
 

61 


Mixtura Verborum 


Él le dijo: 
 —Poco demoraré, vuelvo y voy ya. Huracanado viento seré, aquí espérame. 
 Y ella le respondió: 
 —Amor, bien está. Fácil soy, recuerda aunque esperaré. 
 Pero cuando él retornó no la encontró por ningún lugar. Le dio una trompada al viento, una patada al aire y luego le rezongó a nadie: 
 —Tuvo paciencia poca. 


62 


Reductor 


La gente siempre me hace la misma pregunta: cómo fue que hice para meter un piano dentro de una cajita musical y yo respondo que se trata de algo tan simple como reducir todo a lo mínimo posible. Lo curioso de todo esto es que nadie me pregunta por la bailarina. 


63 


El Infeliz 


Solo dos placeres mueven a aquel hombre: hacer dinero y ver películas. El problema es que lo primero le ocupa las 24 horas del día, los siete días de la semana, los doce meses del año y cada segundo de vida. 


64 


Planeta Deshabitado 


Cuando llegaron a aquel planeta, aparentemente desde mucho deshabitado, se maravillaron con las extrañas esculturas que habían erigido sus antiguos habitantes, y en las cuales se podía, incluso, recorrerse por dentro; y más maravillados quedaron aún, cuando descubrieron otras esculturas de menor tamaño decorando las diferentes cavidades en que se subdividía la escultura principal. Hasta que al ingresar en una de esas cavidades, ya no se sintieron tan maravillados, porque la blancura de aquella bella forma en el compartimiento destinado al aseo, se veía asquerosamente ultrajada por un desecho marrón boyando inmóvil en una apestosa solución ambarina, que con solo contemplarla la vista comenzaba a arder. 



65 


La Picazón 


Soñó que era un hombre y que tenía la cabeza llena de piojos, cuando despertó le pidió a su hermanito que le picoteara la cabeza porque la picazón no lo dejaba en paz ni cuando dormía, entonces el hermanito le comió todos los pequeñitos humanos que perforando su cuero cabelludo le chupaban la sangre. 


66 


Los Curiosos 


Cuando murió Monterroso mucha gente acudió al velorio, la mayoría curiosos: todos querían ver si el dinosaurio aún estaba allí. 


67 


Terremoto 


De la nada el piso empezó a moverse; se levantó de la silla de un salto y salió de la oficina gritando: «¡Terremoto!, ¡Terremoto!», el muy miedoso.  Un piso más abajo, un compañero aprovechó la ausencia del otro y apresuró el serruchaje del piso. 


68 


El Ejemplo 


Para cualquier acción humana su madre era un ejemplo de lo que había que hacer o no, como si ella lo hubiera vivido todo. Esto me convenció de que la única cosa equivocada que hizo su madre fue servirle de ejemplo para todo. 



69 


El Inútil Evitar 


Hoy no tengo ganas de escribir sobre nada o será que por no tener nada sobre que escribir tampoco me vienen ganas de inclinarme, lápiz en mano, sobre el papel. Pero todo evitar de transformar pensamiento en palabra escrita es inútil, porque aun sin tema inspirador no me detengo; y tanto de verdad hay en ello que ya me he contradicho, puesto que acabo de escribir esto. ¿Qué me mueve entonces?, ¿manía, costumbre, aptitud?, no sé, quizás un impulso que descubro ahora inevitable. 


70 


Cubiertos 


Un mediodía —cualquier mediodía—, mientras esperaban la hora del almuerzo, el cuchillo y el tenedor se pusieron a discutir por una pavada, pero demasiado fuerte. La cuchara, aunque sin arte ni parte, se metió en el medio y les pidió que por favor se comportaran como gente civilizada, pero el cuchillo le paró el carrito ahí mismo, diciéndole que no metiera la cuchara en asuntos donde no había sido llamada; y el tenedor a su vez, que se callara la boca, que al final, ella no cortaba ni pinchaba. 
 —Ya van a ver ustedes dos —sentenció ella, ofendidísima, y salió corriendo a llamar a su primo, el cucharón. 


71 


Las Manos II 


La mano izquierda, envidiosa de la derecha, que todo el mundo estrecha mientras a ella le toca dar palmaditas en los hombros, empezó a buscarle roña a la otra, y tanto jodió que acabaron yendo a las manos. La cara, temiendo que a las manos, que tantos beneficios le brindaban, se les fuera la mano y salieran lastimadas, se dijo que debía tomar cartas en el asunto. De un silbido llamó a los otros moradores de la casa que, al ver la pelea inaudita, rápidamente le pusieron la camisa de fuerza, y el loco, al fin, se quedó quieto. 


72 

La Recompensa 


Aquel hombre, cargando una pesada alforja, encaró lleno de esperanzas su camino por el desierto bajo un sol abrasador. A cada paso que daba hacía un hueco en la tierra con la punta del pie derecho, sacaba una semilla de la alforja, la dejaba caer en el hueco y luego cubría con el otro pie. Así llegó el día, ya casi en el límite del desierto, en que las semillas acabaron, entonces retornó a su hogar bajo la sombra reparadora del frondoso bosque que había nacido a sus espaldas. 


73 


Ojos que no Ven 


Un ciego acordó una cita a ciegas con una mujer sin rostro, pero no redundaba en ningún problema, porque él solo quería una noche de sexo, lo único que podía vivir a pleno. Cuando ella llegó (él ya estaba en la cama, desnudo y a punto) la invitó que se sacara todo. 
 —¿Todo? —preguntó ella. 
 —Sí, todo —repitió él. 
 —¿Está seguro, usted? —volvió a insistir ella, como si no hubiera entendido bien su pedido. 
 —Sí, todo, todo —reiteró él, para que la mujer entendiera bien. 
 Entonces ella se sacó la colita que sujetaba su cabellera rubia, los zapatos, la pollera, la blusa y la ropa interior, luego miró al ciego, este, haciendo como que la veía de verdad, insistió en que siguiera sacándose todo: 
 —Dale, morocha, todo, sácate todo. Ella hizo un gesto desinteresado con la boca y obedeció, al final, el que paga también exige. De manera que continuó; se sentó al lado de hombre, se sacó la cabellera, el rostro, una pierna, luego la otra, un brazo y con el otro se sacó la piel, la carne, los órganos y por último sacudió el brazo que le quedaba, este se desprendió y cayó junto al resto de su cuerpo. Cuando él la tomó en sus brazos le pareció que era demasiado flaca. Bueno, pensó, al final, ojos que no ven… 


74 


(Im)Perfección 


La señora estaba bañándose, mientras la hija, que debía estar atenta a las chuletas de cochino sobre la plancha, escuchaba, sentada junto al padre, los cuentos que él había escrito la noche anterior. 
 La mamá pensó: «Las chuletas se le van a quemar, pero no le diré nada». 
 Cuando el olor a quemado llegó a las narices de padre e hija, ambos corrieron a la cocción, al mismo tiempo que la madre desde el baño decía, a los gritos: 
 —Yo ya sabía que eso iba a pasar. 
 Al escucharla, el marido se preguntó por qué si sabía que iba a pasar, no le advirtió a la hija o a él sobre ello, y concluyó que su esposa sufría de perfección invertida, que en ella funciona más o menos así: ella sabe del error, deja que se produzca y después le hace ver a quién lo cometió, su falta de atención. 
 Y lo peor de todo es que hagamos lo que hagamos los demás seres humanos, menos ella, claro, siempre está y estará mal hecho. 


75 


El Can Dado 


Cuando le preguntaban, asombrados, por aquel perro con el que paseaba por el parque todas las tardes, pues se creía que no le gustaban los animales, él respondía: 
 —Es un can dado. 
 —¿Candado? —preguntaban todos, más sorprendidos aún. 
 Pero él ya seguía su camino, porque no estaba allí para iluminar tinieblas mentales, sino para sacar al perro a pasear. 


76 


Toda Oruga Acaba en Mariposa 


El vehículo oruga dobló en la avenida principal y antes de llegar a la casa de gobierno fue alcanzado por un misil, haciéndolo volar por los aires, como una mariposa. 


77 


El Paciente 


Hace más de diez años que visita a su psicóloga dos veces por semana, se ha enamorado de ella. ¡Cuánto sufre en vacaciones! 


78 


El Doctor Payaso 


Para mí que al pequeño y sufrido Hunter le gustaba mucho el circo y seguramente soñaba en ser payaso cuando fuera grande. Pero su carrera, orientada por su madre, lo llevó hacia la medicina. Y así, Hunter Doherty Adams, a los veintiséis años, obtuvo su título de Doctor en Medicina en la Universidad de Virginia Commonwealth. Con el tiempo se convirtió en el Doctor Patch Adams, el médico payaso. Por eso digo que desde chico le habrá gustado mucho el circo y soñado en ser payaso cuando fuera grande. 


79 


Malinterpretado 


Caminaba en las penumbras del más allá cuando se topó con la figura pensativa de Nietzsche. 
 —Maestro —lo llamó. 
 —¿Quién? —preguntó Nietzsche. 
 —Yo, un nadie cualquiera —respondió, quiero hacerle una pregunta, si no le molesta. 
—Pregunta entonces —dijo Nietzsche. 
—Gracias. Es cierto que usted dijo: «No hay hechos, solo interpretaciones». 
—¿Y a qué viene tal pregunta? —quiso saber el filósofo. 
 —Viene porque yo no creo que la frase haya sido exactamente de esa manera, puesto que para cualquier interpretación es necesario un hecho previo, sino ¿interpretar qué? 
 —Me temo, amigo, que de hecho he sido malinterpretado —dijo el filósofo. 
 —Ah, ya me parecía —dijo el nadie; después cada uno siguió su camino. 


80 


La Quinta Pata del Gato 


Era extremadamente complicado, un vueltero, como suele decirse. Nunca estaba conforme con nadie; nada lo satisfacía y siempre, ante cualquier argumento, anteponía otra posibilidad, alguna alternativa, de manera a imposibilitar la exposición de ideas ajenas. Y por increíble que parezca siempre le encontraba la quinta pata al gato. Como la vez que lo metieron preso porque había robado la casa de un diputado, entró por una puerta y salió por la otra en el mismo día: no es que le salió al juez con que «el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón.» 



81 


Vida Nueva 


Hoy hemos empezado, mi madre y yo, una nueva vida. Cuando salí al patio, mi madre lavaba en la bomba la cuchilla preferida de mi padre, tenía un ojo semicerrado y amoratado. Al mirarme, con una sonrisa amarga desdibujando su rostro ya de por sí bastante demacrado por la vida de penurias y sufrimientos, me dijo que mi padre se había aburrido de golpearnos y que por eso se había marchado de casa para siempre. 
 No dije nada, y mi silencio debió sorprenderla porque me preguntó si no estaba contento con la noticia. ¿Cómo no estarlo?, si aún me dolía la espalda de la paliza de ayer a la tarde. Lo que me pasaba es que la discusión que tuvieron de madrugada me despertó y solo pude volver a dormir cuando ya clareaba el día; con ello quiero decir que oí las puteadas y amenazas de mi padre y el llanto ahogado de mi madre, sus quejidos y el silencio que quedó después. La calma no duró mucho, porque al rato me pareció como que arrastraban algo pesado hacia el fondo, donde están los chiqueros. Pese a que tuve la intención de levantarme y espiar por el ventanuco, no me atreví; entonces me quedé solo con mis conjeturas sin respuestas. 
 —Sí, madre, estoy contento —le respondí, sin demostrarlo; después la dejé sola y fui a ver a los chanchos. 


82 


Perder 


Lo peor de perder es el tiempo invertido en ganar y lo mejor, la adquisición de experiencia, aunque algunos ni así aprenden. 


83 



Recuerdos 


Hay recuerdos que olvidan de caer definitivamente en el olvido, y de vez en cuando se dan una vueltita por casa, como para decirnos: Pero mirá que yo no te olvidé. Porque en verdad, nada se olvida, lo que pasa es que algunos recuerdos quedan en modo stand-by. 


84 


Hombre al Asador 


Escribió MEDIEVAL y accionó la máquina del tiempo. Nunca regresó: aterrizó sobre una hoguera. 


85 


Afirmación y Suspiro 


Nietzsche dijo: «Dios ha muerto», y La Muerte suspiró: «mi obra maestra». 


86 


Reflexión Neocartesiana 


Primero nos enferman, luego nos venden la vacuna. 


87 


Sobre la Propia Libertad 


Un hombre, que sufría la ciudad, recordó la frase de Platón: «La libertad consiste en ser dueño de la propia vida». De manera que abandonó la urbe agobiante y se fue a vivir a una isla solitaria. 


88 


Un Descubrimiento del Pasado 


 «¡Eureka!», gritó el arqueólogo cuando encontró un disco plateado, forrado por una fina película de plástico transparente, debajo de las ruinas de una antigua civilización; el primer hallazgo en todos esos años excavando inútilmente como un topo. En una de las caras, aún podía leerse en caracteres del idioma antiguo «Lo mejor del reggaet…», el resto de la inscripción estaba borrado. En otro recinto el equipo del arqueólogo encontró un equipamiento que horas después, ya en el laboratorio, se descubrió que era para reproducir el disco. Días más tarde, después de hacer funcionar el aparato, el arqueólogo descubrió que la antigua civilización, a pesar del adelanto tecnológico alcanzado, sufría de estupidez aguda. 


89 


Inacción 


Salía a la calle cuando chocó consigo mismo, que justo entraba a la casa. Quizás por indecisión o por asombro, se produjo una inacción inmediata que se prolongó a lo largo del día, con lo que no pudo salir ni tampoco entrar, y lo peor es que a la noche cayó una helada marca tenaza. 


90 


El Padre de Carrie 


El padre de Carrie queda desempleado, pero a su edad lo único que puede hacer es abrir un negocio propio. Con los ahorros y lo recibido con el despido pone una fabriqueta de cables y envía a su hija al baile. Lo ocurrido después dispensa explicación. 


91 


Gollum, sin Anillo y para peor Apaleado 


Apenas entró en su oscuro dominio, Gollum se percató que el anillo había desaparecido, entonces se puso como loco. Abandonó rápidamente las catacumbas y salió por los pueblos de la Tierra Media llamando desesperadamente: «mi tesoro, mi tesoro». En su periplo desesperado fue a dar en Hobbiton, lugar en que no le fue nada bien. Al pasar al lado de un hombre murmurando «mi tesoro, mi tesoro», el tipo, pensando que lo llamaba de trolo, lo molió a palos. 


92 


Términus Terrae 


 —Términus terrae —dijo el escriba, llegando al final de la lengua de tierra, un poco más adelante del castillo de San Sebastián. 
 El ayudante, que escrutaba la línea del horizonte parado a su lado, le preguntó: 
 —Maestro, qué cree que habrá al final de las grandes aguas. 
 —Un abismo, qué más —dijo el escriba, de lo contrario habría un nuevo mundo, algo lógicamente improbable. 


93 


Hombre Mosca 


Se cortó el dedo y se sentó a esperar, cuando estuvo podrido se lo comió. 


94 


Nave Cadente 


Pichón de extraterrestre contempla las constelaciones, cuando ve lo que cree ser una nave. La nave puede estar orbitando el planeta como estar preparándose para planetizar, en cualquier caso para el extraterrestrito da lo mismo porque para él, es una nave de la suerte. 
 —Mamá, he visto una nave cadente —le dijo a la madre. 
 —Me imagino que has pedido un deseo. 
 —Sí, mamá, pedí que no sea terrícola. 


95 



¡Entre, Hombre! 


El vampiro llamó a la puerta. 
 —¡Entre, entre hombre! -lo invitó el gallego, masticando un diente de ajo. 
 —No, gracias —dijo el vampiro—, ya he perdido el apetito. 


96 


La Enfermera Androide 


En la guardería de los bebes de probeta. De pronto uno de los bebés la llamó mamá, la enfermera androide XPU-027 sintió una vibración en los circuitos de su cerebro positrónico, pero no dijo nada y se contuvo. No quería arriesgarse a que la enviaran a la planta reseteadora. 


97 


Unicornio Perdido 


 —¿Y ahora qué haré? —se preguntó el equino fantástico, cuando regresó del jardín y vio que el libro estaba cerrado. 


98 


El que Juega con Agua… 


Diablillo entró a la cueva lloriqueando y soltando vapor por todo el cuerpo.  —Cuántas veces te tengo que decir que con el agua no se juega —lo recriminó mamá Diabla, soltando chispas por los ojos. 


99 


Serio Aprieto 


No me gusta pasar la noche fuera de casa, ni en la casa de mi madre me gusta quedarme, nunca me gustó. Ir a pasar un rato, todo bien, pero pernoctar es una verdadera sesión de tortura. Una serie de contrariedades del destino me jugó una mala pasada y ahora estoy en una posición terriblemente incómoda, un serio aprieto: me encuentro en la casa de un amigo, con la vejiga que explota en cualquier momento y a mí no me gusta deambular en casa ajena mientras todos duermen. 


100 


Bebé Defectuoso  


 —Lo siento mucho, ha nacido defectuoso —le dijo la enfermera a Cíclope cuando fue a mostrarle el hijo recién nacido. 
 «Tiene razón», pensó él, al ver que su hijo había nacido con dos ojos. 


101 


Un Huequito al Sol 


La brisa fría del río la empujaba a buscar un lugar cualquiera donde alumbrara el sol. Desde la cornisa del hotel vio un huequito soleado sobre un banco de la plaza y hacia allá se dirigió. No había alcanzado a calentarse satisfactoriamente, cuando turistas japoneses invadieron la plaza y casi la dejan ciega con la metralla de flashes disparados desde sus cámaras fotográficas. Como no se consideraba ninguna Miss Belleza, la paloma se preguntó qué gracia había en perpetuar su imagen sobre el banco de una plaza mugrienta y oliendo a orín. Cuando los turistas se cansaron de ella le dieron la espalda y siguieron apuntando y disparando flashes en todas direcciones, como soldados desorientados. Todavía medio encandilada, la paloma alcanzó a percatarse de un culo inmenso que se aproximaba reculando peligrosamente hacia ella, y si no fuera porque voló a tiempo hacia un costado casi muere aplastada. Por un instante se quedó mirando rencorosamente para aquella japonesa gorda que se apoderó de «su» huequito al sol sin pedirle siquiera por favor, pero el frío la urgió a encontrar otro hueco soleado. Y en eso estaba la paloma, cuando la misma señora empezó a tirarle pedacitos de factura, y como tenía más hambre que frío, eligió la comida. Mientras se acercaba a las migas percibió que la señora gorda, turista y japonesa la apuntaba con la cámara. 




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Publicado el 30 de abril de 2023 por Francisco A. Baldarena .
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